Paula Chaves podía pensar en la docena de cosas que preferiría estar haciendo en vez de estar asistiendo a la Super Bowl. Incluso fregar el piso de la cocina estaba empezando a sonar más satisfactorio. Pero ya que su trabajo de consultora de imagen raramente acababa a las cinco de la tarde, incluso en fin de semana, allí estaba ella sentada al lado de un importante cliente nuevo, en una fiesta de la Super Bow cogiendo una bebida que no quería y fingiendo interés en un juego que no le gustaba.
Si por lo menos no tuviese que ver jugar a Pedro.
Pedro Alfonso era uno de los mejores quarterbacks del mundo y también uno de los mayores idiotas del mundo.
Incluso en la televisión, era muy guapo y sexy. Sus ojos eran de un ardiente marrón chocolate y sus bíceps estaban acentuados. La onda leve al final de su cabello negro medianoche atraía a las mujeres para alcanzarlo y examinarlo con sus dedos para ver si era tan suave como parecía.
Gracias a Dios el juego estaba casi terminado. Solo ocho segundos más y ella podría darle su adiós
El cliente, que estaba narrando el juego, le dio un golpe en las costillas para llamar su atención.
—Una temporada entera pendiente de este juego y el quarterback tiene que lanzar si quiere ganar.
Paula movió la cabeza educadamente y miró la enorme TV de plasma. El campo era un borrón en movimiento y mal podía distinguir entre un jugador y otro.
—¡La defensa está toda en los receptores! —su cliente se levantó del asiento incapaz de contener su excitación— si uno de los linebackers consigue pasar está todo perdido para los Outlaws.
Después de lo que Pedro le había hecho, el no merecía su preocupación, pero incluso así, una loca parte de ella quería que él hiciese lo imposible marcando el touchdown y fuera el héroe.
—¡Oh hombre, debe de haber encontrado una grieta! Pedro está haciendo una pausa en la línea de gol.
El sujeto debía relajarse. Pedro podía ser un desastre en las relaciones pero, era brillante en el campo de futbol e iba a controlar este juego.
Entonces, un jugador enorme del otro equipo le pegó fuerte en su lado derecho y las rodillas se le doblaron pero, incluso así, siguió arremetiendo de frente. Cien mil fans en el estadio estaban perdiendo sus mentes y todo el mundo en la fiesta de su cliente estaba saltando en las sillas, gritando y maldiciendo a la TV.
Paula luchó contra el impulso de cubrir sus ojos cuando Pedro empezó a caer por tierra. Una parte suya, un pedazo altamente irracional de su corazón, no podía permanecer allí, viendo escapar por poco la victoria.
—Él no podría… —susurró su cliente— ¡Oh Señor, lo ha hecho!
Aún cogiendo la pelota, Pedro la empujó hacia delante con cada músculo del cuerpo y la punta de la “guinda” rompió la línea de gol al mismo tiempo que se caía al suelo.
Pedro Alfonso, el hombre que la había vuelto lo suficientemente estúpida para darle su virginidad y su corazón diez años atrás, acababa de ganar la Super Bowl.
Los compañeros de equipo y Pedro lo aplastaron en un abrazo salvaje de grupo y entonces lo levantaron sobre sus hombros para la celebración.
Por momentos como éste era por lo que él vivía. Los gritos de las fans, adolescentes tirando sus sujetadores y lanzándolos sobre el campo. Toda su vida había querido ser una estrella, un héroe. Ahora, con su primera Super Bowl ganada lo era. Y nadie podría quitárselo.
Alguien pulverizó champan sobre él y cuando lo eliminó de los ojos con la parte de atrás de su mano, un flash de cabello rubio y curvas lujuriosas en las gradas llamó su atención.
Su corazón latió fuerte, casi tan rápido como cuando estaba en la línea de gol. ¿Estaba viendo cosas? Al final, después de todos estos años, ¿ella había decidido perdonarlo?
La mujer retiró el cabello hacia atrás despejando su rostro y su corazón se hundió. No era Paula. Claro que no lo era. Pedro silenciosamente se maldijo por ser un idiota patético.
Después de todo ese tiempo no debiera estar aún pensado en ella y en la noche increíble que pasaron juntos en el segundo curso.
Aquellas doce horas habían sido la única vez que se habían hablado, besado y tocado. Incluso así, ella estaba aún dentro de su cabeza y esto lo tenía loco. Todas las supermodelos y conejitas de Playboy que se habían deslizado dentro y fuera de su cama pudieron sustituirla algunas noches si se movían lo bastante bien y él se convenció de que lo habían hecho.
Pero hoy era diferente.
Alguien abrió una botella de espumoso vino fresco en su cabeza e hizo su parte, riendo y agradeciendo al entrenador.
Miró a la cámara sabiendo que su rostro estaba llenando todas las pantallas del estadio y esto lo hacía pensar en mujeres salvajes. ¿Estaba Paula en una fiesta de la Super Bowl en algún lugar celebrando la victoria de los Outlaws? ¿Habría visto el touchdown de la victoria? ¿Se habría quedado impresionada?
¡Basta! Aquel era el mejor día de su vida y se iba a olvidar de Paula, bebería y dejaría que el mundo lo adorase.
Un periodista empujó el micrófono a su rostro justo cuando los de seguridad contenían a un hombre que intentaba correr hacia el campo. El hombre se hallaba en un estado lamentable y parecía que no tomaba un baño desde hacía una semana y todavía más tiempo que no se cambiaba la ropa.
Los meses de rehabilitación de Pedro a los que le había forzado su padre a lo largo de los años no valían nada y supo lo que estaba por venir. Lo que siempre venía después de acontecimientos como estos.
—¡Soy su padre! —Gimió el hombre a los de seguridad— le he enseñado todo lo que sabe.
—No, — pensó Pedro— yo descubrí como ser un maldito héroe de futbol a pesar de ti.
Que se joda el pasado. Aún tenía a sus amigos, infinitas mujeres magníficas y más dinero de lo que podía gastar.
Acababa de ganar la Super Bowl y lo iba a celebrar.
Le gustase o no.
*****
Cinco meses más tarde, el móvil despertó a Pedro muy temprano. Lo ignoró, pero el que estaba al otro lado era implacable llamando cada treinta segundos. Extendió la mano, abrió un ojo y miró al identificador de llamadas en la pantalla.
Gerencia de los Outlaws. ¿Qué demonios era eso?
Fuera de la temporada de juegos, nadie interrumpía a un Outlaw antes del mediodía. Ciertamente no antes de las ocho de la mañana. Aquellos tipos pagaban sus cuentas, pero él llenaba las gradas, no los tipos de traje. Grandes jugadores querían decir grandes emisoras de TV, lo que significaba todo para los hombres de marketing. El gerente general de los Outlaws, Agustin, debía estar besando su trasero ahora mismo, no irritándolo.
Abrió el teléfono con un dedo.
—¿Siempre intentas despertar a un oso durante la hibernación?
—Necesitamos que vengas al despacho, Pedro.
Consideró colgar, pero no había necesidad de ser rudo.
—Espero ansiosamente verte dentro de dos semanas, Agustin. En el campo de entrenamiento. Adiós.
Por el aparato se oyó un fuerte acento sureño.
—Será mejor que traigas tu trasero aquí chico, y rápido.
¿Quién diablos había dicho eso? Nadie le hablaba de aquella manera. Nunca se atreverían.
—¿Quién es usted? — preguntó fríamente.
—Bobby Wilson, tu nuevo dueño. Si quieres mantener tu empleo estarás en mi oficina en cincuenta y seis minutos.
Pedro colgó e inmediatamente llamó a su agente, Javier. ¡Él había hecho el touchdown vencedor en la Super Bowl, por el amor de Dios! Ningún dueño de equipo en la Tierra le hablaría a su estrella de ese modo. No, si sabía lo que era bueno para él.
—Vamos a alegrar al tipo y descubrir qué quiere — le dijo Javier.
Felizmente aún estaba en buenas condiciones después de un gran fin de semana en Las Vegas y, después de tomar un baño, caminó por la sala de estar; casi estuvo contento de haberse levantado tan temprano. Su propiedad en Seacliff tenía una visión panorámica de cielo azul sobre el océano Pacífico, la niebla normal de Bay Area no se veía por ninguna parte. Miró por las ventanas que iban del suelo al techo hacia las islas de Farallon y observó a los surfistas montar en las olas mientras los niños jugaban playa abajo.
Algunos chicos estaban sentados en su sala de estar jugando al Xbox6 mientras otro estaba adormecido en uno de los sofás de gamuza.
Pedro cogió una botella de zumo de naranja en el refrigerador
—¿Quién está ganando?
AJ murmuró algo ininteligible y en seguida pasó varias veces el dedo pulgar sobre un botón rojo en una rápida sucesión.
Le gustaba ver a sus amigos divirtiéndose en su casa.
Cuando era niño, no podía llevarlos a la caravana porque su padre estaba siempre borracho, entonces pasaba la mayoría de las noches y fines de semana en sus casas. A sus madres no les importaba tener una boca más para alimentar pero, él frecuentemente se sentía como una sanguijuela, como si quisiera instalarse en la perfecta familia de los otros.
Ahora su puerta siempre estaba abierta y siempre tenía fiesta. Incluso a las ocho y media, en una buena mañana de junio, tres gatitas estaban en la piscina bronceándose.
Lástima tener un nuevo jefe para conocer o se hubiera juntado con ellas.
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