BELLA ANDRE
sábado, 5 de noviembre de 2016
CAPITULO 6 (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro había sido su héroe hundiéndose en la oscuridad para llevarla sobre su hombro lejos de aquellos atletas grandes y malos. Además, estar cautiva en su coche y en su casa había sido la cosa más excitante que le había pasado. Él la cogió como si no pesase nada y ella se sintió pequeña y perfecta.
Además, pensó con una pequeña sonrisa, estaba casi segura de que había sentido su furiosa erección en el ascensor. Lo que significaba que la deseaba.
El gin-tonic estaba empezando a disiparse y ella estaba saliendo de aquel limbo confuso y caliente que la había ayudado a flirtear tan fácilmente en el bar. Dejó la taza de café y se levantó, estirándose lentamente, asegurándose de que él pudiese ver cada curva.
—No estoy lista para el café —dijo mientras iba hacia la cocina. Buscó vino en un estante y cogió una botella de Merlot levantándola— ¿Te importaría servirme una copa?
—No —él se puso en pie— creo que no deberías beber más.
—Umm —ella se encogió de hombros. Abrió y cerró los armarios hasta encontrar las copas de vino tinto. Echó una cantidad generosa y levantó la copa hacia su nariz inhalando—. Umm tiene un olor muy agradable.
Miró de soslayo para ver cómo estaba reaccionando él y se desconcertó al ver que se sentaba en un banco en el lado opuesto de la sala. Bien, no sería lo mismo.
Él se inclinó hacia delante, poniendo los codos en las rodillas.
—Cuéntame lo que ha pasado hoy.
—Nada fuera de lo común —Paula llevó la copa al sofá más próximo a él. Era verdad. Ahora se daba cuenta de que su padre nunca la había respetado y que las cosas que le había dicho hoy no eran, por lo tanto, una sorpresa.
—Una chica como tú no se emborracha en un bar sin motivo —la mirada fija de él no vaciló.
—¿Entonces por qué no me lo dices tú? —preguntó ella con voz ronca— ¿Por qué una chica como yo se emborracha en un bar?
Pedro se puso rígido y ella escondió una sonrisa. Esperaba que estuviese rígido en todas partes.
En vez de responder a su provocativa pregunta, se levantó y, recuperando la taza de café la puso en la mesa auxiliar próxima a ella. Entonces cogió su copa de vino.
—Yo tomaré esto.
Pedro era increíblemente sexy cuando actuaba como un hombre de las cavernas con ella, pero no tenía ninguna intención de darle su copa. Era mayorcita y sabía cuando algo era suficiente y, definitivamente, no había tenido suficiente esta noche, especialmente porque ellos dos estaban aún completamente vestidos.
Sedúcelo.
Cerró los ojos. La idea parecía buena. Muy buena. Lo que daría por una noche con él, por la posibilidad de vivir todas sus fantasías.
Sedúcelo.
¿Cómo podría resistirse? Pedro era todo lo que siempre había querido y no tenía forma de negar su atracción por ella, no cuando su erección estaba muy claramente delineada por los vaqueros. Su piel parecía sensible cuando ella se levantó y se movió directamente frente a él. Él no podía volverse sin aceptar la derrota y a Paula le gustó estar tan cerca del calor de su cuerpo y de todos aquellos músculos deliciosos. Olas de calor pulsaron entre sus piernas y escalofríos deliciosos recorrieron su columna vertebral.
—Ven a cogerla —ella apretó la copa entre sus pechos.
Un nítido dolor atravesó el cuerpo de Pedro. Si fuese cualquier otra persona, habría jurado que intentaba seducirlo. ¿Pero Paula? De ninguna manera.
Sus palabras tenían que ser inocentes, pero su mente continuaba girando en torno a ellos hasta que no pudo mantener las cosas de manera correcta. Señor, si por lo menos supiese que él quería venir y quedarse.
Los pechos de ella subían y bajaban rápidamente y el vino tinto casi se esparcía sobre la copa y la suave piel. Solo de pensarlo, se sentía explotar, allí mismo, en sus pantalones.
Diablos, podía cogerla y sacarle el vestido en segundos. Y entonces estaría desnuda y sería suya para poseerla.
Estaba perdiendo la batalla entre lo que estaba bien y lo que estaba mal. Aquellos sentimientos estaban confusos y juntos, tentándolo a descubrir si sus muslos eran tan suaves como parecían. Estaba cerca de empujarla contra él y colocar sus manos en ella. En todas partes.
Apretó su mandíbula y extendió la mano hacia la copa. Pero ella estaba tan cerca que su muñeca le rozó los pechos y los pezones se pusieron rígidos contra él. Sus dedos la alcanzaron cuando los envolvió en el pie de la copa, pero estaba tan duro que no podía controlarse más. El vino se salió de la copa derramándose en su escote. Dios, como quería lamerlo en su piel con largos movimientos.
—Este es mi vestido favorito —susurró— necesito sacar esta mancha antes de que se fije.
Entonces, se sacó el vestido y se quedó de pie en su sala luciendo la lencería roja y negra más sexy que había visto.
No podía quitar los ojos de ella. Nunca había estado tan atraído por una mujer y nunca había visto nada tan bonito.
Los dedos le picaban por acariciarle la piel, deshacer el cierre en su espalda, deslizar las bragas por sus muslos y observarla caer en la alfombra.
—Lo siento mucho —dijo él intentando hablar sin que se le notase la ronquera en la garganta— debería parar de mirarte.
Ella lo miró con los ojos llenos de deseo
—¡Por favor! —dijo ella, y la emoción lo golpeó como un mazazo—. No pares.
—Tú no quieres esto —toda la sangre se le fue al pene.
—Lo quiero —se aproximó— quiero que me toques. Que me beses —bajó la voz hasta un susurro— quiero que hagas el amor conmigo Pedro.
En segundos sus manos estaban en el cabello y la boca de Paula. Sabía que el beso era rudo, que debía parar de mover las palmas de las manos hacia abajo por sus hombros, sobre sus pechos, que no debía de estar empujando su muslo duro cubierto por los vaqueros entre sus piernas desnudas. Pero no podía parar. Nada se interponía entre él y su dulce vagina.
Sintió su sorpresa cuando se lanzó sobre ella, pero ya habían ido mucho más allá del momento en que Paula se podía haber echado atrás. Le había dicho que quería que la follase e iba a conseguir su deseo.
Iba a follarla largo y duro, y no iba a dejarla ir hasta que finalmente consiguiera echarla de sus pensamientos.
Ella jadeó cuando la levantó por las caderas. Su lesión en el hombro palpitó, pero ignoró el dolor.
Amasando la suave carne con las manos y provocando con sus labios la boca de ella, la apoyó contra la ventana presionándola. Recorrió desde su mentón hasta el valle de su cuello y ella se arqueó para darle un mejor acceso. Sus pechos habían subido y los labios de él estaban ávidos y desesperados por probar sus pezones por lo que chupó la punta dura y rosada haciéndola gemir de placer.
Queriendo las manos libres, la apoyó contra la pared de cristal con el peso de su cuerpo.
—Agárrate dulzura.
Ella envolvió los brazos en su cuello y le pasó las rodillas por detrás de la cintura. Estaba tan caliente que calentaba también su pene incluso a través de la gruesa tela de los vaqueros.
Le cubrió los pechos con las manos, apretándolos juntos y lamiendo sus pezones. Podría pasar toda la noche amándolos, mordisqueando la suave carne y escuchando sus gemidos. La próxima ver daría a sus pechos la atención que merecían, porque ahora mismo no podía hacerlo porque deslizó los dedos hacia abajo entre sus labios vaginales.
Encontró la carne lisa y escurridiza mientras oía un jadeo.
—¡Pedro! —dijo mientras él empujaba más sus dedos.
Le cubrió la boca y encontró su lengua en el momento exacto en que introdujo un dedo en su vagina mojada y apretada. Se retorció contra él mientras deslizaba sus otros dedos encima de sus labios.
—Oh Señor, estás mojada —murmuró mientras jugaba con el brote apretado de su clítoris, perdiéndose allí por un largo momento.
Moviendo las caderas contra su mano imploró:
—Por favor, Pedro, ¡Por favor!
Sabía lo que le estaba pidiendo. Ella quería gozar con sus dedos y él la dejaría esa primera vez. La próxima vez sería su boca y después su pene bien enterrado en ella.
Aumentando la presión en su clítoris, movió los dedos en círculos apretados y duros que hicieron que su respiración fuese jadeante y rápida, entonces dejó su culo y deslizó la otra mano hacia abajo, también en dirección a su vagina.
Quería sentirla cabalgar sus dedos y sentir su clímax pulsando contra los nudillos de sus dedos.
Necesitando verle el rostro y los ojos, se apartó de su boca, dejando ligeramente su clítoris, deslizó otro dedo en su vagina.
Los ojos de ella se abrieron de repente, sus iris dilatados de pasión. Oh Señor, ella estaba apretada.
—Goza para mí, dulzura.
Ella agarró la parte de atrás de su cuello con ambas manos y Pedro empujó su boca sobre la suya mientras sus músculos se contraían en sus dedos. Su lengua le invadió la boca cuando ella bombeaba hacia arriba y hacia abajo en su mano. Él nunca había querido a una mujer de esa manera, nunca había estado tan desesperado por abrir los labios de su vagina y follarla.
Las caderas de ella disminuyeron la velocidad cuando el clímax se calmó y él, aunque estaba más duro que antes, suavizó su beso.
Retiró sus dedos y movió su cuerpo lejos, sabiendo que las piernas de ella debían de estar cansadas de tanto apretarse firmemente en su cintura. Ahora quería llevarla a su cama y explorar cada centímetro de aquella piel perfecta con su boca y sus manos.
CAPITULO 5 (SEGUNDA HISTORIA)
Agitando los dedos a Elio, Paula levantó su vaso vacio, y con la otra mano, golpeó levemente el taburete de cuero a su lado.
—Siéntate Pedro, hazme compañía.
Sus largas pestañas ocultaron los ojos ingenuos cuando miró fijamente su entrepierna. Mierda, ¿En realidad ella no estaba mirándole el paquete, o sí? El pene le creció otro doloroso centímetro bajo sus vaqueros. Si sus fans pudiesen ver lo mucho que el “maestro del control”, estaba perdiéndolo ahora, le abuchearían hasta echarlo del campo.
—Podemos hacer esto de manera fácil —dijo él en voz baja—. O podemos hacerlo duro.
Ella se giró un poco para mirarlo, con su carnosa boca curvada ligeramente hacia arriba. Una boca como esa debía ser ilegal. Tenía un recuerdo claramente incómodo, de su regreso a casa de la facultad cinco años atrás, transformada en una diosa con los labios pecaminosamente llenos y rojos, y con curvas que podían volver loco a un hombre.
Las curvas que lo volvieron loco.
Levantando la mirada de su virilidad, ella murmuró.
—Cuéntame más acerca de hacer esto de un modo más duro.
Concentrado en cuánto quería probar aquellos labios, le llevó varios segundos darse cuenta que ella le dio a la palabra duro una connotación sexual. Rápidamente recordó que era porque estaba ebria.
Paula siempre mantenía una impresionante profesionalidad ante los muchachos, la forma en que estaba actuando no tenía nada que ver con él. Después de, Dios sabe cuántas copas, seguramente ella se habría acercado a cualquier sujeto en cualquier bar. Lo cual era una razón más para que la sacara de allí.
En un instante la cogió y se la puso al hombro, con el dulce trasero en sus manos y los pechos presionando contra sus omoplatos. Esperó que gritase, que insistiese en que la dejara en el suelo, pero por el contrario, movió las caderas con más firmeza en la curva de sus manos.
—Mmmm, eres fuerte —murmuró ella mientras él atravesada apresuradamente el suelo de cemento.
Varios chicos silbaron y algunos se atrevieron a aplaudir.
—¡Eso es, Pepe! —exclamó uno de ellos, y él les hizo una mueca feroz, haciendo nota mental de patear cada uno de aquellos sucios traseros por los pensamientos sucios sobre Paula.
Wilson le sonrió.
—Gracias por llevártela de aquí. Vigilar ese trasero era demasiada responsabilidad para mí.
En menos de un minuto, estaban fuera del bar y la había colocado en el asiento del pasajero. Intentó tener el mínimo contacto cuando se inclinó sobre ella para ponerle el cinturón de seguridad, pero no pudo evitar presionar el tríceps en sus pechos. Cuando se puso al volante, se advirtió por enésima vez que se calmara, ella estaba encogida en el asiento de cuero, parecía una gata acurrucada en una manta confortable. Sus ojos eran como miel caliente derritiéndose sobre él. Nunca la había visto así, con la guardia tan baja.
Era toda una mujer… a la caza de un hombre.
Decidiendo que lo más sensato era representar el papel de amigo preocupado, dijo:
—Voy a llevarte a mi casa para que tomes un café. Cuando estés sobria me vas a decir cómo demonios acabaste en Barnum’s.
Algo debía de haber pasado entre la sesión de fotos y Barnum’s —seguramente algo sobre el trabajo. Tan pronto como le pusiera al corriente, arreglaría el problema.
Sin embargo no era tonto. Los hombres sabían que las mujeres odiaban que ellos intentasen resolver sus problemas, por lo que no dejaría que ella se enterara.
Con una voz cálida Paula dijo:
—Siempre he querido ver tu casa.
Ella se abrazó las rodillas, había olvidado coger sus zapatos cuando salieron y su erección creció todavía más a la vista de las uñas rojas que asomaban bajo esas sexys medias de red.
Se aclaró la garganta, tratando de eliminar todas las señales de lujuria en su tono de voz.
—Te voy a llevar ahora.
Ella ronroneó.
—Genial, llevo mucho tiempo esperando a que me lleves.
Oh Dios, si por lo menos Paula supiese todas las maneras en que él quería llevarla, lo echaría de su coche. Era inocente y pura, no tenía ni idea del lado oscuro de la vida —o de los hombres.
Unos minutos más tarde entró en el garaje del edificio. Paula estaba en silencio; tal vez se había quedado dormida, pensó.
Era un bastardo enfermo, no le importaría tener una excusa para cogerla y llevársela escaleras arriba. Podría tenerla en su cama, imágenes potentes inundaron su cerebro: ella desnuda entre las sábanas, de pie bajo el agua de la ducha, secándose entre las piernas con una toalla.
Luchando por apartar las imágenes clasificadas X, se sorprendió al ver que Paula lo estaba mirando maliciosamente, con sus ojos de color ambarino llenos de deseo.
Era bastante obvio que había estado enamorada de él en su adolescencia, pero nunca le había mirado así antes —como si quisiese abrir sus pantalones y devorar su polla allí mismo.
¡Joder!
—¡Quédate aquí! —Le advirtió cuando fue hacia su lado. Lo último que necesitaba era que se cayera del coche y se golpeara la cabeza contra el suelo de cemento, entonces abrió la puerta del copiloto y extendió las manos. Una vez que estuvieran arriba haría una taza de café y se sentaría en el lado contrario de la sala de estar mientras se la bebía.
Ella se tambaleó un poco e instintivamente la sujetó contra su pecho para estabilizarla.
Sus pechos y la manera en que se apoyó contra él eran criminales.
—¿Sabes una cosa? —ella susurró cuando pasó un brazo a su alrededor, deslizando las puntas de los dedos por sus tríceps y dorsales—. Creo que me gusta hacer las cosas de forma más dura.
Bajó el rostro contra su hombro y su cabello le hizo cosquillas en la barbilla. Tener que mantener las manos alejadas de ella lo estaba matando.
Ignorando a propósito el intento de seducción de sus palabras, dijo:
—Te sentirás mucho mejor cuando hayas tomado un poco de café
Su sonrisa era perezosa cuando la llevó al ascensor. Se relajó contra su cuerpo, y él se sorprendió, a su pesar, por la forma en que encajaban, el suave calor de Paula era el complemento perfecto para su sólida masa.
—Ya me siento mejor —dijo ella con una sonrisa dulce.
Si no estuviera tan en sintonía con cada latido de su corazón, con la forma en que sus pezones se habían endurecido bajo el vestido oscuro, podría no haber escuchado lo que dijo en un susurro
— Ahora que estás aquí.
Su pene creció otro centímetro bajo la cremallera de los pantalones. Ella no estaba poniéndoselo fácil. Abrió la puerta, fue al vestíbulo y dejó caer las llaves en el aparador, dirigiéndose a la cocina. Tanto la cocina como el salón, eran de cristal del suelo al techo, las luces de los coches, barcos y casas de toda la bahía brillaban sobre el granito y la madera de cerezo que cubría la sala. Fiel a sus raíces italianas, se enorgullecía de ser un buen cocinero. No es que Paula fuera a averiguarlo, porque si apenas podía controlarse tomando un café, estaba seguro como el infierno que no podría mantener su polla en los pantalones con una comida completa.
Paula se separó y se acercó a las ventanas. Le hizo un café bien fuerte, pero cuando se volvió hacia ella, casi soltó una carcajada. Estaba pegada a la ventana, con las manos contra el cristal. La risa murió en su garganta cuando se imaginó surgiendo tras ella, arrancándole el vestido, deslizando las medias hacia abajo e introduciéndose en su húmedo calor. Con los pesados senos entre sus manos y los pezones rígidos entre sus dedos.
Sus famosas manos firmes, estaban temblando mientras llevaba la taza de café. Al notar que se acercaba, ella se giró y dijo:
—Que bellas vistas.
Paula era mucho más bonita que cualquier vista y no podía apartar sus ojos de ella —no podía apartar las imágenes altamente eróticas que corrían por su cabeza: de los dos desnudos y sudorosos.
—Sí —respondió finalmente— es bonito —la tomó de la mano y la guió hasta el lujoso sofá—. Bébetelo.
Dios, había sonado como un hombre de las cavernas. Nunca había estado tan nervioso ante las cámaras o jugando en un estadio ante cien mil aficionados gritando. ¿Entonces cómo podía una única y curvilínea mujer hacerle tan difícil articular dos palabras seguidas?
Ella se sentó sobre sus piernas y cogió la taza. Llevándosela a los labios, tomó un sorbo de café, mirándole descaradamente por encima de la taza.
—Realmente me gusta tu casa —dijo—. Pero le falta una cosa.
Faltas tú.
Las palabras asaltaron sin censura su cerebro. Porque incluso con las vistas, el bonito mobiliario y la cocina de gourmet, ella tenía razón. Su casa nunca había sido un hogar. Hasta ahora, con ella acurrucada en el sofá, comiéndoselo con los ojos.
Traerla aquí había sido una mala idea. Una muy mala idea.
Pero él no tenía que salvarla de los otros jugadores del Barnum’s. Tenía que salvarla de él mismo.
CAPITULO 4 (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro corrió los últimos cien metros de la pista ganándole a Lisandro Calhoun por un centímetro. Había caído en la hierba jadeando en busca de aire.
—Nunca pensé que llegaría el día en que un viejo como tú me ganaría —dijo Lisandro jadeando.
Él rió a través de la punzada de dolor en su cadera y el latido de su rodilla.
—El matrimonio te ha dejado más lento —se burló, aunque sabía que era su trabajo como receptor lo que le hacía ser más rápido en el campo.
—¿Qué puedo decir? Tengo mejores cosas en mi mente que una bola de cuero —sonrió Lisandro— nada le gana a una nueva e insaciable esposa esperándome en casa.
Estaba feliz por su amigo, que era uno de los mejores quaterbacks del país. Las cosas habían estado inciertas por algún tiempo pero felizmente todo había acabado funcionando para Lisandro que ya no era un play-boy sino un hombre casado y contento con su vida.
—¿Y qué pasa contigo? —preguntó Lisandro mientras iniciaba una serie de estiramientos— ¿El matrimonio y los hijos forman parte de tu próximo futuro?
Una imagen de Paula estalló en la cabeza de Pedro, con todas sus sensuales curvas, sus llenos y deliciosos labios rojos y una sexualidad casi accidental. La sangre corrió por su ingle.
La hija del agente estaba fuera de los límites para ellos.
Incluso aunque ella luciese mejor que nunca aquella mañana en la sesión de fotos, aunque sus lujuriosas curvas hubieran encajado perfectamente en sus manos, aunque tuviera la piel más suave que hubiese tocado. Se preguntó por milésima vez como sería sin su ropa; si la piel de sus pechos, de su vientre —y entre sus piernas— sería tan cremosa y tentadora como su lindo rostro.
¡Diablos! Necesitaba sacar de su cerebro la imagen de Paula desnuda y ruborizada en su cama. Se giró y apoyó las manos en la hierba para una serie de flexiones —mi última novia confundía el béisbol con el fútbol.
—Ey, creo que también fue mi novia —dijo Lisandro sonriendo— ¿Por lo menos era guapa?
Pedro hizo su última flexión a una pulgada de la hierba durante veinte segundos para esforzarse al máximo.
Bajando su peso lentamente dijo:
—Creo que sí.
La chica era muy delgada y de apariencia artificial, con los mismos labios y pechos de silicona y el culo delgado, al igual que todas las otras rubias que eran novias de tipos como él.
El sol estaba empezando a definirse cuando fueron a las duchas y Pedro permaneció bajo el chorro caliente durante varios minutos. Una parte de su trabajo con los Outlaws estaba ligada a su aspecto. No solo en el campo, sino en fiestas de caridad y fiestas para los medios. Pero siempre había mantenido un rígido control sobre sí mismo cuando se encontraba cerca de la hija de Tomas Chaves, independientemente del hecho absurdo de querer follarla.
Podía ser la mujer con mejor aspecto en kilómetros, pero estaba destinada a algún otro bastardo con suerte y no era solo que Tomas nunca le perdonaría por tocar a su hijita, además él era mucho mayor y experimentado.
Luchó contra la oscuridad dentro de sí mismo muchas veces y, al final, acabó perdiendo. Ella merecía algo mejor que él.
Salió del escurridizo suelo para secarse y, en seguida, se puso los pantalones y una camiseta. No perdía mucho tiempo en bares. Acabó con aquel tipo de comportamiento en segundo grado, pero esta noche sentía que necesitaba una cerveza. En algún lugar fuera de las miradas del público dónde podía estar con los tipos, jugar un poco al billar y dejar de pensar en la preciosa mujer que no podía tener.
El sol estaba poniéndose en medio de la bahía, mientras se dirigía a lo largo del embarcadero en dirección a Barnum´s.
De vez en cuando un tipo necesitaba un lugar dónde estar lejos de los fans. Diablos, algunos necesitaban incluso apartarse de sus esposas y novias.
Para el resto del mundo, el atletismo profesional parecía una gran fiesta y, de hecho, millones estaban en la línea a cada jugada y en cada enfoque. El juego del domingo había sido matador y el cuerpo le dolía como el infierno, tanto que la recuperación le había llevado toda la semana. Después de pasar un tiempo en baños de hielo y masajes asesinos después del entrenamiento tenía suerte si el sábado por la mañana estaba a medio camino de la normalidad, solamente para empezar otro juego el domingo.
Pero aunque ahora le doliera más que antes —su hombro latía a causa de los ejercicios y su rodilla aún estallaba— no tenía nada de qué quejarse. No estaba sentado tras una mesa y no estaba colocando un tejado a 43º de temperatura.
Solamente no se curaba tan rápido como acostumbraba.
Estacionó el coche en el oscuro y apretado garaje de Barnum´s, pronto entró en el sucio callejón y pulsó el código de seguridad próximo a la puerta de incendios de metal negro. La cerradura dio un clic, se abrió, y él entró dejando a sus ojos un momento para ajustarse a la débil iluminación del local.
Varios de los habituales estaba allí —un puñado de jugadores locales de hockey y baseball, además de varios de los Outlaws. Y entonces sus ojos se posaron sobre una visión inesperada. Una mujer de cabello ondulado estaba sentada en uno de los bancos del bar. Estaba de espaldas a él, con los pies descalzos y los zapatos descartados en el suelo, bajo la silla.
Mientras se preguntaba qué infiernos estaba haciendo dentro de Barnum´s, su pene inmediatamente reaccionó al culo exuberante, la delgada cintura y los pechos llenos que se insinuaban por detrás de la curva del codo. Una voz en su cabeza le dijo que aquella mujer podía ser la sustituta perfecta para Paula, por lo menos para una noche.
Los otros jugadores también la estaban observando, leones de montaña cazando a su presa en silencio, preparados para hundir sus dientes en su cuello a la menor señal de debilidad.
Los instintos protectores luchaban con la excitación dentro de Pedro y aceptó la inevitable decisión. Era su deber sacarla de allí antes de que algo malo le pasara.
Aquellos tipos eran en su mayoría buenos, pero de vez en cuando aparecía una simiente ruin, sobre todo entre los novatos, ya que nadie tenía realmente control sobre ellos durante algunos años. Estaban muy frescos y excitados por su nueva condición profesional. Y a veces hacían cosas estúpidas, elegían el tipo equivocado de chica, hacían algo absurdo ante una cámara o colgaban algo indecente en Internet, especialmente si estaban bebidos.
Pedro sabía de primera mano lo que era estropearlo todo, cómo una serie de decisiones equivocadas podían volver en un momento y arruinarlo todo.
Con el rostro sombrío, se dirigió a la mujer. Estaba conversando con Elio y riendo sobre algo que pasaba en la TV. Una señal de alarma apareció en su cabeza, la misma señal que oía en el campo antes de ser arrollado por un defensor cuando corría con la pelota.
La risa era ronca y sensual.
Y extrañamente familiar.
Oh, Diablos.
Paula Chaves, la mujer que él quería amarrar a su cama y no soltar hasta que cumpliese la última de sus fantasías sexuales, se había introducido en Barnum´s.
La rabia lo atravesó cuando cruzó el bar. Ella había estado en este negocio el tiempo suficiente para saber que cualquier chica que se emborrachase alrededor de un jugador sería presa fácil. Sentarse allí pareciendo tan increíblemente sexy como era, hacía que simplemente lo pidiese. Podía también subir sobre una de las mesas, sacarse la ropa e implorar que uno de aquellos tipos la tomase de la misma maldita manera que quería hacerlo él.
Estaba casi a su lado cuando ella se giró y lo vio.
—¡Pedro! —gritó, su nombre borroso en los bordes—. Justamente estaba viéndote en la televisión —le guiñó un ojo como si fuese su regalo de cumpleaños y Navidad todo en uno.
Siguió su débil gesto hacia la enorme pantalla colgada encima de las botellas. La ESPN estaba mostrando un clip suyo haciendo un touchdown en una recepción sobre el hombro.
—¡Eres tan increíble! —murmuró inclinándose en su dirección—. Tan rápido y tan grande.
Los inocentes elogios le habían hecho tener una súbita y violenta erección e intentando ignorar la respuesta instintiva de su cuerpo y su proximidad envolvió los dedos en torno a su brazo.
La piel estaba muy caliente, muy suave y muy invitadora.
Su indignación por la forma en que ella se estaba poniendo en peligro se fundió con su frustración por perder la batalla contra su pene.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí?
Ella pasó la lengua por el borde de su boca. Oh Señor, tuvo que desviar la mirada de su boca. Aquello le volvía loco.
—Es un secreto —susurró ella.
Inclinó la cabeza hacia atrás para reír y los ojos de él quedaron prisioneros de la rápida pulsación en su cuello largo y suave. Su piel tenía una perfección rosada, su cabello era una mezcla de rubio, y castaño que lo hacía querer hundir sus dedos en él durante horas, solamente para saber cual era realmente su color.
—Voy a llevarte a casa —le dijo, y su voz estaba más ronca de lo que pretendía—. Ahora.
—No, gracias —Paula no se movió. Cogió una copa y bebió hasta la última gota, echando la lengua hacia afuera para lamerla.
Su pene se movió cuando ignoró su orden. Él siempre había asumido que era suave y flexible y esta fácil negativa a sus deseos hizo que su pene se pusiese aún más duro.
Aparecieron imágenes en que ella lo amarraba y lo enganchaba encima de su cabeza. Una mujer más sensata habría sabido que no debía meterse con él. Pero Paula obviamente había pasado muchos años rodeada por grandes y corpulentos jugadores de fútbol que la trataban como a una hermana más joven. Pensaba que estaba segura con él.
No lo estaba.
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