BELLA ANDRE

sábado, 5 de noviembre de 2016

CAPITULO 4 (SEGUNDA HISTORIA)





Pedro corrió los últimos cien metros de la pista ganándole a Lisandro Calhoun por un centímetro. Había caído en la hierba jadeando en busca de aire.


—Nunca pensé que llegaría el día en que un viejo como tú me ganaría —dijo Lisandro jadeando.


Él rió a través de la punzada de dolor en su cadera y el latido de su rodilla.


—El matrimonio te ha dejado más lento —se burló, aunque sabía que era su trabajo como receptor lo que le hacía ser más rápido en el campo.


—¿Qué puedo decir? Tengo mejores cosas en mi mente que una bola de cuero —sonrió Lisandro— nada le gana a una nueva e insaciable esposa esperándome en casa.


Estaba feliz por su amigo, que era uno de los mejores quaterbacks del país. Las cosas habían estado inciertas por algún tiempo pero felizmente todo había acabado funcionando para Lisandro que ya no era un play-boy sino un hombre casado y contento con su vida.


—¿Y qué pasa contigo? —preguntó Lisandro mientras iniciaba una serie de estiramientos— ¿El matrimonio y los hijos forman parte de tu próximo futuro?


Una imagen de Paula estalló en la cabeza de Pedro, con todas sus sensuales curvas, sus llenos y deliciosos labios rojos y una sexualidad casi accidental. La sangre corrió por su ingle.


La hija del agente estaba fuera de los límites para ellos. 


Incluso aunque ella luciese mejor que nunca aquella mañana en la sesión de fotos, aunque sus lujuriosas curvas hubieran encajado perfectamente en sus manos, aunque tuviera la piel más suave que hubiese tocado. Se preguntó por milésima vez como sería sin su ropa; si la piel de sus pechos, de su vientre —y entre sus piernas— sería tan cremosa y tentadora como su lindo rostro.


¡Diablos! Necesitaba sacar de su cerebro la imagen de Paula desnuda y ruborizada en su cama. Se giró y apoyó las manos en la hierba para una serie de flexiones —mi última novia confundía el béisbol con el fútbol.


—Ey, creo que también fue mi novia —dijo Lisandro sonriendo— ¿Por lo menos era guapa?


Pedro hizo su última flexión a una pulgada de la hierba durante veinte segundos para esforzarse al máximo. 


Bajando su peso lentamente dijo:
—Creo que sí.


La chica era muy delgada y de apariencia artificial, con los mismos labios y pechos de silicona y el culo delgado, al igual que todas las otras rubias que eran novias de tipos como él.


El sol estaba empezando a definirse cuando fueron a las duchas y Pedro permaneció bajo el chorro caliente durante varios minutos. Una parte de su trabajo con los Outlaws estaba ligada a su aspecto. No solo en el campo, sino en fiestas de caridad y fiestas para los medios. Pero siempre había mantenido un rígido control sobre sí mismo cuando se encontraba cerca de la hija de Tomas Chaves, independientemente del hecho absurdo de querer follarla. 


Podía ser la mujer con mejor aspecto en kilómetros, pero estaba destinada a algún otro bastardo con suerte y no era solo que Tomas nunca le perdonaría por tocar a su hijita, además él era mucho mayor y experimentado.


Luchó contra la oscuridad dentro de sí mismo muchas veces y, al final, acabó perdiendo. Ella merecía algo mejor que él.


Salió del escurridizo suelo para secarse y, en seguida, se puso los pantalones y una camiseta. No perdía mucho tiempo en bares. Acabó con aquel tipo de comportamiento en segundo grado, pero esta noche sentía que necesitaba una cerveza. En algún lugar fuera de las miradas del público dónde podía estar con los tipos, jugar un poco al billar y dejar de pensar en la preciosa mujer que no podía tener.


El sol estaba poniéndose en medio de la bahía, mientras se dirigía a lo largo del embarcadero en dirección a Barnum´s. 


De vez en cuando un tipo necesitaba un lugar dónde estar lejos de los fans. Diablos, algunos necesitaban incluso apartarse de sus esposas y novias.


Para el resto del mundo, el atletismo profesional parecía una gran fiesta y, de hecho, millones estaban en la línea a cada jugada y en cada enfoque. El juego del domingo había sido matador y el cuerpo le dolía como el infierno, tanto que la recuperación le había llevado toda la semana. Después de pasar un tiempo en baños de hielo y masajes asesinos después del entrenamiento tenía suerte si el sábado por la mañana estaba a medio camino de la normalidad, solamente para empezar otro juego el domingo.


Pero aunque ahora le doliera más que antes —su hombro latía a causa de los ejercicios y su rodilla aún estallaba— no tenía nada de qué quejarse. No estaba sentado tras una mesa y no estaba colocando un tejado a 43º de temperatura. 


Solamente no se curaba tan rápido como acostumbraba.


Estacionó el coche en el oscuro y apretado garaje de Barnum´s, pronto entró en el sucio callejón y pulsó el código de seguridad próximo a la puerta de incendios de metal negro. La cerradura dio un clic, se abrió, y él entró dejando a sus ojos un momento para ajustarse a la débil iluminación del local.


Varios de los habituales estaba allí —un puñado de jugadores locales de hockey y baseball, además de varios de los Outlaws. Y entonces sus ojos se posaron sobre una visión inesperada. Una mujer de cabello ondulado estaba sentada en uno de los bancos del bar. Estaba de espaldas a él, con los pies descalzos y los zapatos descartados en el suelo, bajo la silla.


Mientras se preguntaba qué infiernos estaba haciendo dentro de Barnum´s, su pene inmediatamente reaccionó al culo exuberante, la delgada cintura y los pechos llenos que se insinuaban por detrás de la curva del codo. Una voz en su cabeza le dijo que aquella mujer podía ser la sustituta perfecta para Paula, por lo menos para una noche.


Los otros jugadores también la estaban observando, leones de montaña cazando a su presa en silencio, preparados para hundir sus dientes en su cuello a la menor señal de debilidad.


Los instintos protectores luchaban con la excitación dentro de Pedro y aceptó la inevitable decisión. Era su deber sacarla de allí antes de que algo malo le pasara.


Aquellos tipos eran en su mayoría buenos, pero de vez en cuando aparecía una simiente ruin, sobre todo entre los novatos, ya que nadie tenía realmente control sobre ellos durante algunos años. Estaban muy frescos y excitados por su nueva condición profesional. Y a veces hacían cosas estúpidas, elegían el tipo equivocado de chica, hacían algo absurdo ante una cámara o colgaban algo indecente en Internet, especialmente si estaban bebidos.


Pedro sabía de primera mano lo que era estropearlo todo, cómo una serie de decisiones equivocadas podían volver en un momento y arruinarlo todo.


Con el rostro sombrío, se dirigió a la mujer. Estaba conversando con Elio y riendo sobre algo que pasaba en la TV. Una señal de alarma apareció en su cabeza, la misma señal que oía en el campo antes de ser arrollado por un defensor cuando corría con la pelota.


La risa era ronca y sensual.


Y extrañamente familiar.


Oh, Diablos.


Paula Chaves, la mujer que él quería amarrar a su cama y no soltar hasta que cumpliese la última de sus fantasías sexuales, se había introducido en Barnum´s.


La rabia lo atravesó cuando cruzó el bar. Ella había estado en este negocio el tiempo suficiente para saber que cualquier chica que se emborrachase alrededor de un jugador sería presa fácil. Sentarse allí pareciendo tan increíblemente sexy como era, hacía que simplemente lo pidiese. Podía también subir sobre una de las mesas, sacarse la ropa e implorar que uno de aquellos tipos la tomase de la misma maldita manera que quería hacerlo él.


Estaba casi a su lado cuando ella se giró y lo vio.


—¡Pedro! —gritó, su nombre borroso en los bordes—. Justamente estaba viéndote en la televisión —le guiñó un ojo como si fuese su regalo de cumpleaños y Navidad todo en uno.


Siguió su débil gesto hacia la enorme pantalla colgada encima de las botellas. La ESPN estaba mostrando un clip suyo haciendo un touchdown en una recepción sobre el hombro.


—¡Eres tan increíble! —murmuró inclinándose en su dirección—. Tan rápido y tan grande.


Los inocentes elogios le habían hecho tener una súbita y violenta erección e intentando ignorar la respuesta instintiva de su cuerpo y su proximidad envolvió los dedos en torno a su brazo.


La piel estaba muy caliente, muy suave y muy invitadora.


Su indignación por la forma en que ella se estaba poniendo en peligro se fundió con su frustración por perder la batalla contra su pene.


—¿Qué diablos estás haciendo aquí?


Ella pasó la lengua por el borde de su boca. Oh Señor, tuvo que desviar la mirada de su boca. Aquello le volvía loco.


—Es un secreto —susurró ella.


Inclinó la cabeza hacia atrás para reír y los ojos de él quedaron prisioneros de la rápida pulsación en su cuello largo y suave. Su piel tenía una perfección rosada, su cabello era una mezcla de rubio, y castaño que lo hacía querer hundir sus dedos en él durante horas, solamente para saber cual era realmente su color.


—Voy a llevarte a casa —le dijo, y su voz estaba más ronca de lo que pretendía—. Ahora.


—No, gracias —Paula no se movió. Cogió una copa y bebió hasta la última gota, echando la lengua hacia afuera para lamerla.


Su pene se movió cuando ignoró su orden. Él siempre había asumido que era suave y flexible y esta fácil negativa a sus deseos hizo que su pene se pusiese aún más duro. 


Aparecieron imágenes en que ella lo amarraba y lo enganchaba encima de su cabeza. Una mujer más sensata habría sabido que no debía meterse con él. Pero Paula obviamente había pasado muchos años rodeada por grandes y corpulentos jugadores de fútbol que la trataban como a una hermana más joven. Pensaba que estaba segura con él.


No lo estaba.




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