BELLA ANDRE
jueves, 10 de noviembre de 2016
CAPITULO 23 (SEGUNDA HISTORIA)
—Pasa la noche conmigo, Paula.
Ella dejó que enlazara los dedos de su mano.
—Haces que sea muy difícil a una chica decir que no —susurró.
Él sonrió con un destello seductor de sus dientes blancos y una barba de varios días en la fuerte mandíbula.
—Me acordaré de ello.
Rodeó el coche y la ayudó a salir justo cuando su estómago gruñó.
—También tengo hambre —dijo él— ¿Has comido spaghetti alla carbonara?
Ella negó.
—Mis antepasados vinieron en el Mayflower. Crecí en Wonder Bread con lonchas de queso procesado y macarrones Kraft con queso, si mi madre quería condimentar los platos.
Él sonrió.
—Parece que dependes de mí para educar tu paladar.
Tomaron el ascensor hasta el apartamento, ella lo siguió hasta la cocina. La mayoría de los hombres con quien había salido no tenían ni idea de cocinar, siempre esperaban que fuera ella quien preparase rápidamente algo increíble en quince minutos. Desgraciadamente, cocinar no era una de sus habilidades, quemaba incluso las palomitas del microondas. Si Pedro sabía en verdad cocinar, sería un punto más a su favor que añadir a su larga lista.
Abrió una botella de vino.
—Prefieres un Merlot, ¿verdad?
Ella asintió, emocionada por el hecho de que se acordara.
Se sentó en el taburete de cuero del bar, él deslizó una copa a través de la isla de granito negro.
—El vino blanco hace que me piquen los dedos de los pies —admitió.
Él levantó una ceja.
—Es bueno saberlo.
Las mariposas revolotearon en su estómago cuando se preguntó qué iba a hacer con ese dato.
Movió los dedos de los pies mientras él sacaba huevos y beicon del frigorífico de acero inoxidable y los spaghetti de la despensa. Luego cogió una olla de cobre brillante de encima de la cocina de gas.
—¿Dónde aprendiste a cocinar? —preguntó ella.
—Mi madre podía hacer cualquier cosa. Era una apasionada de la comida —metió la mano en el frigorífico, desviando la mirada de ella—. Si los programas de cocina se hubieran inventado hace treinta años, ella habría sido una estrella.
Paula procesó la información, preguntándose qué era lo que no le estaba contando.
—¿Era una madre a tiempo completo?
Pedro puso a hervir el agua.
—Mi padre murió cuando yo tenía tres años y ella nos mantuvo embolsando comestibles en la tienda Mon-and-Pop de la esquina.
De repente recordó una noticia que leyó sobre él. Después de firmar su primer contrato importante en la liga, le compró una casa a su madre.
—¿Eras el más pequeño?
—No, el mayor. Mi hermana es un año más joven que yo, y después viene mi hermano.
—Dios mío —dijo ella—. Tres niños menores de tres años. ¿Cómo lo hizo tu madre?
Él pareció incomodo.
—Era duro a veces. Pero lo hizo lo mejor que pudo.
Estaba claro que no quería que preguntara más. La hería que no compartiera sus sentimientos con ella, pero lo entendía. Paulaa tampoco ofrecía información sobre la relación con su padre. Además, conocía a Pedro. Era de naturaleza protectora, si no hubiera sido por su tamaño, habría jugado de defensa.
De niño, debió de intentar asumir el papel de hombre de la casa, lo que tuvo que ser un peso demasiado grande para un niño tan pequeño.
No era raro que los deportistas profesionales tuvieran cargas sobre sus hombros, muchos de ellos superaron malas infancias, barrios violentos y poco dinero. Pero Pedro jamás intentó usar sus orígenes como una disculpa para un mal comportamiento, era mejor hombre que eso. Una razón más para amarlo —pero una que no necesitaba.
Parecía un gitano salvaje con su pelo, ojos y piel morena.
Deseaba con desesperación ser la compañera por quien lo sacrificara todo. Pero la verdad era que llegaría el día que lo vería con otra mujer dándole un beso de celebración después de un partido; tal vez incluso embarazada de un hijo suyo.
De repente odió a esa mujer con toda intensidad.
Tomo un trago de vino, deseando que dejaran de hablar y volviesen a la cama, donde las cosas eran más simples.
Cuando hacían el amor podía concentrarse en su cuerpo y olvidar temporalmente su corazón.
Pedro nunca compartía las historias de su familia con nadie. Ni siquiera con sus compañeros de equipo, ni entrenadores y ciertamente tampoco con ninguna de las mujeres con las que había tenido relaciones. Incluso su hermano y hermana evitaban discutir sobre sus infancias cuando se reunían, soslayando el hecho de que su madre viuda traía a casa un tipo nuevo cada mes, y que cada uno de ellos era peor que el anterior, hasta que se casó con el mayor gilipollas de todos.
Sus hermanos nunca le agradecieron que les protegiera de aquellos hombres; pero no hacía falta. Alguien tenía que empezar a tomar buenas decisiones en su casa, porque su madre no era capaz de administrarla. Así que él se ocupó de ello.
Después, cuando estaba en el último año de secundaria, su madre eligió al cabrón de su marido sobre sus hijos, y él pensó:
—¡Que se jodan!
Entonces empezó a beber, follar y robar coches. Era un ambicioso jugador de fútbol, un hombre grande en el campus con una fantástica beca de estudios en la Universidad de Miami. Era un maestro en conducir borracho con una chica sin bragas sentada a su lado, retorciéndose bajo sus dedos en el clítoris.
Pero su suerte terminó a altas horas de la noche el día de su graduación. Joe robó el coche, pero Pedro lo conducía. Iba a más de cien kilómetros por hora con una botella abierta de Jim Beam en los asientos de cuero. Estaba oscuro y llovía, Pedro pensó que era invencible.
Pero el árbol fue más fuerte que ellos, destrozando las piernas de Joe.
Aunque Pedro, salió prácticamente ileso del impacto, emocionalmente estaba destruido. Joe perdió la beca de estudios y nunca volvió a jugar al fútbol. Pedro debería de haber sido procesado, debería haber sido obligado a pagar por lo que había hecho. Pero la familia de Joe era influyente en la política del estado de Washington e insistieron en mantener el incidente completamente en secreto.
Que fue donde comenzó la historia oficial. Fue a la facultad, se convirtió en profesional y ganó millones. Pero cada día, pagaba por aquella falta de control a los veinte años. Estar con Paula era lo más cerca que había estado en todo el tiempo de perder ese control.
En silencio puso la pasta en los platos y los llevó al comedor.
Paula tomó un bocado y agrandó los ojos.
—¡Pedro! Esto es increíble. Podrías competir con tu amigo Mateo por su sueldo.
—Te voy a pagar para que se lo digas la próxima vez que lo veas.
Ella lo miró sorprendida.
¡Mierda! Tenía que estar en guardia con ella. No hacía promesas a las mujeres y hacerlas ahora estaba fuera de toda discusión.
Era hora de cambiar de tema, hacer algo que involucrara menos palabras y más sexo.
Empujó su plato.
—He estado pensando.
Ella dejó el tenedor.
—¿Sobre qué?
—En los chorros.
Ella pareció confundida
—¿Chorros?
Él asintió.
—De mi bañera.
Paula respiró hondo y disfrutó viendo ascender sus pechos.
—¿Y?
—Quiero verlos en acción —se levantó extendiendo la mano—. Contigo en la bañera.
Ella le cogió la mano.
—¿Y tú?
— Y yo.
Suavemente la besó dirigiéndose al baño, donde abrió los grifos.
—Nunca te he desnudado —observó en voz baja.
Ella sonrió.
—Normalmente no nos da tiempo.
Pedro se rió. El sexo y la risa nunca antes habían ido juntos, solo con Paula.
—Eso es porque soy un bastardo codicioso —dijo mientras cogía el bajo de la sensual blusa.
—No tengo quejas —murmuró ella al tiempo que levantaba las manos por encima de la cabeza.
Admiró el sujetador de encaje casi transparente con una lujuria mal contenida. Quería ponerla contra los azulejos de la pared y repetir su primera vez juntos.
—Eres demasiado buena para mí —dijo poniéndole las manos en la espalda, acercando los senos a su boca.
Su suave gemido le volvía loco, al igual que la manera tierna en que le acariciaba la espalda con las manos. En vez que arrancarle la falda de nuevo, buscó la cremallera. Esta cayó al suelo y pasó las manos por su culo desnudo, al tiempo que le chupaba los pechos.
La levantó en sus brazos, momentos después estaban en la bañera, ella de espaldas a él.
—Todavía estoy vestida —dijo sacando una de las piernas con una liga fuera del agua. Los pezones cubiertos de encaje flotaban en las palmas de sus manos.
—Lo hice lo mejor que pude —dijo recorriendo con besos su cuello.
—Siempre hay una próxima vez —dijo ella.
—Y el tiempo después de eso —él estuvo de acuerdo incapaz de estar un minuto más sin tocar su coño. Deslizó las manos entre sus piernas, Paula se resistió en su mano cuando se introdujo en ella.
—No puedo tener suficiente de ti —introdujo los dedos más profundamente. Con el codo controló los chorros viéndose envueltos en minúsculas burbujas que se disparaban contra ellos en todas direcciones.
—Abre las piernas, cariño —dijo frotando en círculos el pulgar sobre su clítoris.
Ella separó las piernas, pero él le dijo:
—Aun más.
Poniéndole las manos en las caderas la posicionó frente a uno de los chorros.
—Dime lo bien que se siente.
Ella jadeó.
—Ahora se siente muy bien. ¡Oh, Dios! —dijo—. Muy bien
—Córrete para mí.
Desabrochó el sujetador y cubrió sus pechos húmedos. Ella gimió de placer cuando jugó con sus pezones, y él no podía dejar de frotar su erección contra el trasero suave y redondo.
Su miembro estaba duro como una piedra y preparado para explotar cuando besaba su cuello.
Ella respiraba pesada y rápidamente, entonces de repente sus gritos de placer resonaron en las paredes. Pedro se aseguró de mantener su clítoris directamente bajo el chorro de agua, pero cuando el clímax cedió, introdujo la polla en ella hasta la empuñadura. Paulaa flotaba en el agua mientras él la balanceaba arriba y abajo en su eje. No había pensado en traer un preservativo, se moriría si se retiraba.
En el último segundo se apartó, restregándose contra su piel suave, apretando sus pechos y mordiendo su cuello mientras se corría en el agua.
Cuando los latidos de su corazón se estabilizaron, la ayudó a salir de la bañera, la envolvió en una toalla y la llevó a su cama. Estaba casi dormida cuando la cubrió con las mantas.
Desde esta mañana hasta el amanecer de hoy, la había follado cuatro veces y ninguna de ellas en una cama. Se merecía un descanso.
CAPITULO 22 (SEGUNDA HISTORIA)
Paula estaba en llamas, la sangre en sus venas era como lava derretida y su piel estaba sensible al más leve toque. El volante de cuero rozaba sus pezones; el movimiento de la dura erección arañaba sus caderas. Los dedos tocaban su clítoris mientras la cabeza de la polla se frotaba deliciosamente contra su carne excitada. Presionó el culo en las caderas de Pedro, pero aún estaba jugando con ella, dándole solamente un dedo y después dos.
Ella lloriqueó, amando la manera en que la tocaba, pero deseando mucho más. Quería aquel miembro grueso abriéndola nuevamente, llenándola completamente.
Nunca encontraría otro hombre como él, nunca encontraría alguien que la hiciese sentir tan bien, cuyo cuerpo se ajustase con el suyo de forma tan perfecta. Aquel conocimiento hizo que su garganta se cerrase de emoción.
Ella era suya, toda suya. No importaba lo duramente que intentase resistir, gozaba como un cohete al más leve roce.
Nunca podría amar a nadie del modo en que siempre lo había amado y siempre lo amaría.
Sus dedos hormigueaban, vibraciones embriagantes pasaban rápidamente de sus tobillos a las pantorrillas. ¡Oh Dios, estaba gozando nuevamente! Solo que esta vez Pedro la estaba forzando a someterse a su poder.
La polla sustituyó a los dedos tan hábilmente que hasta que no volvió a su regazo no se dio cuenta de que la estaba llenando y ella empezó a gozar.
—Dios, Paula, me haces tanto bien.
Saber cuánto la deseaba, y tener sus manos en todos los lugares al mismo tiempo la estaba llevando al orgasmo. Y entonces se retorció en el minúsculo asiento, desesperada por besarlo. Cuando la boca de él devoró la suya, finalmente explotó. Pedro le agarró las caderas contra las suyas cuando gritó de placer mientras sus músculos internos se apretaban, empujando contra aquella enorme erección.
Quería reír de alegría; quería llorar. No sabía lo qué decir o lo qué hacer; estar con Pedro hacía que cayesen todas sus defensas
Un ruido en el techo del coche la hizo saltar con alarma.
Sus miembros estaban pesados por el acto de amor explosivo por lo que salió torpemente de su regazo, cayendo prácticamente de cabeza en el asiento del pasajero, con el culo hacia arriba y buscando sus ropas en el suelo.
—No te preocupes —dijo Pedro mientras le entregaba en silencio el sujetador, la falda y el top. Él se limpió una mancha de lápiz de labios en su mejilla—. Todo va a acabar bien. Déjamelo a mí.
Giró la llave de contacto y abrió la ventanilla empañada. Un policía miró seriamente hacia ellos.
—Buenas noches oficial —dijo en tono firme.
—Es muy tarde —dijo el oficial, preparado para ponerles una multa. Entonces vio quien era y su expresión cambió hacia una veneración hacia el héroe.
—¿Pedro Alfonso?
—Justamente nos íbamos a casa —Pedro sonrió al decirlo—. Discúlpenos por haberle molestado.
—Sin problemas —el oficial hizo un gesto con la mano en el aire—. Solo recuérdelo para el futuro, este no es el mejor lugar para marcar.
—Gracias, que tenga una buena noche —Pedro asintió cerrando la ventana.
—¡Oh Dios! —Dijo Paula cuando él se fue—. Esto estuvo muy cerca para mi tranquilidad. Si saliese en la prensa que me estoy acostando con un cliente, me tomarían a broma.
Él no dijo nada y el silencio se volvió embarazoso. ¿Lo había herido? No, eso era imposible. Paula era tanto el secreto de Pedro como el de ella.
Queriendo que las cosas volviesen a ser como antes, lo provocó.
—Lo has hecho muy bien. ¿Cuántas veces te han cogido en un coche con los pantalones bajados?
—Mis errores del pasado no tienen nada que ver con nosotros —un músculo saltó en su mandíbula—. Sólo era un chico estúpido.
¿Errores? ¿Qué errores? Ella golpeó su brazo jugando.
—Bien, entonces ¿tal vez debería hablar yo sobre el sexo en los coches de los chicos?
Él pisó el freno con fuerza en el semáforo. Después, apretando la dirección fuertemente hasta que los nudillos se volvieron blancos, salió lanzado a la carretera oscura y vacía.
—Quiero destrozarlos miembro a miembro —gruñó— y usar sus caras como sacos de boxeo.
—Eso no es muy agradable —era todo lo que podía decir para no reír de alegría.
—Dónde tú solo estás preocupada, yo tengo dificultades en ser agradable —se dirigió a su garaje —. Nunca he querido a nadie como te quiero a ti.
—¿Te sentirías mejor si te dijese que has sido mi primer chico en un coche?
—Odio pensar en ti con otros hombres, me vuelve loco.
Ella intentó mantener sus pensamientos ocultos pero no pudo.
—Tú eres lo único que importa.
CAPITULO 21 (SEGUNDA HISTORIA)
A Pedro normalmente le gustaba encontrarse con los fans, salir con los otros jugadores y trabajar con los niños. Pero esta vez no podía esperar a marcharse y tener a Paula desnuda en su cama.
Pensando en sus exuberantes curvas, una nueva erección presionó contra la cremallera. Menos mal que se había puesto la chaqueta.
—Gracias por la gran noche —dijo a los organizadores. Era todo lo que podía hacer para mantener una sonrisa amable en su cara mientras la imaginaba en su bañera, con el agua corriendo sobre sus increíbles senos, con la cabeza echada hacia atrás en éxtasis mientras lamía su clítoris con la lengua.
Finalmente escaparon al coche, pero él sabía que no podría esperar a llegar a casa. Tardarían quince minutos, o catorce y medio, demasiado tiempo. Arrancó saliendo del aparcamiento, conduciendo con un único propósito en mente.
La suave y ronca voz de Paula se envolvió alrededor de su pulsante polla.
—Por si quieres saberlo, tu casa está en la dirección opuesta.
Él le dirigió una rápida mirada llena de promesas.
—No puedo esperar tanto.
Cuando ella se removió en el asiento, recordó lo mojado que estaba su coño, lo preparado que estaba para que se sumergiera en su interior.
Entró en una parte desierta del Golde Gate Park y apagó las luces. El Viper negro no era muy amplio pero estaba bien.
Era como la vagina de Paula, cuanto más estrecha mejor.
Empujó la palanca al lado de su asiento y se deslizó hacia atrás unos centímetros.
Paula lo observaba con una sonrisa ladeada en su rostro.
—¿Perdido? —preguntó, sabiendo muy bien lo que pretendía, pero con ganas de burlarse de él antes de subirse en su regazo para otra cabalgada.
—Date la vuelta —dijo él.
Parpadeó sorprendida pero hizo lo que le pidió. Le bajó la cremallera de la falda dejándola caer en el suelo del pasajero. Sus bragas estaban en el bolsillo de la chaqueta y su dulce coño estaba desnudo y todavía resbaladizo. Era suya para poseerla pero primero la quería desnuda. El jersey fue lo siguiente, dejándola solo con el sujetador, en la oscuridad buscó el broche en la espalda.
—Está delante —susurró ella temblando ligeramente.
Él sonrió contra su cuello, seguidamente besó la piel caliente. Ella inclinó la cabeza hacia un lado para darle mejor acceso. Sus dedos se morían por tocar los pezones y lentamente recorrió las manos por sus costillas, las suaves ondas de carne, para finalmente cubrir sus senos.
Mientras con una mano desabrochaba el sujetador, con la otra se abría camino hacia su húmedo vello púbico, localizando rápidamente el duro botón de su clítoris.
Él no era el único que se moría por follar otra vez.
—¡Pedro! —susurró Paula mientras abría las piernas de forma que él pudiera pasar la mano por los labios hinchados y excitados de su sexo.
Sin previo aviso la levantó sobre su pene empujándola contra su regazo. La espalda presionada contra su pecho, los suculentos senos llenándole las manos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con un susurro excitado.
—Confía en mí —le respondió totalmente loco por el cuerpo de aquella mujer como nunca lo estuvo en sus treinta y seis años de carga sexual.
Metió el pene entre sus nalgas, y cogió los pezones entre los dedos pulgar e índice, haciendo que las crestas crecieran hasta que la humedad se filtró en la tela de sus pantalones.
Con una mano jugando con sus pechos, deslizó la otra contra sus labios vaginales, encontrando el clítoris y el pasaje apretado y caliente.
Ella gimió balanceando rítmicamente las caderas contra su mano, inflamándolo con cada empuje.
Se obligó a retirar la mano de su coño, la sujetó por las caderas levantándola lo suficiente para abrirse la cremallera.
Abrió el envoltorio del preservativo con los dientes y lo puso sobre su pene pulsante, con un movimiento que hablaba de años de experiencia en posiciones tan poco habituales. Pero toda mujer que hubo antes que Paula había sido olvidada.
No tardó ni un segundo en introducir la cabeza de su miembro entre aquellos labios, ella gimió de satisfacción.
—¡Pepe! —imploró, usando su apodo por primera vez al tiempo que su pene surgía entre sus escurridizos pliegues.
Casi se zambulló por completo en la gruta, alto y profundo, pero quería provocarla, llevarla al límite antes de darle finalmente el placer supremo.
—Todavía no mi amor—dijo al sustituir su polla por dos dedos.
Se aseguraría de que nunca olvidara esa noche. Y quedaba mucho tiempo hasta mañana.
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