BELLA ANDRE

jueves, 10 de noviembre de 2016

CAPITULO 22 (SEGUNDA HISTORIA)




Paula estaba en llamas, la sangre en sus venas era como lava derretida y su piel estaba sensible al más leve toque. El volante de cuero rozaba sus pezones; el movimiento de la dura erección arañaba sus caderas. Los dedos tocaban su clítoris mientras la cabeza de la polla se frotaba deliciosamente contra su carne excitada. Presionó el culo en las caderas de Pedro, pero aún estaba jugando con ella, dándole solamente un dedo y después dos.


Ella lloriqueó, amando la manera en que la tocaba, pero deseando mucho más. Quería aquel miembro grueso abriéndola nuevamente, llenándola completamente.


Nunca encontraría otro hombre como él, nunca encontraría alguien que la hiciese sentir tan bien, cuyo cuerpo se ajustase con el suyo de forma tan perfecta. Aquel conocimiento hizo que su garganta se cerrase de emoción.


Ella era suya, toda suya. No importaba lo duramente que intentase resistir, gozaba como un cohete al más leve roce. 


Nunca podría amar a nadie del modo en que siempre lo había amado y siempre lo amaría.


Sus dedos hormigueaban, vibraciones embriagantes pasaban rápidamente de sus tobillos a las pantorrillas. ¡Oh Dios, estaba gozando nuevamente! Solo que esta vez Pedro la estaba forzando a someterse a su poder.


La polla sustituyó a los dedos tan hábilmente que hasta que no volvió a su regazo no se dio cuenta de que la estaba llenando y ella empezó a gozar.


—Dios, Paula, me haces tanto bien.


Saber cuánto la deseaba, y tener sus manos en todos los lugares al mismo tiempo la estaba llevando al orgasmo. Y entonces se retorció en el minúsculo asiento, desesperada por besarlo. Cuando la boca de él devoró la suya, finalmente explotó. Pedro le agarró las caderas contra las suyas cuando gritó de placer mientras sus músculos internos se apretaban, empujando contra aquella enorme erección.


Quería reír de alegría; quería llorar. No sabía lo qué decir o lo qué hacer; estar con Pedro hacía que cayesen todas sus defensas


Un ruido en el techo del coche la hizo saltar con alarma.


Sus miembros estaban pesados por el acto de amor explosivo por lo que salió torpemente de su regazo, cayendo prácticamente de cabeza en el asiento del pasajero, con el culo hacia arriba y buscando sus ropas en el suelo.


—No te preocupes —dijo Pedro mientras le entregaba en silencio el sujetador, la falda y el top. Él se limpió una mancha de lápiz de labios en su mejilla—. Todo va a acabar bien. Déjamelo a mí.


Giró la llave de contacto y abrió la ventanilla empañada. Un policía miró seriamente hacia ellos.


—Buenas noches oficial —dijo en tono firme.


—Es muy tarde —dijo el oficial, preparado para ponerles una multa. Entonces vio quien era y su expresión cambió hacia una veneración hacia el héroe.


—¿Pedro Alfonso?


—Justamente nos íbamos a casa —Pedro sonrió al decirlo—. Discúlpenos por haberle molestado.


—Sin problemas —el oficial hizo un gesto con la mano en el aire—. Solo recuérdelo para el futuro, este no es el mejor lugar para marcar.


—Gracias, que tenga una buena noche —Pedro asintió cerrando la ventana.


—¡Oh Dios! —Dijo Paula cuando él se fue—. Esto estuvo muy cerca para mi tranquilidad. Si saliese en la prensa que me estoy acostando con un cliente, me tomarían a broma.


Él no dijo nada y el silencio se volvió embarazoso. ¿Lo había herido? No, eso era imposible. Paula era tanto el secreto de Pedro como el de ella.


Queriendo que las cosas volviesen a ser como antes, lo provocó.


—Lo has hecho muy bien. ¿Cuántas veces te han cogido en un coche con los pantalones bajados?


—Mis errores del pasado no tienen nada que ver con nosotros —un músculo saltó en su mandíbula—. Sólo era un chico estúpido.


¿Errores? ¿Qué errores? Ella golpeó su brazo jugando.


—Bien, entonces ¿tal vez debería hablar yo sobre el sexo en los coches de los chicos?


Él pisó el freno con fuerza en el semáforo. Después, apretando la dirección fuertemente hasta que los nudillos se volvieron blancos, salió lanzado a la carretera oscura y vacía.


—Quiero destrozarlos miembro a miembro —gruñó— y usar sus caras como sacos de boxeo.


—Eso no es muy agradable —era todo lo que podía decir para no reír de alegría.


—Dónde tú solo estás preocupada, yo tengo dificultades en ser agradable —se dirigió a su garaje —. Nunca he querido a nadie como te quiero a ti.


—¿Te sentirías mejor si te dijese que has sido mi primer chico en un coche?


—Odio pensar en ti con otros hombres, me vuelve loco.


Ella intentó mantener sus pensamientos ocultos pero no pudo.


—Tú eres lo único que importa.




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