BELLA ANDRE
lunes, 24 de octubre de 2016
CAPITULO 6 (PRIMERA HISTORIA)
Fue una sorpresa ver a Paula ser tan traviesa, incluso cuando sabía que no era el efecto que ella pretendía. Comprendía que quería que pensara que ella estaba al mando y se sentía perfectamente feliz al dejarla actuar como si estuviese llevándolo con una cuerda corta.
Pero estaba contento de que hubiese echado a sus amigos.
Cierto que le gustaba la fiesta constante y la sensación de que vivía en una casa con chicas en bikini en su piscina y una infinita cantidad de comida y bebida a mano. Pero a veces aquello lo hacía considerarse un poco viejo.
A veces quería quedarse solo por un tiempo, sin sonrisas, sin juegos y escapar de la presión de ser juguetón y sensual con las chicas. Si fuese un tío legal le diría a Paula que no se había acostado con Cindy o su amiga, pero le gustó verla celosa. Le gustó aún más advertir el trabajo que le costaba esconderlo y fingir que no le importaba con quién se acostara o lo grandes que eran los pechos de estas mujeres.
¡Oh sí!, a Paula le importaba y estaba extremadamente contento con eso.
No pasó demasiado tiempo sintiéndose mal consigo mismo o deseando ser una persona diferente, era inmune a los insultos desde hacía mucho tiempo. Crecer con un borracho en casa le hacía esto a un tipo. Pero, de alguna forma, cuando ella dijo que él era despreciable, se molestó. Solo lo suficiente para que lo notase.
Cierto, ella era solo una pasión juvenil que se había hecho más importante porque no la había visto nunca más después de la noche que habían pasado juntos. Pero aún quería impresionarla. Y no con su coche, su casa o su cuenta bancaria. Eso no era suficiente.
Quería llevarla a su santuario privado bajo su casa.
Nadie, salvo los hombres que la habían construido, había estado en el sótano de su garaje. Pedro lo había proyectado y amueblado personalmente para satisfacer todas sus necesidades los días en que no quería fiesta.
—Entonces, dijo ella, ¿Dónde podemos sentarnos y empezar a ver tu nueva agenda? Necesitamos llamar también a tu agente.
Ella estaba mirando a la gran mesa del comedor, probablemente pensando que podía sentarse en un lugar mientras él lo hacía en el otro.
No tuvo suerte.
—Tengo el lugar perfecto — casi se rió cuando vio que ella estrechaba los ojos en respuesta. Siempre había sido muy inteligente y una gata con cerebro era una combinación infernal.
—Sígueme.
Caminaron por la casa y el espacioso garaje. Entonces el tocó un botón en la pared y una sección de un metro del suelo se abrió para revelar una escalera de mármol.
—¿Estás de broma? — dijo ella echándose hacia atrás con horror — no voy a seguirte ahí abajo.
Se rió.
—¿Qué piensas que voy a hacerte? ¿Cortarte y almacenarte en mi congelador?
—Claro que no, pero…
Sus mejillas se ruborizaron y Pedro llenó el espacio en blanco en su cabeza. Pero puedes besarme y me puede gustar y entonces podríamos acabar desnudos.
Nuevamente.
En algún momento necesitarían discutir sobre su pasado.
Habían pasado muchas cosas que no debían ser ignoradas para siempre. Pero era demasiado pronto.
Era como un caballo arisco, siempre a punto de correr, y felizmente Pedro estaba más que dispuesto a ser el que le susurrara.
Decir que estaba nerviosa, cuando bajó la larga escalera mal iluminada, sería un eufemismo. ¿Y si Pedro tenía algún tipo de aberración como Picasso y había llenado las paredes con pinturas S&M? ¿Y si tenía juguetes S&M allí abajo? Paula no tenía la certeza de lo que esto significaba pero creía que látigos, cadenas y ropas de cuero con agujeros en varios lugares no estaban muy lejos de la realidad.
Se estremeció. Debía de estar horrorizada por el pensamiento de que Pedro practicase S&M. Entonces, ¿por qué estaba terriblemente excitada ante la idea de usar cuero para él? ¿Por ser amarrada a una columna de la cama mientras él la observaba?
Pedro encendió las luces y ella se quedó sin aliento, en estado de shock.
Estanterías de madera oscura rodeaban la sala y los gruesos volúmenes en cuero parecían muy usados, con las páginas arrugadas, como si hubiesen sido leídos más de una vez. Las paredes mostraban el deslumbrante arte de los maestros impresionistas, Matisse, Degas, Renoir. Ella conocía la diferencia entre una copia y una tela original y las pinturas de Pedro eran originales. No pudo contener su sorpresa.
—¿Esto es realmente un Rodin?
Le hizo un gesto y de alguna manera ella consiguió apartar los ojos de aquellos impresionantes tesoros para mirarlo. Nadie le había sorprendido antes tanto y no sabía lo que pensar o decir.
—Esta escultura es mi bien más precioso — le dijo pasando reverentemente las puntas de los dedos sobre una zapatilla de ballet, de la escultura en bronce, de una bailarina.
Donde Paula esperaba ver satisfacción presuntuosa consigo mismo encontró algo completamente diferente: admiración.
Su corazón traicionero saltó dentro del pecho y se llevó todo lo que ella tenía para dominar al la fiera que llevaba dentro y que quería amar a Pedro nuevamente.
¡No, no, no!
Solo porque estuviese impresionada con las cosas que el poseía no significaba que estuviese impresionada con él.
¿Cómo podía haber coleccionado cosas tan sorprendentes? ¿O alguien le había dicho que las grandes obras de arte impresionarían a sus invitados?
Movió la cabeza. Si este fuese el caso tendría las obras de arte moderno en la sala de estar también. Su refugio era exactamente el de un hombre que sabía lo que gustaba.
No le encantó sentirse como si hubiese encontrado una pieza de un rompecabezas que posiblemente no pudiera completarse. No la convenció pensar que Pedro podía tener otro lado más profundo.
Se movió por la sala parándose en los libros, las pinturas y las demás esculturas.
—¿No tienes miedo de que tus amigos arruinen esto durante una de tus fiestas? — el estremecimiento se notó en su voz.
No tenía intención de parecer tan tensa y remilgada, pero Pedro la había desequilibrado para todo el día — lo que quiero decir, todo aquí es inestimable y sorprendente. Yo mantendría todo esto para mí.
El permaneció de pie, frente al Rodin y ella se estaba muriendo por mirar su hermosa piel, lo que significaba quedarse cerca, algo altamente desaconsejable.
Esperó para responder hasta que ella estuvo a centímetros de distancia.
—Mis amigos nunca bajan aquí, nadie ha venido jamás aquí.
Ella frunció el ceño
—¿De qué estás hablando? Me has traído.
Sonrió y su respiración sonó directamente sobre el cuerpo de ella.
—Lo sé — dijo y ella juró por Dios que sus rodillas flaquearon. Patético.
Dio un paso atrás y después otro hasta que se quedó apoyada en el exuberante sofá, de un suave tono carmesí. Incluso los muebles de esta habitación la saludaban, lo que significaba algo, considerando que siempre le habían gustado las líneas simples y contemporáneas. Se sentó y cerró los ojos apreciándolo. Ningún asiento había sido tan bueno y le había resultado tan cómodo.
Señor, las cosas eran mucho peores de lo que ella pensaba, no se estaba enamorando de su arte, ¡también lo hacía de su sofá!
—Es confortable ¿verdad? — preguntó inclinándose sobre la estantería, con los musculosos brazos cruzados en el pecho.
Parecía un león en el centro de su guarida, inspeccionando todo lo que era suyo con absoluto placer. ¿La acariciaría tan reverentemente como lo hacía con el Rodin? ¿La miraría con la misma adoración con la que miraba el Monet?
Felizmente su instinto de conservación le dijo que cogiese las gafas de mujer seria de negocios de su portafolio para que pudieran trabajar en el plan de su cambio de imagen.
Así conseguiría salir de su casa entera.
Preferentemente con todas sus ropas.
—Bien, ¿por qué no empezamos a trabajar?
—Será un placer — aceptó él. Mientras tanto, se sentó en el sofá de cuero y colocó las largas piernas encima de la antigua mesa de café.
No lo creía. No cuando la palabra placer sonaba como una invitación clara y directa al pecado.
Cogió un archivo de periódicos y recortes de revista.
—Agustinme dio esto y dijo que me ayudaría a saber un poco sobre tu imagen hasta ahora, — empujó una foto especial en la que lo acusaban de besar a una morena increíble y desnuda. —el material es impresionante.
Sonrió.
—Tienes razón. El médico que hizo esos pechos es un artista
Casi rió, pero precisaba llevarlo por el buen camino y no alentarlo a ser un bromista.
—Mi trabajo es impedir que fotografías como ésta vean la luz. ¿Sabes cuál va a ser el primer paso para eso?
—¿Pagar a los editores?
—No seas idiota.
—Entonces no hagas preguntas idiotas.
Ella respiró profundamente y él aprovechó su silencio momentáneo para volver a sentarse cerca.
—Mira querida —le dijo, y ella odió que usara una palabra cariñosa, especialmente después de haberla insultado — ninguno de los dos es idiota.
Apretó los labios e intentó tocarle la boca, pero sus ojos no eran mejores para mirar que sus labios.
—No me llames querida — dijo ella en tono serio mientras sentía que la tenía donde quería. El león acechaba a su presa.
De repente todo cambió cuando él volvió al sofá.
—No debiera jugar contigo — dijo — pido disculpas por el comentario de “idiota”. Es porque he pasado la mayor parte de mi vida siendo tratado como un deportista idiota. No es agradable después de un tiempo.
Paula se no se sintió ofendida por lo que dijo, pero se sintió como una idiota total y absoluta. No le interesaba ni era nada especial para él.
Solo estaba jugando con ella.
Debía estar celebrando el hecho de que iba a salir de su cueva subterránea libre y claramente con todas sus ropas intactas finalmente. Entonces, ¿por qué no se sentía más feliz con eso?
¿Por qué quería llorar?
—Pido disculpas por lo de idiota — dijo forzadamente. Intentando llevarlo de nuevo a su camino agregó: — creo que lo mejor para tu imagen sería una serie de eventos de caridad a lo largo de toda el área de la Bahía.
—Siempre que no interfieran con el entrenamiento de fútbol de la próxima semana.
—Parece que no irás a los entrenamientos sino te ocupas primero de esto — señaló.
Algo relampagueó en sus ojos y en el momento se convirtió otra vez en depredador.
—¿Te has equivocado en otras cosas?
—¿Disculpa? — dijo ella
Él se aproximó más.
—Creo que mi pregunta fue bastante clara.
Tragó en seco, intentando lamer sus labios.
—Raramente.
—Vale entonces. Qué tal ¿sorprendida?
La había sorprendido llevándola a su santuario particular y ella se quedó sorprendida por la fuerte reacción corporal a su proximidad después de todos esos años pasados.
—No — dijo, pero su voz fue más débil.
Su sonrisa, entonces, fue malvada.
—Hay una primera vez para todo.
Él debía moverse hacia el otro lado del sofá o mejor aún, subir los escalones y salir por aquella puerta. Cualquier cosa para evitar la sensual atracción que ejercía sobre ella.
—Yo me quedé sorprendido antes — dijo Pedro, sin esperar respuesta, lo que era bueno ya que ella no era capaz de dar una en concreto. Estaba muy ocupada intentando recordar cómo respirar, cómo mantener su cabeza recta y no hundirse en su boca y rasgar todas sus ropas, implorando que la tomase en aquel maldito segundo.
Se inclinó y dijo.
—¿No me vas a preguntar quién me sorprendió, Paula?
—No — pero lo que quería decir era sí. ¡Oh, sí!
El rozó su mejilla con un dedo y dijo:
—Tú.
Estaba tan sorprendida por su tacto y por el modo en que la miraba, como si fuese lo que siempre había buscado, que se olvidó de correr. Se olvidó de que lo odiaba y de que podía herirla, no importaba lo bien que la podía hacer sentirse.
Su silencio lo divirtió, ella lo advirtió por aquella sonrisa perezosa y por el modo en que los dedos se movían a través de sus labios. Se sentía rara, como si hubiese abandonado su cuerpo y su mente estuviera en otra parte.
—¿Quieres saber por qué? — le preguntó.
Desesperadamente, pero no podía admitirlo. Ni siquiera ahora que casi se había entregado al no apartar su mano y no reprendiéndolo por traspasar el límite de consultora y cliente. Si hablara, se traicionaría exponiendo su deseo. Intentó ver la cabeza con una mano, pero cada pequeño movimiento fue la causa de que sus dedos acortasen la distancia hacia sus labios.
Todo aquello era una locura. Tenía que decir algo. Tenía que hacerle saber que estaba allí por negocios, solamente por negocios.
Se limpió la garganta.
—No importa nuestro pasado, Pedro. Solo el futuro, este en el que tú eres una celebridad respetable y yo recibo un sueldo por un trabajo bien hecho. La única razón por la que estoy aquí es para volverte un ser humano decente y tener la certeza de que fotografías como estas no aparezcan nuevamente.
Nunca antes había dicho tantas mentiras de un solo latigazo.
CAPITULO 5 (PRIMERA HISTORIA)
¿Qué es lo que he hecho? ¡Estoy en apuros! Los pensamientos giraban alrededor de la cabeza de Paula mientras seguía al llamativo Masserati de Pedro en su Prius económico. Casi llamó de nuevo a Agustin para decirle que había cometido un error, que era la última persona en la tierra que pudiera conseguir que Pedro siguiese el camino correcto, que ellos necesitaban encontrar otro consultor de imagen, ¡cualquiera menos ella!
¿Cómo iba a poder hacer esto durante las dos próximas semanas? Incluso la siguiente hora era preocupante, ya que un calor familiar se había instado entre sus muslos y las puntas de sus pechos parecían sensibles en cuanto rozaban contra las copas de su sujetador.
Cinco minutos con Pedro en su despacho y había sido reducida a un montón de hormonas temblorosas. ¡Y ni siquiera habían estado solos! ¿Cómo iba a mantener el control cuando estuvieran los dos solos?
¿Cómo podría mantener las bragas en su sitio cuando él estaba dando vueltas a su alrededor?
El enfiló el coche absurdamente caro hacia uno de los espacios de un garaje de seis coches, en una de las casas más impresionantes sobre las que ella hubiese puesto los ojos y se susurró a sí misma: Tiene que estar jugando.
Paula había crecido con dinero. Mucho dinero. Pero nunca había visto nada tan estupendo como la casa de Pedro, situada próxima al mar, en el distrito de Seacliff en San Francisco. En las décadas anteriores las casas allí eran vendidas por quince o veinte millones con la intención de ser derribadas para después construir grandes mansiones en su lugar. La estructura de cristal y acero tenía vistas al barrio rico y arquitectónicamente carísimo.
Increíblemente su casa parecía ser original, aunque renovada, de 1920.
Paula hubiese preferido que la primera reunión fuese en su oficina, su espacio de trabajo, con su personal cerca para protegerla de su encanto. Un restaurante, incluso, habría sido mucho mejor. Cualquier sitio diferente del reino de Pedro. Pero él había insistido.
—Ahora que soy tu cliente estrella, ¿no necesitas conocerme? — le había dicho.
Ella había estado tan molesta con su fácil manipulación de la situación y de su propia actitud, que su respuesta había sido entrecortada, tal vez remisa.
—Supongo que necesito ver todo lo que está mal antes de poder hacer cambios, ¿y qué mejor lugar que tu casa? Estoy segura que será un pozo de sorpresas.
Nuevamente el dolor brilló en los ojos de él, rápidamente, antes de que los cerrase. ¿Cómo era que conseguía hacerla sentir una mala persona? Era él el que la había herido, no al contrario.
Se quedó sentada tras el volante del coche durante lo que le pareció un largo momento, él le abrió la puerta y le ofreció su mano. No quería su ayuda, aunque este hubiese sido un gesto sorprendentemente amable.
—Tal vez no tenga que enseñarte todo sobre el comportamiento adecuado — le dijo mientras colocaba su mano en la de él, en vez de darle las gracias.
Mientras estaba allí, en su garaje, sintió como si perdiese toda su entereza. Nunca quiso estar tan cerca de Pedro nuevamente o tenerlo mirándola de aquella manera, como si quisiera que lo besara como cuando tenía dieciocho años y estaba encantada con sus atenciones.
Y ahora allí estaban, como si los últimos diez años nunca hubiesen pasado. Porque aún estaba consumida por el mismo deseo patético y desesperado.
Soltó su mano rápidamente y él puso las suyas hacia arriba en un gesto de rendición.
—Sé que es una sorpresa bastante desagradable, el tener que trabajar conmigo. Sé también que preferirías no aceptar, no hace falta que lo digas. Tengo la seguridad de que el club puede encontrar a otra persona para esto.
Ella lo miró atentamente escuchando el desafío bajo sus palabras.
—Oh, no, estoy preparada para el trabajo — dijo ella de repente recordando que debería controlarse frente a él. Aún así, mientras caminaba por el bonito garaje elegantemente pavimentado sabía que sus ojos iban mirando el balanceo de sus caderas y sus piernas que terminaban con sus pies calzados en zapatos de tacón alto; ella dio las gracias al ángel que la había ayudado a escoger esa mañana, uno de sus trajes de negocios más sensuales. No quería pensar en que hubiese tenido el síndrome premenstrual y que se hubiese puesto uno de aquellos trajes marrones que quería donar meses atrás. Dios, aquello hubiera sido vergonzoso.
La puerta del frente estaba abierta y se preguntó si había mandado a sus empleados abrirla poner la champaña en hielo y retirar las colchas de seda, en el momento en que lo veían regresar a casa con una mujer.
Paula sabía que no estaba a la altura de las chicas sexys con las que iba normalmente, pero una parte de su ser esperaba realmente que su personal pensara que podía tenerlo en lugar de ser una empleada con un trabajo remunerado.
Mientras tanto, no podía dejar de sentirse impresionada por su casa y propiedad. Solo el hall de entrada tenía una de las mejores vistas de San Francisco y el puente Golden Gate brillaba a la derecha por la luz del sol, el surf y las islas Farallon daban directamente frente a la casa.
Ciertamente había recorrido un largo camino y, aunque su pasado había sido desordenado, ella admiraba todo lo que había conseguido. De la vida en una caravana a todo esto. Incluso había trabajado y luchado para obtener lo que tenía pero, nunca había tenido que esforzarse por dinero o respeto. No como él lo había hecho.
Un enorme yate pasó frente a la casa en el momento en que sintió movimiento tras ella. De repente tenía dieciocho años nuevamente y estaba de pie en el muelle de Sausalito y tenía al chico al que quería lo suficientemente cerca para tocarlo.
—Es bonito — dijo ella.
—Más bonito de lo que yo imaginaba — fue la respuesta ligeramente ronca, próxima a su oreja izquierda.
Ella no creyó que estaba hablando sobre la vista de la Bahía.
Podía sentir su respiración en su piel, el calor en su espalda, y quería, más que nada en el mundo, girar y entregarse al placer increíble de su toque.
Solo cuando pensó que no podía resistir otro minuto en hacer la segunda cosa más estúpida en su vida, oyó los gritos que provenían de una gran sala a través del corredor.
Tomando esto como una señal para alejarse de Pedro corrió a la impresionante cocina. Detrás de la gran encimera de granito vio a tres hombres en estado de abandono que bailaban en las coloridas alfombras de la habitación.
—Querida — dijo uno de ellos sin mirar sobre el hombro de Paula y Pedro — he sobrepasado a Alex. Les dije que era el rey de la Danza de la Revolución.
Pedro sonrió y se recostó en un fregadero.
—Esto es algo para enorgullecerse, amigo.
Ignorando su parte loca, que quería sacarse los zapatos y bailar al son de la música que salía de la enorme pantalla plana de tv de Pedro, dijo fríamente:
—Me gustaría conocer a tus amigos.
—Muchachos, esta es Paula.
Los tres hombres, si se podía llamar esto a los tres chicos sin camisa que no se afeitaban por lo menos en las últimas veinticuatro horas y que estaban jugando a videojuegos de niños, se giraron para ver a la mujer del momento de Pedro.
Los ojos del rey de la danza se iluminaron mientras silbaba mirándola de arriba abajo, para volver a sus pechos.
—Bien, hola chica guapa — dijo finalmente cuando consiguió sacar su mirada lejos del pechos de ella y mirarla a los ojos.
Ella le dirigió una sonrisa afectada.
—Es un placer conocerte.
La increíble propiedad de Pedro era estilo república y ellos no encajaban en este tipo de ambiente. Además de eso, ¿no le importaba que sus amigos estuviesen comiendo su comida, vagabundeando por su casa y jugando con sus juguetes y no respetándolo lo suficiente para mantener la puerta delantera cerrada o tirar a la basura las cajas de pizza cuando estuviesen hartos?
Sin molestarse en preguntarle a Pedro, de todas formas era su cliente y su palabra era ley a partir de ahora, fue hasta el sofá y empezó a levantar camisas, calcetines y zapatos entre sus dedos pulgar e índice.
—¿De quién es esto? ¿Es tuyo? —su voz se mezcló con los sonidos electrónicos del juego de la enorme televisión.
Mientras los tres hombres muy confusos se vestían obedientemente, ella encontró el mando debajo de una camisa de algodón abandonada y presionó el botón de apagado.
Asumió que los sujetos que ahora estaban delante de ella con las ropas arrugadas eran también jugadores de futbol.
Pero aunque fuesen musculosos y la letra “O” estuviese marcada en el lateral de la cabeza de uno de ellos, parecían solamente chicos miedosos.
—¿Por qué no os vais para casa, tomáis un baño, coméis algo y descansáis? — les sugirió.
—¿Quién eres tú? — preguntó uno de ellos.
Ella sonrió.
—Pedro y yo nos conocemos hace tiempo.
Todo el mundo en la sala sonrió cuando ella habló.
—Me pidió que arreglase este lío — miró intencionadamente el desorden.
Observó el encogimiento de hombros de Pedro por el rabillo del ojo y tuvo que contener una risita cuando el mayor y más musculoso habló.
—No sé a quién estás llamando desastre querida, pero me voy.
—Yo también — dijeron los otros, pero no antes de llevarse algunos refrescos y nueces.
—Cierra la puerta detrás de ti, por favor — ella gritó sintiéndose deliciosamente puritana.
Infelizmente, Pedro sabía exactamente como impedirle disfrutar de su recién descubierta afición a dar patadas en el culo.
—Necesitas ver mi piscina— dijo, al tiempo que una chica impresionante salió con sus largos brazos y piernas, enormes pechos desnudos y cintura minúscula de su piscina caliente. Y no había solamente una, sino dos amazonas descansando medio desnudas al lado de la piscina.
Paula sabía que era atrayente, pero en una competencia de belleza con mujeres como aquellas, perdería con seguridad.
Su segundo pensamiento fue aún más extraño. Por primera vez se le ocurrió que debía ser una pesada carga para Pedro ser tan guapo, tan rico y con tanto éxito. ¿Cómo sabría si aquellas personas eran amigos de verdad? ¿Si de verdad les gustaba o lo encontraban gracioso?
Increíble. Todas aquellas pieles bronceadas, tonificadas y siliconadas la ponían enferma y ella gastaba cinco segundos sintiendo empatía por un hombre que tenía todo eso.
Pero, ¿por qué todo en su vida tenía tan poco sentido? Si, había sido un niño de parque de caravanas que lo había hecho bien, pero ¿no podía hacerle bien a otras personas y no solo a sí mismo y a sus amigos?
Y entonces sonrió. Porque acababa de descubrir como reformar a Pedro, no solo para el público sino también para ella. Iba a pasar el verano haciendo el bien a otras personas.
Aunque fuese lo contrario a la inclinación natural de cada hueso de su cuerpo.
La primera parada de aquel tren sería empujando al resto de aquellas sanguijuelas fuera mandándolas de nuevo al agua.
¡Adiós chicas!
Con completo deleite, Paula dijo.
—Oíd chicas, soy la nueva directora del crucero. Mucho gusto en conocerlas.
La rubia en topless frunció la nariz.
—Umm, nosotras no estamos en un crucero.
Paula no se rió. Eso sería innecesariamente cruel.
—No, era solo una metáfora — ella movió las manos — en todo caso, vuestro amigo Pedro tiene muchas cosas importantes que hacer, por lo que tenéis que iros.
La rubia se bajó las gafas de sol.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudar?
Pedro le sonrió a Paula.
—Cindy es muy buena para conseguir direcciones.
El hecho de que el fuego no saliese por sus orejas fue un milagro para Paula. Una imagen vívida de aquella chica tocándolo y haciendo todas las cosas que ella misma había hecho años atrás y que había soñado con hacer de nuevo durante diez años, desesperadamente, casi la hizo entrar.
Quería echar a la rubia de allí, sacar la silicona de sus pechos y tener la certeza de que nunca más estaría a menos de un kilómetro de Pedro.
Por el contrario, sonrió y dijo.
—No te preocupes, te llamaré si te necesitamos para algo. Cuando necesite mi bañera limpia.
Furtivamente, ella lo miró para ver si babeaba mientras las chicas vestían de nuevo sus escasas ropas. Extrañamente, no pareció estar interesado en el espectáculo que le estaban dando. Por el contrario, sacó su BlackBerry, miró sus e-mails y mandó un mensaje rápido. Incluso cuando cada chica presionó contra su brazo y le dio un beso en la mejilla, miró hacia arriba.
Ella nunca había conocido a alguien que apreciara las curvas de una mujer tanto como él, entonces ¿Cuál podía ser la explicación de su desinterés por las mujeres? ¿Qué hombre en la tierra no estaría muriéndose por tener sexo inmediato con ellas?
Pedro puso la BlackBerry en el bolsillo de atrás y le sonrió.
—Buen trabajo. Yo no podría haberlo hecho mejor.
Ella frunció el ceño. El no debía estar feliz porque ella hubiese echado a sus amigos. Había intentado conseguir entrar bajo su piel y dejarlo un poco molesto.
Y definitivamente no debía concentrar su atención en ella y decir:
—Parece que ahora, solo somos nosotros dos.
¿Qué es lo que he hecho? Fue culpa suya pensar que era más lista que él. O que tenía alguna posibilidad de resistírsele.
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