BELLA ANDRE

domingo, 6 de noviembre de 2016

CAPITULO 9 (SEGUNDA HISTORIA)




Paula entró en el despacho después de un largo y caliente baño, se había pasado un rato delante del espejo arreglándose el pelo, el maquillaje y la ropa. Su cerebro luchaba contra su cuerpo —su cuerpo todavía en un estado de éxtasis y su mente dando vueltas por haber sido quitada de en medio— pero se negaba a tumbarse y hacerse la muerta.


Llevaba un ajustado suéter de cachemira morado con cuello de pico, que tenía escondido en el fondo de un cajón. Si había un día para infundirse confianza, este era uno de ellos, así que añadió un totalmente innecesario sujetador push-up, que junto con el pantalón negro perfectamente ajustado, esperaba que la hiciera parecer la chica del millón de dólares, aunque se sintiese como el especial de noventa y nueve centavos.


Por segundo día consecutivo Angie salió a su paso:
—Tu padre te espera desde hace horas —su tono era tanto acusador como interrogativo.


Paula se encogió de hombros. Tenía cosas más importantes en que pensar que en la lista de la lavandería y las otras interminables tareas de su padre, como por ejemplo conseguir un nuevo trabajo y una nueva agencia. O algo mucho mejor, comenzar con la suya propia.


—Puedes decirle que he llegado.


Se fue a su cubículo, se sentó en la mesa y encendió el ordenador. En el momento de salir hoy de su trabajo, tendría una lista de contactos importantes en las otras cinco mejores agencias que estaban en el negocio del fútbol. Sin olvidarse de eso; no limitaría su búsqueda en el fútbol porque siempre le gustó el beisbol y el hockey. Diablos, podía aprender a que le gustara el boxeo o el golf si fuera necesario.


El teléfono sonó, su primer pensamiento fue para Pedro, pero cuando miró el identificador de llamadas, era Angie, diciendo que su padre esperaba ansioso su presencia.


Cerró los ojos. No podía esperanzarse cada vez que sonase el teléfono, no podía desperdiciar su vida soñando con que Pedro iba a caer rendido de amor por ella.


Empujó la silla, se puso unas gafas de montura roja, que no necesitaba por prescripción médica, pero que había comprado para parecer un poco más seria y más dura. La puerta del despacho de su padre estaba abierta, se sentó en un sofá, poco dispuesta a sentarse en la silla de torturas frente a la mesa de él. Sorprendentemente, éste se levantó para acercarse a ella.


Colocó un grueso expediente sobre la mesa de café.


— He estado pensando en nuestra conversación de ayer.


Parecía muy incómodo, su primer instinto fue decir algo para calmarlo, para que pensara que no estaba afectada por la manera en que había destruido sus sueños. Pero su amor propio se rebeló por lo que se conformó con cruzar las piernas y esperar a que continuase.


—Decidí darte la exclusiva representación de un nuevo cliente.


Nada podía haberla sorprendido más.


—¿En serio?


Ella se frotó los ojos, de repente aparentando su edad.


—Tu madre me leyó la cartilla. Me dijo que no te estaba dando una oportunidad justa.


Así que mamá vino a salvar a su pequeña, igual que hizo años atrás en el parque, o en la mesa de la comida, cuando su padre la reprendió por no mejorar sus notas. Lo que significaba que en verdad nada había cambiado, que su padre realmente no quería que ella fuera su agente.


Simplemente temía a su esposa.


Paula detuvo los pensamientos que la hacían sentir pena de sí misma. Si quería cambiar su vida, necesitaba concentrarse en lo positivo e independientemente de las razones de su padre para darle esta oportunidad, aquel era el momento de aprovechar sus expectativas.


Hizo un gesto al archivo y ella lo cogió. JP Jesse. El nombre le sonaba vagamente en su mente.


—Lleva cinco años jugando. Los Tennessee Titanes le apartaron, se convirtió en un agente libre sin restricciones que nadie quiso a principios de marzo. En mayo recibió una oferta de compra por los Titanes, pero está desesperado por salir de Tennessee, lo que significa que el tiempo va en su contra para firmar por otro equipo antes de que el periodo de agente libre se le agote el veintidós de julio. Y yo no tengo dos semanas para desperdiciarlas buscando un nuevo contrato para JP.


Pero ella sí las tenía. Revisó los informes de JP. No había jugado mucho, pero cuando lo había hecho sus estadísticas eran impresionantes, con una media de quince yardas, una recepción y un touchdown cada diez capturas.


—Parece que tiene potencial —dijo mientras examinaba los informes.


Su padre se encogió de hombros.


—Tal vez sí. O tal vez no.


Una señal de alarma se disparó en su cabeza. Su padre nunca se comprometía con perdedores, hasta el último de sus clientes era algo seguro. Oh mierda, había cogido a un jugador para apaciguarme.


—¿Bebe? —preguntó— ¿Es un juerguista? ¿Falla en los grandes partidos ante la presión?


Su padre asintió.


—Todo lo anterior. La razón oficial para que los Titanes se libraran de él fue un DUI el pasado enero. Pero después de examinar su expediente, creo que tiene problemas mayores que esas grandes juergas.


Hizo una pausa.


—Cuento contigo para hacer de él un receptor estrella. O hundirlo.


¿Cómo demonios iba a hacer todo eso en dos semanas? 


Bueno aquella era la oportunidad de demostrar a su padre que tenía lo que se necesitaba para ser la maldita mejor agente del negocio.


—Gracias por esta oportunidad.


Al abandonar el despacho de su padre, cogió una fotografía 8x10 de JP. Un hombre alto, rubio, delgado con un brillo perverso en sus ojos que la miraba, y una sensualidad descarada que traspasaba la imagen. Empezaría con sus miradas, luego trabajarían en sus habilidades. Con ese rostro y ese cuerpo, ella no podía conseguirle un nuevo contrato, tal vez pudiese negociar con una agencia de modelos.


Absorta en el archivo de JP, se encaminó directamente hacia una pared de roca. La carpeta con los papeles —junto con las gafas— volaron cuando intentó recuperar el equilibrio. 


Unas manos fuertes la sujetaron por los hombros, un perfume familiar de calor y pino asaltó sus sentidos.


—Te sujeté —dijo la pared mientras deslizaba las manos por sus brazos.


—Estoy bien —murmuró Paula contra el pecho de Pedro—. Me puedes soltar ya.


Ambos se agacharon para recoger los papeles y videos del archivo de JP.


—Gracias —dijo ella poniéndose en pie y colocándose las gafas. Esquivándolo en el pasillo que de repente se hizo muy pequeño, se despidió con un alegre: —Que tengas un buen día.


Pero los dedos de él la sujetaron por el codo.


—Tenemos que hablar.


Su corazón latía de forma irregular. ¿No podía al menos darle veinticuatro horas? Pero aquel era el negocio de su padre, ella no tenía otra elección que escuchar a sus clientes superestrellas.


—Sígueme —dijo llevándolo a la sala de conferencias más grande de la agencia, una que podía acoger a los cuarenta miembros del consejo. Al contrario que las salas más pequeñas, que tenían paredes de cristal que daban a la planta del despacho principal, aquella tenía brillantes paneles de caoba. Ahora bien, si él acababa de sentarse en el otro extremo de la enorme mesa, ella podría ser capaz de pasar a la segunda parte de la conversación con su orgullo intacto.


Él acercó la silla a su lado, su cuerpo reaccionó ante la proximidad en contra de su voluntad.


—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó de forma impersonal.


Él le entregó un grueso fajo de papeles.


—Aquí está nuestro nuevo contrato —sus ojos eran oscuros y hambrientos, pero también culpables. — Soy tuyo.


Sus pezones se endurecieron, sabía que el jersey no ayudaba a ocultar su excitación. Como hubiera querido que sus palabras fueran verdad. Pero no así —no porque creyera que se lo debía, por haber tenido sexo con ella.


Moviendo la cabeza le devolvió los documentos.


—Ya tengo mi primer cliente —agradecida de que fuera verdad— no necesito tu caridad.


Él pareció desconcertado.


—¿Tu padre ha cambiado de opinión?


Ella levantó la barbilla.


—Lo hizo —nunca ni en un millón de años, admitiría que su madre estaba tras eso.


Pedro sonrió, las mariposas revolotearon en su estómago.


—Me alegro —miró la gruesa carpeta de papeles— ¿A quién te ha dado?


Ella apretó los labios.


—JP Jesse. Un receptor agente libre.


Él hizo un gesto.


—Tomas está preparando el escenario para que fracases.


Paula no podía dejarle saber que había pensado exactamente lo mismo.


—JP está infravalorado.


—Es indisciplinado.


—Está sin cultivar —respondió Paula.


—Es un alborotador.


Él se levantó yendo hacia la ventana.


—Eres inteligente Paula —dijo— me has impresionado constantemente con el trabajo que has hecho en la agencia.
—¿Pero?


Pedro se frotó suavemente la barbilla, sopesando cuidadosamente sus palabras.


—Estás verde. No hay manera de que puedas manejar a un jugador como JP tu primera vez. Te ofrezco mi ayuda —sus ojos la atravesaron— acéptala.


Ella le miró fijamente, la luz del sol le rodeaba como una aureola. Por más que quisiera negar sus declaraciones, tenía razón. Las posibilidades de que fracasara eran enormes. Especialmente si su primer —y único— cliente era un playboy con un futuro muy incierto. Sin embargo, no podía aceptar la oferta de Pedro. No cuando él estaba cambiando de agente por las razones equivocadas.


—Te lo dije esta mañana y te lo repito otra vez, no estoy enfadada —dijo con una voz suave—. Entonces, por favor, no te sientas culpable.


Dio un paso hacia ella.


—Te lo debo.


Ella negó con la cabeza.


—No Pedro. No es así.


Se acercó y ella luchó contra el impulso de alejarse. No podía pensar con claridad cuando estaba cerca.


Sin moverse un centímetro él dijo:
—Trabajar juntos es la solución perfecta.


— Acabas de decir —insistió Paula— que estoy verde. ¿Por qué poner tu carrera en manos de alguien que crees que no puede manejarla?


Pedro cerró la distancia entre ellos, tirando y acercándola con fuerza, de la misma manera en que lo hizo en el estudio de fotografía. Luego, su boca estaba sobre la de ella, besándola como lo hizo en todos sus sueños, como si se estuviera muriendo de sed y ella fuese la única agua en kilómetros. Por fin se apartó.


—Una vez más —murmuró mientras ella trataba de recuperar el aliento—. Eres una mujer increíble, Paula. 
Puedes manejar cualquier cosa que te propongas. Incluso a mí.


Ella presionó las puntas de los dedos contra su boca. ¿Es por eso que la había besado? ¿Para ver cómo manejaba la situación? Las últimas veinticuatro horas habían sido las más confusas de su vida. Apenas conseguía pensar con claridad y ahora la había besado nuevamente, de cualquier manera, sabía que no tenía que tomar una decisión tan rápidamente.


Se acercó a la puerta, recogiendo la carpeta de JP.


—Necesito algún tiempo para pensar sobre esto.


Podía jurar que él estaba a punto de sonreír, que pensaba que había ganado. En vez de eso dijo:
—Muy bien, te recogeré a las siete.


—¿De qué estás hablando?


Una vez más redujo la distancia entre ellos.


—Te voy a llevar a cenar esta noche y hablaremos. Sobre tu carrera.


Sus ojos se posaron en los labios, todavía zumbando por el beso, totalmente desesperada por otro. La mirada retornó a sus labios.


—Y la mía.


Paula se sintió aturdida. ¿Se suponía que esto era una cita? ¿O eran solo negocios?


O lo peor de todo, ¿era su segunda ronda de disculpas por tener relaciones sexuales con ella sin pararse a pensar?






CAPITULO 8 (SEGUNDA HISTORIA)





Un sonido desconocido zumbó despertando a Paula. 


Profundamente enterrada en la colcha y las sábanas pecaminosamente suaves, abrió los ojos. De repente lo recordó todo. Pedro la había traído del bar a su casa, lo había seducido y él se había lanzado sobre ella y había hecho que su fantasía ganase vida.


El olor del café recién hecho fluctuaba hacia la habitación mientras sentía el dolor de los músculos a medida que los estiraba. Si por ella fuese, se quedaría desnuda en su cama para siempre.


Él podría tenerla siempre que quisiese.


Las emocionantes palabras de Pedro saltaron en su cabeza: has sido hecha para mí. Era algo que ella siempre había sabido, pero nunca había esperado que Pedro lo sintiese de la misma manera. La felicidad la inundó cuando levantó las sábanas.


Abrió la puerta del armario y respiró profundamente el perfume que era su marca registrada —pinos en el sol del verano. Cogiendo una camisa blanca con botones de clip, se la puso y sonrió. No podía esperar para convencerlo de que dejase enfriar el café mientras volvían a la cama y se exploraban el uno al otro todo el día.


Sin embargo, pensó con una sonrisa, debido al modo en que la hizo suya nuevamente durante la noche, no iba a necesitar mucha persuasión.


Se lavó los dientes con un poco de pasta en un dedo y se peinó también con los dedos. El maquillaje había desaparecido durante la noche, pero cada vez que pensaba en su intensa actividad amorosa, se ruborizaba y sus ojos se volvían brillantes, entonces se dio cuenta que estaba bien sin maquillar.


Desnuda, a excepción de su camisa que le llegaba hasta las rodillas, caminó por el pasillo hasta la cocina.


Pedro estaba de espaldas cuando se paró en la entrada admirando su bonito físico. El pantalón ceñido le moldeaba el culo prieto y la camisa apretada hacía que sus hombros pareciesen imposiblemente anchos. Algo sobre aquella ropa le pareció extraño. ¿Tendría un compromiso aquella mañana? Esperaba que se apresurase con su reunión y en el entrenamiento diario para poder volver pronto a las cosas buenas.


—Buenos días —dijo ella con la voz un poco más melosa de lo que había planeado. ¿Por qué estaba aun nerviosa después de todo lo que habían compartido?


Él se giró lentamente para mirarla y en su estómago se formó un nudo por la seria expresión.


—Paula —dijo su nombre en tono duro y bajo como si pronunciase una sentencia de muerte.


—El café huele bien —dijo ella intentando actuar como si nada estuviese mal, como si no existiese un enorme elefante blanco en la habitación junto a ellos— ¿Dónde guardas las tazas de café?


Él apuntó hacia un armario encima del lavavajillas y ella abrió la puerta de cerezo poniéndose de puntillas para alcanzar una taza en el estante de arriba. La camisa subió hasta sus muslos, mostrándole las curvas de su culo y ella, desesperadamente, esperó que la estuviese observando. 


Que recordase lo que le había hecho solo algunas horas atrás, que recordase lo que había dicho de estar hechos el uno para el otro.


Cerrando la puerta del armario, se giró y extendió la taza. 


Las manos de él estaban firmes mientras derramaba el líquido, en cambio Paula intentaba controlar los nervios soplando sobre el borde de la taza.


—Lo siento mucho —dijo Pedro rompiendo el aterrador silencio, y aquellas simples palabras le rompieron el corazón.


Obviamente lamentaba las horas apasionadas que habían compartido y ahora tenía el valor de hacer lo correcto, disculparse por hacer el amor con ella.


Quería llorar y gritar que no era justo. Pensó que finalmente iba a ver como sus sueños se hacían realidad, pero, en vez de eso, solo había sido un error.


Un enorme error a juzgar por su expresión sombría. Pero lo peor de todo sería que viese cuanto la hería su rechazo, por lo que se forzó a mirar fijamente sus ojos oscuros.


—No hay nada por lo que disculparse —dijo ella con voz sorprendentemente firme.


Él la miró con evidente alivio y Paula contuvo las lágrimas. 


No había llorado delante de su padre y no iba a llorar ahora.


—No eras tú —dijo él como si esto lo explicara todo— todavía no lo eres.


Diez minutos antes había asumido locamente que ellos empezarían a salir, que sería su novia, solo porque la había hecho gozar tres veces seguidas. Pero ella sabía desde el principio que solo sería una noche en el paraíso, ¿no es cierto? No podía mostrar rabia y pena cuando él no le había prometido nada.


—Ayer por la noche fue maravilloso —dijo ella honestamente—. Eres un amante maravilloso, Pedro.


Él se inclinó sobre la encimera de granito negro sin mover ni un solo músculo y desconcertado.


—Nunca debí…


—Estoy feliz por lo que hiciste —no quería ningún arrepentimiento que estropease la noche mágica que habían compartido—. Estoy feliz con lo que hicimos, —dejó la taza de café— voy atrasada. Tengo que ir a la oficina.


Se fue a la sala con el fin de buscar su ropa. Necesitaba irse de allí antes de que pudiese salir más herida.


Pero él no se lo estaba poniendo fácil. La siguió como una gran presencia oscura en el marco de la puerta mientras ella se vestía.


—Voy a hacer que esto sea bueno para ti, Paula. Solamente dime como.


—Para, por favor —dijo ella— los dos somos adultos que querían tener sexo. Déjalo todo como está.


Pero el peso del remordimiento pesaba fuertemente en la habitación.


—Quieres ser una agente. Seré tu primer cliente.


Aquellas palabras destruyeron la armadura que había levantado alrededor de su corazón. Pensaba que le estaba ofreciendo lo que quería —ser su primer cliente superestrella. Sin embargo a ella no le importaría nada si eso significaba ser amada por Pedro cada día y cada noche.


La rabia finalmente explotó hacia la superficie.


—No necesito que nadie me haga favores. Me va muy bien sola —mintió.


—Tu padre no va a promoverte, ¿no es cierto?


La pregunta la cegó y sus dedos se quedaron inmóviles sobre la cremallera.


—Fue por eso que fuiste ayer al Barnum´s —continuó— fue por ello que te emborrachaste y viniste a casa conmigo —un leve disgusto cruzó su rostro—. Sé cómo piensa tu padre y como administra sus negocios. Es honesto, es un gran negociador, pero nunca contratará a una agente femenina —hizo una pausa— ni siquiera a su propia hija.


Paula tragó en seco. Odiaba que lo hubiese descubierto todo. No quería que viese lo injusto que era poner la zanahoria delante de su cabeza, lo que un cliente con el nivel de Pedro podía hacer para atraer a otros grandes clientes y demostrarle a su padre que estaba completamente equivocado pensando que ella era una persona débil.


Paula movió la cabeza deseando que el tren de alta velocidad en su cerebro pudiese parar antes de colisionar con una pared de ladrillos. No podía aceptar aquella oferta, no podía servir su orgullo en una bandeja de plata de aquella manera.


—No me debes nada —dijo nuevamente— hemos tenido una noche de diversión. ¿Qué importa? Solo ha sido una noche —mintió.


—Tú no lo hiciste.


—Lo hice —ella mantuvo su posición.


—Voy a matarlo.


Casi sonrió ante su reacción sorprendentemente celosa, pero no tendría una sonrisa suya. Aún no.


—Tú y yo hemos disfrutado de una gran noche juntos. Sin lazos, sin promesas. Deja de preocuparte —dijo ella poniendo una mano en su brazo para calmarlo. Pero tocarlo fue un gran error y se frotó la mano en la cadera para que el hormigueo parase—. Estoy bien —o lo estaría. Algún día.


—Mi abogado va a redactar un contrato, lo tendrás después del mediodía para revisarlo.


Lo miró fijamente, incrédula, incapaz de continuar con la discusión por más tiempo. Estaba actuando como un dictador, pero ella aún se sentía excitada por su culpa. Cada vez que movía los brazos y sus bíceps se flexionaban, cada vez que observaba como sus manos se movían y pensaba en lo que le había hecho con aquellos dedos largos, empezaba a perder la débil posición que tenía sobre su dignidad.


Con la cabeza levantada, recuperó su bolso y salió hacia la puerta descalza hasta el ascensor. Sentía los ojos de Pedro sobre ella mientras apretaba el botón rojo y esperaba el ascensor.


La campana sonó y, cuando las puertas de acero inoxidable se abrieron, entró. Tenía que ser fuerte, podría dejar que viese lo profundamente que la había herido; cuando las puertas se deslizaron para cerrarse endureció su expresión.





CAPITULO 7 (SEGUNDA HISTORIA)




La unión entre sus piernas hormigueaba cuando Pedro la cogió en brazos llevándola por el pasillo. Tenía unas manos poderosas y maravillosas. Fuertes, pero lo suficientemente suaves como para provocarla hasta hacerla estar desesperada por la liberación. Sus dedos eran tan largos y hábiles, no era de extrañar que fuera uno de los mejores receptores de la NFL, sus manos eran definitivamente mágicas.


Todos los domingos Pedro era el hombre más concentrado del campo. Y cuando la tocaba, era como si no existiera nadie más en la tierra. Nunca había estado con un hombre que estuviera tan completamente decidido en darle placer.


Ella se estremeció, al pensar en lo que le había hecho, y en lo que le haría a continuación.


—Parece que me necesitas para entrar en calor —dijo, Paula continuó temblando por la excitación anticipada. 


Estaban justo en el umbral del dormitorio, cuando él inclinó la cabeza hacia sus pechos. Sintió el aliento caliente en su pezón y seguidamente cubrió el pico endurecido con su boca, la lengua lo rodeaba y provocaba, después los labios lo chupaban y mordisqueaban.


Instintivamente se arqueó contra su boca. Nunca había sido amada así por un hombre que poseía un mapa de las partes más sensibles de su cuerpo.


—Nunca tengo suficiente de tus pechos —ronroneó.


Si hubiera tenido un pensamiento coherente en su cerebro, habría respondido con algo sensual, sin embargo, la estaba acostando sobre la cama y se vio envuelta en la suavidad por un lado y el calor de unos músculos duros por otro. 


Ninguna mujer podría usar el cerebro en un momento como ese.


Pedro se arrodilló sobre ella y cogió el dobladillo de su camiseta.


—Quiero que también te desnudes —pidió Paula mientras exploraba con la punta de los dedos las profundas líneas de aquellos abdominales. Su estómago se contrajo ante su toque, y Paula de repente fue consciente de su poder femenino.


Pedro había controlado su corazón y su cuerpo durante tantos años, que quería hacerle saber cuánto lo deseaba. 


Por lo menos por una noche.


Puso sus manos en el botón de los vaqueros, pero él suavemente cubrió sus dedos.


—Todavía no.


Mientras la frustración bullía en su interior, él dijo:
—No puedo esperar ni un segundo para saborearte de nuevo. —Entonces empezó a besar su cuerpo desnudo, descendiendo de la mejilla a los hombros, pasando por la curva de sus pechos, sus costillas, todo el camino hasta su ombligo. Ella contuvo la respiración, esperando el momento feliz en que la tocara con su lengua, pero en vez de eso, le pellizco suavemente la parte interna del muslo, la parte posterior de la rodilla, los tobillos, el dedo del pie.


Temblaba por dentro y por fuera, se dio cuenta de que iba a tener otro orgasmo sin que Pedro le tocase el clítoris. 


Desesperada por la liberación, sus músculos vaginales se contrajeron convulsivamente con sus besos, mientras regresaba por sus pantorrillas y muslos. Finalmente sintió sus manos en las caderas, abriéndola para él.


—Espérame cariño —dijo, y ella esperó que su lengua y labios hicieran contacto con su ardiente piel. En cambio, soltó un largo suspiro sobre su clítoris.


Ella sorprendida, lanzó un grito de éxtasis.


Sus manos le cubrían las nalgas y la levantó más cerca de su boca, soplando nuevamente. El aire atravesó su montículo haciéndola sollozar de placer.


—Te gusta cuando soplo, ¿verdad? —dijo provocando con sus palabras un anhelo mayor.


—¡Otra vez! —Imploró, desesperada por la liberación— ¡Hazlo de nuevo!


Ella contuvo la respiración hasta el momento dulce en que otro soplido firme golpeó su clítoris. Entonces no pudo más que sujetarle la cabeza y empujarse contra su boca.


Todo lo que quería era gozar con su lengua en ella.


Dentro de ella.


Como si hubiera escuchado su muda suplica, deslizó la lengua desde el borde de un labio a otro, empujando duramente contra la carne intensamente excitada.


El segundo clímax la golpeó sin previo aviso, la lanzó más y más alto cuando la penetró con su lengua, impulsándose profundamente, llevándola hacia el abismo.


Todo giraba a su alrededor, y no tenía nada que ver con el gin-tonic que había bebido. Estar con Pedro era tan increíble, tan alucinante que apenas podía soportarlo.


Cuando abrió los ojos, su rostro estaba oscuro y magnífico sobre ella. Estaba apoyado sobre los brazos, con una sonrisa maliciosa y sensual que hizo locuras en sus entrañas. Había tenido dos orgasmos bajo su boca y sus dedos mágicos, pero quería más de él. Lo quería todo.


—Está bien —dijo— ¿Qué tal si me quito la ropa ahora?


Ella respondió con una sonrisa igualmente maliciosa. Ahora que había sobrepasado el límite, quería hacerle sentirse tan bien como él lo había hecho.


Puso las manos bajo su camisa y todo pensamiento claro desapareció. Sus músculos eran duros y ondulados, y se sentía tan bien su tacto. Le quitó la camisa.


—Quiero verte desnudo. Ahora.


—¡Gracias a Dios! —Dijo él cogiendo un preservativo del cajón de la mesilla—. Necesito estar dentro de ti, también. Créeme. Me muero por ello.


Los dedos de Paula temblaban cuando forcejeó con el botón del pantalón, él suavemente le ayudó a quitarlo. Su pene saltó libre, empujando contra su vientre. Se quitó el pantalón y el calzoncillo, seguidamente, le entregó el preservativo.


Nunca había visto nada tan glorioso como la polla gruesa y dura de Pedro. Era tan grande. Más de un amante suyo había comentado lo “estrecha” que era.


Sintiendo su aprensión, guió sus manos sobre la cabeza del miembro, ayudándola con el látex.


—Estás hecha para mi, cara bella .


Sus tiernas palabras eran como una caricia sensual, moviéndose bajo su peso, ella abrió las piernas y Pedro se acomodó entre sus muslos, la punta de su pene rozándole el clítoris.


Sosteniendo su peso sobre ella, inclinó la cabeza y tomó sus labios en un beso dulce y suave. A medida que amaba su boca con la lengua saboreando cada rincón, deslizó en su interior su miembro duro y grueso, pausadamente sin prisa, dándole más de lo que ella pensaba que fuera humanamente posible.


Él se apartó de su boca susurrando contra su piel, su cuello y su cabello:
—Estás tan húmeda, tan caliente, tan apretada.


Empujó un poco más, ella movió las caderas para recibirlo más profundamente.


—Tan malditamente apretada.


Ella nunca se había sentido tan bien, era como si su cuerpo estuviese siendo moldeado y formado por él. Era tan cuidadoso, tan paciente, que podía sentir su contención en los músculos tensos de su espalda, por el brillo apenas perceptible de sudor en su piel.


Quería tomar todo lo que él le ofrecía. Lo ansiaba todo, hasta la última gota de pasión y deseo. Pedro pareció leer su mente, cuando se movió para quedar acostado en la cama con ella encima, a horcajadas sobre su pene.


Sus manos se movían sobre sus pechos, tomó los pezones entre los pulgares e índice mientras se deslizaba en su interior con un leve giro de caderas.


Instintivamente, se acomodó en su eje. Él contuvo el aliento, presionando con ambas manos lo suficiente en su espalda para poner sus pechos a la altura de su boca. Los ahuecó juntos y ella casi llegó al clímax nuevamente cuando sus dientes rozaron los sensibles pezones, su polla solo a medio camino de su interior.


Paula no podía soportarlo más, deslizándose sobre su erección, tomó el resto de él, y antes de que se diera cuenta, él rodó nuevamente sin separarse, liberando todo el poder que había estado conteniendo. Ella se aferró a sus hombros y espalda, hundiendo los dientes en los tendones de su cuello mientras se impulsaba tan duro y profundo que quiso gritar de placer.


Pedro encontró su boca y la besó como si nunca lo hubieran hecho antes, como si estuviera intentando poseer su alma. 


Presionando la pelvis contra su clítoris, sumergió el pene en su interior, ella no podía pensar y casi ni respirar. La única cosa que podía hacer era dirigirse hacia el clímax más explosivo de su vida.


Continuó penetrándola, ahora más lentamente, Paula no podía esperar otro segundo más a que él se le uniera. Sus músculos se contrajeron firmemente a su alrededor un momento antes de que gimiera su nombre, sintiéndole temblar y estallar en su ajustado canal.


Se sujetaron el uno al otro mientras los espasmos se intensificaban y luego poco a poco retrocedían.


Paula nunca se había sentido tan bien… o tan exhausta.


Aquel había sido su peor día… para luego convertirse en el mejor, mucho mejor.


Pedro escuchó su pausada respiración y supo que se estaba quedando dormida. Todo se había descontrolado muy rápidamente, pero ahora que Paula estaba desnuda, recostada en el hueco de su brazo, ahora que podía concentrarse en algo que no fuera su intensa erección, era el momento de profundizar en lo que había hecho.


Su cerebro le decía que saltara de la cama y esperase en el salón hasta que ella se despertara, pero su cuerpo se negaba a escuchar. Incluso habiendo cometido el pecado capital de mezclar los negocios con el placer.


El sabor amargo del remordimiento era duro de tragar. 


Siempre se había enorgullecido de no cruzarse en el camino de la multitud de mujeres que rodeaban a los Outlaws, siempre fue muy selectivo, dejando claras sus intenciones. 


Tenía un poderoso impulso sexual, le encantaba estar con
una mujer, pero nunca había dicho “te amo”. Ni siquiera estaba seguro de poder sentirlo. Había visto a su madre arruinar sus relaciones con muchos hombres por creer que el amor era algo que los Alfonso podían sentir. Razón por la cual no había ofrecido a las mujeres falsas expectativas.


Darse un revolcón con Paula era el mayor error que había cometido.


Pero incluso cuando se despreciaba por haberla tomado tan despiadadamente, todo lo que quería era acariciar aquel exuberante trasero, deslizar los dedos en su suave calor y escucharla gritar su nombre de nuevo. Su pene se sacudió contra su muslo, no pudo contenerse de cubrir su pecho lleno y perfecto con la mano. El pezón se endureció contra la palma, y admitió que no había vuelta atrás, no la enviaría a su casa esta noche.


Mañana se enfrentaría con las consecuencias y se arrepentiría.


Se movió soñolienta contra él, sus ojos se abrieron, mostrando sorpresa.


—Pedro, ¿realmente estoy en tu cama?


El murmuró — Sí — contra sus labios, moviéndola suavemente de forma que su trasero se presionase contra su erección. Paula se meció contra ella al tiempo que Pedro cogía otro preservativo.


—Necesito estar dentro de ti otra vez.


—¿A qué estás esperando? —preguntó ella, con voz dulce y cálida.


Su pene creció otro centímetro ante la invitación. Jugó con la plenitud de sus senos, la dureza de sus pezones mientras se enfundaba el preservativo, luego abrió sus muslos con la rodilla.


Tenía que estar dolorida por la forma en que había estirado su increíblemente apretada vagina solo un poco antes, pero tenía que poseerla —tenía que sentir la dulce presión de su dulce clímax presionándolo, produciéndole el placer más intenso que había conocido.


Encontró la resbaladiza entrada de su coño, se deslizó dentro de ella con un empuje rápido. Su respiración se convirtió en un jadeo, pero en todo lo que podía pensar era en lo bien que se sentía rodeado por su calor.


Deslizando una mano por su costado, pellizcó los pezones con los dedos, lo que permitió a su otra mano vagar por su suave vagina. Tenía el clítoris hinchado y duro, lo frotó al mismo tiempo que la embestía, empujando contra su excitación con los dedos mientras la invadía con su eje.


Su respiración se volvió rápida y superficial, sabía que estaba a punto de disfrutar de nuevo en sus brazos, liberó su rígido autocontrol. En un momento los gritos de éxtasis de ella se mezclaron con sus rugidos de placer. Nunca había tenido un placer tan fuerte y largo, ni había sido exprimido tan duramente.


Paula Chaves era la pieza más caliente que había tenido. 


Iba a matarlo el tener que alejarse de sus exuberantes curvas y salvaje sensualidad —aunque fuera lo correcto.