BELLA ANDRE
domingo, 6 de noviembre de 2016
CAPITULO 9 (SEGUNDA HISTORIA)
Paula entró en el despacho después de un largo y caliente baño, se había pasado un rato delante del espejo arreglándose el pelo, el maquillaje y la ropa. Su cerebro luchaba contra su cuerpo —su cuerpo todavía en un estado de éxtasis y su mente dando vueltas por haber sido quitada de en medio— pero se negaba a tumbarse y hacerse la muerta.
Llevaba un ajustado suéter de cachemira morado con cuello de pico, que tenía escondido en el fondo de un cajón. Si había un día para infundirse confianza, este era uno de ellos, así que añadió un totalmente innecesario sujetador push-up, que junto con el pantalón negro perfectamente ajustado, esperaba que la hiciera parecer la chica del millón de dólares, aunque se sintiese como el especial de noventa y nueve centavos.
Por segundo día consecutivo Angie salió a su paso:
—Tu padre te espera desde hace horas —su tono era tanto acusador como interrogativo.
Paula se encogió de hombros. Tenía cosas más importantes en que pensar que en la lista de la lavandería y las otras interminables tareas de su padre, como por ejemplo conseguir un nuevo trabajo y una nueva agencia. O algo mucho mejor, comenzar con la suya propia.
—Puedes decirle que he llegado.
Se fue a su cubículo, se sentó en la mesa y encendió el ordenador. En el momento de salir hoy de su trabajo, tendría una lista de contactos importantes en las otras cinco mejores agencias que estaban en el negocio del fútbol. Sin olvidarse de eso; no limitaría su búsqueda en el fútbol porque siempre le gustó el beisbol y el hockey. Diablos, podía aprender a que le gustara el boxeo o el golf si fuera necesario.
El teléfono sonó, su primer pensamiento fue para Pedro, pero cuando miró el identificador de llamadas, era Angie, diciendo que su padre esperaba ansioso su presencia.
Cerró los ojos. No podía esperanzarse cada vez que sonase el teléfono, no podía desperdiciar su vida soñando con que Pedro iba a caer rendido de amor por ella.
Empujó la silla, se puso unas gafas de montura roja, que no necesitaba por prescripción médica, pero que había comprado para parecer un poco más seria y más dura. La puerta del despacho de su padre estaba abierta, se sentó en un sofá, poco dispuesta a sentarse en la silla de torturas frente a la mesa de él. Sorprendentemente, éste se levantó para acercarse a ella.
Colocó un grueso expediente sobre la mesa de café.
— He estado pensando en nuestra conversación de ayer.
Parecía muy incómodo, su primer instinto fue decir algo para calmarlo, para que pensara que no estaba afectada por la manera en que había destruido sus sueños. Pero su amor propio se rebeló por lo que se conformó con cruzar las piernas y esperar a que continuase.
—Decidí darte la exclusiva representación de un nuevo cliente.
Nada podía haberla sorprendido más.
—¿En serio?
Ella se frotó los ojos, de repente aparentando su edad.
—Tu madre me leyó la cartilla. Me dijo que no te estaba dando una oportunidad justa.
Así que mamá vino a salvar a su pequeña, igual que hizo años atrás en el parque, o en la mesa de la comida, cuando su padre la reprendió por no mejorar sus notas. Lo que significaba que en verdad nada había cambiado, que su padre realmente no quería que ella fuera su agente.
Simplemente temía a su esposa.
Paula detuvo los pensamientos que la hacían sentir pena de sí misma. Si quería cambiar su vida, necesitaba concentrarse en lo positivo e independientemente de las razones de su padre para darle esta oportunidad, aquel era el momento de aprovechar sus expectativas.
Hizo un gesto al archivo y ella lo cogió. JP Jesse. El nombre le sonaba vagamente en su mente.
—Lleva cinco años jugando. Los Tennessee Titanes le apartaron, se convirtió en un agente libre sin restricciones que nadie quiso a principios de marzo. En mayo recibió una oferta de compra por los Titanes, pero está desesperado por salir de Tennessee, lo que significa que el tiempo va en su contra para firmar por otro equipo antes de que el periodo de agente libre se le agote el veintidós de julio. Y yo no tengo dos semanas para desperdiciarlas buscando un nuevo contrato para JP.
Pero ella sí las tenía. Revisó los informes de JP. No había jugado mucho, pero cuando lo había hecho sus estadísticas eran impresionantes, con una media de quince yardas, una recepción y un touchdown cada diez capturas.
—Parece que tiene potencial —dijo mientras examinaba los informes.
Su padre se encogió de hombros.
—Tal vez sí. O tal vez no.
Una señal de alarma se disparó en su cabeza. Su padre nunca se comprometía con perdedores, hasta el último de sus clientes era algo seguro. Oh mierda, había cogido a un jugador para apaciguarme.
—¿Bebe? —preguntó— ¿Es un juerguista? ¿Falla en los grandes partidos ante la presión?
Su padre asintió.
—Todo lo anterior. La razón oficial para que los Titanes se libraran de él fue un DUI el pasado enero. Pero después de examinar su expediente, creo que tiene problemas mayores que esas grandes juergas.
Hizo una pausa.
—Cuento contigo para hacer de él un receptor estrella. O hundirlo.
¿Cómo demonios iba a hacer todo eso en dos semanas?
Bueno aquella era la oportunidad de demostrar a su padre que tenía lo que se necesitaba para ser la maldita mejor agente del negocio.
—Gracias por esta oportunidad.
Al abandonar el despacho de su padre, cogió una fotografía 8x10 de JP. Un hombre alto, rubio, delgado con un brillo perverso en sus ojos que la miraba, y una sensualidad descarada que traspasaba la imagen. Empezaría con sus miradas, luego trabajarían en sus habilidades. Con ese rostro y ese cuerpo, ella no podía conseguirle un nuevo contrato, tal vez pudiese negociar con una agencia de modelos.
Absorta en el archivo de JP, se encaminó directamente hacia una pared de roca. La carpeta con los papeles —junto con las gafas— volaron cuando intentó recuperar el equilibrio.
Unas manos fuertes la sujetaron por los hombros, un perfume familiar de calor y pino asaltó sus sentidos.
—Te sujeté —dijo la pared mientras deslizaba las manos por sus brazos.
—Estoy bien —murmuró Paula contra el pecho de Pedro—. Me puedes soltar ya.
Ambos se agacharon para recoger los papeles y videos del archivo de JP.
—Gracias —dijo ella poniéndose en pie y colocándose las gafas. Esquivándolo en el pasillo que de repente se hizo muy pequeño, se despidió con un alegre: —Que tengas un buen día.
Pero los dedos de él la sujetaron por el codo.
—Tenemos que hablar.
Su corazón latía de forma irregular. ¿No podía al menos darle veinticuatro horas? Pero aquel era el negocio de su padre, ella no tenía otra elección que escuchar a sus clientes superestrellas.
—Sígueme —dijo llevándolo a la sala de conferencias más grande de la agencia, una que podía acoger a los cuarenta miembros del consejo. Al contrario que las salas más pequeñas, que tenían paredes de cristal que daban a la planta del despacho principal, aquella tenía brillantes paneles de caoba. Ahora bien, si él acababa de sentarse en el otro extremo de la enorme mesa, ella podría ser capaz de pasar a la segunda parte de la conversación con su orgullo intacto.
Él acercó la silla a su lado, su cuerpo reaccionó ante la proximidad en contra de su voluntad.
—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó de forma impersonal.
Él le entregó un grueso fajo de papeles.
—Aquí está nuestro nuevo contrato —sus ojos eran oscuros y hambrientos, pero también culpables. — Soy tuyo.
Sus pezones se endurecieron, sabía que el jersey no ayudaba a ocultar su excitación. Como hubiera querido que sus palabras fueran verdad. Pero no así —no porque creyera que se lo debía, por haber tenido sexo con ella.
Moviendo la cabeza le devolvió los documentos.
—Ya tengo mi primer cliente —agradecida de que fuera verdad— no necesito tu caridad.
Él pareció desconcertado.
—¿Tu padre ha cambiado de opinión?
Ella levantó la barbilla.
—Lo hizo —nunca ni en un millón de años, admitiría que su madre estaba tras eso.
Pedro sonrió, las mariposas revolotearon en su estómago.
—Me alegro —miró la gruesa carpeta de papeles— ¿A quién te ha dado?
Ella apretó los labios.
—JP Jesse. Un receptor agente libre.
Él hizo un gesto.
—Tomas está preparando el escenario para que fracases.
Paula no podía dejarle saber que había pensado exactamente lo mismo.
—JP está infravalorado.
—Es indisciplinado.
—Está sin cultivar —respondió Paula.
—Es un alborotador.
Él se levantó yendo hacia la ventana.
—Eres inteligente Paula —dijo— me has impresionado constantemente con el trabajo que has hecho en la agencia.
—¿Pero?
Pedro se frotó suavemente la barbilla, sopesando cuidadosamente sus palabras.
—Estás verde. No hay manera de que puedas manejar a un jugador como JP tu primera vez. Te ofrezco mi ayuda —sus ojos la atravesaron— acéptala.
Ella le miró fijamente, la luz del sol le rodeaba como una aureola. Por más que quisiera negar sus declaraciones, tenía razón. Las posibilidades de que fracasara eran enormes. Especialmente si su primer —y único— cliente era un playboy con un futuro muy incierto. Sin embargo, no podía aceptar la oferta de Pedro. No cuando él estaba cambiando de agente por las razones equivocadas.
—Te lo dije esta mañana y te lo repito otra vez, no estoy enfadada —dijo con una voz suave—. Entonces, por favor, no te sientas culpable.
Dio un paso hacia ella.
—Te lo debo.
Ella negó con la cabeza.
—No Pedro. No es así.
Se acercó y ella luchó contra el impulso de alejarse. No podía pensar con claridad cuando estaba cerca.
Sin moverse un centímetro él dijo:
—Trabajar juntos es la solución perfecta.
— Acabas de decir —insistió Paula— que estoy verde. ¿Por qué poner tu carrera en manos de alguien que crees que no puede manejarla?
Pedro cerró la distancia entre ellos, tirando y acercándola con fuerza, de la misma manera en que lo hizo en el estudio de fotografía. Luego, su boca estaba sobre la de ella, besándola como lo hizo en todos sus sueños, como si se estuviera muriendo de sed y ella fuese la única agua en kilómetros. Por fin se apartó.
—Una vez más —murmuró mientras ella trataba de recuperar el aliento—. Eres una mujer increíble, Paula.
Puedes manejar cualquier cosa que te propongas. Incluso a mí.
Ella presionó las puntas de los dedos contra su boca. ¿Es por eso que la había besado? ¿Para ver cómo manejaba la situación? Las últimas veinticuatro horas habían sido las más confusas de su vida. Apenas conseguía pensar con claridad y ahora la había besado nuevamente, de cualquier manera, sabía que no tenía que tomar una decisión tan rápidamente.
Se acercó a la puerta, recogiendo la carpeta de JP.
—Necesito algún tiempo para pensar sobre esto.
Podía jurar que él estaba a punto de sonreír, que pensaba que había ganado. En vez de eso dijo:
—Muy bien, te recogeré a las siete.
—¿De qué estás hablando?
Una vez más redujo la distancia entre ellos.
—Te voy a llevar a cenar esta noche y hablaremos. Sobre tu carrera.
Sus ojos se posaron en los labios, todavía zumbando por el beso, totalmente desesperada por otro. La mirada retornó a sus labios.
—Y la mía.
Paula se sintió aturdida. ¿Se suponía que esto era una cita? ¿O eran solo negocios?
O lo peor de todo, ¿era su segunda ronda de disculpas por tener relaciones sexuales con ella sin pararse a pensar?
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