BELLA ANDRE
domingo, 6 de noviembre de 2016
CAPITULO 7 (SEGUNDA HISTORIA)
La unión entre sus piernas hormigueaba cuando Pedro la cogió en brazos llevándola por el pasillo. Tenía unas manos poderosas y maravillosas. Fuertes, pero lo suficientemente suaves como para provocarla hasta hacerla estar desesperada por la liberación. Sus dedos eran tan largos y hábiles, no era de extrañar que fuera uno de los mejores receptores de la NFL, sus manos eran definitivamente mágicas.
Todos los domingos Pedro era el hombre más concentrado del campo. Y cuando la tocaba, era como si no existiera nadie más en la tierra. Nunca había estado con un hombre que estuviera tan completamente decidido en darle placer.
Ella se estremeció, al pensar en lo que le había hecho, y en lo que le haría a continuación.
—Parece que me necesitas para entrar en calor —dijo, Paula continuó temblando por la excitación anticipada.
Estaban justo en el umbral del dormitorio, cuando él inclinó la cabeza hacia sus pechos. Sintió el aliento caliente en su pezón y seguidamente cubrió el pico endurecido con su boca, la lengua lo rodeaba y provocaba, después los labios lo chupaban y mordisqueaban.
Instintivamente se arqueó contra su boca. Nunca había sido amada así por un hombre que poseía un mapa de las partes más sensibles de su cuerpo.
—Nunca tengo suficiente de tus pechos —ronroneó.
Si hubiera tenido un pensamiento coherente en su cerebro, habría respondido con algo sensual, sin embargo, la estaba acostando sobre la cama y se vio envuelta en la suavidad por un lado y el calor de unos músculos duros por otro.
Ninguna mujer podría usar el cerebro en un momento como ese.
Pedro se arrodilló sobre ella y cogió el dobladillo de su camiseta.
—Quiero que también te desnudes —pidió Paula mientras exploraba con la punta de los dedos las profundas líneas de aquellos abdominales. Su estómago se contrajo ante su toque, y Paula de repente fue consciente de su poder femenino.
Pedro había controlado su corazón y su cuerpo durante tantos años, que quería hacerle saber cuánto lo deseaba.
Por lo menos por una noche.
Puso sus manos en el botón de los vaqueros, pero él suavemente cubrió sus dedos.
—Todavía no.
Mientras la frustración bullía en su interior, él dijo:
—No puedo esperar ni un segundo para saborearte de nuevo. —Entonces empezó a besar su cuerpo desnudo, descendiendo de la mejilla a los hombros, pasando por la curva de sus pechos, sus costillas, todo el camino hasta su ombligo. Ella contuvo la respiración, esperando el momento feliz en que la tocara con su lengua, pero en vez de eso, le pellizco suavemente la parte interna del muslo, la parte posterior de la rodilla, los tobillos, el dedo del pie.
Temblaba por dentro y por fuera, se dio cuenta de que iba a tener otro orgasmo sin que Pedro le tocase el clítoris.
Desesperada por la liberación, sus músculos vaginales se contrajeron convulsivamente con sus besos, mientras regresaba por sus pantorrillas y muslos. Finalmente sintió sus manos en las caderas, abriéndola para él.
—Espérame cariño —dijo, y ella esperó que su lengua y labios hicieran contacto con su ardiente piel. En cambio, soltó un largo suspiro sobre su clítoris.
Ella sorprendida, lanzó un grito de éxtasis.
Sus manos le cubrían las nalgas y la levantó más cerca de su boca, soplando nuevamente. El aire atravesó su montículo haciéndola sollozar de placer.
—Te gusta cuando soplo, ¿verdad? —dijo provocando con sus palabras un anhelo mayor.
—¡Otra vez! —Imploró, desesperada por la liberación— ¡Hazlo de nuevo!
Ella contuvo la respiración hasta el momento dulce en que otro soplido firme golpeó su clítoris. Entonces no pudo más que sujetarle la cabeza y empujarse contra su boca.
Todo lo que quería era gozar con su lengua en ella.
Dentro de ella.
Como si hubiera escuchado su muda suplica, deslizó la lengua desde el borde de un labio a otro, empujando duramente contra la carne intensamente excitada.
El segundo clímax la golpeó sin previo aviso, la lanzó más y más alto cuando la penetró con su lengua, impulsándose profundamente, llevándola hacia el abismo.
Todo giraba a su alrededor, y no tenía nada que ver con el gin-tonic que había bebido. Estar con Pedro era tan increíble, tan alucinante que apenas podía soportarlo.
Cuando abrió los ojos, su rostro estaba oscuro y magnífico sobre ella. Estaba apoyado sobre los brazos, con una sonrisa maliciosa y sensual que hizo locuras en sus entrañas. Había tenido dos orgasmos bajo su boca y sus dedos mágicos, pero quería más de él. Lo quería todo.
—Está bien —dijo— ¿Qué tal si me quito la ropa ahora?
Ella respondió con una sonrisa igualmente maliciosa. Ahora que había sobrepasado el límite, quería hacerle sentirse tan bien como él lo había hecho.
Puso las manos bajo su camisa y todo pensamiento claro desapareció. Sus músculos eran duros y ondulados, y se sentía tan bien su tacto. Le quitó la camisa.
—Quiero verte desnudo. Ahora.
—¡Gracias a Dios! —Dijo él cogiendo un preservativo del cajón de la mesilla—. Necesito estar dentro de ti, también. Créeme. Me muero por ello.
Los dedos de Paula temblaban cuando forcejeó con el botón del pantalón, él suavemente le ayudó a quitarlo. Su pene saltó libre, empujando contra su vientre. Se quitó el pantalón y el calzoncillo, seguidamente, le entregó el preservativo.
Nunca había visto nada tan glorioso como la polla gruesa y dura de Pedro. Era tan grande. Más de un amante suyo había comentado lo “estrecha” que era.
Sintiendo su aprensión, guió sus manos sobre la cabeza del miembro, ayudándola con el látex.
—Estás hecha para mi, cara bella .
Sus tiernas palabras eran como una caricia sensual, moviéndose bajo su peso, ella abrió las piernas y Pedro se acomodó entre sus muslos, la punta de su pene rozándole el clítoris.
Sosteniendo su peso sobre ella, inclinó la cabeza y tomó sus labios en un beso dulce y suave. A medida que amaba su boca con la lengua saboreando cada rincón, deslizó en su interior su miembro duro y grueso, pausadamente sin prisa, dándole más de lo que ella pensaba que fuera humanamente posible.
Él se apartó de su boca susurrando contra su piel, su cuello y su cabello:
—Estás tan húmeda, tan caliente, tan apretada.
Empujó un poco más, ella movió las caderas para recibirlo más profundamente.
—Tan malditamente apretada.
Ella nunca se había sentido tan bien, era como si su cuerpo estuviese siendo moldeado y formado por él. Era tan cuidadoso, tan paciente, que podía sentir su contención en los músculos tensos de su espalda, por el brillo apenas perceptible de sudor en su piel.
Quería tomar todo lo que él le ofrecía. Lo ansiaba todo, hasta la última gota de pasión y deseo. Pedro pareció leer su mente, cuando se movió para quedar acostado en la cama con ella encima, a horcajadas sobre su pene.
Sus manos se movían sobre sus pechos, tomó los pezones entre los pulgares e índice mientras se deslizaba en su interior con un leve giro de caderas.
Instintivamente, se acomodó en su eje. Él contuvo el aliento, presionando con ambas manos lo suficiente en su espalda para poner sus pechos a la altura de su boca. Los ahuecó juntos y ella casi llegó al clímax nuevamente cuando sus dientes rozaron los sensibles pezones, su polla solo a medio camino de su interior.
Paula no podía soportarlo más, deslizándose sobre su erección, tomó el resto de él, y antes de que se diera cuenta, él rodó nuevamente sin separarse, liberando todo el poder que había estado conteniendo. Ella se aferró a sus hombros y espalda, hundiendo los dientes en los tendones de su cuello mientras se impulsaba tan duro y profundo que quiso gritar de placer.
Pedro encontró su boca y la besó como si nunca lo hubieran hecho antes, como si estuviera intentando poseer su alma.
Presionando la pelvis contra su clítoris, sumergió el pene en su interior, ella no podía pensar y casi ni respirar. La única cosa que podía hacer era dirigirse hacia el clímax más explosivo de su vida.
Continuó penetrándola, ahora más lentamente, Paula no podía esperar otro segundo más a que él se le uniera. Sus músculos se contrajeron firmemente a su alrededor un momento antes de que gimiera su nombre, sintiéndole temblar y estallar en su ajustado canal.
Se sujetaron el uno al otro mientras los espasmos se intensificaban y luego poco a poco retrocedían.
Paula nunca se había sentido tan bien… o tan exhausta.
Aquel había sido su peor día… para luego convertirse en el mejor, mucho mejor.
Pedro escuchó su pausada respiración y supo que se estaba quedando dormida. Todo se había descontrolado muy rápidamente, pero ahora que Paula estaba desnuda, recostada en el hueco de su brazo, ahora que podía concentrarse en algo que no fuera su intensa erección, era el momento de profundizar en lo que había hecho.
Su cerebro le decía que saltara de la cama y esperase en el salón hasta que ella se despertara, pero su cuerpo se negaba a escuchar. Incluso habiendo cometido el pecado capital de mezclar los negocios con el placer.
El sabor amargo del remordimiento era duro de tragar.
Siempre se había enorgullecido de no cruzarse en el camino de la multitud de mujeres que rodeaban a los Outlaws, siempre fue muy selectivo, dejando claras sus intenciones.
Tenía un poderoso impulso sexual, le encantaba estar con
una mujer, pero nunca había dicho “te amo”. Ni siquiera estaba seguro de poder sentirlo. Había visto a su madre arruinar sus relaciones con muchos hombres por creer que el amor era algo que los Alfonso podían sentir. Razón por la cual no había ofrecido a las mujeres falsas expectativas.
Darse un revolcón con Paula era el mayor error que había cometido.
Pero incluso cuando se despreciaba por haberla tomado tan despiadadamente, todo lo que quería era acariciar aquel exuberante trasero, deslizar los dedos en su suave calor y escucharla gritar su nombre de nuevo. Su pene se sacudió contra su muslo, no pudo contenerse de cubrir su pecho lleno y perfecto con la mano. El pezón se endureció contra la palma, y admitió que no había vuelta atrás, no la enviaría a su casa esta noche.
Mañana se enfrentaría con las consecuencias y se arrepentiría.
Se movió soñolienta contra él, sus ojos se abrieron, mostrando sorpresa.
—Pedro, ¿realmente estoy en tu cama?
El murmuró — Sí — contra sus labios, moviéndola suavemente de forma que su trasero se presionase contra su erección. Paula se meció contra ella al tiempo que Pedro cogía otro preservativo.
—Necesito estar dentro de ti otra vez.
—¿A qué estás esperando? —preguntó ella, con voz dulce y cálida.
Su pene creció otro centímetro ante la invitación. Jugó con la plenitud de sus senos, la dureza de sus pezones mientras se enfundaba el preservativo, luego abrió sus muslos con la rodilla.
Tenía que estar dolorida por la forma en que había estirado su increíblemente apretada vagina solo un poco antes, pero tenía que poseerla —tenía que sentir la dulce presión de su dulce clímax presionándolo, produciéndole el placer más intenso que había conocido.
Encontró la resbaladiza entrada de su coño, se deslizó dentro de ella con un empuje rápido. Su respiración se convirtió en un jadeo, pero en todo lo que podía pensar era en lo bien que se sentía rodeado por su calor.
Deslizando una mano por su costado, pellizcó los pezones con los dedos, lo que permitió a su otra mano vagar por su suave vagina. Tenía el clítoris hinchado y duro, lo frotó al mismo tiempo que la embestía, empujando contra su excitación con los dedos mientras la invadía con su eje.
Su respiración se volvió rápida y superficial, sabía que estaba a punto de disfrutar de nuevo en sus brazos, liberó su rígido autocontrol. En un momento los gritos de éxtasis de ella se mezclaron con sus rugidos de placer. Nunca había tenido un placer tan fuerte y largo, ni había sido exprimido tan duramente.
Paula Chaves era la pieza más caliente que había tenido.
Iba a matarlo el tener que alejarse de sus exuberantes curvas y salvaje sensualidad —aunque fuera lo correcto.
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