BELLA ANDRE
domingo, 20 de noviembre de 2016
CAPITULO 12 (TERCERA HISTORIA)
Paula se despertó acurrucada en los brazos fuertes de Pedro. Una de sus manos estaba en el cabello de ella, la otra en su pecho, con la mano abierta descansando directamente sobre el corazón.
No estaban durmiendo como dos personas que habían tenido un rollo de una noche. Paula no iba a intentar averiguar cómo deslizarse de debajo de Pedro sin despertarle. No se regañaba a sí misma por su estúpido comportamiento.
En lugar de eso, disfrutaba con la comodidad de ser abrazada por un hombre que le había dado no sólo placer, sino otra cosa más que ni siquiera había visto que necesitaba: una ventana a la mujer que había estado esperando en su interior todo este tiempo, una mujer que al menos era un poco valiente y aventurera.
Y, vaya, había sido recompensada por esa valentía una y otra vez con su boca y sus manos, y luego con su pene.
Pensando nuevamente en todo lo que le había hecho la noche anterior hizo que su cuerpo se calentara de nuevo, su piel pinchaba con todo ese conocimiento.
La comodidad cambió a excitación, y con ese cambio se dio cuenta de que Pedro estaba duro y empujando contra sus caderas donde estaba acurrucándola.
Incluso después de que él llegara al clímax, su pene había sido más grande que cualquiera que haya visto anteriormente. Erecto, era de infarto, tanto de longitud como de ancho. De alguna manera había podido abrirse para él.
Mientras los recuerdos de lo que habían hecho regresaban a ella la mañana después con perfecta claridad, su estómago se contrajo y la excitación recorrió su cuerpo. Listo para su toque, justo como lo había estado la noche anterior.
Sólo que esta vez, no quería que la atara. No lo necesitaba.
No cuando sabía lo que el toque de Pedro, sus besos, le habían hecho. No cuando quería tocarlo, besarlo, lamerlo, mordisquearlo, como él le había hecho todas esas cosas a ella cuando había sido su cautiva atada.
Un puro instinto femenino recorrió sus dedos por su mano hacia su pecho y meneando sus caderas contra su calor duro.
Un bajo, casi inaudible gruñido salió de detrás de ella y sonrió. Hasta esa noche no sabía que había una mujer súper sexual esperando dentro de ella. Pero ahora que sí lo sabía, descubrió que quería exponerla más en los brazos del
hombre a quien le había dado inexplicablemente su confianza.
Confiar en él no era algo que hubiera tenido sentido, pero quizás, pensó, mientras la yema de su pulgar frotaba pequeños círculos sobre su aureola, ése había sido su problema siempre. Quería que todo tuviera sentido. Había insistido en ello. Pero quizás el amor no tenía sentido.
No es que estuviera enamorada de Pedro. Le gustaba. Sentía deseo por él.
¿Pero amor? Aún no había llegado ahí. No después de tan sólo diez horas juntos.
¿Pero podría enamorarse de él algún día?
¿Si siempre la trataba de la manera que había hecho la noche anterior, como si fuera un preciado regalo que debe ser atesorado, adorado? Entonces sí, probablemente no podría evitar enamorarse de él.
Una pierna peluda y musculosa salió de entre las suyas mientras Pedro utilizaba su muslo para abrirla a él.
Paula podía sentir exactamente lo húmeda que estaba mientras su carne resbaladiza (él lo había llamado coño, y en lugar de horrorizarse, la palabra solamente la había excitado más) se frotaba contra él. Su clítoris ya estaba
hinchado y le encantó la manera en la que el pelo de su pierna raspaba la dura protuberancia donde todo su placer parecía concentrarse.
Antes de que se diera cuenta, estaba cabalgando su muslo, siendo cada vez más y más fuerte mientras la mano de él en su pecho dejó de provocar su pezón y empezó a apretujarlo seriamente.
¡Oh, Dios! No podía creerlo. Iba a correrse.
Después de la manera en la que Pedro la había llevado al clímax la noche anterior, después de experimentar esa exquisita liberación, pensó que estaría saciada durante un poco más que unas cuantas horas, desde luego. Ni en un
millón de años hubiera pensado que estaría frotándose contra su pierna nada más despertarse… o que el placer sería incluso mayor por la ligera naturaleza malvada de hacerlo.
Llegando a la cima, Paula apretó los ojos y se arqueó con la mano de él en su pecho. Su aliento se quedó atascado en su garganta mientras las primeras explosiones empezaron a sentirse. La gran presión que la polla de Pedro ejercía sobre sus labios vaginales la calmaban. Pero luego los dedos duros bajaron sobre su clítoris, llevándola a un clímax incluso mayor, justo mientras Pedro empujaba dentro de su canal.
Aún dolorida del coito de la noche anterior, su tejido interior intentó protestar con la invasión, pero su continuo deseo por el hombre llevándola tan duramente (tan maravillosamente) fue más poderoso que su protesta con la humedad que aliviaba su pasaje.
—Ábrete para mí, dulce Paula —la instó con esa voz tan caliente que hubiera convertido su interior en un charco si no fuera porque ya estaba así.
Podía sentir lo duramente que estaban sus músculos interiores apretándose a su duro falo a pesar de cuánto quería que estuviera dentro de ella. Intentó respirar hondo, pero lo único que hizo fue apretarlo más.
—Quiero hacerlo —susurró ella, y lo hizo—. Lo intento —dijo, y era así—. Ayúdame —le rogó, suplicándole placer, incluso pasadas las horas nocturnas.
Quedándose perfectamente quieto dentro de ella, sin aún enterrarse completamente pero aún tan grande que pensó que estallaría de la presión, sintió su lengua moverse sobre su hombro, un golpe húmedo, calmado y largo desde su cuello hasta su oreja. Sin ningún esfuerzo por su parte, todos sus músculos se relajaron y dejaron ir el fuerte agarre de él.
—Eso es, cariño —la felicitó mientras se deslizaba más profundamente, sus músculos y su carne separándose para él—. Tan apretada. Tan caliente. —Su lengua encontró su cuello de nuevo—. Tan suave. —Ella echó a un lado la cabeza para que su boca pudiera encontrarse con la de él y él murmuró—: Tan dulce — contra sus labios.
Su lengua encontró la de ella y luego salió para reposicionarse para que ella pudiera estar tumbada sobre su espalda, con sus piernas bien abiertas. Encontró un condón en la mesita de noche y ella observó con gran fascinación (y deseo desesperado) mientras se lo deslizaba sobre la cresta de su erección, y luego completamente sobre el grueso y largo falo, brillante por sus jugos.
—Eres hermoso, Pedro.
Se quedó completamente quieto entre sus muslos, a tan sólo un latido de adentrarse en su caliente humedad.
—¿Ya no tienes miedo?
Se sonrojó al recordar lo preocupada que había estado la noche anterior, lo asustada que había estado por su tamaño, su sensualidad. Cuando terminó de destaparle los ojos, el tamaño de su pene erecto hizo que palideciera de conmoción, sabiendo con seguridad que no habría manera de que entrara dentro sin que la partiera en dos.
No se le ocurrió nada salvo ser honesta.
—¿Cómo puedo estar asustada cuando me haces sentir tan bien?
Las pupilas de él, ya oscuras, casi se doblaron en tamaño mientras miraba hacia abajo, hacia su desnudez, la manera en la que sus muslos se abrían para él, la manera en la que sus pechos se meneaban mientras se acercaba a él.
—Tú también me haces sentir muy bien, Paula. Tan bien que me sorprende que el placer no me esté matando.
Nadie la había deseado jamás así. Nadie la había mirado jamás con un calor tan peligroso. Nadie la había atado jamás y jugado con su cuerpo hasta que rogara, suplicara, llorara por liberarse.
Nadie excepto Pedro. Su marido.
En el momento exacto en el que fue a besarle, él se empujó en su coño, duro y profundo. Ella perdió la respiración y él atrapó lo que quedaba de su respiración con un beso abrasador.
—Otra vez. Justo así —rogó ella contra su boca.
Pero en lugar de cumplir su deseo, hizo movimientos lentos, saliendo de ella, una vez tras otra.
—Aún estás demasiado dolorida, demasiado hinchada. —Sonrió mientras se adentraba—. Ni siquiera debería tomarte en este momento. Es demasiado pronto. No estás acostumbrada a mí, a mi tamaño.
Paula sabía que debería apreciar el cuidado que le estaba dando, la manera en la que la protegía del dolor, pero el placer que corría por su sistema hizo que el dolor se convirtiera en éxtasis, la necesidad convirtiéndose en desesperación.
Ayer por la noche, cuando había estado amarrada a la estructura de la cama, no había sido capaz de controlar cualquier parte de su acto de amor. Y Pedro había estado en lo correcto, era justo lo que necesitaba para obligarla a dejarse ir y abrazar el más grande placer que jamás había conocido.
Pero esta mañana, las reglas habían cambiado. Ella había cambiado.
Y tendría lo que quería incluso si Pedro pensaba que podría o no manejar la situación.
Colocando sus manos alrededor para sostenerse de los músculos de su trasero, empujó hacia arriba sus caderas con todas sus fuerzas.
―Paula ―gritó mientras ella se enterraba hasta su empuñadura, tan dentro que podía sentir sus bolas presionando fuertemente en sus nalgas. Ambos se quedaron quietos por completo, jadeando, gimiendo.
¡Oh Dios! Él estaba tan profundo, más profundo que anoche, y de repente ella se dio cuenta de lo mucho que había contenido sus propias necesidades en su noche de bodas.
―No te contengas, Pedro. ―Su voz era tan oscura y pesada como la de él.
―No quiero hacerte daño, cariño.
Le encantaba que le importara lo suficiente para querer protegerla, pero no ahora. No de esto.
―Tómame, Pedro. Hazme tuya.
Ella enfatizó sus demandas con el fuerte y apretado agarre de sus brazos y piernas envolviéndose alrededor de su cuerpo.
Él maldijo, haciendo una mueca, obviamente cansado de luchar por el control.
―Dulce Paula.
El peso duro y fuerte del cuerpo de Pedro se estrelló contra ella, empujándola tan abajo en el colchón que casi podía sentir la base de la cama debajo. Pero en lugar de tener miedo, en lugar de lamentar su impulsiva y febril solicitud, disfrutó su acto de amor, cada golpe y cada gemido, la dura bofetada de la carne húmeda, mientras se unían y se separaban en un ritmo perfecto.
Sus músculos internos estaban apretándolo más fuerte que nunca, pero en lugar de cualquier dolor había un placer casi imposible, tan profundo y puro que no pudo hacer nada más que cerrar los ojos y aferrarse mientras Pedro agarraba
sus caderas y embestía su grueso eje en ella, tirando de su pezón dentro de su boca para rastrillar con sus dientes a través del rígido pico.
Los músculos de la espalda y caderas de él se dibujaban apretados, los tendones tensos y abultados mientras que le clavaba suavemente sus uñas sobre su piel. Su vientre se apretó, sus pechos se arquearon dentro de su boca, su clítoris se hinchó.
Y entonces explotó, cada músculo de su cuerpo pareció apretarse, y luego soltarse, mientras volaba más alto y más alto hacia las cegadoras chispas que Pedro estaba disparando a su alrededor.
El poder de su orgasmo la sorprendió abriendo sus ojos y fue entonces cuando se dio cuenta de que él estaba manteniéndose con sus fuertes brazos a cada lado de su cara. La estaba mirando con tal maravilla, tal asombro, que su corazón casi dejó de latir.
―Pedro.
Susurró su nombre, levantando la mano para ahuecar su hermoso rostro en sus manos. Justo cuando sus labios se tocaron, se quedó quieto, apretado, haciéndose aún más grande dentro de sus paredes resbaladizas. Quería sentirlo
explotar, quería saber que ella lo había hecho sentir tan bien como él la había hecho sentir la noche anterior.
―Vente para mí, Pedro.
Las mismas palabras de sus labios que la habían enviado sobre el borde sólo unas horas antes. Y ahora ella era la que iba a llevarlo allí.
CAPITULO 11 (TERCERA HISTORIA)
Y luego, cuando pensaba que le daría lo que quería, un toque de su lengua contra ella, sobre ella, todo lo que necesitaba para llegar al pico y luego venirse, él se alejó y soltó otro aliento caliente sobre su delicada piel.
—No te burles, Pedro. Por favor, deja de burlarte.
Su lengua fue directa a su piel empapada y suspiró de alivio cuando su placer escaló e intentó subirse a la ola para dejarse llevar.
Pero luego él volvió a soplarla, el ligero soplo de aire se sintió bien, tan bien, pero aun así, no fue suficiente.
—Te gusta lo que te estoy haciendo.
No lo había preguntado. Él estaba afirmando un hecho.
—¡Dios, sí! —contestó—. Lo amo. —Y lo hacía—. Pero necesito venirme, Pedro. —Y entonces, tal vez, ella podría sobrevivir a ese placer. Tal vez podría impedir que la llevara tan lejos.
Tal vez podría volver a ser la mujer que era.
—¿Cuánto lo necesitas?
—Mucho. —Eso fue todo lo que pudo lograr decir, antes de que su lengua volviera a los pliegues, esta vez hurgando dentro. Pero aunque inclinara su pelvis en su boca, la lengua nunca llegaba lo suficientemente profundo como para
satisfacerla.
Nunca sobreviviría a aquello.
—Bien, ahora —dijo con lentitud, rozando con sus labios el monte de Venus—, no parece que lo necesites tanto.
Si hubiera sido capaz de mover sus manos o piernas, ella misma se habría lanzado hacia él, lo habría atado a la cama y hubiera montado su cara y obligado a llevarla donde necesitaba desesperadamente ir.
Sin embargo, todo lo que podía hacer era esperar a que le diese lo que quisiera, cuando quisiera. Estaba bajo su merced, sus planes. No los de ella.
Con el pensamiento llegó otro delirio inexplicable de excitación. Casi como si le gustara estar atada y expuesta a los caprichos de Pedro. Y entonces, su boca cubrió la de ella mientras introducía un dedo en su apretada vagina y un pequeño temblor la atravesó.
—Sólo un poquito más. Necesito un poquito más para llegar.
Su risa la tomó desprevenida, sus labios, lengua y dientes chocando contra ella, sus dedos tocando sus delicadas paredes internas. Otro mini temblor la sacudió.
—Si esperabas poco, dulce Paula, entonces estarás extremadamente disconforme.
En vez de tener miedo de lo que le iría a hacer, la visión de su erección estirándola mientras la obligaba a tomarlo completo, produjo otro gran y más fuerte temblor.
Su lengua se movió lenta y suave contra ella, desde el perineo al clítoris. Se pudo escuchar a sí misma suspirando por la mezcla de excitación y frustración. Por la anticipación.
Y desesperación.
—No puedo soportar más de esto. —Ya no tenía la voluntad de evitar que su voz temblara.
Su risa volvió a emerger, cálida y casi amorosa, incluso aunque tuviera el mismo deseo profundo que ella desde la primera vez que la besó.
—No solamente lo soportarás —prometió—, sino que te preguntarás cómo has hecho para vivir todo este tiempo sin esto.
Sus palabras, la leve presión de su boca en sus pliegues sensibles mientras hablaba, junto con la contracción de sus muslos internos, fueron casi suficientes.
Conteniendo la respiración, se concentró en su voluntad para venirse, para escapar de la provocación de Pedro.
—Pobre dulzura —dijo, inclinándose hacia ella mientras Paula caía en el colchón, tan frustrada y excitada como no sabía que fuera capaz—. Realmente necesitas venirte, ¿no es así?
Pero ya había pasado el punto de rogar a esta altura, sus células estaban demasiado cargadas de necesidad como para intentar formar una oración coherente. Ella le había confiado su cuerpo para que le diera placer y hasta ahora
todo lo que había conseguido era frustración y…
Su lengua empujó dentro suyo, una vez, dos, tres veces.
¡Oh, Dios! Sí, esto era lo que ella estaba esperando, un buen sexo oral. Ella montaba su lengua como un eje duro mientras los dedos de él acariciaban su clítoris y giraban con una peligrosa precisión.
Aun montando su lengua, rodó contra sus manos, luchando con sus ataduras para poder acercarse, pero él seguía dos pasos delante de ella, incrementando la presión con delicioso intento. Y luego Pedro acercó su mano libre para acariciar su pezón duro y excitado, y todo su cuerpo estalló sobre sí mismo, su clítoris y senos epicentros dobles del enorme terremoto atravesándola. Nunca se había venido
así de fuerte, sintiendo a la cama dividirse debajo de ella, y las paredes estremecerse alrededor.
El orgasmo siguió y siguió mientras la lengua de Pedro exploraba nuevos y sensibles puntos a lo largo de sus paredes internas, sus manos haciendo su magia en su clítoris y senos.
Finalmente, cuando estuvo totalmente agotada (más que aquella vez que había corrido 10 kilómetros el año pasado), Pedro cambió de posición en la cama.
—Mi esposa tiene un coñito muy dulce —dijo antes de darle un beso en los labios.
Escalofríos la atormentaron cuando su barba raspó a través de la carne demasiado sensible.
—Que tetas tan hermosas.
Incluso sabiendo que el beso tenía que venir, no se pudo preparar para el dulce calor de su boca primero sobre un pezón, y luego el otro. Se le escapó un gemido mientras él enrollaba su lengua alrededor de ella, y luego raspó la punta
con el borde de sus dientes.
—Y una boca tan linda y follable.
La boca de Paula se hizo agua pese a sí misma, a pesar de la conmoción atravesándola con el conocimiento de lo que venía, que iba a regresar el favor tomando el pene de Pedro en su boca.
La cama se movió de nuevo debajo de su peso y ella sintió su corazón latir a toda marcha.
—Si te lastimo, o algo no se siente bien, quiero que me pellizques.
Deslizó sus manos en las suyas y enlazó sus dedos. ¡Oh Dios!, había pensado que amaba tomarse de las manos antes. Pero ahora, sintiendo el apretón de sus anchas y callosas manos contra las de ella, una nueva calidez floreció en su pecho.
Y entonces, antes de que ella pudiera encontrar las palabras para responder a sus instrucciones, la cresta acampanada y caliente de su pene rozó suavemente contra sus labios.
Paula había hecho mamadas antes, pero no muy a menudo. Realmente nunca había visto el atractivo de los genitales masculinos, pero la forma en que Pedro estaba provocándola con su erección, su piel suave contra su boca, tenía a sus glándulas salivales golpeando a toda marcha. Su excitación era una esencia limpia y masculina que la hizo respirar más profundamente mientras pintaba lentamente sus labios, de esquina a esquina, con la punta de su pene.
Era puro instinto probarlo con su lengua.
Pedro se quedó inmóvil cuando hizo contacto con ella, un profundo gemido de placer pareció venir desde su pecho. Alentada tanto por su reacción a su toque y el sorprendente placer que estaba encontrando al estar con Pedro de esta forma, deslizó su lengua todo el camino, desde su ancha cabeza, lamiendo ávidamente el chorro de excitación que resultó.
—Jesús, Paula, nada nunca se ha sentido tan bien.
A pesar de que sus palabras resonaron, quería hacerlo sentir mucho mejor.
Al final, Paula no estaba segura de quién se movió primero, si ella ya estaba abriendo los labios para tenerlo adentro o si había sido él el que la empujó hasta abrirla. Todo lo que sabía era que estaba contenta, tan increíblemente contenta,
de ser capaz de probarlo así, de abrir mucho su boca y extender sus labios alrededor de su duro y grueso miembro.
Ella no tenía miedo de estar apresada por él, ella sabía que él nunca jamás la lastimaría.
Usando su lengua para explorarlo, ella lamió cada parte de su miembro a la que fue capaz de llegar, usando la succión de sus labios para jalarlo más profundamente.
Con las manos de él cerradas sobre las de ella, otro estruendo de placer empezó a llenar la habitación, y luego él estaba meciéndose dentro de ella, tan profundamente que su reflejo de vómito se disparó.
Jalándose todo el camino hacia afuera dijo:
—Tu boca es tan sexy, bebé. No puedo controlarme.
Dándose cuenta de que sus manos se estaban deslizando de las de ella, y que se estaba moviendo de su boca, ella apretó sus dedos sobre los de él tan fuerte como pudo.
—Quiero probarte de nuevo, Pedro. —Se forzó a sí misma a superar su timidez y lo dijo—: Amé lamerte. Chupártela.
—No quiero lastimarte.
—No lo harás —insistió ella—. Voy a pellizcarte si necesito un respirador.
—¿Sabes qué es lo que estás pidiendo, dulce Paula?
Su pregunta fue baja, llena de deseo apenas controlado.
—No. Pero lo quiero de todas formas.
Eso fue todo lo que hizo falta para que Pedro perdiera el control y le diera todo lo que ella estaba pidiendo. La presión de su miembro contra sus labios abrió su boca y ella chupó agradecidamente su piel caliente y dura. Él se sumergió en ella varios centímetros a la vez, adentro y luego afuera en un ritmo que la tenía calentándose de nuevo entre los muslos, su estómago apretándose con renovada necesidad mientras ella probaba la excitación en su lengua, en el fondo de su
garganta.
Pero entonces sus reflejos de vómito despertaron de nuevo, y él llegó hasta el fondo antes de que ella estuviera cerca de la base de su pene. Ella trató de relajar su garganta, pero él era una presencia tan grande y poco familiar que no pudo.
Lágrimas picaron en sus ojos vendados, pero no eran lágrimas de dolor. Eran lágrimas de frustración. Porque en algún nivel elemental ella sabía que tenía más que darle.
Ella simplemente no podía descubrir cómo hacerlo.
Una de las manos de él se soltó de las de ella luego, entonces él pasó la punta de sus dedos gentilmente por su garganta sobreexpuesta.
—Inclínate hacia arriba y hacia atrás, corazón.
Él le deslizó la mano por la parte de atrás de su garganta para ayudarla, y entonces él se estaba deslizando dentro, pasando el punto en el que había quedado antes. Ella pudo sentir los músculos de su garganta abriéndose para tenerlo más profundamente, podía sentir su calor almizclado en su boca. Una y otra vez él se movió más adentro, y luego fuera de su boca, e incluso aunque él no estuviera tocando sus pechos o su vagina, darle placer a Pedro la tenía justo en
el borde de la liberación de nuevo.
Incapaz de contener su propio gemido de placer, ella sintió el pene de Pedro contraerse contra su lengua, un chorro de líquido pre seminal recubrió su lengua y garganta, mientras él salía del todo de ella en una maldición.
Una milésima de segundo después las ataduras en sus muñecas y tobillos se habían ido y ella tuvo que alcanzar a Pedro para estabilizarse a sí misma. Sus hombros eran anchos y fuertes, su piel resbalosa por el sudor, y ella estaba
saboreando la emoción inesperada de ser capaz de tocarlo cuando él le quitó la venda de los ojos.
Ella jadeó por la pasión, el deseo y la necesidad que se veían en sus ojos oscuros. Abrió la boca tratando de darle una voz a las emociones dispersas en su interior.
—No sabía que podía ser así— susurró ella.
Él metió la cabeza de su pene envuelto con condón en sus pliegues. Con un empuje lo tuvo adentro y Paula perdió su aliento ante el increíble placer.
—Apretado —gruñó, sudor bajando de su pecho hacia el de ella mientras se acomodaba a si mismo encima—. Tan malditamente apretado.
Él tenía razón. Ella era pequeña, y él era enorme. Pero amaba la forma en la que él la estiraba para abrirla, amaba saber que él la estaba llevando a donde ella no había estado nunca antes.
—Tómame, Pedro.
Los ojos de él brillaron con algo nuevo, una emoción incluso más fuerte y rica que su deseo, pero antes de que ella pudiera descubrir qué es lo que él estaba sintiendo, se sumergió todo el camino dentro de ella, llegando tan profundo en su interior que juró que él estaba empujando hasta la base de su vientre. Y luego su boca estaba sobre la de ella, y la estaba besando y ella le estaba devolviendo
el beso y envolviendo sus brazos y piernas a su alrededor para tenerlo más cerca, para tomarlo más profundamente.
—Mi dulce Paula. Eres toda mía —dijo él con tono áspero en contra de los labios de ella.
—Y tú eres mío.
Hasta ese momento, ella podía haber jurado que él todavía estaba conteniéndose en algún nivel, que él todavía estaba preocupado de poder herirla.
Pero después de su declaración posesiva, algo en el hombre que la sostenía cambió.
Un momento después, las manos de ella estaban de vuelta en las de él, levantadas sobre su cabeza, y él se alzaba sobre ella, sumergiéndose en ella con tal fuerza y poder que no sólo perdió su aliento con cada embestida, sino que
mientras el placer se amontonaba en su estómago, en las puntas de sus pechos, en la abertura entre sus muslos, ella suplicaba para que él la tomara más fuerte, más rápido, más profundo.
Y él lo hizo, cada embestida llevándola más alto, más cerca del borde.
Ella pensó que era grande cuando lo había tenido por primera vez en su boca, cuando él había empujado entre los bordes de su vagina. Pero ahora, cuando estaba en el vértice de su liberación, él era una masa palpitante de venas,
calor y excitación masculina. Paula podía jurar que podía sentir a su cuerpo reaccionando a su inminente clímax, tanto relajando como apretando sus músculos internos. Relajándose para dejarlo entrar incluso más profundamente,
después apretándose para mantenerlo adentro, para mantener las increíbles sensaciones que rugían en su interior.
—Paula.
El áspero y quebrado sonido de su voz mientras se corría la mandó volando sobre el borde con él.
Y luego su boca estaba en la de ella otra vez, y ella fue
lanzada a otro clímax, saliendo en espiral y apenas manteniéndose sobre el borde de la razón.
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