BELLA ANDRE

domingo, 23 de octubre de 2016

CAPITULO 3 (PRIMERA HISTORIA)





Paula se paró en los escalones del edificio de su oficina recién adquirida, se sentía orgullosa y aún nerviosa. 


Mientras soplaba el vapor que subía de su café con leche desnatada, miró para el puente de la Bahía, los barcos de pesca motorizados en sus muelles y las nuevas madres empujando carritos de bebés a lo largo del embarcadero y sonrió. Iba a tener que trabajar como el infierno para pagar la astronómica hipoteca mensual, pero la compra del edificio estrecho y de piedra frente a la bahía había sido una decisión acertada. Lo sentía en el fondo de sus entrañas
Solo que debería ser un poco menos exigente sobre los clientes que había tomado temporalmente y asumir tanto trabajo como pudiera. Ninguno era gran cosa, pero ya había hecho esto antes y lo haría de nuevo.


Paula sabía la suerte que tenía por gustarle tanto su trabajo. 


Había prosperado en los desafíos de ser una consultora de imagen y tenía una enorme prisa en aumentar su empresa. 


Acababa de contratar dos asistentes a media jornada y planeaba ser una gran profesional de las grandes ligas en diez años.


Emma, su mejor amiga de hablar suave de Stanford y la primera contratada cinco años atrás, metió la cabeza fuera de las puertas dobles rojo claro. Un consultor de feng shui, regalo de su madre, le había recomendado el color para traer energía extra a sus negocios. Paula había sido una ingenua por dejar que su madre se sintiese incluida en su vida, pero al final le gustaba el rojo.


—Perdona que te moleste incluso antes de entrar — le dijo Emma — pero creo que deberías atender esta llamada.


—¿Uno de nuestros clientes?— preguntó Paula


—No, —le dijo Emma claramente excitada — no aún, de cualquier modo


Los grandes clientes significaban mucho dinero. Tal vez sus preocupaciones financieras podrían solventarse.


—El gerente general de los Outlaws está esperando por la línea uno —terminó Emma.


Una sensación incómoda y un escalofrío la atravesaron. Incluso cuando su oficina estaba a pocas manzanas del nuevo estadio al lado de la Bahía, nunca había ido a un juego de los Outlaws. No podía, no cuando su mayor error había sido el quarterback estrella del equipo.


El café con leche se cuajó en su estómago con una premonición dolorosa. Necesitaría estar ciega para no notar los fracasos de Pedro con los medios.


Paula permaneció en la seguridad del quicio de su puerta como si se estuviese escondiendo de un terremoto, incapaz de pensar o de moverse.


Solo podía acordarse de la noche más importante y desastrosa de su vida.



****


Era la noche de graduación en el instituto y todos los profesores de Paula la felicitaron por ser la mejor de su promoción. Ella iría a la universidad de Stanford en otoño y, aunque estuviese a menos de dos horas de casa, estaba excitada por la oportunidad de irse y volverse una persona nueva.


De alguna manera había llegado a los dieciocho sin haber sido besada realmente. Cierto que un tipo borracho en una fiesta, una vez la había babeado toda antes de empujarla lejos, pero eso no contaba.


Nadie la creería si contase la verdad. No es que fuese a hacerlo, claro. ¿Qué sentido tenía el haber construido su imagen por los últimos cuatro años si la estropeaba anunciando a todo el mundo que no podía atraer a un tipo aunque su vida dependiese de ello?


Especialmente no a un sujeto súper sexy como Pedro Alfonso, pensó mientras estaba al borde del descontrol en la fiesta de graduación y bebía el ácido ponche. Durante cuatro años se habían cruzado por los corredores pero, nunca había hablado con él. Estaba en la clase de honor, mientras que él era casi despreciado por sus tutores. Era el mejor jugador de futbol del instituto en el condado. Pedro estaba constantemente rodeado por sus compañeros de equipo y el grupo de animadoras. Era su corte. Y apostaba todo a que había salido con todas aquellas chicas.


Podía oírlo riendo mientras bailaba en un círculo de amigos y había algo en su sonrisa que atravesó su columna y se instaló en su vientre. Paula no era una antisocial, pero nunca se había sentido a gusto en fiestas salvajes, nunca le había gustado el alcohol y nunca había sentido la tentación de la marihuana o los cigarros.


No pretendía perder el control que había construido a su alrededor toda su vida. Si su lengua se soltase por el alcohol o por la drogas ¿Quién sabe lo que diría? ¿Qué tendría que admitir? Muy pronto el castillo de naipes que era su vida podría venirse abajo y todo estaría arruinado.


Aún así, se sentía increíble y terriblemente tentada por Pedro, un chico rebelde con un riesgo B.


Felizmente, la tentación pecadora que Pedro encarnaba estaba fuera de su juego. Si existía tal cosa como un imán para chicas atractivas, el lo tenía. Ningún chico del instituto debía ser tan alto, tener los hombros tan anchos o los ojos oscuros tan rebeldes.


Pero no iba a gastar su última noche en el instituto babeando por un tipo fuera de su círculo, observándolo con un absurdo deseo mientras él se alababa con algunos de sus colegas. 


Era patético. Ella encontró la salida más próxima y se fue hacia allá.


Segundos después de cerrarse la puerta tras ella, oyó que se abría nuevamente. Un escalofrío recorrió su columna y no tenía nada que ver con la brisa que soplaba en la Bahía.


Giró lejos de la visión del puente Golden Gate. Apoyada en la baranda de metal, la barra fría contra su piel súper caliente, vio al chico que tanto deseaba seguirla lentamente.


Había fantaseado sobre ese momento muchas veces. 


Cuando Pedro finalmente la notaba y le pedía que fuese su novia, cuando decía que no podía vivir sin ella, que prácticamente podía hacer una coreografía de esto.


Pero ahora que estaba parado frente a ella, ahora que la estaba mirando con aquellos increíbles ojos castaños, lo suficientemente cerca para tocar su brazo si quisiese, no podía distinguir lo alto de lo bajo, lo negro de lo blanco, mal podía incluso acordarse de su propio nombre.


—Soy Pedro —dijo él y ella movió la cabeza estúpidamente.


—Lo sé.


Sus labios magníficos se curvaron en una línea perfecta. Era incluso más guapo de cerca, como un dios griego tomando vida.


—Tú eres Paula — le dijo


—Lo sé — nuevamente sonaba como una completa estúpida.


—¿Sabes lo que quiero hacer, Paula? — preguntó mientras ella solo conseguía mirarlo fijamente. Sus labios se separaron ligeramente mientras ella contenía la respiración esperando lo que iría a decirle. Los ojos de él la mantenían quieta y su deseo era casi desesperación.


—Quiero besarte — su voz era un susurro — realmente quiero que me beses.


Ella pestañeó de repente con miedo. No sabía cómo besar. 


¿Y si se reía de ella? Se moriría si se riera de ella.


—¿No quieres besarme Paula?


Su voz era sedosa y caliente y ella se olvidó de todo, excepto de cuanto lo quería.


—Sí, quiero —dijo.


—Bien


Aquella pequeña palabra se movió a través de ella con intensidad. Y él la dijo nuevamente.


—Bien — y algo caliente se deslizó entre sus muslos. Lo quería más que cualquier cosa en su vida.


Se aproximó al chico por el que sentía pasión y se puso en la punta de los pies para acercarse más a su boca pecaminosamente perfecta. Él inclinó su rostro hacia abajo y ella levantó una mano para acariciar la línea de su mentón, pasó el dedo pulgar por su mejilla, tocó la suave sombra de barba...


Estaba tan involucrada en aquel mero toque de piel contra piel, que se olvidó de apretar sus labios contra los de él.


Era una buena cosa que Pedro no se extrañase de aquella lujuria, porque no esperó a que saliera de su trance. En vez de eso, tomó lo que quería y a ella le gustó ser lo que él quería.


Le cogió el rostro entre las manos, sus labios rozaron la piel sensible y ella se estremeció por las sensaciones deliciosas que la atravesaron. Quería tocar la boca llena y perfecta con la suya y la necesidad era tan cruda y desesperada que acabó encontrando sus labios con su lengua.


El tenía el gusto de las noches salvajes del verano, una mezcla de pasión y algún alcohol no identificado.


Un placer intenso rugió atravesando su cuerpo mientras se besaban y la lengua de él encontró un punto sensible en el borde de sus labios. Aproximándose aún más, instintivamente movió sus caderas, notando su erección contra la barriga.


—Basta de juegos — gruñó él tomando su boca de manera áspera y fuerte.


Cuanto más le daba, más quería ella. Lo besó con su lengua, dientes y manos con una furia que combinaba con la de él. La levantó en sus brazos, le enrolló las piernas a su alrededor y, sin pensar que alguien saliera y los viese, Paula se abandonó al paraíso.


La lengua de Pedro danzaba con la suya, encontrando lugares sensibles que Paula no sabía que existían. Ella cogió nuevamente su mentón con las manos para darle mejor acceso a su boca deliciosa. En ese momento sus manos estaban rasgando la camisa de él, que estaba abierta y caída.


—Tengo las llaves de un barco.


—Vamos.


Lentamente la liberó de sus brazos, sus contornos suaves apretándose contra los músculos rígidos. Cogió su mano y ella pudo haber jurado que estaban volando hacia el puerto.


Todo parecía irreal, tan perfecto, tan mágico.


Embarcaron en un yate enorme y sus grandes manos le rodeaban la cintura sobre su vestido rosa de fiesta.


—Dios, eres tan hermosa — dijo él cuando la cogió y la llevó abajo por el corto corredor que daba al camarote. Empujó la puerta para abrirla y una cama tipo King-size la hizo desviar la mirada. Pero no iba a desistir de lo que quería. No aquella noche. Se sacó los zapatos de golpe y dejó que la acostara de espaldas en la cama, lo dejó mirarla como si fuese la cosa más bonita que hubiese visto jamás.


Oh dulce Señor, el pecho de él era una obra maestra. Sus dedos pasaron por la piel bronceada y cuando su boca celosa pasó la lengua por su pecho, encima de sus pezones, estos se endurecieron bajo sus labios. Él gimió y pasó las manos por el cabello de ella mientras ella pasaba sus dientes sobre él. Deslizó las manos bajo la camisa, sacándola de sus hombros anchos y entonces él besaba sus párpados, su mentón y el lóbulo de su oreja.


En segundos, la camisa y el pantalón estaban en el suelo, sin embargo, ni una vez había parado de besarla. Vistiendo solamente unos bóxer, la pierna desnuda y caliente estaba junto a la de ella, metió los pulgares bajo su vestido para que cayese.


Y entonces, ¿podía estar esto pasándole a ella?, la boca de estaba en su pezón, caliente y mojada. Oh dulce Señor, ¿Cómo podía haber vivido tanto tiempo sin sentir esto?


Apretó las caderas en sus muslos y la humedad inundó sus bragas bajo el fino vestido.


De alguna manera no estaba avergonzada; estar con Pedro era la cosa más natural del mundo.


Deslizó su vestido y lo pasó por sus caderas, su mano moviéndose hacia las líneas cóncavas de su estómago. 


Entonces jugó con el elástico de las bragas y sus muslos se separaron en una invitación para que él tomase todo lo que quisiese.


La mano caliente de él se movió hacia abajo, pasando por su pelvis y lentamente puso un dedo, después dos, sobre su lugar más privado y secreto. Ella se había tocado antes, pero nunca se había sentido así. Nunca se sintió como si su mundo entero estuviese girando de adentro hacia afuera, como si el azul fuese verde y el amarillo rojo. Él aspiró su gemido de éxtasis en la garganta, pasando los dedos aún más abajo y más distante, para, finalmente, deslizar un dedo dentro de ella.


El toque fue una invasión sensual de todo el muro que Paula había construido alrededor de su cuerpo y su corazón. Ella lo quería dentro sin más preliminares.


Más que cualquier cosa, quería que la amase como ella siempre lo había amado de lejos.


—Por favor — imploró.


Pero, en lugar de tomarla directamente, él movió la boca por el mismo camino que su mano había hecho antes, besando su barriga y el final de sus bragas de encaje.


—Por favor — susurró nuevamente, queriendo que él supiese que no podía esperar más.


Mordió su propio labio lo suficientemente fuerte para que saliera sangre y aún así no pudo contener el grito erótico de frustración que brotaba de su garganta. Finalmente, cuando perdió toda la paciencia que tenía, le sacó las braguitas de encaje de su montículo y lo cubrió con su boca.


Gimió entonces, con un sonido largo y bajo. Paula no tuvo más defensas. No por el hecho de que su lengua rodeaba su clítoris. No por el modo en que el dedo se movía para dentro y fuera de ella. Podía llegar a la locura por el placer repentino que la atravesó, tanto su cuerpo como su alma. Le habría prometido cualquier cosa, todo lo que él tenía que hacer era pedirlo. Pero finalmente el no estaba hablando, estaba chupando, lamiendo y besándola entre sus piernas.
Sus caderas se arquearon hacia arriba mientas explotaba contra los dientes y la lengua de él. Gimió:
—¡Pedro!— y de la misma manera que se encontró deseando que la boca estuviese en la suya para saborearlo nuevamente, él tomó sus labios en un beso que decía que ella era suya. Para siempre.


Se puso un preservativo y entonces la gruesa cabeza de su pene se empujó en su humedad, allí donde su dedo y su lengua habían estado.


Quería tocarlo, quería sentir si su erección era tan dura y caliente como había pensado. Todo sobre Pedro estaba hecho para volverla loca.


—Por favor —dijo nuevamente—, quiero tocarte. Quiero probarte como tú has hecho conmigo.


Gimió y tomó sus labios nuevamente empujando las caderas entre sus piernas.


—Necesito estar dentro de ti. Ahora.


Y ella estaba preparada para él. Desesperada por tenerlo dentro. Con un sollozo que fue mitad dolor mitad placer, Pedro apretó la cabeza de su pene contra ella.


—¿Estás seguro de que va a encajar? — preguntó.


—Perfectamente — dijo mientras se empujaba completamente en ella con la siguiente respiración. La extendió y dolió bastante durante un momento, pero después ya no más.


¡El sexo era maravilloso!


Sus caderas se movieron juntas mientras crecía aún más dentro de ella. El éxtasis que había sentido minutos antes volvió nuevamente en la base de su barriga. Él se hundió hacia dentro y hacia fuera, rápida y lentamente y a cada golpe, a cada beso, ella lo recibió con una pasión tan grande y poderosa como la de él.


Se quedó inmóvil, los músculos apretándose bajo las puntas de sus dedos. Iba a explotar dentro de ella de la misma manera que había hecho ella cuando su boca estaba lamiéndola. Fue todo lo que necesitó para hacerla llegar al clímax nuevamente.


Nada en su vida había sido tan bueno.



****


Dios, había sido una completa idiota. Todo lo que quería era olvidar el día en que había conocido a Pedro Alfonso. No era más que una chica inmadura y no era el tipo de mujer que podía ser atraída nuevamente por el carisma de un atleta sexy de físico perfecto.


Nunca había trabajado con organizaciones deportivas, no confiaba en los atletas profesionales y entonces, ¿cómo podría conseguir que otras personas confiaran en ellos?


Simplemente mandaría a los Outlaws con uno de sus competidores, que estaría feliz de continuar el negocio. Al final, los atletas estaban siempre metiéndose en dificultades y sus equipos estaban siempre pagando a alguien para lavar su imagen frente al público.


Y Paula intentaría no lamentar el dinero que se le escurriría de entre los dedos.


Su estómago dio un salto cuando cogió el teléfono y contestó.


—Soy Agustin McGuire, de los Outlaws. Nuestro equipo necesita contratar a un gran consultor de imagen para Pedro Alfonso y hemos pensado en usted para ello.


Ella tragó en seco y contestó que no tenía los recursos para trabajar con ellos como clientes, indicándoles luego otra compañía.


—Doblaremos sus honorarios, ¡los triplicaremos!


¿Triplicados? ¡Oh señor! Si aceptase a los Outlaws, sus miedos financieros serían un recuerdo lejano.


Como si pudiese sentir la vacilación, Agustin continuó.


—Todo lo que estoy preguntando es si podemos reunirnos antes de que diga que no. La necesitamos.


¿Se había encendido un interruptor loco en su cabeza? ¿Iba ella realmente rechazar una enorme suma, especialmente porque este trabajo podía ser un trampolín para otros grandes clientes?


Incluso si no tuviese una historia personal con Pedro, ¿Cómo podía alguien esperar que ella cambiase a un playboy en un hombre sólido y confiable? Era un trabajo muy grande para una persona. ¿Y no sería muy embarazoso y nada profesional si descubrieran que había sido una de sus primeras seguidoras? ¿Especialmente una que solo había durado una noche?


—Mire —dijo Agustin rompiendo el pesado silencio —Pedro Alfonso la necesita. Desesperadamente. Se lo imploro.


Todo el aire salió de sus pulmones. ¿Pedro la necesitaba? Bien, había actuado como si la necesitase una vez y ella había estado tan ciega de lujuria, que había pensado que era amor, que lo había necesitado también.


Qué gran error había sido.


Nada iba a hacer cambiar a Pedro su manera de ser. Por todo lo que había oído seguía siendo un egoísta que solo pensaba en él, el mismo mujeriego bastardo que había sido en el instituto. Oh, ella sabía por qué aquellas mujeres querían salvar a Pedro, aquellas maneras de chico rebelde lo hacían aún más atractivo, más peligroso y más necesitado de ser protegido que nunca.


Pero ella no tenía el más mínimo deseo de reformar a un chico rebelde. Le gustaba que sus hombres fuesen inteligentes, elegantes y discretos.


Infelizmente, Agustin tomó su silencio como aceptación porque dijo.


—Estaremos en su oficina en veinte minutos — y colgó.


Paula pestañeó hacia el teléfono confusa por un largo momento antes de depositarlo sobre la mesa.


—Emma — llamó— necesito que vayas a una reunión por mí — pero cuando miró en el despacho de su amiga, este estaba vacío.


—Emma se acaba de marchar al médico — su nuevo recepcionista habló con una sonrisa.


—Oh, cierto, gracias— dijo Paula odiando el modo en que se tambaleaban sus pensamientos, algo que nunca había hecho.


Intentó calmarse. Esta reunión no sería diferente a cualquier otra situación difícil. Ella sería agradable, controlada y estaría calma. No importaba lo que Pedro dijese o hiciese, no sería el cebo. No sentía nada excepto piedad hacia el hombre que se había vuelto. Un chico podía ser disculpado por sus acciones, pero un hombre tenía que ser responsable en su vida. Basándose en lo que los medios contaban de sus fiestas salvajes y noches con strippers, Pedro estaba lejos de ser lo maduro que debía ser. No importaba pareciera guapísimo cuando entrase por esa puerta, la piedad sería su única emoción.


Mientras retocaba su maquillaje, verificaba que su ropa no estuviera arrugada y se ponía sus zapatos de tacón de cuero negro, recordó que cualquier cosa que hubiese sentido por él había muerto años atrás.


Y no podía traer de vuelta aquellos sentimientos insensatos.







CAPITULO 2 (PRIMERA HISTORIA)





El reloj del abuelo en el despacho de Bobby Wilson sonó a las nueve, en el preciso instante en que Pedro se sentó en una enorme silla de cuero y su agente hizo lo mismo. El nuevo jefe de los Outlaws estaba al teléfono, sentado de espaldas a la sala.


Un simple y claro juego de poder y ni siquiera era original. 


Pudo haber conseguido que Pedro volviese si quisiera, pero había aprendido desde muy temprano que mostrar emoción lo pondría en situación de debilidad.


Nunca había visto a Agustin nervioso antes. Marcos, el entrenador ofensivo parecía nervioso también. Ni siquiera lo miró a la cara.


Pedro ya tenía una lista en su cabeza de equipos que se peleaban entre sí para tener la suerte de contratarlo. Quién quiera que fuese, el nuevo propietario estaba haciendo que Agustin y Marcos temblaran como chicas, la bola estaba en su campo.


Bobby finalmente colgó el teléfono y lentamente giró su silla lejos de las ventanas de cristal que daban a la bahía de San Francisco.


—Aquí está, vivo y en carne y hueso. El infame Pedro Alfonso.


Pedro levantó una ceja.


—Un placer conocerlo finalmente.


Bobby Wilson era un tirano, lleno de arrogancia. 


Probablemente porque era el dueño de todo.


—Es mucho más guapo en persona — Bobby se levantó y su inmensa barriga dio muestras de gravedad al caer sobre su cinturón y apoyarse sobre la hebilla grande y brillante.


—He tenido una madre guapa — dijo Pedro, aunque no la reconocería en la calle si la viese. La foto que su padre mantenía de ella estaba muy estropeada y con rayas.


Bobby sonrió, revelando unos dientes extremadamente perfectos.


—Me gusta oír a un chico hablando bien de su madre.


La bilis en el estómago de Pedro se agitó. Cualquiera que prestara atención al futbol o a las revistas de celebridades sabía que Pedro no tenía madre. O un padre sobrio, si de eso se trataba.


—Te vi hacer aquel touchdown de la victoria — continuó Bobby — y le dije a mi esposa, “querida, aquel chico ciertamente puede jugar al futbol, sabe como lanzar la bola y correr tan rápido, como puede una persona comprar camisetas o perritos calientes”. A mi mujer le gustan sus diamantes y sabes, ella pensó que debía comprar el equipo en aquel mismo instante. He sentido un inmenso placer con mi nueva compra, hasta que vi tu foto en Las Vegas Review Journal ayer por la noche.


—Ella era una stripper bien sexy, ¿no es cierto? — dijo Pedro suavemente.


El rostro de Bobby Wilson se puso rojo.


—Sé que piensas que te puedes burlar de mi, hijo, y sé que mis valores tradicionales y familiares no significan nada para ti, pero no toleraré ese comportamiento en ninguno de mis jugadores.


Pedro sabía que el rico, gran propietario del equipo esperaba su momento.


—Sí señor — todos aquellos años esforzándose por ser un tirano debían haberlo hecho olvidar cómo funcionaba aquello.


—Debió haber visto el trasero de su amiga —dijo Pedro— Foxy y Roxy van juntas y son demasiado, pero vale la pena.


Bobby no necesitaba saber que sus amigos eran los que querían a las strippers, no él, y que no podía controlar quién le robaba una fotografía con una mujer desnuda en su regazo y aún podía controlar menos las tiradas de los periódicos. Era el precio de ser una estrella.


Los párpados de Bobby cayeron y una sonrisa burlona se deslizó entre sus labios.


—Creo que estoy hablando demasiado rápido para ti, chico bonito.


Pedro sonrió, mostrándole sus dientes al cretino.


—Cuánto más lento mejor — se dijo mentalmente haciendo la lista de los equipos que podían contratarlo.


—Estamos buscando un consultor de imagen para ti. Tienes dos semanas para limpiar tus acciones o puedes sacar tu trasero de mi equipo.


Pedro se rió.


—¿Cree realmente que voy a dejar que una persona ande detrás de mí durante dos semanas?


Bobby parecía excesivamente contento.


—Realmente me gusta pensar sobre eso más como una relación del tipo guardia-prisionero.


—Si nos disculpa un momento, mi cliente y yo querríamos conversar afuera —dijo Javier interviniendo antes que Pedro pudiese responder.


Los ojos pequeños de Bobby centellearon con malicia.


—Tómese el tiempo que necesite.


Pedro se había pasado la vida enfrentándose a oponentes en busca de su sangre y estaba calmado y confiado mientras dejaba el despacho. Continuó saliendo hacia la puerta principal y manzana abajo, hacia el Starbucks más próximo.


—No puedo creer que me he perdido el café de la mañana por aquel cretino.


Pedro no le gustó el pensamiento de dejar los Outlaws y San Francisco pero era la solución obvia antes de que un mal propietario convirtiese su vida en un infierno.


Javier asintió con la cabeza


—Estoy de acuerdo contigo que aquel tipo es un tremendo idiota. Hizo algún dinero con el petróleo, y ahora piensa que puede asumir el mando del mejor equipo de la liga. Pero, solo porque está teniendo una línea conservadora con sus jugadores, no quiere decir que tengamos que hacer algo precipitado


Pedro levantó una ceja.


—Precipitado sería arrancarle el corazón por la garganta.


Javier levantó su mano.


—Bajo otras circunstancias sería el primero en no hacerle caso a ese tipo…


—¿Pero?


—Los Outlaws tienen la mejor oportunidad que he visto en décadas para ganar la Super Bowl.


Lo que decía Javier tenía sentido. Otra Super Bowl le daría la llave para entrar en el salón de la fama.


Como si pudiese sentir a Pedro suavizándose, Javier continuó.


—Tus amigos están aquí y sé cómo te gusta esta ciudad.


Involuntariamente el pensamiento de que ella aún estaba por allí vino a su cabeza. No podía creer que una mujer a la que no veía hacía más de una década lo hiciese recapacitar sobre sus planes para irse.


—Además de eso, — continuó Javier — he oído que Paula Chaves es la mejor en ese ramo. Creo que no sería tan malo tenerla rondando algunas semanas.


Pedro pestañeó fuertemente. ¿Paula Chaves? Sabía que era una consultora de imagen, pero nunca había pensado que podrían trabajar juntos algún día.


Javier babeaba.


—He oído decir también que es muy sexy.


Ellos debían estar jugando duro con Bobby Wilson ahora mismo, pero la súbita imagen de las largas y sedosas piernas de Paula enrolladas a su alrededor y sus senos perfectos en sus manos sacaron hacia un lado todo pensamiento racional.


—Bien, lo haré — dijo lanzando el vaso vacío a la basura — pero ella es la única consultora de imagen con la que voy a trabajar. Si ella no hace el trabajo me voy de la ciudad de forma permanente. Vas a hacérselo saber por mí, ¿no es cierto?