BELLA ANDRE

sábado, 12 de noviembre de 2016

CAPITULO 29 (SEGUNDA HISTORIA)





Pedro no podía recordar la última vez que una mujer se le había resistido. Cuando quería una mujer, la conseguía. Incluso con el paso de los años, nunca se había sentido amenazado por los jugadores más jóvenes, ni en el campo ni fuera de él. Si una mujer quería estar con algún chico más joven, ya podía moverse a su alrededor con una mirada sexy que Pedro no estaba interesado.


Paula nunca había sido ese tipo de chica. Hasta donde sabía, nunca había salido con un deportista y por supuesto con ninguno de los jugadores de su padre. No pasaba la noche con nadie.


El pensamiento de que otro tipo la viera desnuda, hizo que se congestionara. Ella era suya.


Echó la cena a la basura. JP solo la había llamado para acostarse con ella. ¿No se daba cuenta de eso? No necesitaba asesoramiento empresarial; solo quería meterse bajo sus faldas.


Pedro tiró tan fuerte del rollo de papel, que arrancó de la pared el soporte de acero inoxidable. Tenía que salvarla. 


Tenía que traerla de vuelta donde pertenecía, allí con él.


Cogió las llaves y se dirigió al garaje. No importaba lo que su padre dijera; no importaba que sus entrenamientos se fueran a la mierda después de dos noches sin dormir por hacer el amor con ella. Ni siquiera importaba que arriesgara el culo por estar con ella, que fuera incapaz de contenerse de tener relaciones sexuales en los vestuarios, edificios vacios y locales en construcción.


Ella era suya.


Y se negaba a dejarla ir.


Los sujetos como JP eran concienzudos en sus fiestas de los viernes por la noche. Lo que fuera que ese macarra necesitara de Paula no le llevaría más de una hora —lo que le daría tiempo a Pedro para comprarle unas flores.


No había habido mucho cortejo, tenía que cambiar aquello. 


Quería que supiera que se preocupaba por ella más allá de su explosiva relación sexual. Quería que supiera que era diferente a cualquier mujer que hubiera conocido. Paula era suave y cálida, estaba llena de una fuerza interior que dudaba que ella conociera por completo.


De repente, podía verla con sus hijos, un grupo grande de niños y niñas con su sonrisa y sus ojos expresivos. Había estado allí mismo ante sus ojos durante años, ¿cómo no iba a añorarla?


Una mujer de mediana edad estaba poniendo el cartel de cerrado en la puerta de la floristería cuando Pedro aparcó el coche delante. Ella sacudió la cabeza como diciendo “lo siento”.


Pedro juntó las manos ante su pecho, dándole una sonrisa encantadora y un brillo persuasivo en los ojos.


Ella movió la cabeza riendo y abrió la puerta.


—Entre —dijo con un melodioso acento irlandés.


—Gracias —dijo él lleno de gratitud por su amabilidad.


Ella se rió.


—Para que lo sepas, no estoy haciendo esto por ti, aunque seas un famoso que juega a la pelota.


—Cualquiera que sea la razón, realmente se lo agradezco.


Ella asintió.


—Mi hijo va a tus partidos todos los fines de semana. Cuando sea grande quiere correr por ahí y estar sudado y sucio como tú.


Mientras ella hablaba, cogía flores variadas y ramas verdes de los recipientes de plástico. Cuando volvió al mostrador de madera, realizó un bouquet con una agilidad impresionante.


—Necesitas urgentemente estas flores, ¿verdad?


—Sí —admitió— son para una mujer muy especial. —Se sintió bien al decir las palabras en voz alta, no solo ante la mujer sino ante sí mismo.


Ella volvió su atención a la fina cinta púrpura que estaba atando alrededor de los tallos.


— Sé que lo es. Por eso decidí hacerte el ramo —dijo entregándoselo y cogiendo la tarjeta de crédito—. Tienes los ojos de un hombre muy enamorado.


La declaración de la mujer golpeó a Pedro. Sentía como si ella fuera un paso por delante de él. Que tenía razón.


—Tendrías que decírselo —dijo—. Esta noche, cuando le des las flores.


Una vez más, tenía razón. Lo había fastidiado todo muchas veces con Paula. Ya era hora de que hiciera algo bien.


—Lo haré.


Había tardado treinta y seis años en encontrar a su compañera perfecta, no podía esperar un día más para hacerla suya.


Aparcó frente al edificio de Paula, con el corazón latiéndole acelerado. Las mujeres siempre habían llegado tan fácilmente a él, que nunca había tenido que jugársela antes.


¿Consideraría Paula siquiera amarlo después de que le revelase el secreto que había guardado ante todo el mundo durante tanto tiempo?


Llamó al timbre. Los segundos pasaron sin respuesta. ¿Le habría pasado algo? Sacó el teléfono móvil del bolsillo. Este sonó y sonó varias veces, colgó cuando saltó el buzón de voz. Algo iba mal. Podía sentirlo.


Se sentó en el escalón de arriba. Tenía que calmarse y pensar en la situación. Con toda probabilidad, JP estaría obligándola a sentarse en su sala para ver todos sus partidos. El pensamiento le trajo una sonrisa al rostro. Tenía la sensación de que ella no se había sentido muy impresionada con los partidos de JP. ¿Y por qué iba a estarlo, ya que en su mayor parte eran exhibicionismo?


Se estaba levantando cuando una limusina Hummer dobló la esquina, una música de rock a todo volumen resonó en toda la calle. Pedro tensó la boca. No se sorprendió cuando la limusina se paró ante la casa de Paula y dos rubias apenas vestidas salieron. También se sorprendió por querer echar las manos al cuello de JP, sin importarle si el mequetrefe vivía.


JP saltó a la acera, tirando de Paula con él.


—Bueno, bueno, bueno —Sonrió pareciendo malditamente satisfecho—. ¿Quién iba a decir que nos encontraríamos al gran Pedro Alfonso pasando por Noe Valley?


Paula tenía la boca cerrada y le miraba de forma cautelosa.


—¿Qué haces aquí, Pedro?


Ella miró las flores y su boca formó una pequeña O. Apartó la mirada del magnífico ramo y la posó en él.


—Estoy ayudando a JP esta noche. ¿Lo sabías?


JP chasqueó los dedos.


—Tengo una idea de muerte. ¿Por qué no vienes con nosotros esta noche, viejo? Podrías mostrarnos los antiguos lugares de juerga.


Paula dirigió a JP una mirada asesina.


Pedro está ocupado —hizo un gesto a las flores—. Estoy segura de que tiene una cita esta noche.


¿No se daba cuenta de que estaban al borde de algo especial? Tenía que vigilar a JP —y a cualquier otro que intentase acercarse a su territorio. Cuando consiguiera quedarse a solas con ella, le diría aquellas tres importantes palabras.


—Salir esta noche me parece bien —acordó.


Paula subió los escalones, apartándolo para abrir la puerta.


—No quiero que vengas —dijo susurrando.


—¿Por qué no?


Le gustó la forma en que se le erizó el bello del brazo cuando colocó la mano en la parte inferior de su espalda para guiarla hacia dentro.


—¿Tienes miedo de que esta noche cometamos una locura frente a todo el mundo? ¿Ante JP?


JP seguía con los brazos alrededor de las dos groupies.


—Apuesto a que las chicas están entusiasmadas por encontrarse con otro Outlaw ¿verdad?


—Yo ciertamente lo estoy —dijo una de las chicas que miraba descaradamente la entrepierna de Pedro.


—Eh, Pepe—dijo JP—, estas son Jilly y Judy. Siempre van en pareja.


El juego de palabras de JP no fue exactamente una sorpresa. Pedro había conocido a docenas de mujeres a lo largo de los años que se metían en las camas de los deportistas prometiendo un caliente menage à trois. Algunos chicos incluso se jactaban de acostarse con tres o cuatro mujeres a la vez. Pero aquello nunca había sido el estilo de Pedro. Cuando estaba con una mujer, le daba su completa atención.


—Un placer conoceros —dijo levantando la mano mientras iban por el pasillo hacia el apartamento de Paula. Una vez más notó su estilo cálido y colorido.


—Si hubiera sabido que todos vendríais aquí, lo habría limpiado todo.


Una pequeña pila de platos estaba en el fregadero y un suéter tirado en el brazo del sofá, pero el apartamento no parecía revuelto. Tenía vida. Era exactamente la manera en que él quería que fuese su apartamento —con los zapatos de Paula tirados ante la puerta de la entrada, el correo en la encimera de la cocina, las llaves en un cuenco en la mesita de la entrada.


JP y sus chicas se dirigieron a su habitación sin pedir permiso.


—Le voy a enseñar una lección de buenos modales —gruñó Pedro.


Paula le tocó el brazo.


—No —dijo ella—. No hace ningún daño.


Pedro se acercó a ella apoyándola contra la puerta de entrada.


—Estás equivocada —advirtió con su boca muy cerca de la suya—. Lo hace.


JP gritó en el pasillo.


—¿Dónde guardas tu ropa sexy? No encontramos nada en este armario.


Paula apartó a Pedro con las mejillas ruborizadas.


—JP es mi cliente, tengo que conocerlo. —Sus ojos brillaron desafiantes— Le necesito, Pedro. Tú lo sabes. No me lo estropees.


Pedro observó como miraba hacia su habitación. De alguna manera, iba a tener que mantener sus manos alejadas de ella esta noche.


Y sus puños fuera de la cara de JP.




CAPITULO 28 (SEGUNDA HISTORIA)




Pedro se fue temprano por la mañana, tenía una consulta con el fisioterapeuta de los Outlaws y ella decidió ir a la oficina para ver las cintas de JP y tomar notas.


Fue el momento en que descubrió que estaba en apuros.


Siempre había tenido buen instinto con los jugadores, incluso su padre lo creía, lo que era un gran elogio, pero aquella vez no fue así. Incluso aunque JP hiciese los movimientos correctos, simplemente no era un paquete coherente. Obviamente había llegado a profesional porque era un atleta nato, pero volverse profesional era algo más que talento innato.


¿Había lidiado su padre en una situación como esa? No lo creía, pero no podía preguntárselo. No, cuando se había hecho el propósito de lidiar con todo sola.


Tal vez le preguntase a Pedro aquella noche. Él le había prometido hacerle la cena y se juró que aquella vez realmente la aprovecharían.


De repente la puerta se abrió de golpe.


—¿Ya has visto esto? —preguntó su padre con voz dura mientras movía un recorte de periódico en el aire.


—No lo sé —frunció el ceño—. Déjame verlo.


Él cogió el periódico y se lo puso delante. Fue la cosa menos profesional que le había visto hacer. Sosteniendo el tenue hilo de su orgullo, cogió el periódico y lo alisó. Su padre encendió la luz y ella abrió los ojos con horror.


Ayer por la noche un benefactor del San Francisco Acuarium, el jugador libre y sin pelos en la lengua, JP Jesse nos dijo que su nueva agente es “una gata sexy”. Lo que nos lleva a la siguiente pregunta: ¿cuán íntima es la adorable agente con su nuevo cliente?


Irritada por la baja opinión de su padre en cuanto a su gusto por los hombres, dijo fríamente:
—JP es mi cliente. Eso es todo. Voy a hablar con él para que vigile su boca.


—No quiero ver nunca más algo como esto en la prensa sobre uno de mis agentes. ¿Entendido?


—Entendido.


Su padre tenía razón y ella estaba patinando sobre fino hielo con Pedro desde hacía mucho tiempo. Tenía que decidir entre estar con él y ser su agente. Teniendo en cuenta que él no quería ser su novio “real”, la elección era fácil. Ahora solo tenía que decirle que habían terminado.


Algunas horas más tarde, llamó a la puerta de Pedro. Al abrirla, él la besó como si se estuviese muriendo de sed y ella fuese agua. Siguiéndolo a la cocina, con su corazón en la garganta debido a lo que tenía que decirle, Paula notó que cojeaba levemente. Como uno de los que más entrenaban de los Outlaws, él se esforzaba siempre, tanto en la temporada como fuera de ella.


—¿Cómo te fue hoy el entrenamiento?


Él retiró la comida del frigorífico de acero inoxidable Sub-Zero.


—Terrible. Cómo siempre —sonrió— ¿Quieres saber lo que pasó?


Paula tenía la sensación de que cualquier cosa que él dijese solo significaría que sería más difícil que ella terminase con todo.


—Estuve pensando sobre la próxima vez que te posea en algún lugar en el que no esperes hacer el amor —la agarró fuertemente—. En el modo en que vas a tener que tragarte tus gemidos de placer para que nadie en la habitación de al lado oiga lo fuerte que estás gozando.


Ella tragó en seco cuando él se inclinó para besarla.


—Hoy he visto las grabaciones de los juegos de JP —dijo.


Pedro se puso rígido y la dejó ir. Ella odiaba sentirse fría, sin su calor.


—¿Qué te parece? Yo no soy…


Su bolso empezó a vibrar en la encimera. Lo abrió y cogió su móvil verificando el identificador de llamadas.


—Es JP —se puso contenta por la forma furiosa con la que empezó a cortar el apio mientras ella abría el teléfono.


—¿Sra. Chaves?


Ella giró los ojos, por lo menos no la estaba llamando de nuevo gata.


—No tiene una cita caliente esta noche, ¿no es cierto?


Paula miró al magnífico hombre de pie, a pocos centímetros de ella, ocupado en prepararle una suculenta cena. Ciertamente lo estaba.


—No, no la tengo.


—Bien —dijo JP sonando como un adolescente que acababa de tomar su postre favorito—. Necesito su ayuda para tomar una decisión muy importante.


—¿Cuál? —con un tipo como JP podía ser qué camisa ponerse.


—Se lo diré cuando llegue aquí —le dijo.


Colgó y ella alejó el teléfono de la oreja para mirarlo.


—¿Qué es lo que el pequeño punk necesita ahora? —preguntó Pedro


—No lo sé, pero evidentemente es urgente —ella movió la cabeza.


—No vayas —Pedro la miró a los ojos.


Más que nada quería quedarse allí con Pedro. Pero no podía hacerlo. Tenía que decirle que lo suyo estaba superado. 


Acabado. Terminado.


Sin embargo aún no podía decírselo; su corazón se rebelaba contra ello. Pronto se lo diría.


—Tengo que ir.


—Quédate —insistió moviéndose en su dirección.


Pero si le dejaba tocarla, nunca podría irse. Y una vez que estuviese desnuda en su cama nunca podría decirle que habían terminado. Después, alguien descubriría su relación y compartiría su secretito sucio con todo el mundo. JP exigiría un nuevo agente porque estaría enfadado con ella por no aparecer, y todo esto significaría solo una cosa: nada. Si la tocase no le quedaría nada. Ni sexo caliente ni ningún cliente.


—Es mi cliente y me necesita.


—Necesita una niñera —refunfuñó Pedro.


—Entonces es lo que tengo que ser —abrió la puerta y prácticamente corrió por el pasillo hasta el ascensor para apretar el botón rojo varias veces. Realmente necesitaba dejar de salir de casa de Pedro de aquella manera.


Cuando Paula salió del taxi en la casa de JP, se sorprendió al ver varios coches estacionados en su enorme garaje. De repente se preguntó si se trataba de una broma.


La puerta frontal de JP estaba parcialmente abierta por lo que entró sin llamar. Varias chicas muy delgadas con falsos pechos y ropas ajustadas y provocativas se estaban relajando en la sala de estar y la miraron con desdén.


Paula echó los hombros hacia atrás. Estaba orgullosa de sus curvas. Además de pura genética, le gustaba demasiado la comida para parecerse a estas mujeres.


—Mi mujer número uno está finalmente aquí —JP apareció en lo alto de la escalera.


Era por eso por lo que no le gustaban los chicos de su edad. 


Eran muy inmaduros.


—Ven aquí arriba —le dijo.


—¿Nos necesitas a nosotras también? —preguntó una de las mujeres con una sonrisa.


—¿Por qué no jugáis un poco al strip Twister mientras me esperais? —JP sonrió a su harén.


Paula casi se rio cuando las chicas realmente empezaron a buscar las cosas de JP para el juego.


Lo siguió por el pasillo hasta su habitación.


—He conseguido una cama hecha especialmente para mí —se jactó.


—Bien. —Estaba fatigada. Había sido una larga semana—. ¿Qué necesitas JP?


—Este año quiero un gran contrato —la llevó a un enorme armario.


—Te voy a conseguir uno —movió la cabeza— en cuanto te encontremos un equipo.


Un jugador como Pedro era fácil de vender para los anunciantes. Era un chico guapo que constantemente ganaba juegos y robaba los corazones de las mujeres. JP, con todo su talento, podía ser una estrella pasajera. Los anunciantes no estaban dispuestos a desembolsar grandes cantidades en un tipo que podría no estar jugando la próxima temporada.


—Ya que estoy aquí, tú y yo podríamos tener una pequeña conversación


JP miró una docena de camisas negras idénticas.


—Cualquier cosa que me digas es lo que quiero oír.


—JP, necesitas tomar en serio tu juego —le habló con firmeza— sobre la realidad de tus perspectivas.


—Pensé que ese era tu trabajo —la miró.


—Lo es, —asintió— pero necesitas ayudarme manteniendo la boca callada —le entregó el recorte del periódico—. No soy una “gata”. Soy tu agente.


—Pero lo dije como un elogio —levantó la cabeza.


—Te lo agradezco, JP —dijo en tono más suave— pero nos hace quedar mal a los dos.


—Me gusta que estés dispuesta a venir aquí una noche de sábado a golpearme el trasero —la miró con respeto— la verdad, me estaba preguntando sobre tu amiga.


—¿Alicia?


—Casi no me creo que exista —su rostro se iluminó— me gustan las mujeres a las que casi no puedo seguir el ritmo.


¿Oh? A juzgar por las mujeres del piso de abajo, lo que realmente le gustaban eran las mujeres sin cerebro.


—¿Crees que saldría conmigo esta noche?


—No.


—Llámala y pregúntaselo —la miró como un cachorrito al que acababan de golpear.


—Está ocupada. —Paula mentía para proteger a su amiga.


—Si tú lo dices —su rostro se oscureció. Entonces empezó a sacar ropa.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó dando un paso atrás.


—Voy a salir. Te necesito para saber lo que tengo que ponerme.


—Creo que eso es algo que tendrás que descubrir por ti mismo. Te voy a dar un poco de intimidad —dijo furiosa por arrastrarla a su casa por una tontería.


—Quiero que vengas conmigo esta noche, —le dijo cuando salía— así podremos conocernos el uno al otro.


—Bien —él había aceptado su crítica por lo que tendría que ceder un poco. Aunque tuviese la corazonada de que nada bueno podía salir de esta cita.


Mientras esperaba en la sala de estar con las risueñas chicas, se preguntó lo que había pasado la noche anterior entre JP y Alicia. Incapaz de encontrar a Alicia en el Aquarium, había tomado un taxi para irse de la fiesta. Y su amiga no había contestado al móvil en todo el día. Paula esperaba que Alicia no tuviese sueños románticos con JP. Él era el típico jugador.


Alicia y JP nunca funcionarían. De la misma manera que tampoco funcionarían ella y Pedro.





CAPITULO 27 (SEGUNDA HISTORIA)





¿Qué mierda estoy haciendo? Se preguntó Pedro treinta minutos más tarde, cuando él y Paula volvieron mezclándose en lados opuestos de la sala. Las cosas se estaban descontrolando.


Podría decirse que era sexo accidental, considerando especialmente cuanto llevaba deseándola, pero en vez de apartarla de su cabeza, cada vez que tenían sexo, quería más. Los habría podido ver cualquiera que hubiera entrado en la zona en construcción. Habían tenido suerte. Y no podía confiar que la tuvieran siempre.


De hecho, una parte de él quería proclamar que ella era su mujer. Suya.


Mierda. Ahora no era el momento de pensar en eso. No cuando lo único en que podía pensar era en llevársela a casa y hacerle el amor durante toda la noche.


De reojo la observó marcharse. Si tuviera algo de auto-control la dejaría irse a su apartamento, para dormir un poco.


Obligándose a cumplir con su deber con como un Outlaw, socializó un rato más y enseguida abandonó la fiesta. Su pene estaba duro como una piedra, incumplió una docena de leyes de tráfico al salir de Golden Gate Park. Pasó por el aparcamiento donde ella lo había montado al estilo perrito, una gota pre seminal surgió de la cabeza de su miembro.


A ese ritmo, ni siquiera iba a llegar a su apartamento. Subió corriendo las escaleras y llamó al timbre, sintiéndose como un niño en Halloween, con Paula como un caramelo.


La puerta del edificio zumbó abriéndose, cuando llegó ante su apartamento apenas se abrió la puerta cuando su boca estuvo sobre ella, besándola como si no la hubiese visto en semanas.


Cuando por fin recuperó el aliento Paula dijo:
—Estaba preparando algo para comer. Pensé que tendrías hambre.


Él asintió con la cabeza, siguiéndola a la cocina con una mano sobre ella. Su estómago gruñó, pero tendría que esperar.


Ella lo miró.


—Lo de esta noche ha sido bastante salvaje, ¿verdad?


Él asintió, forzándose a responder, intentando no parecer un ogro pervertido.


—Salvaje.


—No puedo creer que hiciéramos eso —dijo ella, notando que parecía nerviosa.


La atrajo hacia él.


—Fue increíble. Eres increíble.


Ella le dio un beso en los labios susurrando:
—¿Recuerdas lo que me dijiste esta mañana?


Él miró los ojos color ámbar.


—¿Sobre lo de follarte sobre la mesa de la cocina?


Ella asintió.


—¿A qué estás esperando?


Un momento después, estaba boca abajo sobre ella, con la falda en las caderas, su dulce y redondo trasero meneándose ante él. No podría bajarse los pantalones lo suficientemente rápido y menos conseguir ponerse el preservativo.


Se introdujo en ella con una disculpa en los labios. Nunca se había corrido tan rápido, no sabía que estaba mal en él. Pero Paula estaba retorciéndose y gritando, cuando apartó la parte superior de su vestido para acariciar y pellizcar sus pechos, notó que ella también se estaba corriendo.


Paula era el sueño húmedo de cualquier hombre.