BELLA ANDRE

sábado, 26 de noviembre de 2016

CAPITULO 32 (TERCERA HISTORIA)





—Señorita Chaves, mi mami dijo que deberíamos llamarle Señora Alfonso ahora. ¿Por qué tiene que cambiar su nombre?


—¿Qué se siente ser famosa?


—¿Puede hacer que Pedro firme esto para mí y mi hermano?


Paula se encontró súbitamente en apuros para dejar de sonreír. Bueno, entonces estaba consiguiendo sentirse un poco más cómoda con el hecho de que se había enamorado perdidamente de un hombre al que no había conocido el jueves pasado. Pero todo lo que sucedió con él… francamente, no estaba segura de cuándo llegaría a acostumbrarse a eso.


Algunas personas eran hechas para la fama. Algunas, sin duda no lo eran.


Estaba bastante claro a qué casilla de verificación pertenecía su marca.


Sabiendo que era perfectamente natural que sus estudiantes estuvieran entusiasmados con la noticia de su matrimonio, respondió cuidadosamente a todas y cada una de sus preguntas. De alguna manera llegó el receso. Después de que dejara que sus niños salieran a jugar durante quince minutos, en lugar de su habitual taza de café en la sala de profesores, estaba a punto de cerrar la puerta del salón cuando una mano bien cuidada la abrió.


—Paula. Felicidades.


Reprimiendo un suspiro porque no iba a conseguir el poco tiempo de tranquilidad que necesitaba desesperadamente para poner su cabeza en orden, Paula aceptó las felicitaciones de su directora.


—He estado pensando —comenzó Celeste Manning, y Paula se obligó a sí misma a sonreír, incluso mientras su instinto le decía que fuera cautelosa—. Como sabes, realmente hemos tenido algunos problemas consiguiendo que la comunidad contribuya en nuestra recaudación de fondos de este año, con la situación de la economía actual. Pero, eso fue antes de que me enterara que tenemos una celebridad en la familia de la escuela Cougar.


Paula no podía imaginar a Pedro en una de sus pequeñas recaudaciones de fondos escolares.


—Estoy segura de que mi esposo en realidad le encantaría ayudar a la escuela, pero…


Celeste aplaudió las manos interrumpiendo a Paula a mitad de la frase.


—Maravilloso. Tengo que regresar corriendo a mi escritorio para decirles no sólo a nuestros padres, sino a todos en la ciudad que vamos a subastar una cena especial con Pedro Alfonso.


Paula agarró la muñeca de su jefa antes de que se fuera.


—Celeste, no lo entiendes. Él está muy ocupado.


—No podría estar demasiado ocupado para su esposa. Además, nuestras líneas de teléfono han estado saturadas todo el día con llamadas de la prensa. Por lo menos ahora tendré algo que decirles que va a beneficiar a nuestra escuela.


—Celeste bajó la mirada hacia su muñeca y Paula la soltó—. Aunque tengo que decir, que todos nos sentimos más bien tomados por sorpresa. Deberías habernos dicho que estabas comprometida. Te habríamos hecho una fiesta con pastel.


Pastel.


La habrían alimentado con pastel.


Paula apenas pudo mantener su risa hasta que consiguió cerrar la puerta. Y si estaba ligeramente teñida de histeria, pues bien, por lo menos tenía el resto del receso para recomponerse.



* * *


Antes de ir a la sala de grabaciones, Pedro entró a la oficina de relaciones públicas de Juliana, sabiendo que ella a menudo empezaba el día en el estadio antes de trasladarse a su oficina al otro lado del Puente de la Bahía.


—Tenemos un problema.


Juliana frunció el ceño mientras él le hablaba de los paparazzi esperando afuera de la escuela de Paula.


—Afortunadamente, Pedro, no tienen permitido estar legalmente en el campus de la escuela.


—Ella se siente atrapada. —Y él odiaba ver ese miedo volver a los hermosos ojos de Paula.


—Por supuesto que sí. Casarse con un Outlaw definitivamente no es para cobardes. —Juliana lo inmovilizó con una de sus miradas marca registrada de “nada de tonterías”, siempre un poco extraña en su rostro tan clásicamente atractivo—. Mira Pedro, sé que querías mantener su relación en privado, pero el hecho es, si los
quieres lejos de tu espalda, vas a tener que darles algo.


La idea de exponer a Paula, su dulce e inocente Paula, a la locura de la fama hizo que su estómago se retorciera.


—No.


—No estoy hablando de una conferencia de prensa. Una entrevista. — Mantuvo la mano levantada para impedir que él le dijera dónde meter su sugerencia—. Voy a seleccionar personalmente a la periodista. Confía en mí, ella estará encantada de conseguir la primicia del matrimonio sorpresa de la temporada.


—Paula nunca pidió esto.


—Hablando desde la experiencia personal, amar a un Outlaw siempre ha valido la pena el precio que a veces hay que pagar.


Pedro sabía que no había hecho ni una maldita cosa en su vida para merecer a una mujer buena y dulce como Paula, sobre todo con el extra de que había resultado ser una gata salvaje en la cama. Pero a pesar de la forma en que no podía dejar de pensar en ella, no podía dejar de tocarla, pese a lo bueno que simplemente estar con ella lo hacía sentir, tenía que seguir recordándose a sí mismo de que no había manera en que ella fuera a enamorarse de él.


A diferencia de Juliana, que estaba dispuesta a hacer sacrificios en nombre del amor por su marido, Paula no estaba enamorada del hombre que la había engañado para casarse con él. Ella no sabía nada de su pasado, sobre el hecho de que aunque podría estar actuando dulce a su alrededor, había sido cualquier cosa menos dulce antes.


Paula no merecía pagar ningún precio en absoluto.


Desafortunadamente, nada de eso hacía ni una maldita diferencia en su situación actual. Una situación que era completamente su culpa.


—¿Debería hacer la llamada? —Juliana levantó su teléfono, con las cejas hacia arriba.


—Haz la maldita llamada.


Iría a la sala de grabación después. Primero, necesitaba moler a palos a algunos estúpidos.





CAPITULO 31 (TERCERA HISTORIA)





—Esa es una bonita vista para un lunes por la mañana.


Pedro se metió en la ducha justo cuando Paula estaba enjuagando el champú de su cabello. Incluso con los ojos cerrados, su cuerpo inmediatamente respondió a su cercanía.


—Déjame ayudarte. —Se movió detrás de ella y sus manos se posaron en su cabello, ligeramente masajeando su cuero cabelludo mientras el agua caliente bajaba la espuma por su espalda.


Él no había estado en la cama cuando se despertó y al instante le había echado de menos. Pero los números en el despertador la hicieron correr al baño para alistarse para el trabajo.


Cuando él le dio la vuelta en sus brazos y la besó hasta despertar, tarde o no, no pudo mantener sus manos fuera de sus músculos duros.


Ella se detuvo en sus bíceps.


—Estás más grande que antes.


—Siempre es así después de que levanto pesas.


—Oh. —Ella no pudo evitar el murmullo de apreciación para sí misma, por su increíble y, ridículamente perfecto cuerpo.


Sus manos bajaron por los lados de su columna vertebral antes de ahuecar su trasero.


—Otras cosas son más grandes ahora también. ¿Quieres ver?


Oh, sí, realmente quería.


—Necesito darme prisa y vestirme o voy a llegar tarde a la escuela.


Sin embargo, aun sabiendo que no tenía tiempo para hacer nada más que ponerse su ropa en ese momento, la secadora y el maquillaje no estaban en las cartas de hoy, ella no podía dejar de presionar sus labios contra su gran, ancho pecho y lamer sobre un pezón.


—¿Qué pasará si llegas tarde?


Sus manos recorrieron desde sus caderas hasta sus pechos, y hasta la piel resbaladiza entre sus muslos.


—Mis alumnos de primer grado se preocuparán de que algo me pasara.


Sus manos se detuvieron en su viaje a través de sus zonas erógenas.


—Esos chicos me deben la vida por esto. —Cuando ella no se alejó de inmediato, él dijo—: Es mejor que te vayas antes de que cambie de idea, cariño.


Su cuerpo palpitaba de deseo insatisfecho, tuvo que obligarse a salir de la ducha y tomar una toalla.


Se sorprendió cuando él salió sesenta segundos después, se puso algo de ropa, y recogió sus llaves.


—Listo, siempre y cuando tú lo estés.


—Espera un minuto. Si trabajas los domingos, ¿no deberías tener el día libre?


—La mayoría de los chicos sí, pero como capitán defensivo necesito ver las cintas del juego mientras aún esté reciente. —Se apoyó en la puerta, haciendo girar las llaves alrededor de un dedo, mientras la veía ponerse sus zapatos.


—Así que, ¿adónde te llevo?


Ella lo miró con sorpresa.


—No tienes que llevarme a la escuela. Normalmente tomo el autobús.


Su sonrisa hizo que su corazón latiera más rápido.


—No hay muchas paradas de autobús en este barrio.


Ella frunció el ceño.


—No había pensado en ello.


Claramente. Por supuesto, no tenía un plan para llegar a su trabajo el lunes por la mañana, era sólo una de las cientos de cosas que no había pensado en cuanto aceptó casarse con Pedro en Las Vegas el viernes por la noche.


—Viste mi oficina, Paula. Ahora me gustaría ver la tuya.


Él llamó a su abuela por los altavoces incorporados del coche para saber cómo estaba, y esta vez Paula hizo un saludo rápido, también. Ella sonrió todo el camino por la ciudad, justo hasta que doblaron la esquina de su escuela.


—Lo siento, abuela. Tendré que llamarte más tarde. —Al hacer clic en el teléfono, él dijo—: ¡Maldita sea! No deberían estar aquí.


Paula estiró su cuello.


—¿Quién está aquí?


—La prensa.


Ella se puso sus manos en su cabello todavía húmedo.


—Me veo horrible.


—De ninguna manera. Eres la cosa más hermosa que he visto en mi vida.


Un marido falso no tenía que decir cosas como esas a su esposa falsa. Del mismo modo que no tenía que tocarla como lo hacía, o darle tanto placer que sólo pensar en todas las cosas que había hecho podría haberla calentado en una tormenta de nieve.


Sabiendo que estaba sonrojándose por su elogio, aclaró.


—Aunque sé que quieren fotos de ti, no de mí, estoy realmente asustada de llegar tarde si tenemos que encontrarnos con ellos ahora. Hay una entrada trasera, a la vuelta de esa esquina.


Él frunció el ceño, pero hizo un giro rápido justo antes de que los vieran.


—No me gusta dejarte en una esquina de la calle.


Su clara preocupación era muy dulce, y definitivamente merecía un beso.


—Eres un hombre muy dulce, Pedro.


—Lo bueno es que mi jefe no está de acuerdo contigo —murmuró contra su boca, pero ella sabía que apreciaba sus palabras por la forma suave que le devolvió el beso.


Trabajando para recuperar su aliento, ella estaba agarrando su bolso y abriendo la puerta cuando sintió su mano sobre la de ella.


—¿A qué hora te recojo?


Sintió calor por el hecho de que él quería salir de su camino para venir a buscarla; su escuela estaba en el lado opuesto de la ciudad tanto desde su casa como del estadio.


—Una vez más, muy dulce. Pero los lunes, después de reunirme con otra maestra junto a 2 profesores, mi amiga Virginia por lo general me da un aventón. Debería estar en casa no más tarde de las seis.


Al ver la manera en que los ojos de él se dulcificaron, por la forma en que ella, naturalmente, había llamado a su casa hogar, la esperanza creció dentro del pecho de ella de nuevo. Tal vez, su matrimonio falso podría convertirse en uno de verdad en un futuro no muy lejano. Ella se arriesgó dándole otro beso.


—Tuve un gran fin de semana contigo, Pedro.


—¿Sólo gran? —Él mordisqueó sus labios, burlándose de ella tanto con su boca como lo hizo con la pregunta.


—No —dijo ella en voz baja—. Fue fenomenal.


Y mientras se alejaba del coche hacia el campus de la escuela primaria, llegando justo a tiempo para la campana, se dio cuenta de que aún no podía dejar de sonreír.


Debido a Pedro.









CAPITULO 30 (TERCERA HISTORIA)





Paula despertó en la gran cama de Pedro. Él estaba tendido a su lado, mirándola, obviamente esperándola. Aun cuando no la estaba tocando, ella sintió su piel cobrar vida bajo su mirada.


Estaba desnudo ahora, también, y mientras corría su mirada hambrienta por su piel bronceada, sobre los músculos profundamente esculpidos sobre sus hombros, pecho y estómago a la abultada erección que sobresalía de su cuerpo, se dio cuenta lo que estaba sosteniendo.


El consolador que ella había comprado.


Increíblemente, en su acoplamiento desenfrenado en su sala de estar, había olvidado todo acerca de esto. Ahora, mirando al abultado pene de plástico color carne que había escogido, la hizo sonrojarse. Se extendió por una inexistente manta para estirarla arriba sobre su desnudez.


La mirada de Pedro estaba llena de pasión y tal profunda posesión, que le robó el aliento.


—¿Por qué no colocas esas manos por encima de tu cabeza, querida?


No debería ser tan tentador seguir órdenes. Sus manos y brazos no deberían ir subiendo automáticamente por encima de su cabeza, pero la verdad era, ya había cedido, tratando de hacer que su reacción a este hombre revoloteara ordenadamente dentro de una cajita.


No había nada ordenado en absoluto acerca de todo esto. Ni su rápido matrimonio, o el hecho de que en lugar de maldecir la manera en que la había manipulado para casarse con él como un regalo para su abuela, ella se sintió casi...agradecida.


—Te ves tan linda así, Paula. Tu piel toda enrojecida, tus dulces pechos arqueándose más cerca de mi boca. —Se inclinó sobre ella entonces, su lengua una presión plana de calor sobre un pico.


Instintivamente Paula movió sus manos hacia su cabello y él levantó la cabeza de su piel sensible.


—¿Te dije que movieras las manos?


Se mordió el labio.


—No. —Cuando él simplemente sostuvo su mirada, pero no dijo nada más, se dio cuenta que la estaba esperando para que los volviera a poner sobre la cabecera. Tragó reflexivamente.


»¿No vas a atarme?


—Oh no, cariño. —Le sonrió, sus ojos chispeando con humor, adicionalmente a esa intensa pasión que parecía nunca desaparecer—. Esta vez voy a esperar que mantengas tus manos justo allí todo por ti misma.


Sus palabras no deberían haber sido un cumplido, no deberían haber significado algo más que un juego verbal sucio, pero todavía se sentía como un gran trato.


Como si él estuviera confiándole tener un infierno de mucha más de su sexualidad, de la que tuvo durante su primera noche juntos.


Buscando dentro de sí misma, decidió que tenía razón, no iba a enloquecer esta vez. En su lugar, iba a confiar en sí misma, confiar en que su cuerpo sabía lo que se sentía bien. 


En lugar de luchar cuando todo llegara a ser demasiado, iba a disfrutar cada sensación.


Moviéndose lentamente, sensualmente, movió sus manos hacia atrás al lugar, donde él las quería.


La aprobación encendió el deseo en sus ojos.


—Buena elección.


Tardíamente, se dio cuenta que estaba hablando acerca de algo más que la posición de sus manos. Estaba sosteniendo el consolador entre ellos, moviéndolo lentamente hacia su pecho, frotando el suave plástico entre sus pechos, la cabeza moviéndose muy despacio a lo largo de su esternón.


Sabía que debería estar sorprendida mientras yacía ahí, viendo a Pedro acariciar su piel con el juguete. La noche que lo conoció, debería haberlo estado.


Hasta ayer, sabía que habría hecho alguna protesta. Pero en menos de cuarenta y ocho horas, Pedro había casi sin esfuerzo, derribado paredes que no se había dado cuenta que había construido. En lugar de estar escandalizada por la renovada excitación palpitante en las puntas de sus pechos, entre sus piernas, se deleitaba en la gloriosa pasión.


En lugar de estar ansiosa acerca de lo que Pedro estaba planeando hacer con el consolador, estaba prácticamente jadeando con desesperada anticipación, podía sentirse a sí misma cremosa, preparándose para cualquier cosa que él
quisiera, para cualquier cosa que fuera a hacer.


Sin embargo, no estaba preparada para que él levantara el juguete hasta su boca, que dijera:
—Lámelo. —O para que su propia lengua, automáticamente obedeciera—. Mira qué dulce pequeña lengua —murmuró mientras ella bañaba la cabeza del grueso plástico con su saliva.



Su mirada siguió al eje de plástico que estaba moviéndose al otro lado de sus labios, para que ella pudiera mojar la mitad superior. Su vientre se apretó por la manera que brillaba con su saliva, no por la excitación que el juguete le causaba, sino porque estaba imaginando la polla de Pedro en su lugar, sintiéndola caliente y palpitante contra sus labios, mientras lentamente la dejaba saborearlo.


Estaba tan perdida en su deliciosa visión que la próxima cosa que supo, es que él estaba remolineando la cabeza sobre sus pezones, usando sus antebrazos para empujar sus pechos juntos, para poder arrastrar el plástico mojado a través de ambos, en una figura pecaminosa que la tuvo arqueando su espalda ante su toque, casi olvidando su promesa de aguantar sus brazos y manos en la cabecera.
—Tan condenadamente sexy.


Las palabras reverentes de Pedro pasaron a través de su piel como un susurro, erizando los minúsculos cabellos a través de toda la superficie de su cuerpo y hacia él; y luego estaba soplando una bocanada de aire caliente sobre sus
pezones, fuertemente fruncidos. La piel a través de sus pechos nunca se sintió tan apretada. Nunca había estado tan cerca de venirse sin nada más que la estimulación en su pecho.


—Abre tus piernas, cariño.


La primera noche, tan pronto como accedió a confiar en él, él le había quitado la elección. La había protegido de su propia falta de fe en ella misma.


Pero ahora, le estaba pidiendo confiar no solamente en él.


Le estaba pidiendo confiar en sí misma también. Consciente de cada movimiento, incluso el ligero aleteo de sus pestañas sobre su cara, la manera en que su pecho estaba elevándose cada vez más, cayendo profundamente con cada respiro, separó sus muslos abriéndose para Pedro.


Y el juguete en sus manos.


—Paula. —Pedro sumergió su mano libre entre sus piernas, moviendo lentamente dos dedos a través de su excitación, antes de llevarlos a su boca y chuparlos inocentemente—. Dulce, dulce Paula.


—Tócame de nuevo, Pedro. —No necesitó ninguna sugerencia de su parte esta vez para decirle lo que quería. 


Estaba aprendiendo cómo escuchar las señales de su cuerpo, estaba ganando valor colocando voz a sus deseos. Oh, y como la tocó, los mismos dos dedos no sólo deslizándose entre sus resbaladizos pliegues, sino que deslizándose todo el camino hacia dentro, conduciéndose dentro de ella, tan profundamente, que tuvo que arquearse sobre su mano para tratar de llevarlos aún más hondo. Pero luego pudo sentir sus dedos encrespándose, acariciándola, colocándolos contra un lugar sorprendentemente sensible.


—¿Pedro? —Se quedó con el aliento atrapado en su nombre, convirtiendo una sílaba en dos.


En lugar de una respuesta, deslizó sus dedos fuera y colocó la cabeza del consolador en su ranura. Por un momento, todo fue demasiado de nuevo, este sorprendentemente hermoso hombre desnudo en la cama con ella, un juguete sexual en sus manos, perversas promesas en sus ojos. Ella cerró los suyos y logró aspirar el aire, para encontrar valor una vez más.


—Mira conmigo, Paula.


Las palabras bajas retumbaron a través de su vientre, sus pechos, y la trajo de vuelta a él. De vuelta al increíble placer que no estaba solo prometiéndole, sino que estaba dándole.


Levantó la parte superior de su cuerpo para plegar una almohada debajo de su cabeza y hombros, y ella abrió sus ojos justo en el momento para observar mientras empujaba la cabeza en su apertura. Dejó el juguete ahí, permitiéndoles a ambos mirar fijamente sus labios vaginales, brillando con su excitación, estirándose abiertamente sobre la gruesa invasión.


—¿Esto te hace sentir bien, nena?


Sabía que él estaba al corriente de cuán bueno era esto, pero sólo pensando acerca de decirle, trajo otro torrente de excitación cubriendo la punta, tenía sus músculos internos apretándose alrededor del plástico mientras su cuerpo trataba de llevarlo al interior más profundamente.


Movió la mirada del juguete al hombre que estaba empuñando eso con tal perfecta precisión.


—Oh sí.


Sus pupilas se dilataron.


—Vamos a ver si podemos hacer esto aún mejor


No le dio tiempo para responder, una sensación pura tomó cada parte de ella, mientras él gentilmente, lentamente, empezó a girar el juguete dentro. Aún sin empujar más profundamente, estaba haciéndola sentir tan ridículamente, increíblemente bien, con la manera que el látex frotaba y presionaba contra sus sensibles paredes interiores. Y luego, justo cuando pensaba que estaba consiguiendo cierto control en su excitación, él la lleno.


Esta vez no necesitó que le dijera que mirase. No cuando no podría haber quitado los ojos del eje de látex brillante, mientras él lentamente lo deslizaba entre sus piernas, y luego lo hundía de nuevo con un gemido. Sus muslos se separaron más, mientras se abría a él, al juguete, al placer pecaminoso tomándola de nuevo. Ni una sola vez había tocado su clítoris, y sin embargo podía sentir, y ver, cómo de hinchado estaba el suave tejido.


Abrió la boca para pedirle que la tocara allí, que pusiera sus labios y lengua sobre ella, pero antes de que pudiera pronunciar las palabras, él hizo un pedido propio.


—Ponte sobre tus manos y rodillas.


Todo dentro de ella se quedó inmóvil por la sorpresa. Y fue entonces cuando se dio cuenta de lo ingenua que era en realidad. ¿De verdad había pensado que ella era lo suficientemente valiente para hacer lo que él le pidiera que hiciera? ¿De verdad había sido lo suficientemente inocente para pensar que simplemente llenarla con un consolador mientras ella yacía despatarrada en su cama sería lo más lejos que la presionaría? No volvió a preguntar de nuevo, simplemente la mantuvo atrapada en el calor oscuro de su mirada.


Y esperó… esperó a que se diera cuenta de que estaba menos impresionada por su orden, de lo que estaba por la excitación imposible que la inundó ante la idea de pasar a la posición, oh tan vulnerable.


Sus extremidades estaban demasiado inestables para que ella siquiera tratara de moverse de manera sensual, pero cuando por fin llegó a su posición, apoyando su peso sobre sus palmas, y rodillas, y miró por encima de su hombro Pedro, él la miraba como si ella fuera…


—Un milagro. Eres un maldito milagro.


La mirada en sus ojos, la reverencia en sus palabras no sólo la puso húmeda, sino que la hizo adolecer por su toque.


Esto hizo a su corazón latir más fuerte, hincharse más grande. La hizo caer más profundo de lo que debería.


Y eso la hizo llegar demasiado cerca a la única cosa que desgarraría, y destrozaría su previamente agradable vida en pedazos, cuando terminara su matrimonio temporal.


Afortunadamente, no había manera de que sus pensamientos giraran más lejos hacia la zona de peligro, no cuando él los estaba robando con la firme presión de la cabeza del juguete contra sus pliegues.


Deslizándose fácilmente en su humedad, esto se sentía tan bien que ella tenía que arquearse hacia este, tenía que inclinar su cabeza hacia atrás para tratar de tomar el aire suficiente para alimentar la necesidad desesperada, tomándola de nuevo.


—Me gustaría que pudieras ver lo hermoso que se ve tu culo, tan redondo, suave y dulce.


Sus labios se movieron sobre su trasero, e incluso cuando sus besos ahí la sorprendieron, especialmente cuando ella sintió que sus dientes marcaban ligeramente su piel, gimió de placer.


—Sabía que observarte se volvería así de bueno, Paula ―murmuró mientras su boca se movió hacia abajo, sobre la curva donde su trasero se encontraba con su muslo.


Ella se quedó sin aliento mientras él lamía la costura de la increíblemente sensible piel, corcoveándose aún más duro en su mano, el borde de su palma aterrizando duro y pesado contra su clítoris dolorido con cada golpe del juguete.


—Pero no tenía idea de que sería tan bueno.


Podía sentir el calor de sus ojos en su coño, en el nudo mojado de sus músculos contra el juguete.


—Nada ha sido nunca tan bueno, nena.


Él se movió antes de que ella pudiera reaccionar, deslizando su cabeza debajo de sus muslos abiertos, su lengua llegando a lamer su clítoris, su mano libre jalándola hacia su boca.


Ella llegó así rápidamente, su clímax, un rayo que iba desde su clítoris hasta la punta de los dedos de sus pies, la parte superior de su cabeza, las puntas de sus dedos. Incluso los lóbulos de sus orejas se estremecieron. Y mientras tanto, la lengua de Pedro en su clítoris estaba volviéndola loca. 


Durante todo ese tiempo, él nunca perdió su ritmo con el decadente y pecador juguete en su mano. Durante todo ese tiempo, ella estaba jadeando su placer en la almohada, frotándose sobre su cara, con la maravillosa presión del juguete en su interior.


Y luego el juguete se había ido, haciendo un ruido sordo cuando él lo arrojó al otro lado de la habitación. Pedro se deslizó de debajo de ella y rodeó su espalda, cubriendo sus caderas con la suya, su espalda apoyada contra su pecho. 


Gracias a Dios que la sostuvo mientras se conducía en ella, tomándola en una posición que ella nunca habría dejado que otro hombre tomara, con ella sobre sus manos y rodillas, sus pechos en sus manos, su boca besando, chupando, inhalando la piel a lo largo de su cuello, hombros y espalda, conduciendo su carne dura, estirando su abertura tanto como podría ir.


Nunca había oído sonidos como los que salían de su boca mientras él se conducía en ella. Pero esto no era una calle de una sola vía, no era un mundo en el que él la ponía donde quería y ella le daba placer a su pesar.


No, era exactamente lo contrario.


Paula estaba tomando al menos tanto placer de Pedro como ella estaba dándole. Se empujó de nuevo en su eje duro, en los músculos duros como rocas de sus muslos y caderas estrechas, con todo lo que tenía, utilizó hasta la última onza de energía para encontrar su camino de regreso en un pico incluso más alto que el que acababa de remontar apenas momentos antes.


—Vente de nuevo para mí, bebé.


La cruda orden vino con la repentina presión de dedos ásperos y callosos sobre su clítoris, y este segundo golpe inesperado de placer extremo, la tuvo llorando con lo que quedaba de su voz. Todo su cuerpo explotó alrededor del suyo, puntos negros apareciendo en su visión, mientras Pedro rugió su nombre, sus embestidas fuera de control, empujándola hacia el colchón, sus dedos ni una sola vez perdieron terreno sobre su clítoris palpitante, mojado con su excitación y su venida. Pero incluso después de que ella bajó de los pulsos embriagadores de su clímax, le encantó la manera en que Pedro continuó impulsándose en ella, su polla aún dura como el acero contra sus hinchadas y sensibles paredes internas, mientras continuaba estimulando su clítoris.


Debería haber sido imposible, su cuerpo no podía sostener este nivel de placer, ¿verdad? Pero antes de que se diera cuenta, estaba de vuelta en el lugar que pensó que acababa de dejar atrás, en la parte superior mirando por encima del borde.


—Una vez más, cariño. Una vez más. Por mí.


Sus embestidas eran más medidas ahora, su toque más concentrado en la endurecida yema entre sus piernas. Pero fue la calidez, la adoración, la pura necesidad en su tono, lo que la tuvo gritando una vez más.


Sosteniéndola estable hasta que ella cabalgó las asombrosas olas de placer, Pedro cambió su peso ligeramente hacia el costado, lo suficiente para cubrirla aún sin aplastarla.


La mente de Paula trabajó para enderezarse, pero la cercanía de Pedro siempre había dejado en claro que pensar era difícil. Más ahora que nunca antes.


No importaba cómo lo intentara, no podía pensar en más allá, no, no podía ignorar la pregunta que había estado allí desde su primer beso en el club: ¿En quién se estaba dejando convertir?


¿Y había alguna manera de que ella fuera capaz alguna vez de volver a la mujer que había sido antes de Pedro?


—Dulce Paula.


Él se movió sobre su espalda, y sin esfuerzo, la levantó para que ella yaciera sobre él en lugar del colchón. Se relajó contra él, completamente saciada ahora, y se dio cuenta con una pequeña sonrisa contra su pecho que ya no eran más extraños. Dos días de convivencia casi constante significaba que ella podría reconocer los sonidos de deseo y excitación, la ira y frustración, en su voz. Y ahora, la forma en que él casi dejó caer la última sílaba de su nombre cuando el agotamiento lo llevó hacia el sueño.


Le dio un suave beso en su pelo


—Eres lo mejor que alguna vez me pasó.


Sus dulces palabras estuvieron a punto de ser masculladas, y ella no se sorprendió cuando su respiración se hizo más lenta y uniforme. Justo como ella no estaba sorprendida por la verdad mirándola a la cara mientras yacía allí con su corazón latiendo constantemente bajo su palma.


Ya no había vuelta atrás de la forma en que ella se sentía por este hombre.


No sólo porque habían hecho el amor sin protección dos veces seguidas y ella podría ya haber concebido a su hijo. 


No sólo porque estar con Pedro la hacía más feliz de lo que nunca podría recordar haber sido. No sólo porque él se había pasado cada minuto de su corta relación cuidándola, adorándola. No sólo por el amor feroz por su abuela.


No. Todo era mucho más simple que eso.


Pedro era la llave. La llave de la prisión en la que ella había estado encerrada toda su vida. En dos días, él se las había arreglado no sólo para liberar su cuerpo.


Había liberado su corazón, también.


Y cuando Paula recogió las mantas y las puso sobre sus cuerpos desnudos, supo que no estaba perdiendo la lucha para guardar su corazón de su marido… ella estaba lanzándolo al campo con ambas manos.