BELLA ANDRE
martes, 8 de noviembre de 2016
CAPITULO 15 (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro bajó la mirada hacia la sonrisa maliciosa de Paula mientras contemplaba su pene y se preguntó cómo diablos había tenido tanta suerte. Cuando se dirigió a la Agencia Chaves aquella mañana no había pensado en nada más que en verla nuevamente.
Y ahora, oh Señor, estaba a punto de tomarlo en su garganta. Se agarró a los lados de la silla cuando ella envolvió ambas manos en su erección. Cerró los ojos para intentar conseguir algo de control, pero fue imposible dejar la imagen alucinante de su pene en aquellas manos suaves, la
boca de ella a menos de un centímetro de su punta.
Entonces su lengua se arrastró sobre él, desde la base de su miembro palpitante hasta la punta.
Iba a gozar, no había nada que pudiese hacer para detenerlo. Por favor, Dios, todo lo que quería era sentir que lo chupaba. Lo hizo y él no pudo impedir moverse, forzándola a tomarlo más profundamente. En vez de apartarse ella gimió y fue a su encuentro vibrando contra su miembro.
No pudo contenerse otro segundo y, rugiendo su placer, se corrió en grandes chorros en su garganta, más y más hasta secar su pene.
Su corazón latió fuerte. Después de todos aquellos años follando con supermodelos y actrices, ¿Quién hubiera pensado que la mujer que podría con él sería la inteligente y sexy hija de su agente?
Y ahora que la tenía no podía detenerse.
CAPITULO 14 (SEGUNDA HISTORIA)
La alarma sonó y Paula se sentó en la cama mirando su rostro hinchado en el espejo encima de la cómoda. Casi no había dormido después de huir de Pedro en mitad de la cena.
Esta vez la había seducido y ella había estado aún más fuera de control que la primera vez que la había amado.
Cualquiera podría haberlos visto. Cualquiera podía haber sido testigo de su avidez por montar el enorme pene de Pedro como si fuese lo único que valía la pena. No había tenido ningún autocontrol. Donde Pedro se preocupaba, ella estaba desprovista de cualquier sentido común.
Dos horas más tarde tocó la campanilla de la enorme y nueva mansión de JP en el prestigioso barrio de Sea Cliff.
Una casa como la de él se alquilaba por altas cantidades y sin contrato; él no podría seguir pagándola durante mucho más tiempo.
Si no conseguía rápidamente un nuevo acuerdo para JP, los dos conseguirían patadas en el culo, estarían sin trabajo y sin dinero.
Una mujer de mediana edad con delantal abrió la puerta.
—Bien, eres una bocanada de aire fresco. Entra, voy a llevarte con su majestad.
No muy segura de lo que hacer con aquel recibimiento, Paula siguió a la mujer a lo largo del pasillo hacia las escaleras.
—En el piso de abajo, primera puerta a la derecha —la mujer se marchó silbando una melodía pop. Paula se marchó en dirección al fuerte sonido rock de los años sesenta.
Sabiendo que un golpe no se oiría por encima de la ensordecedora música, entró. Su boca se abrió. JP estaba haciendo ejercicios en una sala totalmente equipada y con una vista increíble al mar. Una joven estaba montada en un caballo blanco paseando por la arena, pero incluso aquel precioso cuadro empalidecía en comparación con la musculatura impresionante de la parte superior del cuerpo de JP.
Paula esperó que la sensación de hormigueo empezase en su vientre y entre sus piernas, lo mismo que le pasaba cuando veía a Pedro.
Nada.
Bien, muy bien. Cualquier otra mujer se habría quitado las bragas e implorado a JP que la tomase. Pero ella no.
Soltó el equipo pesado que estaba poniendo en su sitio y se giró hacia ella con una larga sonrisa. Sus ojos se movieron de su rostro a sus pechos, a sus piernas, y volvieron nuevamente hacia arriba lentamente.
—Aleluya, eres un delicioso paquete. Dios debe de haber escuchado mis oraciones.
JP era tan playboy como parecía, pero existía algo agradable en él.
—Guárdate eso para la prensa y tus fans. Y también para tu nuevo gerente —le extendió la mano—. Soy Paula Chaves. Tu nueva agente.
Él se secó las manos con una toalla antes de coger la de ella. Ella rezó para sentir la atracción. Pero nada.
—No me gustó nada cuando descubrí que Tomas me había buscado un nuevo agente —admitió JP a través de los dientes perfectamente blancos, sus ojos azules compensados por el uniforme bronceado—. Pero ahora solo podría mandarle flores.
Si Pedro hubiese dicho algo así, se habría ruborizado, se habría mojado y le habría implorado que la tomase allí mismo, en la alfombra del gimnasio.
Con JP solo sintió una leve diversión.
—¿Qué tal si esperas a que hagamos el nuevo acuerdo? —dijo ella—. Voy a esperar arriba hasta que te vistas. Tenemos mucho que hacer esta mañana.
—Me gusta la manera en que piensas, chica guapa —él movió las cejas.
Ella levantó una mano forzándose a apartar una sonrisa creciente.
—Paula estará bien de ahora en adelante, gracias.
Ella podía sentir los ojos de él en su trasero al salir de la habitación y se sintió halagada. Aunque era de su edad, estaba muy seguro de sí mismo. Era muy salvaje.
Pedro era el tipo de hombre con el que quería estar. Maduro, calmadamente confiado. Era tan magnífico que mirarlo hacía que sus ojos se agrandasen.
Las siguientes dos horas volaron mientras ella interrogaba a JP sobre toda su carrera en el fútbol, desde Pop Warner. No preguntó sobre su DUI; no quería una confrontación en su primera reunión. Sin embargo, la próxima vez, iba a empujarlo contra la pared y echarle en cara su mal comportamiento.
En todas las ocasiones en que JP había flirteado con ella aquella mañana, lo había evitado. ¿Sería que Pedro la había transformado de alguna manera? Ella nunca había sido fuente de tal atracción magnética antes, especialmente de un hombre como JP, cuyas miradas podían matar.
Honestamente, fue divertido. No iba a creérselo, claro, pero una chica podía apreciar sentirse guapa.
Volvió a la oficina con una sonrisa en el rostro. Aunque todavía no había visto a JP en el campo, él era ciertamente un seductor. Pero únicamente el encanto no iba a llevarlo demasiado lejos, necesitaba ser un buen jugador para atraer a un nuevo equipo, especialmente teniendo en cuenta su comportamiento pasado fuera del campo. Durante las próximas horas se iba a encerrar en la sala de cine con cintas de sus juegos y una vez que supiese que tipo de receptor era —y si tenía grandes manos, velocidad, habilidades de bloqueo, o, mejor aún, una combinación de las tres cualidades— haría una lista de los potenciales equipos a los que podría interesar.
De ahora en adelante las cosas empezarían a moverse. No solo le daría un empujón a JP sino que intentaría recuperarse de lo de Pedro. Tal vez se apuntase a clases de yoga o se uniese a un club de lectura. Entonces encontraría a un tipo legal que se enamoraría de ella de inmediato, se casarían y tendrían bebés y la vida sería perfectamente normal. Plana posiblemente, pero buena. Cualquier cosa era mejor que aquella montaña rusa de emociones.
Cuando tomó el ascensor hacia el piso de arriba, la guapa chica tras el mostrador le gritó excitada.
—Paula, me moría porque volvieses. Alguien muy especial te está esperando en tu oficina. ¡Qué suerte!
La música en la cabeza de Paula gritó hasta un punto insoportable.
Él no haría eso. No podía.
—Pedro vino nuevamente para verte —Jenny parecía estar en shock. Bajando la voz susurró—. Es tan sexy que no puedo aguantarlo, pero no le digas a tu padre que he dicho eso. Despide a cualquiera que piense que los jugadores son atractivos.
Pedro caminaba por el pasillo mientras las risitas de Jenny llenaban el tenso silencio.
—Oh, bueno, lo has encontrado —miró a Paula—. Te ha estado esperando más de una hora.
—¿Has tenido una reunión con JP? —preguntó Pedro con una voz tan suave como la mantequilla.
Recordando con nítidos detalles de todo lo que había pasado la noche anterior en el restaurante ella refunfuñó:
—Sí.
Sonrió aproximándose más, mucho más cerca de lo que ella estaba preparada para aceptar.
—Estoy feliz. Te invito a un café y me lo puedes contar todo.
Pedro sabía que ella no podía rehusar su invitación delante de Jenny, por lo que forzó una sonrisa
—Vale.
Jenny le sonrió claramente emocionada.
—Yo responderé tu teléfono, Paula. No te preocupes por nada.
Paula consiguió mantener la sonrisa intacta hasta que las puertas del ascensor se cerraron.
—¿Qué crees que estás haciendo? —silbó.
—Tener una reunión con mi agente —él era todo inocencia.
Ella cerró los ojos y respiró profundamente, lamentándolo en cuanto percibió lo bien que olía Pedro. Sus ojos se abrieron de repente.
—Por última vez, no soy tu agente, Pedro.
—Estás en lo cierto —dijo él— aún no. Pero ya que actualmente estoy sin agente, me gustaría hacer algo por ti si tienes unos minutos.
—Tengo que ver las grabaciones de los juegos de JP esta tarde —suspiró— pero creo que puedo tomar un café contigo— ¿En qué peligro podría estar ella en una cafetería con docenas de extraños a su alrededor?
El ascensor se abrió en el garaje y ella preguntó:
—¿No vamos caminando? El Peet´s Coffee está a la vuelta de la esquina.
—Lo sé —dijo abriendo el coche con el mando— Entra.
—He aceptado un café, no entrar en tu coche.
—Si no quieres darme tu opinión sobre un nuevo negocio solo tienes que decírmelo.
¿Cómo podía responder a aquello sin darle a entender que tenía miedo de estar a solas con él? Entró en el coche.
Le señaló varios restaurantes excelentes en cuanto salieron a Union Square, actuando como si nada hubiese pasado la noche anterior. Pasaron por varios barrios hacia el oeste de la ciudad en el Golden Gates Heigts.
—¿A dónde me llevas? —le preguntó incapaz de mantener su curiosidad bajo llave por más tiempo.
—Casi hemos llegado.
Tomó una curva cerrada en torno a una roca irregular y aparcó al lado de un montón de tierra cercano a un edificio que parecía estar completamente hecho de cristal. Pero no era una casa, era más bien un edificio comercial.
—¿Qué es esto? —salió y lo siguió hacia la puerta.
—Podría ser mi nuevo restaurante —deslizó la llave en la cerradura y le sonrió.
—¿Vas a abrir un restaurante? —dijo con sorpresa.
Él abrió la puerta y entró en un espacio lleno de luz. Las ventanas, que iban del suelo al techo, tenían una gran vista; el puente Golden Gate, el puente Bay y Alcatraz estaban frente a ella.
—Uau, ¡Qué increíble vista! Nunca antes había visto la ciudad desde este lugar.
Él se acercó, el calor de su cuerpo calentó el espacio vacío.
—Estoy de acuerdo, pero aún no voy a tomar una decisión.
—¿A qué esperas? —ella se giró para mirar su bonito rostro.
—A ti —la miró de nuevo.
Retrocedió un paso. No podía decirle cosas así. No cuando su cerebro volaba con esa idea, cambiando todo lo que él quería decir por lo que ella quería oír. Necesitaba aclarar aquella declaración rápidamente.
—Estoy feliz de que te interese mi opinión, pero no sé nada de restaurantes.
Sus ojos eran de un castaño rico y profundo, casi negros.
Era muy fácil perderse en ellos, por lo que desvió la mirada.
Una máquina de café expreso, de brillante plateado, estaba en el mostrador de granito. Él siguió su mirada y le hizo un gesto para que se sentase en una silla plegable que le había abierto antes.
—Intenta imaginar este lugar en funcionamiento, lleno de gente.
Se acomodó en la silla mientras él trabajaba tras el mostrador preparando las bebidas. Cualquiera podía ver que el edificio tenía un gran futuro. Lo que necesitaba era cuidado. Él le entregó una taza pequeña y humeante y se sentó a su lado.
—¿Cómo lo has encontrado? —le preguntó.
—Me gustan los edificios, me mantienen ocupado al final de la temporada, entre los entrenamientos y las fiestas de caridad.
—¿Le has contado la idea a tu amigo Mateo? —lo estudió sobre el borde de la taza.
—Y ha dado su aprobación —aceptó— pero estoy más interesado en lo que digas tú.
—Considerando que no sé nada sobre la apertura y funcionamiento de un restaurante exitoso, es algo estúpido —una sonrisa apareció en sus labios.
—No recuerdo la última vez que alguien me llamó estúpido —sonrió— por lo menos en mi cara.
—Los jugadores son algunas de las personas más inteligentes que he conocido —se encogió de hombros— la gente está equivocada cuando asumen que no tenéis cerebro para combinar con vuestras otras habilidades —tomó un trago del maldito café que estaba muy bueno—. Nunca me has dado motivo para dudar de la capacidad de tu cerebro… hasta ahora.
Él dejó la taza en el mostrador y suavemente le cogió las manos entre las suyas. Su ritmo cardiaco se aceleró cuando acercó sus caderas a las de ella y la cogió con las manos.
En un primer momento ella estaba fría en la gélida sala de techo alto, pero ahora aquellas grandes manos cubrían las suyas y estaba rodeada de calor. Y de seguridad. Lo que era una locura, especialmente porque él era una amenaza para su bienestar emocional.
—Eres hermosa, sensual e inteligente. Me gustaría tu opinión.
Nadie le había dicho cosas tan maravillosas. Y en ese momento se estaba aproximando aún más, besándola suavemente en los labios.
—Has estado bajo mi radar durante mucho tiempo.
Ella respiró profundamente, casi incapaz de creerlo.
¿Realmente había reparado en ella antes de la noche en Barnum´s? ¿O estaba solo seduciéndola para otra follada fácil?
—Apuesto a que le dices eso a todas las chicas.
—Te lo estoy diciendo a ti —sus increíbles ojos oscuros la mantuvieron cautiva.
Ella no podía dejar de aceptar lo que le estaba ofreciendo aunque supiese que lo pagaría con su corazón.
—Sabes a azúcar —murmuró contra sus labios, pasando los dedos por su cabello— y a café.
Ella sumergió la lengua en su boca y lo besó como deseaba en el ascensor, en la oficina, en el banco frente a su coche.
Pedro era una droga que no podía resistir. Sus besos habían inundado sus sentidos y sus manos estaban en sus pechos. Oh Dios, amaba el modo en que rozaba los pulgares sobre sus pezones doloridos, mandándola directamente hacia el éxtasis.
Cada vez que la besaba, cada vez que la tocaba, le daba un placer increíble. Quería más que nada hacerlo sentir tan bien como la hacía sentirse a ella.
Quería inclinarse hacia él para sentir la pesada y caliente erección en sus manos, la cabeza de su pene contra sus labios. Quería probar su excitación con la lengua. Su nivel de excitación alcanzó otro estadio mientras profundizaba en su beso. Se apartó lentamente, pasando las manos por sus hombros, bajando hacia los duros músculos del pecho y parando en la pretina de sus vaqueros.
Abrió el botón superior con dedos firmes, sintiéndose increíblemente poderosa cuando cayó de rodillas entre sus piernas.
Él gimió tan suavemente que casi no lo oyó.
—¡Paula! —gruñó, su mandíbula se apretó en un intento obvio de autocontrol—. No quieres hacer eso.
—Sí quiero Pedro —abrió la cremallera de su pantalón— quiero tocarte.
Su erección se proyectaba hacia ella, incluso fuera de los límites de su bóxer. Pasó un dedo hacia abajo en su dureza y su miembro se contrajo en respuesta.
—Quiero probarte —dijo bajando la boca sobre la erección cubierta por la tela. Su miembro era caliente, duro y grande.
Ella lo quería con ansia en su interior como la pasada noche en el restaurante, cuando lo montó sin inhibiciones. Pero tomarlo en su boca y su garganta tampoco era un sufrimiento.
CAPITULO 13 (SEGUNDA HISTORIA)
Paula rozó el collar levemente.
—Pedro, esto es demasiado. No puedo aceptarlo; es demasiado caro… y demasiado hermoso. —concluyó con suavidad.
Cuando se dio la vuelta para mirarlo, con su boca exuberante y rosa y los ojos brillantes, su erección presionó contra la cremallera.
—Eres preciosa —dijo, necesitando besarla con desesperación, sentir su boca contra la suya, saborearla.
Se arrodilló entre sus piernas para acariciar su rostro, enredó los dedos entre su pelo cuando su boca encontró la de Paula. No tenía intención de seducirla en el restaurante de su amigo, como tampoco tenía intención de besarla antes en la sala de juntas. O hacer el amor con ella varias veces en su casa la noche anterior.
Nunca antes se sintió tan atraído por nadie, nunca necesitó a una mujer, nunca deseó tanto sus caricias más allá de la razón. Las últimas ocho horas se le habían hecho una eternidad esperando saborearla otra vez, fue más rudo de lo que pretendía cuando la obligó a abrir los labios con la lengua.
Ella gimió e instintivamente abrió las piernas para que pudiera acercarse más.
—Te deseo, Paula. Aquí mismo, ahora.
Quería conseguir su permiso para hacerle el amor allí, pero estar a su lado lo volvía loco, hacía que todo lo que tenía intención de decir suavemente sonase como una exigencia sexual implacable, en vez de todo lo contrario.
Ella se pasó la lengua por el labio inferior.
—¿Y si entra alguien?
—Aquí estamos a salvo. Si no respondemos cuando llamen, se irán.
—¿Lo prometes?
Con un gemido deslizó las manos por su trasero y dijo:
—Lo prometo —dijo antes de cubrir su boca nuevamente con un beso caliente. Mientras ella se retorcía en sus manos, su cerebro se desconectó y su pene creció.
—En todo lo que he sido capaz de pensar durante horas y horas —dijo mientras echaba hacia atrás el vestido de seda negro para desnudar sus senos— fue en tus perfectos pechos.
El transparente sujetador negro apenas cubría sus pezones endurecidos, un atractivo escaparate para los pechos más hermosos que había visto.
—Me quedé con las ganas de hacer esto —dijo, juntando los montículos con las palmas de las manos y tomando extasiado en su boca los pezones cubiertos por la seda.
Paula arqueó la espalda cuando él deslizó la lengua y los pulgares sobre los picos tiesos.
—Y esto —suavemente pellizcó la carne rosada con los dientes.
—¡Oh Dios! —murmuró ella—. Sí.
Se desvanecieron los últimos vestigios de su autocontrol.
Con Paula, no podía esperar ni un minuto para echar mano a su bote de miel. Estar con ella lo volvía loco, lo hacía parecer un maniaco sexual hambriento de sexo.
A pesar de que no había pasado un día desde que había follado con ella.
Deslizó las manos por sus costillas, por su cintura, levantando su vestido más y más, mientras se abría camino hacia el sur. Paula abrió aun más las piernas, sus dedos ansiaban con desesperación tocarla, sentir lo mojada que estaba, deslizarse en ella.
Sus bragas estaban húmedas, una gota de líquido pre seminal se escapó de la cabeza de su pene. Apretó los pulgares contra el montículo cubierto de tela, luego deslizó un dedo bajo el elástico, alcanzando el lugar dorado. Su coño estaba resbaladizo y suave. Introdujo un dedo hasta el fondo. Ella se retorció en su mano, intensificando el agarre en su hombro y un gemido salió de su garganta.
No podía dejarla gozar nuevamente solo con sus dedos.
También tenía que probarla, lavar su sexo con la lengua hasta que gritara de éxtasis.
Con facilidad la levantó por las caderas quitándole las braguitas y se introdujo entre sus piernas para lamerle el coño con movimientos largos. Paula balanceó la pelvis contra su lengua mientras bombeaba los dedos dentro y fuera de ella en perfecto contrapunto a sus caderas ondulantes.
Ella alcanzaría el orgasmo en cualquier momento y le sería muy difícil no correrse en los pantalones.
Apenas sería capaz de aguantar el tiempo suficiente para ponerse un condón y bajarla sobre su eje. No iba a ganar el record de resistencia, pero no importaba. Darle placer a Paula era lo único importante.
Sentir que lo succionaba hasta dejarlo seco.
Su respiración era entrecortada cuando llegó al clímax en su boca. Sus manos querían estar en todas partes, rodeando su clítoris, en su vagina, en los pezones cubiertos de seda. No podía esperar ni un segundo, no podía esperar a que ella descendiera de su orgasmo para hundirse en su calor apretado y húmedo. Se bajó la cremallera, cogió un preservativo del bolsillo y lo deslizó por su enorme erección.
Un segundo más tarde, la deslizó desde la silla hasta su eje.
Ella descendió tomándolo centímetro a centímetro en su abertura dulce y ajustada. Encajaban a la perfección, empujó más adentro hasta que se meció contra él, tirando de su cara para besarlo apasionadamente. Sabía que Paula iba a correrse otra vez, siguiendo los pasos de su primer orgasmo.
Pero apenas podía pensar en otra cosa que en su palpitante polla. Quería concentrase en el placer de ella, en la tarea condenadamente difícil de rodear su clítoris y apretar sus pechos, pero todo eso lo excitó poniéndolo aún más duro, enviándolo cerca de la eyaculación.
El orgasmo lo golpeó como un linebacker de ciento cuarenta kilos, dejándole sin aire en los pulmones. Las contracciones de ella se fundieron con las suyas cuanto empujaron uno contra otro en el suelo, jamás había sentido un placer tan fuerte. Sus bocas vagaban, mordiendo, lamiendo, besando y chupándose el uno al otro.
Finalmente Paula se desplomó en sus brazos, exhausta por la fuerza del acto amoroso. El sintió como si estuviera empezando. Quería llevársela a casa ahora mismo y hacer el amor con ella durante toda la noche.
Un momento después su lenguaje corporal pasó de ser relajado a tenso, se desenredó de él consiguiendo torpemente ponerse en pie en el pequeño espacio entre su cuerpo, la silla y la mesa.
—Tengo que ir al baño —dijo, atropelladamente—. Si me disculpas.
Antes de que pudiera cerrar la cremallera de los pantalones, ella se había ido.
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