BELLA ANDRE

domingo, 13 de noviembre de 2016

CAPITULO 32 (SEGUNDA HISTORIA)






Durante el juego, cuando Pedro lo estropeó todo, no perdió el tiempo disculpándose con nadie; tan solo dejó bien claro a sus compañeros de equipo y al entrenador que haría los cambios necesarios para jugar bien el próximo partido.


Cometer un error era humano, pero hacerlo nuevamente era patético; e imperdonable.


Después de quince años, entendía todo lo que pasaba en el campo de fútbol. Pero era un idiota jodiéndolo todo cuando se trataba de Paula. Una imagen tras otra le asaltaron cuando entró en el coche.


Paula sentada en la silla del Barnum´s alegre y sensual.


Perdiendo el control en su sala de estar y tomando su increíble cuerpo desnudo contra la ventana.


La forma en que su rostro se había transformado la mañana siguiente cuando le había dicho que todo había sido un error.


En el restaurante de Mateo, donde nuevamente había hecho explotar su mente seguida de una mañana increíble.


El ruido del metal en el vestuario cuando se empujaba contra ella.


El policía golpeando en su ventanilla después de una de las experiencias sexuales más explosivas de su vida.


El odio en su rostro cuando la acusó de actuar como una prostituta con JP.


Nunca se había sentido tan cretino. Conduciendo como si llevase un piloto automático, hizo ciegamente el camino a su casa. Entró y la sintió fría. Y vacía. Bien, era un hombre rico, famoso y guapo, pero sin Paula su vida no sería nada salvo una serie de noches vacías con mujeres que no podrían hacerle olvidar a la única que amaba con todo su corazón.


De alguna manera, necesitaba descubrir una manera de hacer las paces con ella. Para convencerla de que real y verdaderamente la amaba y que nunca volvería a comportarse tan mal. Tenerla de vuelta en su mundo era todo lo que le importaba ahora.


E infelizmente, necesitaba de JP para reconquistar su corazón



*****


Cuando Paula finalmente se durmió aquella noche, soñó que estaba viviendo en un castillo bajo el ataque de bandas de saqueadores de los Outlaws y Pedro era un guerrero vengador dispuesto a salvar su vida. Cuando atravesó con la espalda al último de los Outlaws, la cogió en sus brazos con los labios tan cerca de los suyos que podía sentir su gusto. 


Entonces se despertó.


No tenía sentido. ¿Cómo podía dormir cuando finalmente le había dicho las palabras que había querido oír toda su vida? 


Te amo. Había usado aquellas palabras como un arma para conseguir que le perdonase las cosas horribles que le había dicho y que aceptase follar un poco más.


Aquel día, tenía que reunirse con los clientes de Chaves en el campo de entrenamiento para el partido de verano de los Outlaws. Era su trabajo echarles un ojo a los jugadores en el periodo de fuera de temporada, para notificar quien parecía cansado, quien necesitaba más descanso y quien debía pasar más horas en el gimnasio para renovar fuerzas.


Acostumbraba a esperar ansiosa durante todo el año, porque era su única ocasión de mirar abiertamente a Pedro, de fantasear sobre él. Ahora todo había cambiado.


¿Había sido fácil para él? ¿Había estado tan enamorada de su imagen que no quiso ver al verdadero hombre bajo ella?


Tipos como JP y Lisandro Calhoum no escondían su arrogancia y su gusto por muchas mujeres. Por el contrario, casi parecían orgullosos de sus fallos.


De repente pareció que Pedro había intentado duramente ser el hombre perfecto.


Tomó un taxi al campo de entrenamiento, temerosa en todo momento de ir. De alguna manera necesitaba mantenerse entera cuando él saliese al campo.


—¡Paula! —gritó JP cuando ella caminaba sobre la hierba—. Gracias por darme esta oportunidad. Va a ser bueno jugar un poco y mostrarle a todo el mundo lo que valgo.


¿Cómo estaba tan fresco y lleno de energía?


Intentó esbozar una sonrisa y falló.


Él se aproximó aún más. Su expresión era extrañamente seria.


—No pareces estar bien. ¿Pasó algo ayer noche después que me fuera? —miró sobre el hombro a los jugadores que se encontraban en el campo— ¿Puede ser que el pervertido de Pepe finalmente haya hecho algún movimiento?


—Claro que no, —negó— he dormido mal. Hacía mucho tiempo que no bailaba de esa manera. Estoy bastante dolorida.


Se volvió hacia el JP que esperaba y él la miró de arriba abajo admirado.


—Si necesitas un masaje me avisas —levantó las manos—. Estas nenas son mágicas.


Ella consiguió una verdadera sonrisa. ¿Quién hubiese pensado que realmente le iba a gustar? Era un patán, pero en el fondo era un chico agradable. Para una mujer como ella, que no se sentía atraída por él, era alguien inofensivo.


—Te voy a tomar la palabra —dijo ella sabiendo que era su trabajo alimentar su ego—. Voy a quedarme tomando notas de tu presentación de hoy y después nos vamos a sentar y a discutir todo mañana lunes. El cómo juegues hoy va a significar mucho. No lo estropees.


—De repente me has recordado a mi maestra de matemáticas de noveno —JP cogió la pelota de fútbol y silbó—. Era dura. Y sexy.


Ella tuvo que reír cuando él corrió hacia el campo. Si pudiese descubrir una forma de canalizar el humor erótico de JP en algo popular, tendrían contratos a montones.


Su padre gritó su nombre y se dirigió al área de los asientos cubiertos en la línea lateral.


—Buenos días —dijo fríamente cuando llegó a su lado, aún enfadada por la manera en que le había hablado el día anterior.


—Pensé que había sido claro ayer —dijo con voz dura.


Su corazón se sumergió en sus zapatos. Mierda. Sabía lo de la noche anterior. Con las nuevas noticias no se extrañaba que estuviese enfadado.


—Los rumores se esparcen rápidamente en este negocio. Tendré cuidado sobre la conveniencia de aceptar invitaciones a bailar en el futuro.


—Paula, no necesitas disculparte por su comportamiento —dijo la voz profunda y sexy de Pedro tras ella.


¿Cuándo había llegado hasta ellos? Echándole una mirada a su padre, notó las manchas rojas en su cara.


—Debías estar elogiándola por su excelente trabajo al entretener a dos de sus clientes ayer noche.


—¿Estabas allí también? —las cejas de Tomas se juntaron—. Pensé que Paula y JP habían tenido…


¿Cómo podía pensar su padre que podría enamorarse de un pervertido como JP? Era más inteligente que eso.


Y si Pedro no hubiese entrado en la conversación “salvándola” habría tenido la satisfacción de decirle algunas verdades a su padre. Por el contrario, él estaba pasando por encima de ella.


Eso era lo que pasaba: Pedro y su padre eran de la misma especie. Ninguno confiaba en que ella tomase decisiones acertadas. Ninguno pensaba que era capaz de valerse por sí misma.


—Basta ya —levantó la mano— he oído suficiente. Estoy aquí esta mañana para tomar notas sobre cómo están jugando mis clientes —le dirigió a Pedro una mirada dura—. Te están esperando en el campo.


Sus ojos oscuros estaban ilegibles y, con un gesto se dirigió al campo, con el casco sujeto firmemente en su mano. 


Entonces encontró la mirada de su padre.


—Este es el trato. Durante una semana no vas a decirme nada, no me vas a dar sermones y no vas a sacar conclusiones precipitadas. Voy a trabajar con mis clientes de la manera que crea mejor. Si JP no consigue equipo al final de la semana y juzgas que mi trabajo es indigno de la Agencia Chaves, puedes despedirme. Sin pena. Sin recriminaciones.


—Estoy intentando descubrir el porqué no debo despedirte ahora mismo —un músculo en la mandíbula de su padre saltó de rabia—. Si cualquier otro agente me hablase así, sería historia.


—Ciertamente podrías hacerlo —Paula se encogió de hombros. No le tenía miedo a su padre y se preguntó porque siempre se lo había tenido— mientras, podrías perder a tu mejor agente.


Él parpadeó una vez. Dos veces.


—Una semana —dijo, y en seguida anduvo hacia el grupo de agentes en torno a las rosquillas y al café.


La boca de ella se curvó en una sonrisa. Finalmente lo había sorprendido. Por primera vez en su vida, parecía que él no reconocía a la mujer frente a él. Tal vez nunca la había conocido realmente.


Y tal vez ella no se conociese a sí misma.


Se sentó e intentó concentrarse en los bloqueos y los pases de JP, pero se encontraba constantemente distraída por Pedro.


Sin embargo no por las razones habituales.


Pedro siempre había sido un jugador excelente y constante en el fútbol. Dónde la mayoría de los tipos tenían su cuota de juegos bajos, incluso una estación baja dónde las cosas se ponían verdaderamente difíciles, él recibía un salario bien merecido. Sus juegos eran inspirados y raramente driblados por la línea defensiva.


Pero aquella mañana, era un auténtico desastre, con malas caídas. No conseguía coger nada que le fuese lanzado. Se estremeció cuando cayó bajo un linebacker y habría quedado horrorizada por lo que le pasase si no estuviese tan preocupada por el dolor de debía de estar sintiendo.


Las palabras de su padre volvieron: está próximo al retiro.


Después de un mal juego, Pedro cojeó hacia las líneas laterales y JP se movió para sustituirlo. El lunes por la mañana, no importaba el dolor que estuviese sintiendo, como su agente tendría que decirle duras verdades. Si continuaba presentando un nivel tan bajo, especialmente si tenía aquella porquería de juego al inicio de la nueva temporada, los patrocinios futuros, sin mencionar los nuevos y lucrativos contratos, serían muy difíciles de conseguir.


Pero bajo ninguna circunstancia correría a su lado para tener la certeza de que estaba bien. Porque eso era lo que haría una novia, o una esposa. No una amante de tres días de follada como ella.


El terapeuta físico de los Outlaws empujó y flexionó los brazos, las piernas y el pecho de Pedro.


—¿Te duele algo? —Pedro refunfuñó. Le dolía todo, como siempre. Pero aunque hoy su cuerpo hubiese sufrido una verdadera paliza en el campo, era su orgullo el que dolía como el infierno. Había estado dormido allí, totalmente pasivo.


Ver a Paula tan pálida y tan triste lo entristeció profundamente. Nunca había querido causarle tanto dolor. Cuando había entrado en el estadio aquella mañana, había sido nuevamente alcanzado por el hecho de que ella era la mujer más hermosa que había conocido, pero su reacción había sido más que sexual. Su belleza era más profunda que su cara, su piel y su cuerpo.


Irradiaba bondad en su interior.


Y no confiaba en él. No creía que la amaba.


¿Y por qué debería? Se preguntó cuando el fisioterapeuta le colocó el pie en dirección a los glúteos para estirar sus muslos. La había rechazado, seducido y después había discutido con ella en el hall de entrada y había actuado como un perfecto idiota.


Gruñó por el estiramiento doloroso. Los juegos de post-temporada siempre habían sido un tiempo para la reflexión, pero sus pensamientos se centraban normalmente en el juego.


Hoy, la única cosa en la que podía concentrarse era en Paula.


—Nunca te he visto tan tenso —dijo el terapeuta—. ¿Has estado haciendo algo fuera de lo común últimamente?


Oh, solamente sexo ininterrumpido e insomnio producido por la culpa.


—Las dos últimas noches —dijo finalmente.


Matt empezó a torturar la otra pierna de Pedro.


—Ciertamente tienes suerte —dijo con envidia— los tipos normales como yo tenemos que movernos mucho para conseguir la atención de una chica bonita. Tú tienes que apartarlas como un loco.


Matt estaba en lo cierto, la parte fácil era conseguir a una chica en la cama. Lo difícil era saber cuando era la chica adecuada.


Y tener la certeza de no estropearlo todo.


Haberlo estropeado todo en segundo grado había hecho que encerrase su interior salvaje, permitiendo que se soltase solo en el campo. ¿Se habría transformado en un miserable sin emociones? ¿Un hombre que no podía reconocer el amor cuando le estallaba en la cara?


A Paula le había llevado apenas tres días descubrir una parte suya que había mantenido escondida toda su vida. Vio que toda su infancia había sentido responsabilidad. Sin que le dijese nada sobre su padrastro de mierda y la culpa con la que había convivido durante dos décadas, de alguna manera, Paula había golpeado directamente en el núcleo más profundo y oscuro.


Siempre había pensado que la pasión era una flaqueza y nunca se había permitido sentirse de esa manera con nadie. 


Pero con Paula no había tenido elección.


La amaba. Apasionadamente.


Necesitaba de alguna forma compensar la manera cruel con que la había tratado. Necesitaba decirle nuevamente que la amaba, de verdad, sin celos y sin estar cavilándolo todo; por una vez se sentaría de nuevo y escucharía todo lo que Paula quería en vez de pensar lo que él creía que era lo mejor para los dos.


Se sentó en la mesa de masajes y cogió el móvil para, en seguida, telefonear después del Ave María, que era la única posibilidad de ganarse a Paula de nuevo.







CAPITULO 31 (SEGUNDA HISTORIA)




Paula parpadeó ante las luces de neón alrededor de la pista de baile cuando salió de la oscuridad. No sabía cuánto tiempo había pasado, cuánto tiempo había estado montando el enorme pene de Pedro, pero en esos minutos algo había cambiado. Ella había cambiado.


Nunca se había visto a sí misma como una mujer con agallas, pero al menos asumía que conocía su propia mente.


Pensaba que era lo suficientemente fuerte como para arriesgarse ante un deseo peligroso, pero estaba equivocada. Era incapaz de resistirse a Pedro.


¡Estaba malditamente enfadada! Consigo misma por ser débil y con él por hacerle desear mucho más de lo que podía tener, por mostrarle posibilidades con las que ningún otro hombre estaría a la altura.


JP movió un dedo hacia ella desde la pista de baile al tiempo que movía sus caderas seductoramente. Sintió que Pedro surgía a su espalda, se permitió balancear las caderas de un lado a otro al ritmo de la música. Quería perderse en la música, en la oscuridad, en los extraños a su alrededor.


Se movió para unirse a JP en la pista de baile y lo dejó acercarla a él. Estaba segura con él, mientras estuviese a su lado, Pedro no traspasaría su alma con su sensualidad.


Claro que él exigía, pero ella se entregaba y no podía negarse.


Su piel se humedecía a medida que bailaba. Estaba agotada por tan poco sueño y tanto sexo, pero había menos peligro en la pista de baile.


Finalmente JP susurró en su oreja.


—Es hora de irse a casa.


—No —dijo moviendo la cabeza.


Irse a casa significaba tiempo para pensar en Pedro. Tiempo para admitir lo débil que era.


—Están cerrando y nos echan —dijo JP mientras la empujaba en dirección a la puerta—. El guerrero de allí nos lleva fusilando las cuatro últimas horas.


Pedro estaba de pie en la puerta de entrada con los musculosos brazos cruzados sobre el pecho.


Cuando se redujo la distancia entre ellos, Paula se aproximó más a JP para librarse de la tentación.


La cara de Pedro era una máscara oscura, sus ojos oscurecidos por la furia.


Ella deliberadamente sonrió a JP.


—Gracias por una noche increíble.


Pedro siempre había sido una presencia tranquila y sólida en un equipo lleno de hombres imprevisibles, pero ahora parecía cualquier cosa menos eso: tenía los puños apretados, la mandíbula rígida y los ojos entrecerrados.


A ella no le importaba. Ahora te toca a ti, espero que estés celoso. Era el único poder que tenía sobre él.


Cuando atravesaron las calles acercándose a su casa, su respiración se hizo más profunda.


Tenía que encontrar una manera sutil de convencer a JP para que la protegiera hasta que Pedro bajase de la limusina y se fuese en su Viper. El coche paró y ella dijo:
—JP, acabo de recordar que tenemos que discutir algunos asuntos importantes esta noche. ¿Tienes unos minutos?


Pedro permaneció en su asiento en la limusina, obviamente con la intención de esperar a que terminase sus “negocios” con JP. No importaba cuanto tiempo llevara o lo mucho que le molestaba.


JP soltó un bostezo, con los brazos alrededor de las chicas.


—Estoy muy cansado. Hablaremos mañana.


Mierda, estaba claro que no iba a seguir el juego. Aunque su trabajo no era protegerla de Pedro, que había salido de la limusina y sujetaba la puerta abierta para que ella saliera pasando ante las chicas de JP. Cuando salió, él cerró la puerta de la limusina con un clic siniestro y ésta se alejó.


—Tenemos que hablar —dijo él con voz dura.


—Está bien —dijo ella con una respuesta afilada y cortante mientras buscaba las llaves en el bolso.


Pedro la siguió en silencio por las escaleras hasta su puerta. Cuando colgó las llaves en el vestíbulo, cerró la puerta tras él.


—¿Acaso no piensas con claridad? ¿Qué diablos estabas haciendo esta noche por ahí fuera?


Ella pasó a la ofensiva.


—Si te refieres a acostarme contigo en todos los sitios posibles de la ciudad esta semana, no… definitivamente no pienso con claridad.


—No estoy hablando de nosotros —dijo él en voz baja y peligrosa—. Estoy hablando de JP. ¿No te das cuenta que estás arruinando tu carrera antes incluso de que empiece? Todos os hemos visto fuera esta noche. El modo en que le dejabas tocarte.


Ella no podía creer lo que estaba oyendo.


—Solo estábamos bailando juntos, él se fue con su harén para divertirse.


—No, él te desea. Todos lo hacen. Alguien tiene que advertirte, antes de que sea muy tarde y pierdas todo por lo que has trabajado.


Paula empujó un dedo en su torso duro


—¡No puedo creer que realmente tengas el descaro de advertirme de los motivos de JP! Tú eres el único que ha roto todas las reglas, no JP.


—No significas nada —dijo Pedro—. Solo eres otro polvo.


Se sintió tan fría, como si su sangre la hubiera abandonado dejando hielo a su paso.


—Entiendo —dijo ella—. No puedo creer que necesitara tanto tiempo para conseguirlo —se le escapó una risa áspera—. No te preocupes porque no quiero nada contigo, Pedro. En verdad, esta noche iba a decirte que hemos terminado. Se acabó.


—Mierda, todo ha salido mal. No estoy hablando de nosotros. Estar contigo es mucho más que sexo.


Ella se rió con amargura.


—No te creo.


Él negó con la cabeza, pero estaba enferma y cansada de su infinito poder sobre ella. Puso la mano en el pomo de la puerta y la abrió.


—Vete.


Pedro continuó de pie en el vestíbulo.


—Te amo.


En ese momento le odió, lo hizo por usar la única carta de la baraja que podía romperla.


—No, no lo haces. Si me amaras, no entrarías en mi casa ni dirías esas cosas horribles.


El remordimiento llenó su cara.


—Te amo, Paula.


—¡Déjame en paz!


Pasó una eternidad hasta que lo vio salir de su apartamento, y de su vida.


Antes de seguir por el pasillo, Pedro se paró y dijo:
—Eres mi verdadera alma gemela, Paula.


Sus lágrimas cayeron al suelo, quería taparse los oídos y aislarse. ¿No se daba cuenta que no estaba siendo justo?


—Un día lo verás, y cuando lo hagas, te estaré esperando.
Cerró la puerta y se fue.


Ella se dejó caer al suelo. Se abrazó las rodillas balanceándose adelante y atrás mientras los sollozos la ahogaban.






CAPITULO 30 (SEGUNDA HISTORIA)





Sentada en el club más caliente de la ciudad, rodeada por bellas mujeres y hombres calientes, Paula se sintió totalmente fuera de su elemento.


JP tenía a una chica en cada pierna y ambas intentaban desesperadamente llamar su atención. Paula lo lamentaba por ellas. ¿No veían que cuanto más competían por su atención menos la conseguían?


—Ey, Pepe, —dijo JP— ¿No tienes sed?


Mientras todo el mundo estaba bebiendo como si fuese una botella de dólar en vez de una de cien, Pedro cogió una botella de agua con gas.


—Prefiero ganar a beber —fue la corta respuesta.


Paula escondió la sonrisa. No quería que JP pensase que ella estaba tomando partido, pero podría aprender una cosa o dos de Pedro.


Las groupies intentaron pegarse a Pedro como papel de envolver, pero él era un paquete prohibido, grande y siniestro cuando quería serlo. Y aquella noche estaba completamente enfadado. Cualquier broma había sido sustituida por la ferocidad.


Y maldito si eso no la estaba excitando como una loca.


—¿Te diviertes? —JP le sonrió a Paula.


—Esto está bien, muy divertido —asintió.


Tomó un trago de champagne. Se imaginó años acompañando a JP en el circuito de fiestas y se estremeció con disgusto. No era exactamente lo que tenía en mente cuando había conseguido su MBA. Tal vez pudiese contratar a una asistente joven y atrayente para asumir aquel aspecto del trabajo. Ella prefería estar en su sofá bajo un cobertor frente a la TV.


La música del club cambió de rápida y loca a lenta y sensual. 


Su corazón latía bajo la piel y los ojos de Pedro se volvieron hacia su garganta.


Ella miró fijamente el champagne efervescente, incapaz de luchar contra la fantasía de Pedro pidiéndole un baile. En ese momento alguien le tomó las manos, pero aunque las manos fuesen grandes y fuertes, eran del hombre equivocado.


—Muéstrame lo que puedes hacer —JP empujó su cadera.


—No, es una mala idea —dijo ella.


—Lo entiendo si estás asustada.


Había un desafío en las palabras de JP, y ella supo que él se estaba preguntando si era lo suficientemente fuerte para representarlo.


Lo era.


—Eres el único al que están observando ahí afuera —alzó una ceja—. Lo mejor es que consigas una A en tu juego.


Él echó la cabeza hacia atrás y se rio.


—Pareces un gatito —dijo— pero actúas como un tigre —JP le echó una mirada a Pedro—. Estate atento viejo, podrías aprender algo.


Cuando JP la acercó a su cuerpo, Paula estaba tan sorprendida que se quedó sin habla.


—No eres como las otras chicas —le susurró con lo que ella asumió era su voz sensual.


Paula forzó una sonrisa y puso unos centímetros de distancia entre ellos.


—Eres inteligente y sexy —siguió.


— Y también soy tu agente. Necesitamos hablar sobre los límites profesionales.


—No hables —la interrumpió— solo siente.


Ella no sentía nada, y creía que él tampoco. Aquello era parte de su actuación de niño malo.


—Tengo que hacer pis —le dijo en la oreja.


—Diablos, sabes cómo arruinar un buen momento —JP se alejó unos centímetros.


Ella se giró y fue en dirección a lo que pensaba eran los baños. Empujando hacia un lado la cortina de terciopelo rojo, encontró un escondrijo perfecto.


Pero antes de que pudiese estar cómoda, su piel empezó a erizarse. ¿Qué diablos? Solo reaccionaba de aquella manera alrededor de Pedro.


Un momento después vio que la había seguido detrás de la cortina roja.


Y cada centímetro de él parecía el de un guerrero.


Como un hombre que moriría en la batalla por su mujer en un latido de corazón.


Pedro —dijo Paula con una voz susurrada que le hablaba directamente a la polla.


Avanzó hacia ella apoyándola en la pared y poniendo una mano a cada lado de su cara.


—Nos vamos ahora —dijo—. Ahora.


Sabía bien que no podía mandar en una mujer, especialmente en una de temperamentalmente fuerte como Paula. Pero no podía controlar su boca más de lo que podía controlar su cuerpo.


—No —lo miró sin pestañear.


Su boca se apretó y su mirada se dirigió a los labios llenos y rojos.


—Tienes dos opciones —le dijo en voz baja, sin quitar los ojos de aquella boca.


La lengua de ella se disparó al borde de sus labios.


—Haré lo que quiera —susurró.


Oh señor, sus palabras sonaban como un ¿Qué? Sabía que no podían quedarse, no cuando estaba siendo un imbécil tarado y arrogante, pero a su polla no le importaba y crecía hasta un tamaño increíble bajo su cremallera.


—Opción uno: nos vamos a casa en este mismo instante. Opción dos: te poseo aquí y ahora. Contra la pared de detrás del club.


La respiración de ella se agitó. Lo que Pedro leyó en su rostro era que lo quería tanto como él la quería a ella.


—No te atreverías —lo desafió, sus palabras sonaron crueles por necesidad.


Él se inclinó poniendo la boca a un centímetro de su oreja.


—Entonces es la opción dos —su boca estaba sobre la de ella, levantándole con las manos el vestido.


Pero incluso dentro de la locura de su deseo, no importaba lo que su cuerpo quisiese, necesitaba que ella aceptase antes de llevar adelante las cosas


Se apartó apenas lo suficiente para mirar hacia abajo a su rostro sonrosado. Dios, ¡era hermosa! la mujer más bonita que había visto. Las palabras Te amo se pusieron en la punta de su lengua pero no podía decirlas allí. No hasta que estuviesen a solas.


—Di la palabra y te dejaré en paz —su corazón latió fuerte mientras esperaba su decisión. No usaría el te amo para que aceptase follar con él en público.


—No puedo —dijo ella con un susurro áspero—. No puedo dejarte ir.


No necesitaba oír nada más. Su boca tenía el sabor a azúcar y uvas cuando las lenguas se enmarañaron juntas. Los actos de amor anteriores habían sido extraordinarios, pero ahora el éxtasis luchaba con violencia cuando sus manos empujaron y arañaron las ropas de él, rasgando las costuras de su chaqueta.


Sus uñas le arañaron la piel cuando ella lo empujó más duro contra su cuerpo.


Pedro sabía de su propia fuerza y la agarraba firmemente siempre —tanto con el enfado como con la pasión, pero cuando los dientes de Paula mordisquearon su boca, su mandíbula y su cuello, perdió el control.


En una milésima de segundo, el trasero de ella estaba en las manos de él y la falda estaba enrollada en torno a sus caderas. Sus pelvis se rozaban duramente una contra la otra y él sintió el orgasmo aproximándose un momento antes de que Paula lo consiguiese, trabajando con un dedo entre sus cuerpos, acariciando su clítoris y los pliegues de su vagina, y entonces todo se rompió dentro de ella mientras sus músculos internos se apretaban y se empujaban contra él.


Tenía que entrar en ella, ahora. Segundos más tarde sus pantalones estaban desabrochados y un preservativo estaba en su polla presionando por el calor. Paula gemía su nombre y aquello sonaba casi como una maldición mientras se impulsaba fuertemente en ella. Olía y sabía a sexo, no le habría importado si alguien entrase, no habría sido capaz de parar.


Ella estaba cogida de su cuello, con las piernas envolviendo su cintura, Pedro movió las manos de su culo dulce y redondo al rostro. Paula lo montaba fuerte, usando los muslos para sumergirse en su miembro. La piel de ella se volvió húmeda por el esfuerzo y él rugió de placer en su boca, su polla latiendo y entrando en su calor.


Con una fuerza sorprendente, ella se apartó de su cuerpo y rápidamente se ajustó la ropa cabizbaja. Lo estaba excluyendo.


—¿Te he lastimado? —le preguntó, odiando el pensamiento de perjudicarla de alguna manera.


—No, todo está bien. Necesito volver. JP se va a preguntar lo que ha pasado con nosotros.


A pesar de que Pedro era famoso por sus reacciones rápidas en el campo, se quedó parado como una piedra mientras la veía caminar de vuelta por la cortina roja.