—No debería haber dejado la cuenta de los Outlaws sin consultarlo contigo primero. He arriesgado a la empresa. —Dijo Paula amargamente. Emma se sentó a su lado en el sofá del despacho y le frotó la espalda.
—Nunca debí permitirte aceptar este trabajo, no después de lo que me contaste sobre su pasado.
Paula agitó la cabeza.
—Necesitaba el dinero para la estúpida obra. —Maldijo su orgullo por no cobrarle a Bobby el tiempo trabajado. Se había equivocado.
—No sé cómo voy a pagar la hipoteca y los salarios de todo el mundo. Lo siento.
—Si estás esperando a que te diga que has hecho las cosas mal, olvídalo. A veces los principios son lo primero, y por otra parte —dijo Emma— hiciste un buen trabajo. Pedro fue fotografiado en eventos, partidos y fiestas benéficas recaudando fondos, y como entrenador de niños en un campamento, fue objeto de varios reportajes grandes y buenos. Tú prácticamente borraste la imagen de muchacho rebelde sin causa de la noche a la mañana, estamos destinados a tener algunos nuevos clientes importantes.
Paula deseó que el elogio de su amiga pudiera hacerla sentirse mejor. Pero no solo sus negocios estaban al borde de la ruina, se sentía vacía, fría y tenía que descubrir la manera de dejar de amar a Pedro, porque aunque fuese un bastardo egoísta, no podía dejar de pensar en él.
¿Y si diez años de deseo se transformaban en veinte?
¿Y si nunca se recuperaba?
La única manera que conocía para olvidarle era enterrarse en el trabajo. Lo había hecho antes. Hasta que no encontrara otro remedio el trabajo era todo lo que tenía.
Escribió la contraseña de su e-mail y se dejó absorber por una avalancha de consultas y demandas que de repente le parecían totalmente sin sentido.
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No importaba como Pedro intentaba llenarlas, había demasiadas horas en el día. Se levantaba temprano para sudar sus demonios en el gimnasio, permanecía hasta tarde con los nuevos grupos de niños del campamento de fútbol de Tony, y corría kilómetros a lo largo de los acantilados cercanos a su casa.
Durante la semana que había estado con Paula en su casa, le dijo al personal de mantenimiento que las fiestas diarias se habían acabado, dejando la casa vacía y silenciosa como una tumba. Ya no podía con la idea de invitar a sus amigos de nuevo y tener un montón de mujeres en bikini en su jardín. Y definitivamente no podía ir al garaje sin revivir el poderoso primer beso, lo que demostró que diez años no habían diluido en lo más mínimo la pasión de uno por el otro.
Gracias a Dios los entrenamientos empezarían el próximo lunes. Solo necesitaba seguir haciendo lo que hasta ahora durante el resto de la semana, entonces podría enterrar sus sentimientos en el fútbol, compresas de hielo y sesiones de estrategia.
Durante algunos días, consideró realmente hacer los anuncios de Buzzed Cola, pero el rencor y el orgullo eran razones estúpidas para que defendiese algo que despreciaba.
Cerró los ojos para hacer la próxima serie en el banco, cuando los abrió se dio cuenta que Dominic estaba de pie tras él.
—Levantar boca arriba ciento treinta kilos no es la mejor cosa del mundo para hacerlo solo. —dijo Dominic.
—Necesito prepararme para la pre-temporada.
Dom balanceó la cabeza.
—Realmente me alegra que estés aquí. Me gustaría hablar contigo un minuto.
Pedro se arrastró del banco y la barra.
—Dispara.
—He oído cosas sobre tu agente. Realmente hace ya tiempo.
Pedro deseó que pudiese decir que estaba sorprendido, pero no lo estaba. Había retrasado enfrentarse con Javier durante mucho tiempo.
—Probablemente sea hora de encontrar un nuevo agente.
Dom asintió.
—Buen plan.
Hizo una pausa un momento, entonces encontró los ojos de Pedro en el espejo tras las pesas.
— ¿Me avisarás si necesitas cualquier cosa, verdad? No quisiera que te cayeran 130 kilos en las costillas.
Pedro apreció la oferta no tan sutil de Dom.
—Te avisaré —dijo dirigiéndose a las duchas. Era hora de ocuparse de algunos asuntos pendientes.
Cuando era niña, Paula había dominado el arte de ocultar sus emociones. Bloqueabas las imágenes de su madre borracha, se convencía de que las amantes de su padre realmente eran sus niñeras, justo como él le decía. Toda esa práctica le fue muy útil mientras conducía hacia la casa de Jose como un piloto automático. Trató de entrar en la bonita casa de estuco de dos pisos con él, pero apenas pisó el freno Jose salió del asiento trasero y huyó por la puerta lateral del patio trasero.
Sin embargo, echó en falta la pequeña presencia enojada cuando se fue, se quedó sentada en el coche, mirando fijamente hacia el asiento vacío que había contenido el cuerpo alto y musculoso de Pedro durante las dos últimas semanas.
Las palabras finales de él resonaban continuamente en su cerebro; No es asunto tuyo. Compitiendo por el primer puesto de la vergüenza con: ¿Sabes por qué los tipos con los que sales no están interesados en ti, nena?
Incluso sabiendo todo el tiempo que ella no era nada especial para Pedro, que un tipo como ese posiblemente no sabría el verdadero significado de la palabra amor, nunca pensó que sentiría tanto dolor cuando finalmente él demostró como era realmente.
Regresó a la ciudad, pero antes de ir a casa, necesitaba hacer una parada importante. Esta vez sería la primera que se iría antes, cortando el único lazo que los unía.
Paula caminó hasta la sede de los Outlaws y esperó no encontrarse con Bobby. Un tipo que trabajaba las veinticuatro horas, los siete días de la semana, aunque tenía el presentimiento de que se lo encontraría en su oficina, haciendo una lista de las personas cuyas vidas planeaba arruinar ahora que había terminado con ella.
—Aquí, Bobby Wilson.
—Soy Paula Chaves. Necesito hablar unas palabras contigo. Ahora.
Ella tenía que darle puntos por la rapidez con que enmascaró su sorpresa.
—Siempre puedo perder un momento por una bella dama como tú.
Paula rechinó los dientes. ¡Dios! Odiaba que la llamara bella dama con cada frase. Tal vez fuera hora de tomar unas lecciones de kickboxing, así podría romperle los dientes a cualquier sujeto que la tratara como si fuera un pura sangre en venta.
Su puerta estaba abierta cuando salió del ascensor.
—Ahora. ¿Qué puedo hacer por ti querida?
Ella sonrió dulcemente.
—Dimito.
El arqueó las cejas sorprendido.
— ¿Te refieres a que dejas tu trabajo con mi muchacho Pedro?
Paula quería decirle a Bobby que Pedro no tenía remedio.
Quería decirle que no había razón para contratar a otro asesor de imagen o Agencia de Relaciones Públicas para sustituirla porque trabajar con Pedro era una tarea imposible.
Pero incluso en su estado actual, reconocía que esos eran los desvaríos de una mujer que se había equivocado en todo.
O peor aún, la hacían sonar como una patética enamorada, algo que se había jurado que nunca sería de nuevo.
—Me temo que acepté a su cliente bajo falsos pretextos. Nunca había trabajado con un deportista profesional y creo que un trabajo como este va más allá de los límites de mi experiencia. No recibirá una factura de mi empresa por el trabajo no realizado.
Bobby se sentó en la silla echando hacia atrás sobre su cabeza calva y brillante, el sombrero de vaquero.
— ¿Problemas en el paraíso?
Ella se negó a responder a su burla, sin embargo no iba a mentirle al decir que Pedro y ella no habían sido pareja, aunque no habían durado ni veinticuatro horas juntos.
—Pedro Alfonso y yo no somos pareja y de ahora en adelante ya no es mi cliente. Buena suerte con el equipo.
Pedro marcó la contraseña del correo de voz. No conocía los números en la pantalla, pero no iba a responder a todos los periodistas que sabía le habían llamado para pedirle una entrevista exclusiva sobre su nueva relación.
Una voz enlatada dijo:
—Tiene tres mensajes —Tomó un trago largo de zumo.
Estaba buscando un lápiz para hacer la lista de Paula cuando se dio cuenta de que era un niño quien hablaba no un adulto.
—Umm… hola, esto es un mensaje para Pedro. Él dijo que podía llamarle si le necesitaba. Soy Jose, desde el campamento y realmente necesito hablar con él.
Mensaje dos:
—Umm… realmente necesito hablar con Pedro. Urgente. Soy Jose del campamento. Estoy en problemas.
El mensaje número tres fue principalmente sollozos junto con: —Soy Jose nuevamente, estoy en el hospital en Palo Alto, de verdad tengo que hablar con Pedro, me dijeron que no puedo llamarle otra vez.
Pedro buscó en la agenda de teléfonos el número de Jose y lo llamó, pero figuraba como “retenido”.
Se puso una camisa limpia y la remetió en los vaqueros mientras se dirigía hacia el despacho de Paula.
—Tengo que irme.
Ella apenas le miró por encima del ordenador.
—No puedes. No hasta que termine esto y redactemos cuidadosamente el comunicado oficial para la prensa.
—Jose, el chico del campamento, está en el hospital de Palo Alto. Le dije que me llamase si necesitaba ayuda y lo ha hecho. Apuesto a que no encuentra al borracho idiota de su padre.
Paula se levantó.
—Entonces, voy contigo.
—No necesito niñera. No voy a hacer nada malo que la prensa pueda usar.
—Sé que no necesitas una niñera —dijo con una voz tan dulce que se sintió como una idiota— Estaba pensando que podrías necesitar a tu novia.
Pedro la abrazó.
—Lo siento mucho, no quise decir eso.
—Sé que no querías —ella depositó un beso en sus labios— Vamos.
El viaje de treinta minutos le pareció de tres días, Pedro tuvo una idea de lo que se sentiría al ser padre. Esperaba como el infierno que Jose se encontrara bien, que su padre no hubiera aparecido para empeorar las cosas.
Dentro del hospital, Paula examinó el mapa en la pared.
—Miraremos primero en pediatría.
Él la siguió al ascensor, manteniendo la cabeza baja. Era crucial no tomar contacto visual con los extraños, no tenía tiempo de firmar autógrafos u otras tonterías sobre el fútbol.
Jose estaba sentado en una silla azul en la sala de espera de pediatría, tenía la cabeza tan baja que casi le tocaba el pecho.
—Hola, amigo.
Jose miró hacia donde escuchó la voz enjugándose una lágrima de la mejilla.
— ¡Has venido!
—Siempre estoy ahí para ayudar a un amigo —soltó la mano de Paula y cogió una silla cercana al chico. — ¿Qué ha pasado?
—Nada, supongo. Estaba jugando con los chicos y me torcí la muñeca. El médico ha dicho que puedo irme a casa —inclinó la cabeza hacia el pecho— pensé que me la había roto, pero creo que el sonido que escuché fue el del otro chico al golpearme.
Pedro se estremeció por dentro.
—Duele como el infierno, ¿verdad?
Sabía lo que eran las torceduras, mucho dolor, nada de compasión y esperar a que fuera bien en el campo.
Pedro se encogió de hombros, haciéndose el duro.
—Dijeron que tenía que tomar esto cada cuatro horas —dijo sujetando un frasco de muestra de Motrin para niños.
Pedro se puso en cuclillas.
— ¿Tienes hambre?
Jose asintió con la cabeza.
—Estoy hambriento.
—Sé de un sitio que hace excelentes hamburguesas. Acostumbraba a ir después de los partidos.
Por primera vez desde que entraron en la sala de espera, a Jose se le iluminaron los ojos.
— ¿No me vas a llevar directo a casa?
Pedro miró al niño a los ojos.
— ¿Todavía no se lo has dicho a tu padre?
Jose movió la cabeza.
—Va a estar muy enfadado.
El padre de Jose se enfurecería como una bestia ante el pensamiento de que su pequeña futura estrella seguramente se hubiera roto. Pedro estaba seguro de que los partidillos de barrio se habían acabado para Jose.
—Primero vamos a comer y luego hablaremos con él. Juntos.
Paula se levantó.
—Voy a decirle a la enfermera que nos vamos.
La primera señal de que Jose se encontraba mejor, fue la charla interminable que les dio primero en la sala de espera, luego en el coche y después en la cafetería en la parte trasera de The Boardwalk, un local de hamburguesas y pizzas que sobrevivió al boom de Silicon Valley.
Pero en lugar de sentirse mucho mejor por todo, porque Jose estuviera claramente recuperado, lo sucedido le había impactado al sentirlo como algo familiar. Demasiado.
Durante toda la semana en el campamento de fútbol, Pedro tuvo la desagradable sensación que había regresado a su pasado. Podía adivinar lo que era la vida de Jose: los maestros empujándolo al siguiente grado tanto si lo merecía como si no, nunca teniendo que rendir cuentas, tanto si metía la pata dentro y fuera del campo, solo porque todo el mundo, entrenadores o su borracho padre, novias e incluso sus amigos querían un trozo de su éxito.
Podía ver el futuro de Jose. Iría a la Universidad a exhibirse, no a estudiar y la abandonaría en el momento en que un contrato de siete dígitos aterrizara en su regazo.
De ahí en adelante, viviría con miedo a lesionarse, y más tarde cuando tuviera tanto dinero que no sabría qué hacer con él, contrataría a unos profesores en secreto para que le enseñaran todas las cosas que se había perdido por el camino, como la lectura, la ciencia y aprender a apreciar algo diferente al fútbol.
¿Sería también tan mala la vida de Jose como la de todo el mundo? A fin de cuentas ¿No estaba a punto de llevarlo a casa, para después darle unas disculpas al padre sobre que lo accidentes pasan y que no hay que preocuparse? Nunca había pensado de él mismo que fuera un cobarde de mierda.
Hasta ahora.
Se volvió hacia Paula y dijo:
—Jose y yo necesitamos hablar afuera durante unos minutos, de hombre a hombre. No te importa ¿Verdad?
Ella les sonrió.
—Tomaros el tiempo que sea necesario. Estaré aquí trabajando en mis patatas fritas.
Jose lo siguió y se sentaron en un banco junto a la ventana.
Paula masticaba sus patatas y fingía no verlos.
Nunca había conocido a una mujer como ella, suave, cálida y sin embargo fuerte cuando era necesario. Una docena de veces más inteligente que cualquiera que hubiera conocido y sin embargo sexy como el infierno.
Jose dio una patada a una piedra de la acera.
— ¿Quieres que revisemos cuidadosamente lo que vamos a decirle a mi padre, para que no se enfade mucho?
Pedro se centró en las caras deportivas de Jose. Solamente el mejor equipamiento para el chico, lo mereciera o no. Por desgracia, si él no le decía unas duras verdades directamente a Jose, nadie lo haría jamás. Todos los demás tenían mucho que ganar con el eventual éxito del chico.
—Te pareces mucho a mí cuando era pequeño.
— ¿De verdad? Genial.
—Mi padre estaba metido en problemas la mayor parte del tiempo. En verdad todavía lo está.
— ¿Se volvía loco cuando te lesionabas?
—Claro que sí. Todo lo que le importaba era si podría jugar en el próximo partido, o si la lesión afectaría a mi futuro. Actuaba como si no tuviese dolor, aunque lo tenía.
Se detuvo pensativo.
— ¿Todavía te duele el brazo?
Jose asintió con la cabeza.
—Un poco —tragó saliva— En realidad mucho, pero no quiero que mi padre lo sepa.
Pedro tenía la sensación de que todo se estaba estropeando. ¡Genial!
— ¿Tienes alguna afición? ¿Algo aparte del fútbol?
— ¿Te refieres a algo como la Xbox 360?
Pedro sonrió.
—No exactamente. ¿Solo me preguntaba si te gusta leer o construir cosas?
—Mi papá dice que tengo que centrarme en el fútbol, dice que nos hará ricos.
A Pedro le iba a costar todo su autocontrol evitar partirle la cara al padre de Jose.
—Tal vez. O tal vez no. Hacerse rico con el fútbol depende de muchas cosas.
Jose hizo una mueca, probablemente porque era la primera vez que alguien le decía que la fama y la fortuna no estaban aseguradas.
— ¿Cómo qué? Yo tengo talento.
—Lo tienes, pero pueden pasar cosas. Puede contratarte algún equipo ganador de la Super Bowl.
Jose sonrió maliciosamente como si ya supiera que eso iba a suceder.
—O puedes lesionarte, como algunos tipos con talento que conocí en el instituto y la universidad y sería el fin de tu carrera —Hizo chasquear los dedos— Así de sencillo.
Jose bajó la barbilla.
—Pero eso no te ha pasado a ti; eres una súper estrella.
—Soy uno de los afortunados —dijo Pedro, preguntándose a sí mismo si realmente lo era — En cada partido me preocupaba lesionarme y tener que ser retirado en camilla.
Cuando era más joven se creía completamente invencible, nunca se había preocupado por el final de su carrera. Pero ahora, los tipos que habían jugado con él en sus tiempos de novato, estaban empezando a retirarse. A los que tenían un buen plan de jubilación les iba bien. Pero aquellos que solo se habían preocupado del fútbol simplemente se venían abajo.
— ¿Tú no tienes el dinero suficiente para hacer lo que quieras?
—Por supuesto —concedió Pedro— Pero el dinero no lo es todo.
Hasta que Paula había regresado a su vida, no se ocupaba de nada más que del fútbol. Ahora tenía nuevas metas.
Había comenzado a pensar que quizás un día pudiera abrir su propio campamento de verano en Grass Valley, tal vez para niños como él, que no tenían dinero para zapatos caros y fondos de previsión. Jugarían al fútbol, pero también aprenderían otras cosas, como pescar o como encender una hoguera. Quería correr a contar su idea a Paula, saber su opinión.
—Tu vida tiene que ser algo más que el fútbol, muchacho. —Dijo decidiendo que era hora de ir al grano.— No importa si todo el mundo te trata como a un Dios, un día alguien se acercará a ti y te demostrará lo equivocado que realmente estás, y no serás capaz de solucionar el problema porque lo único que sabes hacer es jugar al fútbol.
Jose no dijo nada, ya no le miraba a los ojos.
—No estoy tratando de hacerte sentir mal —dijo Pedro— Voy a hablar con tu padre, pero quiero que pienses en lo que te estoy diciendo.
Jose se levantó del banco de un salto.
— ¡Voy a ser el mejor jugador de fútbol de la historia! ¡Y te voy a dejar en el polvo, no sabes nada!
Paula corrió afuera.
— ¿Qué pasa? ¿Te duele el brazo, Jose? ¿Necesitas ir al médico?
Pedro nunca había visto un rostro tan duro en un crío tan pequeño. Excepto tal vez en su propio espejo.
—Quiero irme a casa —se quejó Jose.
Paula movió la cabeza y le dio las llaves.
—Ve hacia el coche, necesito hablar con Pedro un momento.
Paula se giró hacia él.
— ¿Qué le has dicho? Parecía que estaba a punto de echarse a llorar.
Pedro quería hacerle comprender.
—Confía en mí, era algo que necesitaba escuchar.
—Apenas es un niño, Pedro. Has herido sus sentimientos.
—Tenía mis razones para lo que le dije al chico.
—Adelante —habló ella con ojos desafiantes— Dímelas, me muero por escucharlas.
Pero la situación le resultaba demasiado conocida y cercana.
No quería hablar de ello ahora, no quería desnudar su alma frente a un restaurante con Jose esperando en el aparcamiento.
—No me presiones —gruñó.
Paula tuvo que alejarse lo suficiente para que él pudiera calmarse.
La expresión de ella pasó de preocupada a confundida durante un segundo.
— ¡Quiero saber! ¡No puedo pensar en que tengas una sola razón para hacer llorar a un niño!
— ¿Ni siquiera una? ¿Eh?
Todo lo que quería hacer era ponerse de rodillas, y explicarle a Paula que las cosas no eran como ella pensaba, pero ya lo había hecho antes y no había surtido el más mínimo efecto.
Ella ya tenía su opinión formada y le había declarado culpable de todos los cargos.
Paula se acercó a él con las mejillas rojas y los ojos azules llenos de rabia.
—He sido una estúpida al pensar que realmente habías cambiado, que podrías ser un hombre al menos por una vez y solo eres el tipo egoísta que siempre fuiste.
Una rabia lenta comenzó a bullir dentro de él, un fuego provocado por cada persona que había dudado que él pudiese ser algo más que un jugador de fútbol, por todos los que habían pensado que podían aprovecharse de un muchacho pobre e idiota como él.
— ¿Quieres saber por qué los tipos con los que sales no están interesados en ti, nena? —vio como la palabra nena la golpeó como si fuera una bofetada, junto con otras que no quería decir, pero que de alguna manera no podía parar de hacerlo. — Porque a los hombres no nos gusta que nos hagan el tercer grado. Tú no puedes tener una relación como si fuera un maldito negocio, ya es hora de que te entre en esa linda cabecita que lo que pasó entre Jose y yo no es asunto tuyo.
Nunca había podido olvidar la mirada de Paula en el yate cuando le dijo te odio. Allí estaba otra vez.
—Tu imagen ya no es mi problema —dijo ella. Dejándole bien claro por si no se había dado cuenta que cortaba sus relaciones tanto profesionales como personales— Enviaré tu material por correo esta tarde.
Pedro la miró mientras atravesaba el aparcamiento, entraba en el coche y se marchaba. Apenas hacia unas horas que ella estaba desnuda en sus brazos, y ahora le estaba diciendo lo muy estúpido y despreciable que era. Como si su padre no le hubiera machacado la cabeza con eso durante toda su infancia, cada vez que cometía un error en el campo.
Sonó el teléfono.
— ¿Quién es?
La voz de Javier resonó por el auricular.
—Tengo algunas cosas que hablar esta bella mañana.
—Date prisa —gruñó Pedro.
— ¿Podemos confirmar una relación seria con una hermosa rubia?
—Negativo —aunque aquello le matase, dijo las palabras— Solo nos estábamos divirtiendo. Ya se ha terminado.
—Entiendo —dijo Javier, cambiando suavemente al segundo asunto de negocios— Parece que una de las grandes firmas del mundo quiere que tu nombre y tu rostro aparezcan en sus productos.
—Lo que sea —Pedro no estaba de ánimo para enfrentarse a los negocios ahora— Siempre que haya un buen dinero, estoy dentro.
Pedro se quedó extrañamente silencioso unos momentos.
— ¡Excelente! Les dije que no tendrías ningún problema con el producto.
Una señal de advertencia sonó.
— ¿De qué producto se trata?
—Sé lo que opinas sobre el alcohol, y tú sabes que la Liga no dejará que los jugadores lo anuncien de ningún modo, es una gran mina de oro pero siempre estarás marcado con una X roja por esto. Y ahí viene lo más grande, quieren que seas su hombre.
Hizo una pausa para darle más efecto, y Pedro de repente se preguntó por qué no había cambiado de agente hacía mucho tiempo.
— ¡La Buzzed Cola va a pagarte diez millones de dólares por la publicidad en Televisión y el material impreso durante un año!
Pedro no necesitaba el dinero y no eran un gran aficionado a la nueva bebida ultra cafeinada que todo el mundo bebía como el agua. Sabía exactamente porque los anunciantes lo querían a bordo. En cuanto los niños le vieran bebiendo Buzzed Cola, harían cola para comprar cajas y más cajas del producto. Diez minutos antes, le hubiera dicho que no sin pensárselo dos veces.
Por otra parte hace diez minutos Paula no lo estaba mirando como si fuera la escoria de la Tierra.
Diez minutos atrás, pensaba que tal vez, solo tal vez ella lo amaba.
Lástima que fuera un idiota. Paula nunca dejaría de pensar que él era un canalla y ahora mismo, no podía pensar en una sola razón para no actuar como tal.
—Lo pensaré —dijo colgando y llamando a una compañía de taxis local.
—Hola, necesito que me lleven de Palo Alto a San Francisco. —Casi dio la dirección de Paula, antes de recordar que ya no era bienvenido. Era hora de regresar a su exagerada parodia de una casa.
Solo.