BELLA ANDRE

miércoles, 2 de noviembre de 2016

CAPITULO 34 (PRIMERA HISTORIA)




A la mañana siguiente Paula buscaba el teléfono que sonaba, mientras Pedro se despertaba bajo ella, balbuceando algo sobre dejar el maldito teléfono apagado de ahora en adelante. Se sentía tan maravillosamente bien con la cabeza acunada en el hueco de su brazo, escuchando los latidos rítmicos y suaves en sus oídos.


Pero después de años siendo una profesional, no podía ignorar el teléfono ¿y si fuera un fuego que ella debía apagar con uno de sus clientes?


La voz advirtiéndola en su cabeza preguntó con un tono mucho más fuerte ¿Y si el incendio estuviera en su propia cama? De repente se despertó completamente. Se sentó y se puso el edredón sobre los senos desnudos. Sabía que aquello era ridículo que nadie excepto Pedro, podía verla ahora mismo. Sin embargo, cuando cogió el teléfono, se apartó el pelo de la cara y enderezó la espalda.


—Paula Chaves—habló con voz tan nítida como pudo después de haber dormido tres horas.


— ¡Querida, estoy tan feliz por ti!


Su madre nunca la había llamado tan temprano, porque normalmente, estaba en la cama hasta tarde debido a las borracheras.


El miedo subió rápidamente por la columna de Paula. ¿Qué estaba pasando?


—Gracias madre —dijo con voz falsamente tranquila— ¿Te importa si te pregunto por qué estás tan feliz?


Su madre suspiró.


—Siempre has mantenido tus cartas ocultas.


Paula no dijo nada, solo esperó que su madre llegase al asunto.


— ¡Has encontrado a tu Príncipe encantado amorcito! Ninguno de mis amigos deja de hablar sobre lo magnífico que es y su aspecto me hace desear ser joven y bonita nuevamente.


Aquel era el momento en el que Paula habría dicho normalmente algo como todavía eres bella madre. Pero aquella vez las palabras simplemente no salieron.


—No es gran cosa. —dijo, deseando que su madre no se sintiera tan entusiasmada por su relación con Pedro. Si las cosas entre ellos no funcionaran, no quería tener que consolar a su madre además de a ella misma.


—Toda madre quiere ver como su hija se enamora de un hombre maravilloso y fuerte, además de asquerosamente rico. ¡No puedo esperar para volver a ver a Pedro!


La risita de su madre irritó los nervios privados de sueño de Paula, pero antes de poder responderle como una hija civilizada y amable, sonó una llamada en espera.


—Tengo una llamada del trabajo por la otra línea, mamá. Me tengo que ir — contestó a la otra llamada.


—Buenos días, señorita Chaves —escucho el acento lento de Bobby— escuché decir que estás cuidando especialmente a mi chico número uno.


Oh, Dios.


Pedro, lo está haciendo muy bien —dijo con la voz más nítida y profesional que pudo, considerando que el cliente el chico número uno estaba en su cama.


Pedro la miró a los ojos desde debajo del brazo.


— ¿Quién es? —sonaba soñoliento, perezoso y totalmente despreocupado.


Ella movió la cabeza poniendo un dedo sobre los labios de él.


—Bobby.


Pedro se levantó un poco, apoyándose en la cadera y las sábanas se deslizaron de su pecho, dejando al descubierto una extensión deliciosa de piel y músculos.


— ¿Quién?


Ella apretó todavía más la mano sobre su boca.


—Shhhhh.


Pero era muy tarde.


— ¿No es buen momento? Las dos personas con las que quiero hablar están en el mismo cuarto.


—Bobby yo… —comenzó ella, pero Pedro ya había saltado de la cama y tomado la extensión de su escritorio del despacho de al lado.


—Hey, jefe. ¿Necesitas algo en esta hermosa mañana?


La manera de arrastrar las palabras era parecida a la de Bobby, pero sin el fuerte acento sureño.


Paula sentía que iba a vomitar. O a hiperventilar.


—Tú y tu bella dama esperadme sentados, voy para allá.


Paula abrió y cerró la boca. Finalmente consiguió decir un maravilloso antes de que Bobby colgara a ambos el teléfono.


Ella salió de la cama.


— ¡Joder, joder, joder!


Pedro se apoyó en el marco de la puerta.


—Nunca pensé que te oiría decir esa palabra una vez, cuando menos tres —dijo recorriendo con la mirada de arriba abajo su cuerpo desnudo— y es un extra que estés desnuda.


Paula gruñó y salió corriendo al baño. Se recogió el cabello en un moño y se puso bajo el chorro de agua fría.


— ¡Mierda, mierda, mierda!


Por supuesto, se había imaginado que la gente estaría interesada en saber más acerca de ella, la mujer que había conquistado el corazón de Pedro. Había planeado una reunión con Bobby el lunes por la mañana para revisar el nuevo plan sobre la semana final del contrato. Pero había estado tan pendiente del “te amo” de él, que esa parte de su cerebro que siempre ponía los negocios en primer lugar, dejó de funcionar por completo.


Como era típico en él, Pedro esperó hasta que el vapor comenzó a levantarse en la ducha para entrar, ella dejó caer el jabón y la maquinilla. No conseguía dejar de temblar.


—Todo va a ir bien —dijo él.


— ¿Qué te importa? —Acusó Paula — No es a ti a quien van a despedir.


Se encogió de hombros.


— ¿No fue por eso que te contrató? ¿Para qué me volviera un buen chico, y no tener que prender fuego a mi culo?


Ella cerró la ducha y rápidamente se secó con la toalla. Él tiró suavemente de ella.


— ¿Por qué no me dejas hacer esto, antes de que llenes de cicatrices esa piel tan bella?


¿Qué diría Bobby de su relación con Pedro? ¿Cómo podría manejar las cosas de modo que pareciera, que todavía estaba haciendo su trabajo? Porque francamente, no tenía la menor idea de lo que ella era.


Tener sexo varias veces al día con un jugador profesional sexy, definitivamente no estaba en la lista para IRS como “empleo remunerado”.


—Mírame —dijo con una voz que intentaba calmarla— no hemos hecho nada malo. Has trabajado mucho para llevarme por el buen camino. Y desde mi punto de vista puedo ver que ha sido un buen trabajo.


Paula no estaba de humor para sonreír, pero era agradable escuchar que había tenido éxito al domar a un mustang salvaje, directamente de la boca del caballo.


—No recuerdo haber visto en el contrato nada que dijera que tú y yo no podíamos salir.


Ella se mordió el labio.


—Es verdad.


—Estar con una mujer bella y exitosa como tú, hace que un sujeto como yo parezca bueno, y Bobby no es tonto, aunque pretenda serlo. Se dará cuenta que estar con una chica como tú es una ventaja.


Paula no estaba segura de que era peor. El hecho de que el hombre con el que contaba para pagar buena parte de sus cuentas estaba a punto de llamar a su puerta, o que se hubiera enamorado de un idiota que realmente se refería a ella como “una chica como tú”.


Ella se apartó y cogió lo primero que encontró en el armario. 


¿En qué diablos estaba pensando cuando se lió con un tipo como Pedro? Entonces se dio cuenta de que se estaba riendo.


— ¿No puedes tomarte en serio nada ni por un segundo? —gritó.


—Admítelo —dijo— Ya no estabas pensando en Bobby ¿Verdad?


Ella lo empujó a la cama.


— ¿Entonces todo eso de “prender fuego a mi culo” y “chica como tú es una ventaja”, solo era para desviar mi mente de esta situación horrible? ¿No lo has dicho porque te has quedado atascado en los años cincuenta y no puedes dejar de imaginarme en la cocina y con delantal?


—Mejor estar contigo que con una stripper, ¿No es cierto?


Paula se pasó el peine por el pelo. Odió que él tuviera razón, odió ser el tipo de mujer que había creado para Pedro.


Acabó de ponerse el rímel en las pestañas al mismo tiempo que sonó el timbre.


—Yo abro —dijo Pedro, andando por la casa como si fuera suya.


Paula lo dejó ir. Si alguna vez hubo una mañana para un lápiz de labios rojo brillante era esta.


Salió de la habitación en el momento exacto en que él abrió la puerta.


—Tienen un excelente café en la esquina ¿Verdad? —Pedro saludó al dueño del equipo.


—Tendré que volver otra vez para saberlo.


—Voy a preparar una cafetera —dijo Paula haciendo un gesto para que Bobby se sentara en la silla acolchada con vistas al parque.


Bobby asintió sin aceptar la invitación.


—Una oferta adorable, pero innecesaria. ¿Por qué no os sentáis?


Paula estaba horrorizada por la rapidez con que Bobby había tomado el control de todo el mundo a su alrededor. Se sintió como una intrusa en su propia casa, como se vería cuando el terminara de leerle la cartilla.


Se sentó en la silla más dura de la sala de estar y cruzó las piernas recatadamente, manteniendo su expresión cálida pero cerrada. No era tan estúpida como para caer en la delincuencia y el mal comportamiento. Pedro, por supuesto, se dejó caer en el sofá poniendo las piernas encima.


Sin preocuparse por el mundo, aquel sería siempre su juego.


Bobby parecía totalmente a gusto.


—Ha llegado a mi conocimiento —dijo— que ya no eres la comidilla de la ciudad, Pedro.


Él sonrió.


—Paula está haciendo de mí un hombre honrado.


Paula se mordió el interior del labio. Cualquier cosa que dijera ahora solo sería peor. Tal vez si solo se sentase allí y sonriera, todo terminaría bien entre Pedro y su jefe.


Y tal vez las vacas comenzaran a volar.


—Es difícil creer que una muchacha inteligente como tú se enamoraría de un deportista, de un jugador de fútbol profesional —le dijo a ella— especialmente del primero de mis chicos.


—Usted no debe conocer a Pedro muy bien —respondió ella incapaz de seguir el juego por primera vez en su carrera— Es algo más que un jugador o una mercancía.


Bobby miró de uno a otro y sonrió ampliamente.


—El amor verdadero es una bendición.


Paula miró de reojo a Pedro, sorprendiéndose al encontrarlo asintiendo, a pesar de que solo hacia doce horas que le había declarado su amor.


—Desde luego —dijo y se obligó a sí misma a sonreír.


Bobby se levantó.


—Me siento mucho mejor, sobre todo ahora que he confirmado los rumores sobre vosotros dos.


Paula se levantó estirándose la falda, más que feliz por ver que Bobby iba hacia la puerta. No había sido tan malo. No le había gritado ni despedido.


Salió al vestíbulo y entonces se giró hacia ella con una reflexión final.


—Pero te he contratado para limpiar la reputación de mi chico, no para usarlo como tu juguete personal. No podía ser mejor momento para hacer de él un hombre honrado antes de que empiece la nueva temporada. Espero el anuncio de vuestro compromiso a la mayor brevedad posible.


Paula observó su marcha, mientras trataba de recuperar el aliento.


En una sola semana su mundo se había derrumbado. Por otra parte nunca había tenido una relación tan intensa que eclipsara todo lo demás.


Lo último que esperaba al llegar a la sala era ver a Pedro en la alfombra haciendo una rápida serie de flexiones. Lo había visto entrenarse en el gimnasio hacia una semana, pero nunca con tanta intensidad y velocidad.


Jadeaba ruidosamente y su camisa estaba empapada de sudor, pero no se detuvo, no dejó de moverse, a pesar de que sus pulmones debían de estar ardiendo.


Oh, Señor, era la cosa más sexy que jamás había goteado en su alfombra.


Pedro la miró de reojo.


—Noventa y ocho, noventa y nueve y cien —Seguidamente se puso de espaldas encogiendo las piernas sobre su pecho mientras recobraba el aire.


—Me temo que las flexiones no han funcionado, todavía voy a tener que matar a ese cabrón.


Paula tuvo que preguntar, aunque realmente no quería saber la respuesta.


— ¿Por qué?


Pedro salió de la posición fetal y tomó su mano tirando de ella hacia la alfombra con él.


—Me importa una mierda si me trata como a un niño de dos años. Pero lo mandaré al infierno si vuelve a faltarte al respeto nuevamente.


Paula sacudió la cabeza.


—No me molesta —mintió— A veces a los clientes les gusta sentirse como si fueran más inteligentes que una, como si estuviesen en ventaja. No es gran cosa.


Pero lo era. Ella nunca toleraría ese tipo de comportamiento a ningún otro. Lo peor era, que en el fondo sabía exactamente porque se estaba dejando tratar como un felpudo: porque la única otra opción —que era renunciar al contrato con su orgullo intacto— no era realmente una opción.


No si eso significaba enviar a Pedro a su antigua vida y ella volver a la suya.


—No tenemos que casarnos solo porque un culo hambriento de poder nos lo ordene —dijo él.


Paula bajó la cabeza mirando fijamente una pelusa en la alfombra, tratando como una loca de contener las lágrimas que repentinamente inundaron sus ojos.


—Está claro que no, él solo estaba diciendo tonterías.


No se casarían. Ni esa semana, ni el próximo año. Ella lo sabía, siempre lo supo. ¿Entonces por qué estaba tan molesta por eso?


Pedro se quitó la camisa húmeda, la enrolló y la tiró sobre la mesa de café.


—Estoy diciendo que todo esto está mal, Paula.


Desesperada por aliviar la tensión en la sala, dijo:
—Hiciste lo correcto, no lo has matado. No creo que te permitieran jugar al fútbol en la cárcel.


Él sonrió, pero solo durante un segundo.


—Me importa una mierda el fútbol ahora, necesitamos hablar. Sobre lo de casarnos.


La respiración de ella quedó atascada en su garganta.


—Cuanto te pida que te cases conmigo, tienes que estar segura como el infierno de que no lo hago porque mi jefe me ordenó hacerlo.


¿Cuándo te pida que te cases conmigo? Ella agradeció a Dios estar sentada.


—Tú y yo necesitamos solucionar esto, descubrir lo que estamos haciendo —continuó él.


—Bobby tenía razón al menos en una cosa: necesitamos un plan de juego.


Él tenía razón, lo necesitaban no solo por su relación, también por sus seguidores.


Necesitaba empezar a apuntar las cosas en un papel. 


Llamar a los medios de comunicación, a que periodista darle una entrevista en exclusiva, una reunión de emergencia con el personal que trabajaba con ella y hacerles saber el comunicado oficial.


Se levantó de un salto.


—Antes de que tú y yo hablemos con otra persona, tengo que redactar un comunicado de prensa y publicarlo.


Pedro sonrió.


—Parece que la asesora de imagen que amo encontró su camino de regreso a casa.


—Estaré en mi despacho


¿Cómo podía haber olvidado por un segundo que tenía la capacidad de cambiar las cosas?


—Asegúrate de hacer una lista de toda la gente que te ha dejado un mensaje en el teléfono esta mañana.


Pedro sacó el zumo de naranja del frigorífico poniéndose el teléfono móvil en el oído para escuchar el buzón de voz.


—Es raro ver como la gente se vuelve loca porque salgo con una chica normal —dijo.


De cualquier manera, Paula había estado de acuerdo. Pero ella no era una chica normal cualquiera, al igual que él no era un muchacho rebelde.







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