BELLA ANDRE
lunes, 21 de noviembre de 2016
CAPITULO 15 (TERCERA HISTORIA)
—Eres más bonita de lo que pensé que serías. —Paula estuvo inmediatamente envuelta en los brazos de Eugenia Alfonso—. Una chica hermosa para mi pequeño.
Pensando que Pedro era cualquier cosa menos pequeño, nada de él lo era, Paula se sonrojó y dijo:
—Es un placer conocerla, señora Alfonso.
A pesar de su enfermedad, su abuela era muy bonita, de piel oscura y ojos exóticos. Paula de repente tuvo un destello de una niña con esos mismos ojos en un rostro bronceado.
¡No! Ella solo estaba fingiendo esta reunión por el bien de su abuela y luego ellos iban a ponerse en marcha con un divorcio inmediato. ¿Qué estaba mal con ella, soñando con niños que se parecerían a la abuela de Pedro?
—Tenemos una sorpresa para ti, abuela.
Él tomó la mano izquierda de Paula y entrelazó los dedos con los de ella, para que su anillo de diamantes brillara. A pesar de todo lo que le había dicho en el auto… a pesar de la forma en que la había lastimado varias veces… su cuerpo
reaccionó instintivamente al roce de su piel contra la suya.
—Estamos casados.
Los ojos de su abuela brillaron.
—¿Por qué no me lo dijiste ayer? —Paula pudo ver de dónde consiguió Pedro su temible ceño.
—No lo planeamos. Pero solo no podíamos esperar otro día, abuela.
Los inteligentes ojos de su abuela se movieron de su cara a la de ella.
—¿Estás embarazada, Paula?
Paula negó con la cabeza tan rápido que la habitación comenzó a girar.
—No. No podría estarlo.
—Lo que ella quiere decir —dijo Pedro rápidamente—, es que los dos queríamos hacer nuestra unión legal antes de que empezáramos nuestra familia.
Paula apenas podía tragar la bilis que le subía a la garganta ante las mentiras que le soltaba una tras otra a esta maravillosa mujer en la cama del hospital. Dios, si ella hubiera sabido lo bueno que era para mentir cuando lo conoció, nunca se habría casado con él.
Al menos, de eso es de lo que trataba de convencerse a sí misma.
Porque la alternativa, de que ella no habría sido capaz de resistirse a él, sin importar qué, no era algo que quería creer de sí misma.
—¿No es así, cariño?
Paula intentó no estremecerse ante el apelativo.
—Sí. Correcto. —Se obligó a mostrar algo que ella esperaba pareciera una sonrisa.
Los ojos de su abuela se estrecharon ligeramente, pero luego sonrió.
—Quiero escuchar todo. ¿Cómo se conocieron? ¿Cuándo supieron que estaban destinados a estar juntos para siempre?
Paula tragó con fuerza, como siempre. Pedro era infernalmente mucho mejor mintiendo que ella. Ella no se atrevió a responder primero.
—La vi a través de una habitación llena de gente. —Bueno, eso era cierto. Paula apenas contuvo un resoplido—. Tenía los ojos más hermosos que había visto nunca. Del mismo azul verdoso que el océano.
Paula no podía dejar de mirarlo, entonces.
—Pero mucho más bonitos. Supe entonces que quería casarme con ella.
La abuela de Pedro suspiró con placer.
—¡Qué adorable!
Paula se maldijo a sí misma por caer bajo su hechizo de nuevo. Él era demasiado bueno en esto, demasiado bueno para hacer que todo sonara muy romántico.
—Nuestro primer beso selló el trato.
Su abuela levantó una ceja.
—¿Es así, Paula?
Atrapada entre la espada y la pared, incapaz de negarlo, pero no queriendo confirmar que lo fuera, Paula simplemente dijo:
—Su nieto es muy persuasivo.
Especialmente, pensó con un rubor que no podía contener, cuando sus muñecas y tobillos habían estado atados y él la había estado conduciendo a la locura con más placer del que nunca había pensado que podía sentir.
—Háblame de ti, cariño.
Paula casi pudo sentir el silencioso suspiro de alivio de Pedro de que su abuela hubiera comprado su historia y estuviera avanzando. Apenas restringiéndose a sí misma de darle un codazo en las costillas simplemente por el placer que le traería escucharlo gruñir de dolor, pero eso sería inmaduro y ella nunca era inmadura, dijo:
—Soy maestra de primer grado.
—¿No es eso perfecto, abuela?
Eso no había ayudado. Paula rodó los ojos. Y resopló en voz alta.
—Odio cuando dices eso. Como si fuera algún tipo de premio en lugar de una persona de carne y hueso.
—Eso está bien, cariño, él necesita a alguien que le dé algo de infierno. Las mujeres han sido cariñosas con él durante demasiado tiempo, dándole todo lo que quiere. Tú se lo dices.
Los ojos de Paula se abrieron ante la aprobación de su abuela y ella se apresuró a decir:
—Soy una de cinco hermanas.
La sonrisa de su abuela casi le rompió el corazón.
—Me gustaría poder ver a Pedro rodeado de niñas. —Paula se encontró parpadeando las lágrimas mientras Eugenia se volvió hacia él—. Siempre supe que serías un maravilloso esposo y padre. El mejor, al igual que tu abuelo. Como
tu padre lo era antes del accidente.
Y en ese momento, cuando la boca de Pedro se tensó con dolor, cuando el dolor llenó sus ojos, no importaba lo que le había dicho a ella en el coche. No importaba que él le hubiera mentido en todo momento desde que se conocieron.
Lo único que importaba era consolarlo.
Ella le rozó la mandíbula con los dedos de la mano libre y él se giró hacia ella lo suficiente para poder sentir la presión de su mejilla contra su palma.
—Yo me encargaré de él por usted.
La promesa abandonó sus labios antes de que pudiera detenerlo, antes de que ella supiera que estaba en camino.
Su abuela le puso la mano en la parte superior de sus dedos entrelazados.
—Gracias por amar a mi bebé, Paula. Es todo lo que siempre he querido.
CAPITULO 14 (TERCERA HISTORIA)
—Mi abuela probablemente va a hacerte todo tipo de preguntas, por ejemplo, cómo nos conocimos. Tenemos que cambiar algunos de los detalles.
Todavía intentando recuperar el aliento por la forma en la que Pedro atravesaba las calles de Las Vegas en su auto, como si intentara ganar una carrera, Paula se las arregló de alguna forma para responder a través de sus dientes
apretados.
—¿Qué detalles?
Pedro aceleró de nuevo y sacó el aire que acababa de tragar.
—La mayoría de ellos. Me gustaría que estuviéramos de acuerdo en nuestra historia antes de llegar al hospital.
Llegaron a una calle recta y ella finalmente fue capaz de pensar con la claridad suficiente para escuchar las campanas de alarma que sonaban en su cabeza. Cien preguntas salieron disparadas en su cabeza al mismo tiempo. Ella empezó con:
—¿Necesitamos una historia?
La cara de Pedro era la imagen de la inocencia. La primera pista de que algo no andaba bien. Hasta este momento, él no había sido otra cosa que un pervertido. Y ella había amado cada segundo de eso. La inocencia se veía mal en
él.
—Mi abuela es de otra generación y creo que sería más fácil para ella aceptar nuestra relación si piensa que es más que una boda rápida de Las Vegas.
Las palabras boda rápida de Las Vegas rallaron en su interior, la hicieron sentir improvisamente como una zorra barata.
—¿Me estás diciendo que quieres que le mienta a tu abuela?
Un musculo saltó en la mandíbula de Pedro y sus manos se apretaron sobre el volante
—Mira, Paula, ella está muy enferma. Tiene un melanoma en etapa cuatro.
—Oh, Pedro.
Incluso si lo que él le estaba diciendo no la hacía sentir bien, ella tenía que poner su mano sobre la de él, tenía que tratar de confortarlo.
—Ella me crió. Cuidó de mí cuando cualquier otra persona se hubiera puesto a sí misma primero. Todo lo que ella ha querido de mi alguna vez es que fuera feliz. Que tuviera una buena vida.
—Ella suena maravillosa.
—Lo es. Es por eso que tengo que cumplir su último deseo, Paula.
No había ninguna razón lógica para que ella se sintiera como si hielo acabara de instalarse sobre su corazón. No cuando estaba en la mitad del desierto con un hombre que le había enseñado el verdadero significado del placer. Todo lo que
quería era rebobinar una hora y volver a estar entre los brazos de Pedro bajo las mantas.
—¿Cuál es su último deseo?
Pedro se veía más tenso de lo que ella lo había visto alguna vez.
—Dios. No existe una forma bonita de decir esto. —Él hizo una mueca, dejando salir una fuerte respiración. Los músculos en su antebrazo estaban tensos—. Ella quería que me enamorara de una buena persona. Entonces le dije que ya lo había hecho y que iba a llevarte a conocerla hoy por la mañana.
Un iceberg fluyó a través de su pecho, llegando tan profundamente que por un momento ella esperó encontrar sangre sobre su camisa.
Retirando su mano de la suya, se apartó de él y enfocó su mirada en la carretera plana. Las palabras de la noche anterior volvieron a ella: Perfecta. Mi pequeña y dulce maestra.
—Oh dios mío, por eso me elegiste anoche.
—Paula, cariño, no te lo tomes así.
Se giró a enfrentarlo, con el cinturón cortando su piel.
—¿Qué no lo tome como la verdad, quieres decir? Dios, soy tan estúpida. Tan increíble e idiotamente estúpida. Por supuesto que no habrías venido a mí sin una doble intención. Podrías haber tenido a cualquiera en ese club. —Su garganta se hinchó, atrapada en sus siguientes palabras—. Pero tenías que encontrar una buena chica para tu abuela y yo era la única en la habitación que llevaba un halo.
Sin advertencia, Pedro se detuvo al lado de la autopista en la tierra, provocando una enorme tormenta de polvo por todo su auto anteriormente brillante.
—Bien, así que te elegí de entre la multitud porque te veías inocente. — Estaba claramente enojado, frustrado—. Pero eso no cambia lo que sucedió entre nosotros anoche. Eso no cambia el hecho de que no podemos dejar de tocarnos.
—Te equivocas. Lo cambia todo.
—No. No cambia esto.
Tuvo su cinturón desabrochado y su boca en la de ella tan rápido que no pudo evitar su reacción a ello, no pudo evitar que su lengua se encajara con la suya, no pudo evitar el gemido de deseo que sonó en su auto.
—Anoche dijiste que no sabías que podría ser así. No lo es, Paula. No con alguien más. Nunca ha sido tan caliente. Nunca ha sido tan bueno. Solo contigo.
Tuvo que hacer un esfuerzo por alejarse de sus seductoras palabras, del calor que se envolvía a su alrededor otra vez.
El dolor de lo que acababa de enterarse todavía extendiéndose por su pecho ayudó. Había confiado en él.
Y él había traicionado esa confianza, incluso cuando él había prometido no hacerlo.
—Quiero el divorcio. Ahora mismo.
Un gruñido posesivo retumbó en su pecho, reverberando de las paredes del auto.
—No.
—No voy a ir contigo a conocer a tu abuela.
—Como el infierno que no irás.
Se movió para girar la llave en el contacto, pero la furia la hizo más rápida y la arrancó de debajo de sus dedos.
—Pensé que estabas casándote conmigo por mí, ¡que era especial de alguna forma!
Su mandíbula saltó.
—Jesús, Paula. Lo hice. Lo eres.
—No. No lo hiciste. Y no lo soy. Me elegiste de una multitud y me llevaste a una capilla de bodas para que pudieras darme a tu abuela como algún tipo de premio. La perfecta pequeña maestra en un pedestal. —No se molestó en
contener el sarcasmo de sus palabras, ya simplemente no le importaba.
—No te obligué a casarte conmigo, Paula. —Se sorprendió ante el repentino cambio en su voz, de cruda y frustrada a fríamente calculadora—. Acabábamos de conocernos. Apenas hicimos algo más que besarnos. Así que dime, ¿te casaste por mí? ¿Te casaste conmigo porque soy especial de alguna forma? —Hizo una pausa, dejando que sus preguntas se asentaran hasta el fondo—. ¿O te casaste
conmigo por otra razón completamente diferente? ¿Te casaste conmigo porque querías engañar a tus hermanas? ¿Porque estabas enferma y cansada de que la gente pensara que no tenías agallas? ¿Porque odiabas el hecho de que nunca hubieras hecho alguna locura?
Ella entrecerró los ojos, sabiendo exactamente lo que él estaba intentando probar. Bueno, no iba a funcionar. La había herido. Mucho. Y no iba a perdonarlo, incluso si ya sabía que nunca se desharía así en los brazos de alguien más.
—No vuelvas mis palabras contra mí. Quieres que le mienta a tu abuela. Quieres que le diga que estamos en… —No podía decir la palabra, no se atrevía a expresar tal enorme mentira.
Desafortunadamente, Pedro tenía una aterradora mente de una sola dirección.
—No querías que tus hermanas me conocieran, ¿no? Y estabas tan enojada con todos por pensar que eras inocente. Ambos sabemos por qué te casaste conmigo, ¿no Paula? Pero no estoy enojado contigo ¿verdad? Estoy feliz, contento de que ambos fuéramos capaces de conseguir lo que queríamos. Y eso es lo que es tan bueno entre nosotros, mucho mejor de lo que pensé que podría ser.
—Llévame de vuelta al hotel.
—Sé razonable, cariño.
De repente odió el sonido de la ternura que una vez había amado tanto
—No me llames así.
Como si ella no hubiera dicho nada, él dijo:
—Ambos tenemos nuestras razones para casarnos con el otro. ¿Y si nos regocijamos en nuestra increíble química en vez de hilar muy fino en los detalles?
Lo miró como si lo estuviera viendo por primera vez. Lo cual, supuso, así era.
—Hablas en serio, ¿verdad? ¿De verdad piensas que es todo lo que va a tomar para que me quede contigo?
Estrechó los ojos.
—No, supongo que debería haberlo sabido. Bien. Después de que visitemos a mi abuela, te llevaré a Tiffany y puedes elegir lo que quieras. El dinero no es problema.
Se tambaleó hacia atrás como si la hubiera abofeteado. Y la verdad era que, bien podría haberlo hecho por el dolor que su “oferta” acababa de enviar a través de ella.
—No puedo creer que dijeras eso.
—Jesús, Paula, ¿qué estoy haciendo mal ahora?
—Eres un idiota. Eso es lo que está mal. —La maldición se oyó extraña en su lengua, pero no había otra palabra para Pedro, por la manera en que se estaba comportando, por lo que estaba implicando—. ¿Pero sabes que es lo realmente sorprendente? —Prácticamente vapor salió por sus oídos—. No que me trates como una puta, sino que ni siquiera pareces darte cuenta que lo has hecho.
Un instante después, la fría calma se apoderó de ella, sellando sus células del calor de Pedro. Y del dolor. Nunca debería haber tomado un riesgo con Pedro, nunca debería haberlo dejado llevarla al borde, nunca debería haberse tirado del puente sosteniendo su mano.
Nunca cometería ese error nuevamente. Nunca.
Con una voz perfectamente racional, dijo:
—Entiendo si quieres ver a tu abuela esta mañana. Esperaré en el auto, y cuando hayas terminado podemos ir a conseguir el divorcio. —Puso la llave de vuelta en el contacto y esperó a que él avanzara hacia la calle.
El aire se volvió pesado y calmo mientras los segundos pasaban en silencio.
No se iba a dejar notar el brillante cielo azul, la liebre corriendo por la carretera vacía, no se dejaría sentir nada en absoluto.
—Lo siento, Paula.
Se obligó a encogerse de hombros como si no le importara de cualquier manera.
—Está bien.
No lo estaba, por supuesto. ¿Cómo podría estarlo? Pero se rehusaba absolutamente a romper a llorar en el auto de Pedro. Al menos no hasta que fuera al hospital a ver a su abuela y ella estuviera sola, con tiempo suficiente para reparar el daño antes de que él regresara.
—No, no lo está.
Sus palabras eran suaves y tan genuinas que casi escalaron las murallas en torno a su corazón antes de que pudiera detener su progreso.
—Tienes razón. Soy un idiota. El más grande del mundo. Y espero que algún día me perdones por decir lo que dije. Especialmente cuando nunca, ni por un segundo, he pensado de ti de esa manera. —Contuvo una maldición—. Sé que tu perdón probablemente tardará en llegar, pero mi abuela no puede esperar por eso.
Tuvo que cerrar los ojos y apretar los puños si iba a tener que rezar para resistir la plegaria que sabía que venía.
—Haré lo que sea, arrastrarme de la forma que quieras, si vienes conmigo a ver a mi abuela esta mañana. Por favor, Paula. No por mí. No porque lo merezco. Sino porque ella es una de las mejores personas que conozco. Y porque ella no
merece estar atrapada con un nieto como yo.
Fue su última frase la que la rompió.
—Iré —dijo—. Y luego quiero el divorcio.
CAPITULO 13 (TERCERA HISTORIA)
Pedro había pensado que nada podría superar la noche anterior, desde luego no el sexo como primera cosa en la mañana. Pero sentir las manos de Paula en su piel, sus brazos y piernas envueltas alrededor de él, sabiendo que su deseo, mejor que su conocimiento de todas las cosas que pensaba enseñarle, estaba llevando su danza… infiernos, fue como nada que hubiera conocido.
Acunándola en sus brazos, le dio la vuelta sobre su espalda.
Mirándola, vio que sus ojos estaban cerrados y había una sonrisa en sus labios.
―Eso estuvo increíble.
Le acarició la espalda y ella se acercó, con la cabeza en el hueco de su hombro, respirando suave y uniforme. Estaba asombrado por todo lo relacionado con ella. Su dulzura, cómo se las había arreglado para mantener su inocencia,
incluso después de que la había estado follando duro y profundo, pero especialmente la forma en que le había dado su confianza. Todo lo que había estado buscando era una chica buena. De alguna manera, había conseguido mucho más.
La luz del sol entraba por las ventanas. No quería esperar mucho más tiempo antes de llevar a Paula a conocer a su abuela. Iba a amar a su nueva esposa. ¿Quién no lo haría?
El pensamiento lo detuvo en seco, con la mano a mitad de la espalda de Paula.
No podía pasar todo el día, o incluso toda la mañana, en la cama con Paula.
Necesitaba que se levantaran y salieran por la puerta lo más pronto posible. La mañana anterior, su abuela se había visto cansada y pálida ¿Qué tan rápido podría extenderse el cáncer? ¿Cuánto tiempo le quedaba?
Pedro abruptamente se quitó las mantas de encima y se levantó de la cama.
Paula lo miró fijamente, el surco entre las cejas hablaba de su confusión.
―Tenemos que irnos pronto. ―La sacó de la cama, más toscamente de lo que había pretendido―. Vamos a ducharnos.
Paula tiró su mano de entre la suyas.
―¿Por qué estás actuando así tan de repente? Sobre todo después de que acabamos de… ―Sus mejillas sonrojadas llenaron el resto de la frase.
El miedo y la preocupación por su abuela de repente tomaron prioridad por sobre todo.
―Quiero presentarte a mi abuela. Ella está mejor por la mañana.
El rostro de Paula, que era incluso más bonito a la luz del día, se suavizó de inmediato. Acercándose hacia él, puso sus manos de vuelta en las suyas.
―Me encantaría conocerla, Pedro.
Usando el momento a su favor, la atrajo por la habitación hacia el gran baño con azulejos. No podía esperar para pasar algún tiempo con Paula en el enorme jacuzzi, estaba prácticamente salivando ante la idea de dirigir los chorros hacia ella, mirándola venirse debajo de las corrientes pulsantes de agua que habría de apuntar directamente hacia su clítoris. Pero esa ridículamente potente fantasía tendría que esperar.
Abrió la ducha y cuando el agua estuvo lo suficientemente caliente, trajo a Paula bajo el chorro. Ella cogió el champú y aunque tenían que darse prisa, él lo cogió de sus dedos.
―Yo te voy a lavar ―dijo, cada palabra más brusca que la anterior
Su polla se hizo más grande con cada toque de sus dedos contra su cuero cabelludo, mientras inclinaba su cabeza hacia atrás ligeramente y observaba la corriente de agua jabonosa bajar por su espalda y por encima de su delicioso culo.
―Dios mío, eres hermosa ―dijo mientras tomaba una pastilla de jabón y la pasaba por cada centímetro de su suave piel.
Se estremeció contra él, gimiendo suavemente mientras la enjabonaba y enjuagaba sus pechos, sus brazos, su vientre, sus piernas, y luego, finalmente, su dulce coño.
Pedro apenas se aferró a su control mientras rozaba su clítoris con los dedos, luego empujó el jabón por todo el camino a lo largo de sus labios vaginales, desde su clítoris hasta su ano. Sus piernas casi se doblaron debajo de ella mientras la acariciaba para limpiarla y él tuvo que cogerla en brazos para evitar que se cayera.
―¿Cómo puedo todavía desearte? ―susurró ella contra su pecho― ¿Cómo puedo todavía necesitarte después de todo lo que acabamos de hacer?
No había esperanza. Odiándose a sí mismo por tomar más tiempo del que tenía, antes de llevarla con su abuela, Pedro simplemente no pudo resistir lo que Paula le estaba ofreciendo.
Todavía sosteniéndola en sus brazos, la movió de modo que su espalda estaba completamente contra las baldosas. Ella se quedó sin aliento al sentir su erección presionando dura y gruesa contra su vientre.
―Agárrate de mi cuello ―le indicó.
Las manos de ella temblaban mientras le obedecía, pero sabía que esta vez no eran los nervios los que la tenían temblorosa. Era lujuria pura y sin restricciones.
―¿Por qué?
―Porque voy a follarte aquí mismo, ahora mismo, contra la pared de la ducha.
Su lengua salió a lamer sus labios, sus dientes mordiendo el labio inferior con incertidumbre. En algún lugar en el fondo de su cerebro, Pedro sabía que la estaba presionando demasiado lejos, demasiado rápido, pero no podía evitarlo.
No cuando él deseaba tanto a Paula.
No cuando había estado casi incoherente con lujuria desde el momento en que había puesto los ojos en ella.
No cuando incluso las dos veces anteriores que la había tomado no habían hecho absolutamente nada para saciar ese deseo.
—Envuelve tus piernas alrededor de mí y agárrate fuerte, cariño.
Sin esperar su acuerdo, porque él no lo estaba pidiendo, él lo estaba exigiendo; en un rápido movimiento, le puso las manos en el culo, y cuando ella abrió las piernas para él, él la levantó en brazos y la deslizó hacia abajo sobre su
palpitante miembro.
Su cabeza cayó hacia atrás, un gemido de placer escapó de sus labios.
Agradeciendo a Dios que ella fuera una estudiante tan rápida, lo siguiente que supo, es que ella lo montaba como si hubiera estado manteniendo sexo de pie en una habitación toda su vida adulta, su clítoris frotándose contra su hueso pélvico, sus pechos contra el vello en su pecho.
—¡Oh Dios, sí, sí, sí!
Pedro tuvo que apretar los dientes para aguantar su orgasmo y evitar dispararse en ella mientras su coño se apretaba y tiraba de su polla.
Sus bolas se tensaron apretándose a su cuerpo, sus abdominales tensos, Pedro sabía que no podía contener su liberación ni un segundo más. Saliendo de su humedad, juntando el calor en un rugido, él se empujó a sí mismo en su vientre, corrientes de eyaculación recubriendo su piel una vez limpia.
Cuando todo había terminado, cuando se dio cuenta de que ella estaba tratando de volver a bajar al piso pero él no había aflojado su agarre, Pedro la bajó y la limpió. Ella se apoyó contra la pared, todavía jadeando mientras él le echaba
el champú y la enjabonaba rápidamente. Al cerrar el agua, él le dio una toalla.
—Gracias.
A pesar del hecho de que ella le había estado follando como una mujer salvaje en la ducha no hace ni cinco minutos, ella sonaba tan primeriza, tan inocente como la noche anterior.
Estaba a punto de decirle lo alucinante que era follarla cuando ella hizo un sonido repentino de consternación.
—Toda mi ropa limpia está en mi habitación.
—Ellos la entregaron anoche.
—¿Cuándo? No he oído a nadie llamar a la puerta. —Sus ojos se ampliaron— Oh, no. Ellos no vinieron mientras estábamos…
Pedro apenas escondió su sonrisa a tiempo ante su clara vergüenza. Aun así, no pudo evitar burlarse.
—Ahora que pienso en ello, fuimos bastante ruidosos anoche. —Bajó la voz, asegurándose de que ella le sostenía la mirada—. Especialmente cuando me rogabas que te hiciera venirte.
Su cara flameó de nuevo y tuvo que darle un beso a su dulce boca.
—Eres demasiado fácil de ruborizar, cariño.
Disparándole una mirada irritada, ella dijo:
—Voy a vestirme.
Después de que ella salió de la habitación, Pedro se dio cuenta de que era la primera vez que había estado solo desde anoche. Normalmente, cuando terminaba de follar, no podía esperar a que la mujer se fuera a casa y lo dejara
solo. Pero a pesar de que Paula estaba a solo una habitación de distancia, a pesar de que él pudiera oírla abrir la maleta y sacar la ropa, ella estaba demasiado lejos.
Él no solo la quería en la misma habitación. La quería en sus brazos.
Mientras se vestía, Pedro se obligó a enfrentarse a lo que había sucedido la noche de bodas, a pesar de lo mucho que preferiría esconder la cabeza en la arena sobre lo que Paula le estaba haciendo sentir.
Por supuesto que había querido darle placer. Y él había tomado la responsabilidad que ella le había dado para mostrarle el verdadero placer en serio. Pero al mismo tiempo, él había estado luchando contra la sensación extraña en el pecho, un calor que nunca había sentido por ninguna otra mujer, y había pensado que atarla y hacer cosas pervertidas con ella pondría algo de separación a dormir con ella.
Pero había fracasado. A lo grande.
Porque incluso cuando ella había estado rogando y suplicando por la liberación, él había sido el único muriendo.
Solo pensar en la forma en que había estado desnuda y tendida y atada y con los ojos vendados, y tan malditamente
dulce, a pesar de todo; se ponía duro otra vez.
Porque él no sabía que podía ser así tampoco. Y no estaba hablando sobre el sexo. Pedro no sabía que podía sentirte tan cercano a alguien.
No hasta que conoció a Paula.
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