BELLA ANDRE

viernes, 25 de noviembre de 2016

CAPITULO 29 (TERCERA HISTORIA)





Pedro los movió para él yacer debajo de ella en el sofá, y Paula estar pegada a su cuerpo grande y duro, todavía aferrándose por su vida, aún intentando descubrir cómo respirar, cómo pensar. Todavía estaba intentando descubrir cómo era siquiera posible para algo, o alguien, hacerla sentir tan bien.


Sentir tanto.


Si fuera inteligente, si tuviera algún sentido de auto-conservación en absoluto, estaría evitándolo, poniendo espacio entre ellos, asegurándose de que no la sometiera, en cuerpo y alma.


Pero ese último orgasmo debe de haber borrado una gran parte de sus células cerebrales. Porque no podía haber dejado el calor de Pedro, la comodidad de sus brazos alrededor de ella, aunque alguien hubiera estado sosteniendo una pistola en su cabeza.


No cuando estaba finalmente justo donde había querido estar durante tanto tiempo, rodeada en los brazos de un hombre fuerte que sabía exactamente lo que ella necesitaba, incluso cuando no lo había sabido ella misma.


La acercó con más fuerza y ella voluntariamente se acurrucó contra él, cerrando sus ojos, sus músculos relajándose, su respiración volviéndose más uniforme al darse cuenta de lo mucho, que todo ese totalmente loco, violento sexo, la había agotado.



* * *


Pedro no había pensado en nada que podría superar el sexo salvaje que habían acabado de tener en el sofá.


Estaba equivocado.


Tan malditamente equivocado.


No tenía ningún sentido que algo pudiese ser mejor que follar a Paula, sobre todo cuando tuvieron repetidamente el sexo más explosivo de su vida.


Pero el calor de Paula, el suave toque de sus curvas contra él mientras se quedaba dormida en sus brazos, conservando la dulce confianza de una mujer que estaba comenzando a realmente importarle tenerla bajo control, estuvo bien.


Demasiado bien.


Extremadamente bien.


Tan bien que un hombre podría perder su sentido si no tenía cuidado.



CAPITULO 28 (TERCERA HISTORIA)




Pedro no había estado tan cerca de correrse en sus pantalones desde su adolescencia. Pero desde el minuto en el que Paula había salido de la tienda con una bolsa marrón en la mano, había utilizado cada truco mental que conocía para intentar esperar hasta que regresaran a la casa, donde podía colocar su boca, sus manos, sobre ella.


En este punto, ni siquiera importaba lo que hubiera en la bolsa. Simplemente necesitaba poseerla, sentir su calor y suavidad bajo él, poder adentrarse en la humedad apretada de calor entre sus piernas y saber que ella le pertenecía.


De algún modo, la dejó caminar de su auto a la casa por sí misma, en lugar de sólo hacer de cavernícola y arrastrarla por su cabello, para así poder follarla como el salvaje que era realmente. Pero una vez que la puerta chasqueó detrás
de ellos, una vez que ella se dio la vuelta con esa mirada en sus ojos que era parte anticipación, parte aprehensión, estuvo perdido.


Completa y jodidamente perdido por desearla.


—Quítate la ropa, Paula.


Cada palabra era cortante, sus dientes apretados tan fuertemente que estaba a punto de astillarlos.


Ella miró alrededor de la sala vacía.


─¿Aquí? Pero pensé…


Se detuvo ante la mirada en sus ojos, en su lenta aproximación.


—Quítatelas antes de que las arranque.


La bolsa marrón de papel cayó de sus manos.


—Está bien, pero ¿no deberíamos…?


—No lo suficientemente rápido. —No tenía una plegaria para mantener sus manos fuera de ella, o detenerse a sí mismo de arrancar su sedosa blusa por la mitad.


Pedro.


Tomó su pezón cubierto de encaje en su boca, antes de que su nombre dejara sus labios, la sola silaba fundiéndose con un gemido. Levantó su cabeza de sus dulces pechos y dijo ásperamente:


—No puedo aguantar otro segundo más, nena. —La única advertencia que podía dar antes de tirar de la cremallera de su pantalón y arrancarlo de sus piernas, sus zapatos saliendo junto con éste.


En algún lugar en el fondo de su cabeza, escuchó el pequeño grito de sorpresa que ella soltó, pero no podía detenerse ahora, no cuando estaba tan malditamente cerca de tener lo que quería. Lo que necesitaba tan desesperadamente, que se estaba volviendo loco por ello. Ella estuvo sobre su hombro un segundo más tarde, luego de espaldas en su amplio sofá de cuero.


Sus manos se movieron sin ninguna ayuda de su cerebro, arrancando sus bragas y su sostén, y luego estaba tendida ahí, con los ojos muy abiertos mientras lo miraba fijamente, sus muslos extendidos abiertos en el cuero oscuro.


Pedro apenas podía arrastrar suficiente oxígeno mientras miraba abajo a la carne rosada entre sus muslos, sus suaves rizos cafés ya ligeramente húmedos por él.


Tal vez, pensó después, podría haber sido capaz de detenerse de tomarla sin ningún juego previo, si no hubiera visto la prueba de su deseo. Si no hubiera sabido que estaba tan desesperada por esta follada como él lo estaba.


Su cremallera estaba abajo, su polla en su puño un momento después. Él posicionó su palpitante polla en el centro de los labios empapados de su coño y se condujo dentro de ella, fuerte y duro, con tanta ferocidad que ella se deslizó a mitad del sofá.


—¡Pedro! —El grito de Paula rebotó a través del salón de altos techos.


Él agarró su suave y desnudo trasero en sus rudas manos para así poder sujetarla donde quería, y luego la penetró una y otra vez, más y más duro.


Se perdió a todo menos a su apretado calor alrededor de su polla, tan condenadamente apretado que ya podía sentir sus bolas tirando fuertemente, la sensación de zumbido en la base de su columna vertebral moviéndose alrededor de la parte delantera de su ingle, le tomó varios segundos darse cuenta que las manos de Paula habían llegado a sus hombros, y que sus uñas estaban arañando su espalda.


¿Cuándo habían llegado sus piernas alrededor de su cintura para acercarlo más? ¿Cuándo se había incorporado para poder besarlo, conduciendo su lengua en su boca con el mismo ritmo que su polla?


Sus músculos interiores se contrajeron a su alrededor y luego estaba suplicando contra su pecho.


—¡Por favor, Pedro, oh Dios, más, más! —Y luego su lengua y dientes estaban raspando a través de su pezón.


La sensación de sus dientes accionó un interruptor en su interior, el que significaba que no podía aguantar más, no podía protegerla de sus fuertes necesidades, ni su cuerpo demasiado grande.


Pero justo cuando estaba a punto de liberar todo lo que era en el suave cuerpo de Paula, la miró, sus delgados brazos y piernas envueltas tan fuertemente a su alrededor, y vio lo pequeña que era comparada a él.


Joder. Él nunca había tomado a nadie con tan fuerza. Sin importar qué tan bueno había sido el sexo, siempre fue consciente de lo grande que era. Sabía cuánto daño podría hacerle a un pequeño cuerpo femenino. Por lo cual, inconscientemente siempre salía con mujeres altas, mujeres que podrían soportarlo.


Pero Paula, su pequeña, dulce Paula, lo estaba empujando más duro, y rápido, de lo que alguna vez había sido empujado. Su polla nunca había estado tan dura, al borde de la destrucción total. Jesús, lo iba a matar retirarse. Pero tenía que hacerlo.


Porque no podía lastimar a Paula. La dulce e inocente Paula.


Deteniéndose, agarró sus muslos fuertemente en sus manos. Ella trató de resistirse, pero no la dejaba moverse, ella lo miró, la confusión peleaba con desesperado deseo en su cara empapada de sudor.


—¿Pedro?


—Tan pequeña y dulce. —Tuvo que lamer sus labios, probando la sal de su piel mezclada con su propia esencia—. No quiero lastimarte.


Le había estado diciendo lo mismo prácticamente desde el primer momento que se conocieron, y maldita sea, no creía que pudiera vivir consigo mismo si alguna vez la lastimaba, si accidentalmente la desgarraba porque la necesitaba
demasiado para pensar claramente.


—Entonces, ¿por qué me estás lastimando ahora?


Su pecho se apretó con instantáneo arrepentimiento.


—Jesús, Paula, no quería… demasiado rudo… eres demasiado pequeña para… —Estaba tratando de obligarse a sí mismo salir de su húmedo calor mientras fragmentos de palabras caían de sus labios, pero joder, incluso sabiendo
que lo estaba haciendo por ella, no pudo conseguir sacar más que una pulgada.


—Amo cuando eres rudo, Pedro. Amo cuando no te puedes controlar.


Parpadeó con fuerza, su cerebro estaba tratando de convencerlo de que había oído correctamente.


—Pero te estoy lastimando.


—Sólo me duele cuando te detienes.


Y en ese momento, mientras miraba sus ojos y supo que no estaba diciendo lo que él quería oír, sino que estaba diciendo la verdad, dejó ir el interruptor. Todo el camino.


El siguiente instante lo encontró conduciéndose dentro de ella tan fuerte que todo el sofá se deslizó por el suelo. El saber que no había imaginado su sonrisa en respuesta al placer, lo tenía saqueando su boca con sus labios, dientes
y lengua aun cuando asoló su coño con una polla dura como el acero y tan gruesa que podía sentir su tejido sensible trabajando para estirarse a su alrededor.


Y entonces, a través de su empuje enloquecido y bombeando en ella, lo sintió… la delatora forma en que sus músculos se apretaron alrededor de su polla, la forma en que su respiración irregular se detuvo momentáneamente,
golpeando en su pecho, la forma en que sus uñas se clavaron profundamente junto con sus talones, la forma en que sus muslos se apretaron en sus caderas. En cualquier otro momento se habría centrado en el placer de ella, se habría asegurado que el clímax la alcanzara antes que a él, pero ahora que la bestia estaba fuera no había forma de volverlo a encerrarla en su jaula.


Alzándose sobre ella, ahuecó toscamente un pecho en cada mano, sus duros pezones quemando sus palmas, y la montó como nunca había montado a nadie.


Tenía la cabeza echada atrás, con los ojos cerrados con fuerza mientras lo agarraba de los antebrazos y lo dejaba tomarla, montando la ola en que él se había convertido. Y en vez de dolor o miedo, en ese momento en que un jadeo
salió de su garganta, mientras comenzaba a llegar al clímax, abrió los ojos y vio directamente a su alma, él vio su propio placer reflejado en esas profundidades del océano.


Un placer tan profundo que no estaba seguro como cualquiera de ellos iba a sobrevivir sin él.


Su rugido sacudió las ventanas cuando explotó, sus músculos lo ordeñaron, y si acaso había pensado que debería retirarse, que en realidad no estaban casados y no debería estar disparando su orgasmo en su vientre, no lo escuchó, no era consciente de nada excepto montar el orgasmo más grande y fuerte que había tenido en treinta y cuatro años.







CAPITULO 27 (TERCERA HISTORIA)




—Nada me gusta más que la tarde de los domingos. Especialmente después de una victoria.


En apariencia, las palabras de Pedro no deberían haber hecho que tuviera escalofríos por toda su espina dorsal, pero sin duda podía leer el contexto, sobre todo cuando la mano de él se movió hacia su rodilla. No la estaba agarrando, no
estaba haciendo nada particularmente sexual, y aun así, su cuerpo estaba respondiendo como si estuviera colocando su gran mano entre sus pantalones, brotando con excitación, sus pechos se pusieron duros y apretados bajo su sujetador y camiseta.


No respondió, no cuando la idea de todo un domingo por la tarde a solas con Pedro, la tenía casi jadeando de anticipación.


Podía sentir los ojos de él sobre ella, el calor en ellos, cuando giró en un estrecho callejón y aparcó enfrente de un pequeño escaparate. Su cabeza se empañó por todo el deseo desconocido en su sinapsis y no había estado
prestando suficiente atención para darse cuenta que no se estaba dirigiendo a su casa.


—Hay algo que quiero que hagas, cariño.


Su voz caliente y áspera, tan llena de necesidad le quitó la respiración, apretándose contra ella como un toque físico.


—Quiero que entres en la tienda y compres algo.


Los ojos de ella se movieron del calor peligroso de sus ojos, hacia el escaparate oscuro.


—¿Dónde estamos?


Nunca había oído su propia voz tan ronca y los ojos de Pedro se ensancharon con deseo posesivo mientras recorría con los nudillos de una mano, un lado de su mejilla.


—Una tienda de juguetes.


—Pero no parece un lugar donde los niños… Oh. —Se lamió los dientes con nerviosismo—. No es esa clase de tienda de juguetes, ¿no?


Su boca se curvó hacia arriba en las comisuras, pero no lo llamaría una sonrisa. La miraba como si fuera un delicioso almuerzo al que no podía esperar para hincarle el diente.


Pedro abrió la cerradura de su puerta.


—Ve.


Pero ella no podía moverse.


—Yo jamás… —Meneó la cabeza—. No sé…


Los dedos de él se movieron hacia su barbilla y gentilmente giró su cara hacia la de él.


—Pero quieres hacerlo.


No era una pregunta. Y aún sabía que él esperaba una respuesta.


Respiró hondo, sintiendo la manera que se sacudió en su pecho. Y mientras tanto, mientras luchó para poder decirle lo que él ya sabía, la observó con tal calor, que jamás pensó que vería en los ojos de un hombre.


Finalmente, susurró la inquietante y difícil verdad.


—Sí. Siempre me he preguntado cómo eran esas tiendas por dentro. — Mientras que sabía que jamás lo averiguaría.


Él le frotó con su pulgar el labio inferior y ella no pudo evitar saborear su carne. Un pequeño gemido de placer emergió de su garganta con el tacto de su encallecida piel sobre su lengua sensible. Y luego empujó el pulgar en su boca y por puro instinto ella lo chupó fuertemente, tomando el pulgar entre sus labios y dientes como había hecho con su pene.


Él gimió y se movió en su asiento.


—Tan dulce, Paula. Tan jodidamente dulce.


Le mordisqueó, levantando su mano para poder acercarlo, darle besos y lametazos sobre toda la palma. Él se alejó.


—No, cariño. No voy a dejar que me distraigas. —Frotó tu pulgar húmedo contra sus labios—. Aún no.


Se acercó a ella, sus músculos duros presionando contra ella de la manera más deliciosa mientras abría la puerta.


—Tienes cinco segundos para ir, o seré yo quien elija tu juguete.


Su amenaza hizo que saltara del coche como si su asiento estuviera en llamas.


Pero una vez que estuvo fuera, no se movió hacia la puerta. 


Él bajó la ventanilla y ella tuvo que hacer otra pequeña protesta.


—No me refería a esto cuando dije que quería hacer locuras contigo.


—Cinco minutos, Paula. —La ventana se subió de nuevo


Cerró la mandíbula mientras abría la puerta principal, intentando prepararse para lo que fuera que la estuviera esperando. Pero se sorprendió al encontrarse en una tienda perfectamente normal en apariencia. Los exhibidores del medio tenían ropas colgadas que no parecían muy distintas de las que los adultos llevaban en las fiestas de Halloween. 


Una pared estaba llena de libros y vídeos, y aunque algunas portadas eran moderadamente excitantes, no había nada que no hubiera visto anteriormente en los armarios de sus antiguos novios.


Pero fue el escaparate de la pared del fondo lo que atrajo su atención:
consoladores de todas las formas, tamaños y colores. Paula sabía que todas sus hermanas tenían uno. Demonios, por lo que sabía, su madre probablemente tenía uno. Pero Paula jamás había podido superar su vergüenza para poder entrar en una tienda adulta y comprar uno. Incluso los “masajeadores” que vendían en las tiendas la hacían sonrojar.


Ninguno de sus novios anteriores le había sugerido utilizar juguetes sexuales. También, ninguno de ellos la había hecho sentir particularmente sexual.


Y ninguno de ellos la había mirado como si quisieran quemar sus ropas y hacerla caminar desnuda todo el tiempo.


Sabiendo que Pedro no iba a dejar que regresara al coche con las manos vacías, hizo que tuviera el coraje para caminar por la tienda y estudiar sus opciones. Sólo que era difícil concentrarse en leer las descripciones de los artículos cuando no podía eliminar la imagen de Pedro utilizando todos y cada uno de ellos con ella.


Su corazón empezó a latir tan fuerte que juró que podía sentirlo entre sus piernas, un zumbido de excitación que sólo la calentaba aún más.


Por suerte, el hombre que parecía bastante normal detrás del mostrador no pareció darse cuenta de que estaba en la tienda. No se acercó para ofrecer sugerencias o mirarla como si fuera una pervertida. Si eso, parecía aburrido y
cansado mientras miraba una revista.


Se estaban agotando sus cinco minutos, y Pedro sin duda compraría lo más escandaloso que pudiera encontrar si tenía que ir tras ella. Agarró la caja más cercana y la llevó al mostrador.


—¿Efectivo o tarjeta?


—Efectivo.


El hombre no reaccionó a su rápida respuesta. Simplemente le dijo el total.


Paula rápidamente contó los billetes, y luego se llevó la bolsa.


El calor en la mirada de Pedro inmediatamente la golpeó, mientras salía de la tienda, casi haciéndola tropezar en la acera. Un momento después, se deslizó en el asiento del pasajero, agarrando fuertemente su nueva compra.


—No sé lo que llevas en la bolsa, pero sabiendo que será endiabladamente bueno, sea lo que sea, me está matando, cariño.


Ella le miró, dándose cuenta que sus nudillos estaban blancos en la palanca de marchas. Todo porque había entrado y comprado un juguete sexual. Para que él lo utilizara con ella.


Apretó la bolsa más fuertemente. El balance de poder había cambiado entre ellos. Sí, él le había ordenado que fuera a la tienda y comprara un juguete, algo que ella nunca, jamás, habría pensado que su marido querría que hiciera.


Pero ahora lo sabía mejor. Era exactamente lo que quería.


Él no sólo lo había hecho para él, para su placer. En lugar de eso, la había obligado a enfrentarse a sus deseos secretos, tan profundamente escondidos que no se atrevía a admitirlos ni a ella misma.


También lo había hecho por el placer de ella.


Una vez más la había alejado de su zona de seguridad. No a un lugar donde no quería ir, ya sabía que él era la clase de hombre que nunca haría eso. En lugar de eso, había ido de la mano con ella a otra cornisa y le había dicho que estaba
bien que saltara.


Su cuerpo estaba ya muy excitado, muy sensible al roce de cualquier tejido sobre su piel, que pensó que no era posible que pudiera sentir más. Pero la hinchazón en su pecho no tenía nada que ver con el sexo, sino con el corazón.


Un corazón que había jurado proteger a toda costa en el estadio.