BELLA ANDRE

viernes, 25 de noviembre de 2016

CAPITULO 27 (TERCERA HISTORIA)




—Nada me gusta más que la tarde de los domingos. Especialmente después de una victoria.


En apariencia, las palabras de Pedro no deberían haber hecho que tuviera escalofríos por toda su espina dorsal, pero sin duda podía leer el contexto, sobre todo cuando la mano de él se movió hacia su rodilla. No la estaba agarrando, no
estaba haciendo nada particularmente sexual, y aun así, su cuerpo estaba respondiendo como si estuviera colocando su gran mano entre sus pantalones, brotando con excitación, sus pechos se pusieron duros y apretados bajo su sujetador y camiseta.


No respondió, no cuando la idea de todo un domingo por la tarde a solas con Pedro, la tenía casi jadeando de anticipación.


Podía sentir los ojos de él sobre ella, el calor en ellos, cuando giró en un estrecho callejón y aparcó enfrente de un pequeño escaparate. Su cabeza se empañó por todo el deseo desconocido en su sinapsis y no había estado
prestando suficiente atención para darse cuenta que no se estaba dirigiendo a su casa.


—Hay algo que quiero que hagas, cariño.


Su voz caliente y áspera, tan llena de necesidad le quitó la respiración, apretándose contra ella como un toque físico.


—Quiero que entres en la tienda y compres algo.


Los ojos de ella se movieron del calor peligroso de sus ojos, hacia el escaparate oscuro.


—¿Dónde estamos?


Nunca había oído su propia voz tan ronca y los ojos de Pedro se ensancharon con deseo posesivo mientras recorría con los nudillos de una mano, un lado de su mejilla.


—Una tienda de juguetes.


—Pero no parece un lugar donde los niños… Oh. —Se lamió los dientes con nerviosismo—. No es esa clase de tienda de juguetes, ¿no?


Su boca se curvó hacia arriba en las comisuras, pero no lo llamaría una sonrisa. La miraba como si fuera un delicioso almuerzo al que no podía esperar para hincarle el diente.


Pedro abrió la cerradura de su puerta.


—Ve.


Pero ella no podía moverse.


—Yo jamás… —Meneó la cabeza—. No sé…


Los dedos de él se movieron hacia su barbilla y gentilmente giró su cara hacia la de él.


—Pero quieres hacerlo.


No era una pregunta. Y aún sabía que él esperaba una respuesta.


Respiró hondo, sintiendo la manera que se sacudió en su pecho. Y mientras tanto, mientras luchó para poder decirle lo que él ya sabía, la observó con tal calor, que jamás pensó que vería en los ojos de un hombre.


Finalmente, susurró la inquietante y difícil verdad.


—Sí. Siempre me he preguntado cómo eran esas tiendas por dentro. — Mientras que sabía que jamás lo averiguaría.


Él le frotó con su pulgar el labio inferior y ella no pudo evitar saborear su carne. Un pequeño gemido de placer emergió de su garganta con el tacto de su encallecida piel sobre su lengua sensible. Y luego empujó el pulgar en su boca y por puro instinto ella lo chupó fuertemente, tomando el pulgar entre sus labios y dientes como había hecho con su pene.


Él gimió y se movió en su asiento.


—Tan dulce, Paula. Tan jodidamente dulce.


Le mordisqueó, levantando su mano para poder acercarlo, darle besos y lametazos sobre toda la palma. Él se alejó.


—No, cariño. No voy a dejar que me distraigas. —Frotó tu pulgar húmedo contra sus labios—. Aún no.


Se acercó a ella, sus músculos duros presionando contra ella de la manera más deliciosa mientras abría la puerta.


—Tienes cinco segundos para ir, o seré yo quien elija tu juguete.


Su amenaza hizo que saltara del coche como si su asiento estuviera en llamas.


Pero una vez que estuvo fuera, no se movió hacia la puerta. 


Él bajó la ventanilla y ella tuvo que hacer otra pequeña protesta.


—No me refería a esto cuando dije que quería hacer locuras contigo.


—Cinco minutos, Paula. —La ventana se subió de nuevo


Cerró la mandíbula mientras abría la puerta principal, intentando prepararse para lo que fuera que la estuviera esperando. Pero se sorprendió al encontrarse en una tienda perfectamente normal en apariencia. Los exhibidores del medio tenían ropas colgadas que no parecían muy distintas de las que los adultos llevaban en las fiestas de Halloween. 


Una pared estaba llena de libros y vídeos, y aunque algunas portadas eran moderadamente excitantes, no había nada que no hubiera visto anteriormente en los armarios de sus antiguos novios.


Pero fue el escaparate de la pared del fondo lo que atrajo su atención:
consoladores de todas las formas, tamaños y colores. Paula sabía que todas sus hermanas tenían uno. Demonios, por lo que sabía, su madre probablemente tenía uno. Pero Paula jamás había podido superar su vergüenza para poder entrar en una tienda adulta y comprar uno. Incluso los “masajeadores” que vendían en las tiendas la hacían sonrojar.


Ninguno de sus novios anteriores le había sugerido utilizar juguetes sexuales. También, ninguno de ellos la había hecho sentir particularmente sexual.


Y ninguno de ellos la había mirado como si quisieran quemar sus ropas y hacerla caminar desnuda todo el tiempo.


Sabiendo que Pedro no iba a dejar que regresara al coche con las manos vacías, hizo que tuviera el coraje para caminar por la tienda y estudiar sus opciones. Sólo que era difícil concentrarse en leer las descripciones de los artículos cuando no podía eliminar la imagen de Pedro utilizando todos y cada uno de ellos con ella.


Su corazón empezó a latir tan fuerte que juró que podía sentirlo entre sus piernas, un zumbido de excitación que sólo la calentaba aún más.


Por suerte, el hombre que parecía bastante normal detrás del mostrador no pareció darse cuenta de que estaba en la tienda. No se acercó para ofrecer sugerencias o mirarla como si fuera una pervertida. Si eso, parecía aburrido y
cansado mientras miraba una revista.


Se estaban agotando sus cinco minutos, y Pedro sin duda compraría lo más escandaloso que pudiera encontrar si tenía que ir tras ella. Agarró la caja más cercana y la llevó al mostrador.


—¿Efectivo o tarjeta?


—Efectivo.


El hombre no reaccionó a su rápida respuesta. Simplemente le dijo el total.


Paula rápidamente contó los billetes, y luego se llevó la bolsa.


El calor en la mirada de Pedro inmediatamente la golpeó, mientras salía de la tienda, casi haciéndola tropezar en la acera. Un momento después, se deslizó en el asiento del pasajero, agarrando fuertemente su nueva compra.


—No sé lo que llevas en la bolsa, pero sabiendo que será endiabladamente bueno, sea lo que sea, me está matando, cariño.


Ella le miró, dándose cuenta que sus nudillos estaban blancos en la palanca de marchas. Todo porque había entrado y comprado un juguete sexual. Para que él lo utilizara con ella.


Apretó la bolsa más fuertemente. El balance de poder había cambiado entre ellos. Sí, él le había ordenado que fuera a la tienda y comprara un juguete, algo que ella nunca, jamás, habría pensado que su marido querría que hiciera.


Pero ahora lo sabía mejor. Era exactamente lo que quería.


Él no sólo lo había hecho para él, para su placer. En lugar de eso, la había obligado a enfrentarse a sus deseos secretos, tan profundamente escondidos que no se atrevía a admitirlos ni a ella misma.


También lo había hecho por el placer de ella.


Una vez más la había alejado de su zona de seguridad. No a un lugar donde no quería ir, ya sabía que él era la clase de hombre que nunca haría eso. En lugar de eso, había ido de la mano con ella a otra cornisa y le había dicho que estaba
bien que saltara.


Su cuerpo estaba ya muy excitado, muy sensible al roce de cualquier tejido sobre su piel, que pensó que no era posible que pudiera sentir más. Pero la hinchazón en su pecho no tenía nada que ver con el sexo, sino con el corazón.


Un corazón que había jurado proteger a toda costa en el estadio.




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