BELLA ANDRE
viernes, 25 de noviembre de 2016
CAPITULO 28 (TERCERA HISTORIA)
Pedro no había estado tan cerca de correrse en sus pantalones desde su adolescencia. Pero desde el minuto en el que Paula había salido de la tienda con una bolsa marrón en la mano, había utilizado cada truco mental que conocía para intentar esperar hasta que regresaran a la casa, donde podía colocar su boca, sus manos, sobre ella.
En este punto, ni siquiera importaba lo que hubiera en la bolsa. Simplemente necesitaba poseerla, sentir su calor y suavidad bajo él, poder adentrarse en la humedad apretada de calor entre sus piernas y saber que ella le pertenecía.
De algún modo, la dejó caminar de su auto a la casa por sí misma, en lugar de sólo hacer de cavernícola y arrastrarla por su cabello, para así poder follarla como el salvaje que era realmente. Pero una vez que la puerta chasqueó detrás
de ellos, una vez que ella se dio la vuelta con esa mirada en sus ojos que era parte anticipación, parte aprehensión, estuvo perdido.
Completa y jodidamente perdido por desearla.
—Quítate la ropa, Paula.
Cada palabra era cortante, sus dientes apretados tan fuertemente que estaba a punto de astillarlos.
Ella miró alrededor de la sala vacía.
─¿Aquí? Pero pensé…
Se detuvo ante la mirada en sus ojos, en su lenta aproximación.
—Quítatelas antes de que las arranque.
La bolsa marrón de papel cayó de sus manos.
—Está bien, pero ¿no deberíamos…?
—No lo suficientemente rápido. —No tenía una plegaria para mantener sus manos fuera de ella, o detenerse a sí mismo de arrancar su sedosa blusa por la mitad.
—Pedro.
Tomó su pezón cubierto de encaje en su boca, antes de que su nombre dejara sus labios, la sola silaba fundiéndose con un gemido. Levantó su cabeza de sus dulces pechos y dijo ásperamente:
—No puedo aguantar otro segundo más, nena. —La única advertencia que podía dar antes de tirar de la cremallera de su pantalón y arrancarlo de sus piernas, sus zapatos saliendo junto con éste.
En algún lugar en el fondo de su cabeza, escuchó el pequeño grito de sorpresa que ella soltó, pero no podía detenerse ahora, no cuando estaba tan malditamente cerca de tener lo que quería. Lo que necesitaba tan desesperadamente, que se estaba volviendo loco por ello. Ella estuvo sobre su hombro un segundo más tarde, luego de espaldas en su amplio sofá de cuero.
Sus manos se movieron sin ninguna ayuda de su cerebro, arrancando sus bragas y su sostén, y luego estaba tendida ahí, con los ojos muy abiertos mientras lo miraba fijamente, sus muslos extendidos abiertos en el cuero oscuro.
Pedro apenas podía arrastrar suficiente oxígeno mientras miraba abajo a la carne rosada entre sus muslos, sus suaves rizos cafés ya ligeramente húmedos por él.
Tal vez, pensó después, podría haber sido capaz de detenerse de tomarla sin ningún juego previo, si no hubiera visto la prueba de su deseo. Si no hubiera sabido que estaba tan desesperada por esta follada como él lo estaba.
Su cremallera estaba abajo, su polla en su puño un momento después. Él posicionó su palpitante polla en el centro de los labios empapados de su coño y se condujo dentro de ella, fuerte y duro, con tanta ferocidad que ella se deslizó a mitad del sofá.
—¡Pedro! —El grito de Paula rebotó a través del salón de altos techos.
Él agarró su suave y desnudo trasero en sus rudas manos para así poder sujetarla donde quería, y luego la penetró una y otra vez, más y más duro.
Se perdió a todo menos a su apretado calor alrededor de su polla, tan condenadamente apretado que ya podía sentir sus bolas tirando fuertemente, la sensación de zumbido en la base de su columna vertebral moviéndose alrededor de la parte delantera de su ingle, le tomó varios segundos darse cuenta que las manos de Paula habían llegado a sus hombros, y que sus uñas estaban arañando su espalda.
¿Cuándo habían llegado sus piernas alrededor de su cintura para acercarlo más? ¿Cuándo se había incorporado para poder besarlo, conduciendo su lengua en su boca con el mismo ritmo que su polla?
Sus músculos interiores se contrajeron a su alrededor y luego estaba suplicando contra su pecho.
—¡Por favor, Pedro, oh Dios, más, más! —Y luego su lengua y dientes estaban raspando a través de su pezón.
La sensación de sus dientes accionó un interruptor en su interior, el que significaba que no podía aguantar más, no podía protegerla de sus fuertes necesidades, ni su cuerpo demasiado grande.
Pero justo cuando estaba a punto de liberar todo lo que era en el suave cuerpo de Paula, la miró, sus delgados brazos y piernas envueltas tan fuertemente a su alrededor, y vio lo pequeña que era comparada a él.
Joder. Él nunca había tomado a nadie con tan fuerza. Sin importar qué tan bueno había sido el sexo, siempre fue consciente de lo grande que era. Sabía cuánto daño podría hacerle a un pequeño cuerpo femenino. Por lo cual, inconscientemente siempre salía con mujeres altas, mujeres que podrían soportarlo.
Pero Paula, su pequeña, dulce Paula, lo estaba empujando más duro, y rápido, de lo que alguna vez había sido empujado. Su polla nunca había estado tan dura, al borde de la destrucción total. Jesús, lo iba a matar retirarse. Pero tenía que hacerlo.
Porque no podía lastimar a Paula. La dulce e inocente Paula.
Deteniéndose, agarró sus muslos fuertemente en sus manos. Ella trató de resistirse, pero no la dejaba moverse, ella lo miró, la confusión peleaba con desesperado deseo en su cara empapada de sudor.
—¿Pedro?
—Tan pequeña y dulce. —Tuvo que lamer sus labios, probando la sal de su piel mezclada con su propia esencia—. No quiero lastimarte.
Le había estado diciendo lo mismo prácticamente desde el primer momento que se conocieron, y maldita sea, no creía que pudiera vivir consigo mismo si alguna vez la lastimaba, si accidentalmente la desgarraba porque la necesitaba
demasiado para pensar claramente.
—Entonces, ¿por qué me estás lastimando ahora?
Su pecho se apretó con instantáneo arrepentimiento.
—Jesús, Paula, no quería… demasiado rudo… eres demasiado pequeña para… —Estaba tratando de obligarse a sí mismo salir de su húmedo calor mientras fragmentos de palabras caían de sus labios, pero joder, incluso sabiendo
que lo estaba haciendo por ella, no pudo conseguir sacar más que una pulgada.
—Amo cuando eres rudo, Pedro. Amo cuando no te puedes controlar.
Parpadeó con fuerza, su cerebro estaba tratando de convencerlo de que había oído correctamente.
—Pero te estoy lastimando.
—Sólo me duele cuando te detienes.
Y en ese momento, mientras miraba sus ojos y supo que no estaba diciendo lo que él quería oír, sino que estaba diciendo la verdad, dejó ir el interruptor. Todo el camino.
El siguiente instante lo encontró conduciéndose dentro de ella tan fuerte que todo el sofá se deslizó por el suelo. El saber que no había imaginado su sonrisa en respuesta al placer, lo tenía saqueando su boca con sus labios, dientes
y lengua aun cuando asoló su coño con una polla dura como el acero y tan gruesa que podía sentir su tejido sensible trabajando para estirarse a su alrededor.
Y entonces, a través de su empuje enloquecido y bombeando en ella, lo sintió… la delatora forma en que sus músculos se apretaron alrededor de su polla, la forma en que su respiración irregular se detuvo momentáneamente,
golpeando en su pecho, la forma en que sus uñas se clavaron profundamente junto con sus talones, la forma en que sus muslos se apretaron en sus caderas. En cualquier otro momento se habría centrado en el placer de ella, se habría asegurado que el clímax la alcanzara antes que a él, pero ahora que la bestia estaba fuera no había forma de volverlo a encerrarla en su jaula.
Alzándose sobre ella, ahuecó toscamente un pecho en cada mano, sus duros pezones quemando sus palmas, y la montó como nunca había montado a nadie.
Tenía la cabeza echada atrás, con los ojos cerrados con fuerza mientras lo agarraba de los antebrazos y lo dejaba tomarla, montando la ola en que él se había convertido. Y en vez de dolor o miedo, en ese momento en que un jadeo
salió de su garganta, mientras comenzaba a llegar al clímax, abrió los ojos y vio directamente a su alma, él vio su propio placer reflejado en esas profundidades del océano.
Un placer tan profundo que no estaba seguro como cualquiera de ellos iba a sobrevivir sin él.
Su rugido sacudió las ventanas cuando explotó, sus músculos lo ordeñaron, y si acaso había pensado que debería retirarse, que en realidad no estaban casados y no debería estar disparando su orgasmo en su vientre, no lo escuchó, no era consciente de nada excepto montar el orgasmo más grande y fuerte que había tenido en treinta y cuatro años.
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