BELLA ANDRE
sábado, 29 de octubre de 2016
CAPITULO 23 (PRIMERA HISTORIA)
Según la fiesta se acercaba a su fin, Paula se encontraba más perdida.
Si había pensado que la sensación del amor perfecto iba a acompañarla por el resto de sus días, estaba muy equivocada. Ni siquiera sería suficiente para esa noche.
Había estado mirando el reloj toda la velada desesperada por estar otra vez a solas con Pedro, en su casa, en su cama, todo el tiempo que quisiera.
Pero lo que realmente la molestaba era la manera.
—Ningún compromiso, eso es un hecho —Continuaba resonando en su cabeza repitiéndose como un CD rayado.
—Estoy cansado de ser como un perro de exhibición —le dijo finalmente Pedro yendo a buscar al anfitrión.
—Lo he pasado muy bien esta noche —le dijo a Gordon— Gracias por la invitación.
—Me alegro de que hayas podido venir esta noche, Pedro. Gracias por traer a una acompañante tan encantadora.
Por el tono tan agradable de su voz, Gordon lo mismo podía haberla llamado tu perra.
Su mente regresó a la habitación del sexo y apenas pudo contener su disgusto.
—Lo he pasado muy bien —dijo Paula estrechando la mano seca y huesuda de él.
—Lo sé —dijo.
Fue una respuesta extraña.
Pedro la liberó de la mano de Gordon y se dirigieron a la salida.
—La mayoría de los días me encanta mi trabajo —le dijo al oído en voz baja.
Ella asintió con la cabeza, sabiendo exactamente adónde quería llegar.
—A mí también.
Mientras Pedro avisaba por el móvil al conductor que estaban preparados para marcharse, ella miró de nuevo a la casa. El balcón de la torre oculto por los robles sería siempre un recuerdo maravilloso.
Se deslizó dentro de la limusina y dijo:
—Has estado fantástico esta noche.
Los bordes de su boca se curvaron y sus ojos brillaron perversamente.
—Me alegro que te haya gustado.
—Me refiero a cómo has interactuado con los invitados.
—Por supuesto, yo también.
Paula se rió, contenta de poder estar finalmente con él. No solo era sexy, sino también divertido. Y sorprendentemente ingenioso.
Paula bajó la voz para hablar sin que Joaquin, el conductor, pudiese oírlos.
—Sabes que fue fantástico allí arriba.
—Cuéntame más —dijo y ella miró fijamente el asiento delantero.
Pedro apretó un botón en el reposabrazos y el separador de cristal entre los asientos delanteros y traseros se cerró. El leve zumbido de la emisora de radio que José escuchaba desapareció.
—Confía en mí, no puede escucharnos.
Se alejó de Pedro tanto como se lo permitió el cinturón de seguridad.
—No puedo hacer nada… no mientras él esté aquí.
Pedro parecía relajado en su asiento de cuero, se maravilló de cómo nada parecía intimidarlo. Ella estaba ardiendo de deseo, preguntándose como conseguiría hacer el trayecto sin subirse en su regazo montándolo como una amazona y él parecía totalmente relajado.
—Él no puede leer los labios —dijo Pedro.
El cerebro de ella iba un paso detrás de sus hormonas.
—No entiendo —entonces se sonrojó— ¡Oh!
Pedro sonrió nuevamente con la mirada de un gato perezoso que ha conseguido su crema, como si no le importara la cereza en lo alto del postre.
—Estoy feliz porque podamos empezar —insinuó Pedro y ella intentó concentrarse en algo más que en su perfecta boca, sus manos grandes, fuertes y el revelador y fascinante bulto en sus pantalones.
—Va por libre. No puedo controlarlo — dijo él al ver su mirada.
Se sentiría muy decepcionado si no pudieran terminar este juego de una forma inevitablemente sensual.
—Me gustaría que no hubieses llevado esa ropa esta noche.
— ¿Por qué?
—Cubriendo toda esta belleza, parecía que me estabas castigando.
Ella se sonrojó de nuevo. Era precisamente eso lo que intentaba hacer.
—Pero eso fue antes de darme cuenta de lo sexy que sería quitártelo.
Paula apretó los muslos cuando el calor húmedo se deslizó desde su núcleo. Se le secó la boca y su corazón se aceleró.
—Tu turno —dijo Pedro.
Ella apretó los labios agitando la cabeza.
—Yo no sé cómo.
Pero él era persuasivo.
—Cuanto más sepa lo que te hacer sentir bien, mejor podré hacerlo.
Ella prácticamente tuvo un orgasmo allí mismo.
—Dime lo que te gusta —la instó.
Todo.
Pero Paula no podía decírselo.
¿Entonces por qué las palabras “me gusta todo” resonaron en la limusina?
Él no sonreía ahora, solo se quedó sentado frente a ella con los músculos tensos.
Por primera vez, Paula se dio cuenta de que podía tomar el control. Si se olvidara de ser la mujer perfecta, si cedía a su sexualidad, podría dar la vuelta al juego de Pedro y colocarlo al borde del deseo.
—Dime qué debí hacer de otra manera —dijo él.
Ella respiró profundamente, absorbiendo el olor almizclado de su momento de amor, la mezcla de cedro y especias que siempre la haría pensar en él.
—Nada.
La voz de Pedro era suave.
—Dime qué quieres que haga.
Paula no podría haber hablado ni aunque tuviese una pistola apuntándole a la cabeza.
—Dime lo que quieres que te haga cuando regresemos a casa, cuando estemos a solas de nuevo. Solo tú y yo.
Pedro lo estaba haciendo nuevamente, estaba tomando el control de su mente, su cuerpo entero, le era tan difícil recordar que ella merecía tener el mismo tipo de poder sobre él.
Se movió de manera que el bajo de su vestido se subió varios centímetros por los muslos. Jugaba con las perlas en su cuello para llamar su atención hacia sus pechos, y provocarlo de la misma manera que él lo estaba haciendo con ella.
—Quiero tomar un baño.
Un pequeño músculo saltó en su mandíbula, Paula contuvo una sonrisa victoriosa.
—Juntos.
Pedro se removió intranquilo, delatando su energía sexual reprimida.
Algo salvaje y nuevo cobró vida en el pecho de Paula. Por primera vez era libre de expresar y realizar sus fantasías sexuales. Nada lo sorprendería, aunque no creía que necesitara ser una pervertida para impresionarlo.
Solo debería ser ella misma.
Obviamente Pedro tenía fe en su sensualidad descubierta y si ella hiciese exactamente lo que en verdad quería hacer, las próximas dos semanas con él conseguirían ser un poco atemorizantes.
Y muy emocionantes.
—Cuéntame más —le rogó.
—La paciencia es una virtud —bromeó Paula— especialmente cuando se trata del placer.
Él extendió las piernas, mostrando su excitación.
—Desde que era un muchacho, nunca he deseado tanto acariciarme a mí mismo.
— ¿Quieres que pare? —le preguntó con una sonrisa.
— ¡Demonios, no!
—Perfecto. Porque antes de tomar el baño, vas a quitarte la ropa mientras yo te miro. Y no olvides moverte un poco, exhíbete para mí.
—Lo haré — murmuró.
— ¿Quieres saber lo que realmente me excita?
—Más que nada.
—Quiero que entres en la bañera primero. Quiero saber que estás esperándome, duro y preparado, mientras me desnudo lentamente.
Él tragó trabajosamente, Paula quiso besar su nuez de Adán, quería recorrer con la lengua cada centímetro de su cuerpo.
— ¿Y después?
Ella cerró los ojos apoyando la cabeza en el respaldo de cuero.
—Entonces me hundiré en tu polla y te follaré hasta fundirte el cerebro.
Paula podía escuchar la respiración rápida, que combinaba con la suya. Su pulso estaba acelerado, estuvo a punto de olvidar que el conductor estaba en el asiento delantero y podría tener una visión de su espectáculo de sexo. El más leve toque y Pedro explotaría.
Tras lo que pareció ser la espera más larga de su vida, finalmente llegaron.
Generalmente no era tan grosero como para salir del coche y correr por las escaleras sin dar las gracias al conductor. Ya se disculparía con Joaquin más tarde.
No había terminado de meter la llave en la cerradura cuando la mano de Pedro serpenteó a su alrededor y abrió la puerta. Lo siguiente que supo, fue que estaban en el salón y que ella estaba contra la pared con el vestido levantado hasta la cintura.
—Realmente me gusta el plan de la bañera, pero me temo que no voy a poder aguantar más allá de la entrada.
Una onda caliente de excitación la invadió y le arrancó el pantalón y la camisa, mientras él rasgaba el envoltorio de un preservativo.
— ¡Date prisa! —dijo ella.
Un segundo más tarde, Pedro estaba retirando sus bragas a un lado, y ella enrolló las piernas a su alrededor. Enterró su enorme erección dentro de Paula, a continuación empujó dentro y fuera, más fuerte, más duro, ella pronunció su nombre, suplicando más, sollozando cuando el orgasmo sacudió todo su cuerpo. De nuevo se movió dentro de ella, hasta que se calmó y lo sintió pulsar en su interior.
Más de una vez Paula había dado gracias por el poderoso físico de Pedro, por el perfecto entrenamiento que realizaba, por sostenerla como si no pesara nada.
Las ropas estaban en el suelo, rasgadas por sus manos codiciosas y lujuriosas.
—Espero que hayas traído más de un traje —se burló ella.
La risa suave de él retumbó en sus costillas.
Al fin, había entendido porque tantas mujeres lo buscaban, porque estaban dispuestas a dar cualquier cosa por tener una noche, o más si tenían suerte, con él. Sabía cómo hacer sentir bien a una mujer.
No solo como darles placer, sino también como sacar su feminidad interior y reír con ella al mismo tiempo.
La semana pasada no habría admitido que él era algo más que un deportista playboy que apenas podía sumar o escribir. Pero ahora sabía que Pedro era mucho más complicado y maravilloso de lo que dejaba ver a la gente. Le dolía el estómago cuando pensaba en que sus caminos se separarían una vez que su trabajo terminase y la nueva temporada de Pedro comenzara.
Todavía le quedaban dos semanas con el hombre sexualmente más completo del planeta, e iba a exprimir cada gota de placer de ellas. Mientras no cometiera el error de enamorarse de él, estaría muy bien.
— ¿Preparado para ese baño? —preguntó sonriendo mientras la conducía por el pasillo.
CAPITULO 22 (PRIMERA HISTORIA)
Paula hacía estallar su mente. Cada vez que la tocaba saltaba como un cohete. Además de esta noche, solo en otra ocasión había reaccionado así. En la escuela secundaria, donde ella había sido la cosa más sexy en kilómetros a la redonda.
Ahora miraba su silueta contra la luna, desnuda y más bonita que cualquier mujer u objeto que jamás hubiera visto. Una ola de emociones atravesó rápidamente su rostro.
Paula pensaba que él no la conocía, pero lo hacía. La conocía lo suficiente como para saber que estaba a punto de arrepentirse.
Se estaba arrepintiendo del sexo. Eran dos personas que disfrutaban el uno del otro como acababan de comprobar haciéndolo una vez. Y otra vez. Se dio cuenta de que la suerte de no ser descubiertos se estaba casi acabando, se tragó el deseo de poseerla de nuevo en el sillón que tenía a tres metros. Además, sería más convincente en sus argumentos para seguir haciéndolo como conejos, si ella creía que estaba preocupado por el decoro. Si los descubrían desnudos en el balcón, no sería bueno para sus carreras.
Pedro se inclinó para recoger el vestido.
—Date la vuelta y ponte esto —dijo colocándolo ante sus increíbles curvas— te subiré la cremallera.
Ella parpadeó un par de veces antes de seguir sus instrucciones y se puso rígida cuando su dedo subió por su columna hasta tocarle la nuca mientras colocaba los complicados broches que mantenían el vestido en su sitio.
Cuando Paula se volvió nuevamente, Pedro quedó atrapado una vez más por su increíble belleza. Aunque su vestido estuviese bien colocado, su pelo era salvaje, derramándose sensualmente sobre sus hombros. Parecía una mujer muy satisfecha.
— ¿Está roto mi vestido? ¿Oh, Dios, nunca vamos a escapar de esto, no? —La preocupación estaba impresa en sus ojos y alrededor de sus labios.
—Estás perfecta, tu vestido está bien y nadie tendrá la menor idea de lo que hemos estado haciendo aquí, —dijo mientras se ponía su ropa— nadie excepto nosotros.
Ella se apartó, pero no antes de que pudiera ver el brillo del deseo en sus ojos, una satisfacción primitiva que no podía ocultar.
—Hablando de nosotros —empezó Paula y él extendió los puños para detenerla.
— ¿Puedes ayudarme con esto?
Pensativa, Paula volvió a su lado y mientras estaba ocupada colocándole los gemelos, él se giró.
—Eres una amante increíble, Paula —le dijo, ella casi dejó caer al suelo el broche que sujetaba con el logotipo de los Outlaws.
—Por favor Pedro, vamos a fingir que esto nunca ha sucedido.
—Dime la verdad —la persuadió, esperando estar haciendo lo correcto— ¿Realmente quieres hacer eso?
Ella abrió la boca, casi habló, luego se lamió los labios.
Observar el movimiento de la punta de su lengua sobre la sensual curva de su labio superior, lo puso de nuevo duro como una piedra.
—No voy a mentir —dijo Paula con una voz que apenas era un susurro — Lo que acabamos de hacer ha estado bien, muy bien en verdad. Pero sabemos que no podemos hacerlo de nuevo. Nunca, nunca más.
Pero algo en su voz, el modo en que sus dedos rozaban contra las muñecas mientras estiraba los bordes de las mangas, le hizo preguntarse, si ella secretamente quería que la convenciera para continuar donde lo habían dejado.
—Bueno, ahora te voy a decir la verdad como la veo yo.
Ella lo miró con sus ojos azules muy abiertos.
—Hay fuego entre nosotros. Tú y yo somos buenos juntos.
Ella movió la cabeza alejándose, él la agarró de la mano acercándola.
—No tiene sentido negarlo, tenemos química y queramos o no, no creo que sea bueno para ninguno de nosotros intentar ignorar las chispas.
Paula suspiró, los ojos fijos en sus manos juntas.
—Simplemente, no veo como podría funcionar esto.
Tenía que convencerla de una vez por todas para que lanzara la precaución al viento y pasara un maldito muy buen tiempo con él.
—Míralo de este modo: Vamos a estar juntos todo el día casi dos semanas y todos los días, ya estoy en tu casa y tú eres mi acompañante en todos los eventos. Creo que los dos somos lo suficientemente fuertes para disfrutar de lo que queremos sin estar permanentemente pendientes de meter la pata, ¿no es cierto?
Sabía que Paula no admitiría que no sería capaz de mantener solo una relación sexual casual con él.
—Tal vez —admitió ella.
Pedro sonrió con anticipación ante el placer que vendría.
—Con una condición —dijo Paula.
Él asintió sabiendo lo que iba a decir.
—Sin compromiso. Eso es un hecho.
Algo en sus ojos le dio que pensar, le hizo preguntarse si debía haber mantenido su gran boca cerrada. Especialmente porque no estaba seguro si realmente quiso decir lo que acaba de decir.
—Por supuesto que no habrá ningún compromiso —dijo finalmente, confirmando las palabras como si no le importaran lo más mínimo— pero yo iba a decir que acepto si tú te comprometes a mantener nuestra relación en completo secreto.
Pedro se sintió como si le hubiesen dado un puñetazo en el estómago.
¡Joder! ¿Por qué le importaba que ella no quisiera que nadie supiera lo que hacían? No era como si estuviesen saliendo, solo iban a tener sexo, mucho sexo alucinante.
¿Por qué le importaba después de tantos años, que Paula todavía se avergonzara de quién era él? ¿Y si ella pensaba que era poco más que un trozo de carne fresca con dinero, que por casualidad había descubierto cómo sacudir su mundo? Después de todo ambos iban a tener lo que querían y luego seguirían caminos separados.
—No lo haría de ninguna otra manera —él estuvo de acuerdo.
Juntos, en silencio, dejaron el balcón atravesaron la habitación del sexo y descendieron por las escaleras regresando a la fiesta.
—Estupendo —pensó Pedro. Había conseguido lo que quería.
¿Sin embargo, por qué no se sentía feliz?
CAPITULO 21 (PRIMERA HISTORIA)
Hacía mucho tiempo que Pedro pensaba en positivo.
Entrenador tras entrenador, durante la última década había presionado el poder de visualización sobre él y sus compañeros. Entonces, aunque no fuese bueno en eso de cortejar, actuar como si supiese lo que quería, funcionaba la mayor parte del tiempo en el campo.
Si quería ganar juegos, los ganaba. Si quería mucho dinero, lo tenía. No se le había ocurrido usar esa técnica para conseguir una chica, sin embargo, nunca había querido a nadie tanto como quería a Paula y ciertamente, nunca había tenido que trabajar para ello tampoco.
Caminó por la cocina dando algunos autógrafos y preguntó donde se había ido ella. Algo en la oscura escalera lo incitó a un flujo de imágenes sensuales. Paula pidiéndole que le sacara el vestido, saludándolo, arrancando sus ropas y sentándose en su regazo, implorando para que golpee su trasero sexy vestido de encaje.
Estaba ensimismado en aquella imagen fantástica, mientras subía los escalones circulares. Un leve olor a manzanas y canela estaba en el aire y supo que andaba en el buen camino. Su polla se endureció al pensar en cómo sería de suave el trasero en la palma de una mano y cómo sería de bueno encajar sus pechos en la otra.
Y entonces ella encendió la luz y él vio un paraíso de juguetes sexuales. Nunca había visto tantas fotos eróticas, pinturas, esculturas, dildos, vibradores y libros fuera de un sex- shop.
Estaba claramente mejor que en ellos si alguien le preguntara sobre lo que había visto. Tal vez cuando dejase de jugar escribiera un libro sobre esto.
Silbó hacia los equipos de S&M colgados en las paredes y las gruesas correas al lado de la cama.
—Maldición, éste es el lugar — imaginó que ella probablemente estuviera asustada en ese momento.
Ella soltó una risita.
—¿Sabes que cuando me llevaste a tu sótano pensé que tenías una de estas habitaciones allí abajo?
—Como si yo necesitara encadenar a una mujer.
Los ojos de ella se abrieron al ver un vibrador de dos puntas a lo lejos. Tenía la certeza de que no tenía idea de lo que era.
—Es verdad — aceptó ella — pero aún así podías tener cosas perversas.
La empujó más adentro en la habitación.
—Vete al frente, examina todo, sé que te estás muriendo de curiosidad.
Ella hizo una mueca.
—Estoy muy enfadada ahora. Solo de pensar en Gordon aquí con… con quien sea — su hombro casi tocó en una estatua completamente erecta y saltó — espero que lave todo regularmente.
Mientras Pedro hacía una lectura rápida del contenido de la habitación podía verla en conflicto consigo misma, abriendo y cerrando la boca.
—Sigue, pregunta. Sé que también te estás muriendo por eso — ella permaneció en el centro de la habitación, una diosa perfecta, pura, en medio del pecado.
—¿Alguna vez has…? Sus mejillas adquirieron un tono rosa.
—Una vez.
—¿Ya has usado este material? — la boca de ella se abrió de repente.
Él sonrió y miró los impresionantes aparatos. No le iban aquellas cosas, pero un par de esposas en Paula, ciertamente, no sería malo.
—No exactamente.
—Por favor, dime que en la imágenes no sales desnudo en una mesa de cuero y con un collar alrededor del cuello.
—Fui a un club de S&M una vez hace mucho tiempo. Solo para asistir, no para participar — se encogió de hombros — todos los tipos tienen curiosidad.
—No los que yo conozco — murmuró, y entonces preguntó —¿fue extraño o…? — Parecía no poder pronunciar la palabra —¿Excitante? —Cerca de la ventana vio un balcón y le cogió la mano.
—Ven conmigo afuera y te lo diré — dijo cuando ella voluntariamente escapó con él por un conjunto de puertas francesas.
La vista desde la terraza de la azotea era impresionante. El sol estaba comenzando a ponerse sobre campos interminables de viñedos y el aire estaba perfumado por el cultivo de las uvas. Cogiendo la mano de Paula algo en su pecho saltó como si estuviese a punto de vencer en un juego.
—Sinceramente — dijo mientras pasaba el pulgar suavemente por la palma de la mano de ella — no necesito un grupo de aparatos y extraños semidesnudos para que el sexo sea excitante.
Ella lo miró, sus ojos azules eran casi traslúcidos por el reflejo de la puesta de sol.
Él estaba fuera de control y solo quería rezar para que ella no lo rechazara.
—Todo lo que necesito es a ti.
****
Aquello debía de haber sonado como una invitación cursi, pero no pasó. Y había un millón de cosas que podría haber dicho como: —apuesto a que le dices eso a todas las chicas — o — dame una razón para creerte, pero no lo hizo. Las únicas palabras que le salían eran — solo una noche.
La miró insistentemente con una fuerza que la excitó completamente.
—Solo esta noche.
Él se movió deprisa, no dándole oportunidad de cambiar de idea, de oír a la parte de su cerebro que le recordaba donde estaba, que debería estar vigilando las actividades sexuales de él, no llevándolo al camino del pecado o de la perdición.
Llevó la mano de ella a su boca y le besó los nudillos. Sus labios eran suaves, tan suaves que no estaba preparada, no podía jamás haberse preparado para la sensación de él desdoblando sus dedos, para los besos que depositaba en su piel, para la forma en que veneraba cada pequeña parte de su cuerpo.
—Esta noche — murmuró él.
Lentamente la colocó de espaldas y ella colocó las manos en las rejas del balcón mientras apretaba sus caderas en su trasero.
—Siempre tan perfecta y hermosa.
Paula no podía moverse, hablar o pensar cuando deslizó el pulgar en la base de su cuello y hacia la línea del pelo.
Contuvo la respiración esperando su próximo movimiento, sabiendo que no sería previsible.
Ella se había recogido el cabello en un moño apretado y suavemente se quitó las pinzas sacando los mechones uno a uno, dejándolos caer alrededor de su cuello y hombros.
Dedos fuertes y maravillosamente suaves le masajearon el cuero cabelludo.
Un gemido salió de su garganta. Las puntas más largas de su pelo rozaban contra la punta de sus pechos y se encontró deseando que sus manos estuviesen sobre ella, en lugar de sobre su pelo.
—¿Esto te parece bueno? — le susurró contra el cabello.
—Mmm-hmm — susurró ella contestándole, no quería que parara el masaje, deseaba que solamente empujara su falda hacia arriba y la tomase sin más preliminares.
Las manos se movieron a través de sus hombros, los dedos rozaron sus clavículas mientras deslizaba la chaqueta negra de sus hombros. Ésta se resbaló contra su piel sensible, hacia abajo, al suelo y ella nunca lo había encontrado tan sensual. Nunca la había desnudado antes un hombre; ninguno había perdido ese tiempo.
Pedro le apartó el pelo hacia un lado y empezó a desatar las tiras minúsculas detrás de su cuello que sostenían su vestido. El modo en que sus dedos acariciaban su piel, el hecho que toda su atención estuviera en ella era insoportablemente sensual.
Las tiras fueron retiradas y la excitación la inundó de la cabeza a los pies. No importaba como acabasen las cosas entre ellos, recordaría su gentileza y su toque suave el resto de su vida.
—Necesito que me prometas algo — dijo él.
De alguna manera ella consiguió mover la cabeza.
—Prométeme que me dirás si quieres que pare. No importa lo que pase.
De lo más profundo de su pecho algo completo y dulce comenzó a florecer.
—Lo prometo.
Un instante después le cubrió los pechos con sus grandes manos. Ella se rozó contra él, presionando en sus manos mientras la acariciaba con las puntas de sus dedos.
—¿Está bien? — preguntó él en voz baja
Ya sabía la respuesta, pero parte del juego estaba en oírla decirlo en voz alta.
Ella jadeó cuando el dedo pulgar y el índice encontraron sus pezones. Sus piernas estaban temblorosas y se inclinó hacia él, hacia su erección enorme para apoyarse.
—Está perfecto.
—Tú eres perfecta — suspiró antes de descender con su boca hacia el cuello, entonces, mordió en todos los lugares sensibles que recordaba después de diez largos años. Todo el tiempo las manos acariciaron sus pechos que parecían más llenos y los pezones más rígidos con cada beso.
—Quiero más — dijo él suavemente y ella empujó sus caderas hacia él — Sí.
En un momento su vestido cayó en los azulejos de terracota.
La mirada vagó por sus piernas, sus caderas y su espalda, en un camino ardiente de destrucción voluptuosa. Ella no había sido capaz de resistirse y se había puesto su braga más sensual, negra, de encaje, que revelaba la mayor parte de su culo. Se había dicho a sí misma que no lo hizo con la
intención de que él la viera, pero ahora, cuando estaba delante de él, apretada contra el balcón, sabía que lo había hecho.
Cada cosa que hecha desde que había entrado nuevamente en su mundo fue con intención de seducirlo. Cada movimiento, todo lo que había dicho, todo lo que había pensado había sido con intención de tentarlo.
Quería que él la quisiese y él la quería. Quería el placer que él le daría.
Giró la cabeza ligeramente y él se lanzó sobre ella. La boca buscó la suya y una mano se curvó alrededor de sus costillas para atrapar sus pechos nuevamente. Por favor, imploró ella silenciosamente, por favor, tócame entre las piernas.
Respondiendo a sus oraciones, la mano libre empezó el viaje lento por su ombligo, debajo de su fino triángulo de encaje y la encontró mojada y lista, preparada para todo lo que le daría antes de acabar la noche. La mano en forma de concha la apretó y él metió el dedo entre sus pliegues; ella se arqueó con el pecho en su mano, apretando las caderas contra la otra. Él la torturaba de placer, elevando su deseo a lo más alto, hasta que pensó que gritaría.
Movió la boca desde sus labios hasta aquel lugar sensible detrás de su oreja.
—Goza para mí, dulzura — susurró y el término cariñoso la empujó a un clímax explosivo. Sus músculos se apretaron en torno al dedo largo y grueso cuando el orgasmo la atravesó.
No le importó si alguien que caminaba afuera, miraba hacia arriba y los vería pero, de algún modo, la idea la excitaba.
Se giró en sus brazos, la piel desnuda rozando contra su traje y extendió la mano para cogerle el rostro entre las manos.
—Te quiero desnudo, ahora.
El gimió y la besó fuerte mientras ella deslizaba las manos debajo de la chaqueta y la empujaba para que cayese encima de su vestido. Soltó los botones de su camisa blanca y la desabotonó, sus manos ansiosas recorrieron su pecho grande y suave, desde los hombros fuertes a sus caderas y en seguida a su espalda musculosa.
—Y después — dijo — te quiero dentro de mí.
—Dios existe — dijo él y gimió cuando ella le sacó la camisa y depositó un beso caliente en su pecho.
—Más —dijo ella sacándole los pantalones. No estaría satisfecha hasta que toda la perfección de él estuviese expuesta delante de ella.
—Parece que solo tengo que preocuparme de una última cosa — dijo ella mirando sus bóxer.
Amó el modo en que su polla empujaba en su dirección a través del fino algodón, amó lo próximo que estaba a tener lo que quería, lo que había soñado.
—Una cosa muy importante —dijo Pedro, y ella rió.
El sexo y la risa nunca habían sido compañeros en su experiencia con los hombres. Hasta Pedro, en su noche de graduación, sintió principalmente miedo y excitación.
No se acordaba de una alegría desbordante, en una fuente infinita.
Aún sonriendo, empujó suavemente la cinturilla de sus bóxers sobre la erección. ¡Oh dulce señor, era tan grande!
Y tan guapo.
Su memoria no recordaba una realidad tan magnífica.
Aquel pene era una obra maestra.
Ella envolvió sus dedos alrededor de él, pasando su mano de arriba abajo por su dureza grande y caliente mientras los músculos de sus caderas se tensaban.
—No me entiendas mal dulzura, lo que estás haciendo ahora mismo es lo más alto en mi lista, pero…
Ella aflojó la mano en la pulsante erección. Por más divertido que fuese saber que tenía el poder de hacerlo gozar, no quería perder la oportunidad de tenerlo dentro de ella.
—Por favor, dime que tienes un preservativo contigo — dijo ella. Si hubiera un momento para estar a la altura de su reputación como un conquistador de proporciones épicas, éste era ahora. Ella no había traído uno, claro, porque eso habría significado admitir a sí misma que tenía intención de tener sexo con él.
Pedro se curvó hacia abajo y sacó uno del bolsillo de su chaqueta y, en un instante, rasgó el paquete y deslizó el preservativo en su polla.
Mirando para aquel hombre de un metro noventa delante de ella, Paula perdió el aliento. Olvidó todo sobre la exposición de la celebridad, olvidó sobre el trabajo que debiera hacer esa noche, olvidó todo, menos su necesidad de entregarse a él.
—¿Aquí? — Preguntó él —¿contra el balcón?
Ella miró la enorme erección que llamaba su atención.
—Aquí mismo.
—Pon tus brazos alrededor de mi cuello — él la dirigió y ella se acercó un paso rodeando con sus piernas las caderas de él. Amó el modo en que sujetó su peso, cogiéndola contra sus grupas.
—No te dejaré caer — prometió.
—Lo sé.
Ella se abrió a él, tomando la punta de su pene. Estaba tan mojada, tan preparada para él como nunca estaría para otro hombre. Sus músculos se pusieron tensos cuando la aseguró en la punta de su eje. Estaba contento por los ejercicios de musculación sin fin y sus entrenamientos largos y pesados. Ningún otro hombre podría haberla mantenido así, a punto de engullirlo del todo. Pero Pedro podía. Y ella amó eso.
—¿Quieres oírme implorar? — le preguntó y sus palabras sugerían que estaba al borde de un límite del que no había oído nunca antes. Se había ido el encanto travieso y en su lugar había aparecido el guerrero que sabía de sus límites y estaba emitiendo un aviso sensual.
Ella no podía ser tan cruel, entonces lo tomó un poco más.
Entonces todo el infierno se liberó.
Las caderas de él se empujaron hacia las de ella y ella no pudo resistir el tomar todo lo que le era ofrecido, cada gota de placer. Se agarró a él ávidamente y cuando empujó su espalda contra el balcón se introdujo fuertemente y después más profundamente aún.
Su nombre estaba en sus labios cuando empezó a subir nuevamente, cada vez más alta, amando el modo en que su polla se tornaba mayor y más dura en cada golpe.
Usó las manos para deslizar las caderas de ella hacia arriba y abajo, rozando el clítoris contra su hueso pélvico. ¡Era tan bueno!
—Pedro — susurró frenéticamente queriendo gritar de placer.
—Estoy contigo dulzura.
Dentro de ella el clímax explotó y le apretó a erección con sus músculos.
Su grito fue apagado por su pelo cuando él se hundió una última vez, protegiéndola de la baranda de metal con sus dedos.
Incluso a través de la niebla espesa de su propio orgasmo, amó el modo en que su polla latía y lamentó la fina separación del preservativo entre ellos.
Nunca había experimentado nada tan maravilloso en toda su vida, pero cuando la cordura volvió supo que aquella vez había sido todo lo que podía arriesgar. No importaba cuánto deseaba lo contrario.
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