—¡Felicidades, colega!
Una palmada sonó sobre sus hombros de otro compañero de equipo. Solo Lisandro y Dominic habían guardado silencio, los dos recién casados se limitaron a sacudir la cabeza mientras lo miraban.
Nunca había estado más feliz de escuchar el silbato.
Después de las últimas veinticuatro horas, necesitaba de éstas tres horas jugando a un juego que era tan natural para él. Era lo más cerca que iba a estar de desahogarse. No quería renunciar ni a un segundo al lado de Paula, pero la familia de ella, la prensa y toda la mierda que giraba alrededor de ellos era harina de otro costal.
Fútbol. Eso es todo en lo que iba a pensar.
Pero mientras tomaba su lugar en la alineación defensiva, se dio cuenta que no toda su atención estaba en el juego.
Nunca había prestado demasiada atención a quién estaba en la tribuna VIP observándolo. Pero hoy estaba Paula ahí.
¿Qué estaba haciendo y sintiendo? ¿Estaría bien sin él para protegerla?
* * *
Paula levantó la vista para ver a dos mujeres muy bonitas de pie delante de ella. Se puso de pie, esperaba que sus piernas no estuvieran tan inestables como lo estaban desde el beso de Pedro hace unos minutos.
Sonrió nerviosamente.
—Sí, soy yo.
Se sorprendió cuando la rubia delgada la abrazó.
—Maravilloso, es un placer conocerte y una sorpresa también. Una muy buena sorpresa.
Completamente fuera de balance por la cálida bienvenida, se alegró cuando la mujer de curvas con el cabello rizado simplemente le tendió la mano.
—Soy Melisa, la agente de Pedro. Y ésta es Juliana, se encarga de las relaciones públicas para los Outlaws. También somos buenas amigas de Pedro.
—O por lo menos pensábamos que lo éramos. —Juliana sonrió mientras se sentaba junto a Paula, con más elegancia y movimientos pulidos de los que Paula nunca podría soñar tener.
Melisa tomó el asiento al otro lado, su traje no era lo suficientemente rígido para ocultar sus suaves y sexis curvas.
—Y luego va y se casa con una mujer de la que nunca hemos oído ni una palabra.
Sintiéndose ni un poco elegante o sexy como las amigas de Pedro, Paula estaba tratando de encontrar la manera de responder cuando Juliana dijo:
—Honestamente, el casarse en las Vegas es algo que hubiera esperado que mi marido hiciera. —Por la expresión de sorpresa de Paula, Juliana agregó—: Antes de que se pusiera serio, Lisandro solía ser un jugador.
Melisa se rió de eso, su actitud formal inicial había dado paso a la amabilidad. Se inclinó hacia Paula, como si estuviera compartiendo un secreto.
—En realidad, la verdad es que el equipo tuvo que contratar a Juliana como encargada de relaciones públicas personal de Lisandro.
Juliana se encogió de hombros.
—Él es un chico malo. Pero es mí chico malo. Además, debes saber que Melisa conoció a su esposo, Dominic, cuando la contrató para ser su agente. — Ella movió las cejas—. Nunca he visto una agente tan interesada en su cliente
Paula tuvo que morderse los labios para no reírse de la forma en que las dos mujeres estaban molestándose una a la otra. Al mismo tiempo, se dio cuenta que ambas tenían un resplandor sobre ellas, sobre todo cuando hablaban de sus
maridos. Una pequeña punzada de envidia la atravesó en el pecho, similar a la que a veces sentía cuando veía a sus hermanas con sus maridos.
—Así que. —Con una brusquedad inquietante, Juliana y Melisa dejaron las bromas entre si y volcaron su enfoque en Paula—. Cuéntanos de ti ¿Qué haces para ganarte la vida? ¿Cómo conociste a Pedro? ¿Cómo supiste que era tu para
siempre?
¡Oh Dios! ¿Qué pasa con la gente y las palabras “para siempre”?
—Enseño en primer grado. —Se detuvo, preparándose para mentir a éstas dos mujeres bonitas. Sólo una mentira más al montón. Pero ella no podía hacerlo cuando estaban siendo tan amables con ella—. Nos conocimos en Las Vegas. Una
de mis hermanas se casaba y él estaba visitando a su abuela.
Podría haberlo dejado ahí, pero sabía que ninguna de las dos mujeres iba a dejar que terminara sin dejar la cuestión de “para siempre” sin respuesta.
Dejando caer su voz, bajó la mirada a su regazo.
—Supe que era para siempre la primera vez que me miró.
El suave jadeo de Juliana hizo eco de la reacción privada a lo que acababa de decir Paula. A lo que ella había admitido… para sí misma.
¿Oh Dios, todo lo que había empezado a sentir por él ya había estado ahí en esa primera visión, cuándo la había mirado a los ojos y le había dicho que eran hermosos?
—Es claramente mutuo.
La declaración de Juliana era posiblemente la única cosa que podía haber empujado a Paula fuera de su conmocionado autoexamen.
—Pedro normalmente es bastante equilibrado, pero casi me mordió la cabeza en el pasillo, antes de venir aquí.
Paula no entendía.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
—Le dije que quería darle a la prensa nuestra versión de su historia, en lugar de cualquier malentendido desinformado que van a soltar en internet y en los periódicos. Pensé que me aplacaría cuando me dijo que su relación era privada y
que no habría ninguna historia.
Melisa estuvo de acuerdo.
—Nunca he visto a Pedro actuar así sobre ninguna otra mujer. Honestamente, creí que nunca encontraría a alguien por quién realmente pudiera preocuparse. No hasta ti.
Paula no podía creer lo equivocadas que estaban ésas mujeres de Pedro.
Había saltado a la cabeza de Juliana porque estaba tratando de mantener sus mentiras sin ser reveladas, no porque se preocupara por su esposa.
—Todavía no puedo creer que se las arregló para mantenerte en secreto — dijo Juliana—. ¿Cuándo has dicho que se conocieron?
Paula sabía que no era buena mentirosa. No sólo predicaba a los de primer año sobre el valor de la honestidad, simplemente no le gustaba la forma en que se sentía mentir. Eran como engranajes moviéndose juntos en sus entrañas,
tirando y tirando desde dentro.
Afortunadamente, antes de que pudiera responder, el juego comenzó y la atención de todos volvió al campo. Ella se asomó a ver a los hombres en sus uniformes. Quería preguntar cuál era Pedro, pero sería muy sospechoso si lo hiciera.
Afortunadamente, no era difícil de identificar. No cuando ya sabía cómo se movía, el amplio conjunto de sus hombros, sus caderas estrechas. Él miro a la tribuna VIP y ella no pudo evitar que su cuerpo reaccionara con deseo y necesidad.
Mientras los jugadores se movían en el campo, ella estaba alegre de encontrarse a sí misma captando las reglas. El tiempo pasó y casi había comenzado a sentirse cómoda, cuando de repente Pedro chocó con un jugador del otro equipo, noqueando al hombre gigante sin siquiera perder el paso.
—Oh, Dios mío.
Estaba demasiado aturdida por lo que había visto, por la manera brutal que había detenido al otro equipo de avanzar por el campo, por lo que ahora se dio cuenta que era su trabajo, para evitar las palabras saliendo de su boca, para
controlar lo que ella estaba segura que era una clara expresión de sorpresa del rostro de ella. Le pagaban para ser violento, le daban mucho dinero por ser enorme y fuerte e imparable para que pudiera pagar por una mansión en la colina de San Francisco, por un caro auto deportivo, por un ático en Las Vegas, por las joyas que le había ofrecido comprarle.
Pero más grande que su conmoción por lo que acababa de ver hacer a su marido, era su conmoción por sí misma.
Porque en lugar de estar horrorizada por la violencia, en lugar de querer nada más que dejar a Pedro como el otro hombre que fue ayudado, cojeando, a salir del campo, su cuerpo había entrado en calor… y deseaba a su marido ahora más que nunca.
Quería todo de esa violencia apenas contenida desatada sobre ella. En ella.
Dentro de ella.
Al darse cuenta de que Juliana y Melisa la estaban mirando, con interrogantes en sus ojos, se puso de pie. Tenía que salir de aquí, tenía que ir a algún lugar que pudiera estar sola y recobrar la compostura.
De alguna manera, tenía que encontrar una forma de dejar de reaccionar con semejante placer cada vez que veía a Pedro, o decía su nombre en voz alta, o siquiera pensaba en él, en pequeñas cosas como lo bien que había estado con su familia, especialmente con su madre. Había sido lo suficientemente perspicaz como para darse cuenta de que su madre estaba molesta y no había presionado, no había tratado de conseguir agradarle a Jackie. Sólo había sido él mismo, indulgente con todos ellos, contándoles historias de fútbol que había tenido que saber que les gustarían, y al final de la noche, Paula había atrapado a su madre sonriéndole a su pesar.
—Tengo que ir…. —Ella hizo una pausa torpemente.
—El baño está justo afuera de la puerta y por el pasillo a la izquierda —dijo Melisa, preocupación juntando sus cejas.
—Gracias.
Lavándose la cara con agua fría en el baño, tomándose el tiempo para reparar su ligero maquillaje, Paula salió por una puerta corredera al aire fresco del estacionamiento y trató de respirar profundamente. Pero no tenía tiempo suficiente para encontrar una manera de lidiar con su respuesta a Pedro, para apisonarlo y contenerlo en una pequeña caja, una que sólo ella se permitiría abrir por los placeres sensuales que le había prometido.
Aun así, sin importar lo difícil que iba a ser persistir, no podía renunciar a la lucha.
No cuando sabía con absoluta certeza que si ella cedía a las emociones insidiosamente ligeras creciendo a cada segundo detrás de su esternón, iba a estar en muchos más problemas que acabar siendo sorprendida diciendo un par de mentiras.
Si ella se desviaba de su acuerdo a simplemente aguantar hasta el final por la enfermedad de su abuela, iba a quedarse atrapada con ganas de más. Mucho más de lo que ya podía sentir tomándose con cada uno de los toques de Pedro, sus besos, sus miradas.
Si había una cosa que sabía con absoluta certeza, era que ningún hombre, especialmente uno rico, famoso y guapo como este, jamás querría que su temporal esposa falsa se enamorara de él.
Finalmente, cuando escuchó fuertes aplausos y vio a las personas empezando a salir en fila al estacionamiento, se obligó a volver a la tribuna VIP.
Pedro estaría preocupado si no podía encontrarla. Además, podría no ser la mujer más aventurera en el mundo, pero no era una completa cobarde tampoco. Ya no, de todos modos.
Afortunadamente, ni Juliana ni Melisa se comportaron como si nada fuera extraño acerca de su desaparición durante tanto tiempo. La presentaron a las familias de los otros jugadores y todos fueron increíblemente agradables, a pesar de su clara curiosidad sobre su repentina aparición en la vida de Pedro.
Pero al mismo tiempo, estaba esperando. A Pedro.
—Dulce Paula
Sus brazos la rodearon desde atrás, su calor envolviéndola, su cálido aliento en su mejilla, y no había ninguna fuerza lo suficientemente fuerte en el mundo, nada de sentido común o cualquiera de los hombres ridículamente grandes de su
equipo que estaban ahora en la habitación con ellos, que le impidiera darse la vuelta en sus brazos y llevar su boca a la suya por un beso.
Su sonrisa fue lo primero y último que vio antes de que su boca cubriera la de ella y cerró los ojos para sumirse en el placer de estar en sus brazos.
—Te extrañé.
Él habló sobre sus labios, lo bastante alto para que ella escuchara, y cuando el placer la excitó, ineludible y maravilloso, no podía recordar contra lo que se había asegurado que tenía que luchar apenas unos minutos antes.
—La tendrás el resto de tu vida. Tiempo para compartir tu esposa con el resto de nosotros. —La voz grave masculina detrás de ella estaba mezclada con la risa apenas contenida.
Sintiendo su cara arder de vergüenza por la forma en que se había olvidado que había alguien más en la habitación, Paula trató de alejarse de los brazos de Pedro. Pero debería haberlo sabido mejor. El hombre con quien se había casado
por un capricho no le permitiría separarse de él de esa manera, ya sea que estuvieran rodeados por una multitud o completamente solos.
Volviéndose por lo que todavía la sostenía a su lado mientras estaban de cara al grupo en frente de ellos, dijo:
—Lisandro, Dominic, me gustaría que conocieran a mi mujer, Paula.
Dos de los más guapos hombres que había visto en vivo y en persona le sonrieron. Pero mientras estrechaba sus manos y decía las cosas apropiadas, en lugar de los latidos de su corazón y el cosquilleo de su piel con conciencia, no
sintió nada.
Sólo Pedro podría hacer que su corazón se sienta como si fuera a atravesar sus costillas. Sólo Pedro podía hacer que su piel se calentara y apretara con necesidad desesperada.
Su mano estaba caliente en la parte baja de su espalda, la única razón por la que se sentía del todo segura en este nuevo y extraño lugar.
Agradeció que ni Lisandro ni Dominic se centraran en ella, ya que ambos parecieron darse cuenta de que la haría sentirse más incómoda de lo que ya estaba. Melisa y Dominic se alejaron para hablar con algunos de sus otros
clientes. A medida que la conversación giraba a su alrededor sobre el juego, sobre las próximas barbacoas, sobre la gente que todos conocían, Paula fue capaz de ver la facilidad con que Lisandro hacía reír a Juliana, sus ojos iluminándose cada vez que su mirada se posaba en su marido
No eran una pareja que ella alguna vez habría juntado sólo con mirarlos. Lisandro era claramente un chico malo, peligroso y salvaje hasta la médula, mientras que Juliana era tan refinada como una mujer podría ser. Y sin embargo, a pesar del hecho de que no deberían entenderse juntos, su profundo afecto por el otro era poderosamente claro, incluso para un espectador, como era su deseo el uno por el otro, apenas debajo de la superficie pero visible en la forma en que él estaba constantemente tocándola y ella estaba tocándole de vuelta.
La esperanza encendió el corazón de Paula un instante antes de que la tristeza se profundice hasta los huesos.
Estaba muy bien desear que ella pudiese ser una buena extraña encajando con Pedro. Pero todo lo que le hizo fue hacer este conocimiento de que nunca fuera a suceder más doloroso.
Podía sentir los ojos de Pedro en ella, oscuros por el calor y la preocupación.
—¿Lista para irnos?
Se despidieron, el alivio golpeándola ya que ahora no tenía que tratar de fingir el papel de la esposa de Pedro.
La llevó por una puerta así pasaban por alto la prensa y ella se subió a su coche. Acababa de ponerse el cinturón de seguridad cuando él golpeó las cerraduras.
—Por fin, a solas con mi esposa de nuevo.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que debió haber puesto todas las excusas que se le ocurrieran para quedarse en esa habitación con una multitud de extraños.
Porque incluso mientras él llamaba a su abuela para averiguar cómo se sentía y ponerla al corriente de los detalles del juego, tan insegura como ella se había sentido en la tribuna VIP, había estado un millón de veces más segura en ese momento de lo que estaba ahora