BELLA ANDRE

jueves, 24 de noviembre de 2016

CAPITULO 24 (TERCERA HISTORIA)





Dos horas más tarde, estaban de vuelta en su coche. Paula no había dicho mucho durante la cena y cada minuto que había estado respondiendo preguntas de su carrera, sobre las perspectivas de los Outlaws en el Super Bowl, había estado observándola, sosteniendo su mano con seguridad cada vez que podía. Ella no se había alejado, pero no se había acercado tampoco. Aun así, él sabía que esa pequeña conexión bastaba.


—¿Estás bien? —Se acercó y le acarició con el pulgar la sensible piel del interior de su muñeca.


—Creo que sí. —La luz de la luna era lo suficientemente brillante para ver su pequeña sonrisa—. Estuviste genial Pedro, gracias.


—No tienes que agradecerme por nada, Paula. —Diablos, él era quien debería estar sobre sus rodillas agradeciéndole—. Y tu familia es genial, realmente genial.


Ella hizo un sonido suave de concordancia, cerrando los ojos a la luz de alto.


Pedro se detuvo en la vacía intersección mucho tiempo después de que el semáforo se puso en verde.


Ellos no habían dormido lo suficiente la noche anterior para que él tuviera la oportunidad de verla así. Su bonita cara se relajó, sus pestañas largas y curveadas sobre sus pómulos. 


El pulso moviéndose de manera uniforme en el costado de su cuello.


Su pecho se apretó por lo hermosa que era. El deseo estaba allí, ya sabía que nunca sería disimulado entre ellos, pero era otra emoción la que lo hacía incapaz de quitar los ojos de ella. Más que aprecio, más fuerte que el respeto.


Quería cuidar de ella, quería dedicarse a hacerla feliz, y ver su sonrisa.


Un coche tocó la bocina detrás de él y Pedro pisó con el pie el pedal del acelerador, llevándolos lejos de la luz como si fuera una montaña rusa. Paula se movió pero no se despertó.


Veinticuatro horas. La había conocido hace veinticuatro horas. No tenía sentido que le gustara, ni la lujuria que sentía por ella.


Pero, ¿toda esa estima y devoción? ¡Diablos, no tenía una pizca de sentido!


Treinta minutos más tarde, cuándo Pedro se detuvo en el garaje, tenía la cabeza apoyada en el respaldo.


Sin duda alguna, había tenido mucha suerte de haber elegido a Paula como su esposa temporal. Pero eso es todo lo que su relación era. Sólo una breve unión que no tenía la intención de ser nada más. Claro, Paula había dicho que no quería nada de él, que iba a jugar su parte solo por el cariño a su abuela, pero Pedro iba a encontrar una manera de pagar por el apoyo. Lo suficientemente grande para asegurarse de que ambos pudieran seguir adelante con sus vidas como antes de las Vegas. Sin arrepentimientos para ninguno de los dos.


La levantó, suave y cálidamente fuera del auto, y aunque aún dormía, sus brazos rodearon su cuello y apoyó su mejilla contra su pecho. Totalmente confiada, tal como había estado la noche anterior en su cama.


La llevó dentro, subió las escaleras hasta su dormitorio, pateó las mantas de la cama con una pierna y la depositó suavemente sobre una almohada. Ella inmediatamente se acurrucó a un lado y él tuvo que sonreír mientras la miraba.


La primera vez que una mujer entraba a su dormitorio, por lo general no precisamente a dormirse.


Su madre tenía razón, Paula era definitivamente diferente de cualquier otra mujer que Pedro hubiera conocido jamás.


Sentado en el borde de la cama, le quitó los zapatos y la cubrió con las mantas. Diez minutos más tarde, se deslizó entre las sábanas desnudo.


Alcanzando a su esposa, se acurrucó contra su pequeño cuerpo y se quedó dormido.


Con esa maldita sonrisa aún en sus labios.




No hay comentarios:

Publicar un comentario