BELLA ANDRE
sábado, 29 de octubre de 2016
CAPITULO 22 (PRIMERA HISTORIA)
Paula hacía estallar su mente. Cada vez que la tocaba saltaba como un cohete. Además de esta noche, solo en otra ocasión había reaccionado así. En la escuela secundaria, donde ella había sido la cosa más sexy en kilómetros a la redonda.
Ahora miraba su silueta contra la luna, desnuda y más bonita que cualquier mujer u objeto que jamás hubiera visto. Una ola de emociones atravesó rápidamente su rostro.
Paula pensaba que él no la conocía, pero lo hacía. La conocía lo suficiente como para saber que estaba a punto de arrepentirse.
Se estaba arrepintiendo del sexo. Eran dos personas que disfrutaban el uno del otro como acababan de comprobar haciéndolo una vez. Y otra vez. Se dio cuenta de que la suerte de no ser descubiertos se estaba casi acabando, se tragó el deseo de poseerla de nuevo en el sillón que tenía a tres metros. Además, sería más convincente en sus argumentos para seguir haciéndolo como conejos, si ella creía que estaba preocupado por el decoro. Si los descubrían desnudos en el balcón, no sería bueno para sus carreras.
Pedro se inclinó para recoger el vestido.
—Date la vuelta y ponte esto —dijo colocándolo ante sus increíbles curvas— te subiré la cremallera.
Ella parpadeó un par de veces antes de seguir sus instrucciones y se puso rígida cuando su dedo subió por su columna hasta tocarle la nuca mientras colocaba los complicados broches que mantenían el vestido en su sitio.
Cuando Paula se volvió nuevamente, Pedro quedó atrapado una vez más por su increíble belleza. Aunque su vestido estuviese bien colocado, su pelo era salvaje, derramándose sensualmente sobre sus hombros. Parecía una mujer muy satisfecha.
— ¿Está roto mi vestido? ¿Oh, Dios, nunca vamos a escapar de esto, no? —La preocupación estaba impresa en sus ojos y alrededor de sus labios.
—Estás perfecta, tu vestido está bien y nadie tendrá la menor idea de lo que hemos estado haciendo aquí, —dijo mientras se ponía su ropa— nadie excepto nosotros.
Ella se apartó, pero no antes de que pudiera ver el brillo del deseo en sus ojos, una satisfacción primitiva que no podía ocultar.
—Hablando de nosotros —empezó Paula y él extendió los puños para detenerla.
— ¿Puedes ayudarme con esto?
Pensativa, Paula volvió a su lado y mientras estaba ocupada colocándole los gemelos, él se giró.
—Eres una amante increíble, Paula —le dijo, ella casi dejó caer al suelo el broche que sujetaba con el logotipo de los Outlaws.
—Por favor Pedro, vamos a fingir que esto nunca ha sucedido.
—Dime la verdad —la persuadió, esperando estar haciendo lo correcto— ¿Realmente quieres hacer eso?
Ella abrió la boca, casi habló, luego se lamió los labios.
Observar el movimiento de la punta de su lengua sobre la sensual curva de su labio superior, lo puso de nuevo duro como una piedra.
—No voy a mentir —dijo Paula con una voz que apenas era un susurro — Lo que acabamos de hacer ha estado bien, muy bien en verdad. Pero sabemos que no podemos hacerlo de nuevo. Nunca, nunca más.
Pero algo en su voz, el modo en que sus dedos rozaban contra las muñecas mientras estiraba los bordes de las mangas, le hizo preguntarse, si ella secretamente quería que la convenciera para continuar donde lo habían dejado.
—Bueno, ahora te voy a decir la verdad como la veo yo.
Ella lo miró con sus ojos azules muy abiertos.
—Hay fuego entre nosotros. Tú y yo somos buenos juntos.
Ella movió la cabeza alejándose, él la agarró de la mano acercándola.
—No tiene sentido negarlo, tenemos química y queramos o no, no creo que sea bueno para ninguno de nosotros intentar ignorar las chispas.
Paula suspiró, los ojos fijos en sus manos juntas.
—Simplemente, no veo como podría funcionar esto.
Tenía que convencerla de una vez por todas para que lanzara la precaución al viento y pasara un maldito muy buen tiempo con él.
—Míralo de este modo: Vamos a estar juntos todo el día casi dos semanas y todos los días, ya estoy en tu casa y tú eres mi acompañante en todos los eventos. Creo que los dos somos lo suficientemente fuertes para disfrutar de lo que queremos sin estar permanentemente pendientes de meter la pata, ¿no es cierto?
Sabía que Paula no admitiría que no sería capaz de mantener solo una relación sexual casual con él.
—Tal vez —admitió ella.
Pedro sonrió con anticipación ante el placer que vendría.
—Con una condición —dijo Paula.
Él asintió sabiendo lo que iba a decir.
—Sin compromiso. Eso es un hecho.
Algo en sus ojos le dio que pensar, le hizo preguntarse si debía haber mantenido su gran boca cerrada. Especialmente porque no estaba seguro si realmente quiso decir lo que acaba de decir.
—Por supuesto que no habrá ningún compromiso —dijo finalmente, confirmando las palabras como si no le importaran lo más mínimo— pero yo iba a decir que acepto si tú te comprometes a mantener nuestra relación en completo secreto.
Pedro se sintió como si le hubiesen dado un puñetazo en el estómago.
¡Joder! ¿Por qué le importaba que ella no quisiera que nadie supiera lo que hacían? No era como si estuviesen saliendo, solo iban a tener sexo, mucho sexo alucinante.
¿Por qué le importaba después de tantos años, que Paula todavía se avergonzara de quién era él? ¿Y si ella pensaba que era poco más que un trozo de carne fresca con dinero, que por casualidad había descubierto cómo sacudir su mundo? Después de todo ambos iban a tener lo que querían y luego seguirían caminos separados.
—No lo haría de ninguna otra manera —él estuvo de acuerdo.
Juntos, en silencio, dejaron el balcón atravesaron la habitación del sexo y descendieron por las escaleras regresando a la fiesta.
—Estupendo —pensó Pedro. Había conseguido lo que quería.
¿Sin embargo, por qué no se sentía feliz?
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