BELLA ANDRE

lunes, 21 de noviembre de 2016

CAPITULO 14 (TERCERA HISTORIA)





—Mi abuela probablemente va a hacerte todo tipo de preguntas, por ejemplo, cómo nos conocimos. Tenemos que cambiar algunos de los detalles.


Todavía intentando recuperar el aliento por la forma en la que Pedro atravesaba las calles de Las Vegas en su auto, como si intentara ganar una carrera, Paula se las arregló de alguna forma para responder a través de sus dientes
apretados.


—¿Qué detalles?


Pedro aceleró de nuevo y sacó el aire que acababa de tragar.


—La mayoría de ellos. Me gustaría que estuviéramos de acuerdo en nuestra historia antes de llegar al hospital.


Llegaron a una calle recta y ella finalmente fue capaz de pensar con la claridad suficiente para escuchar las campanas de alarma que sonaban en su cabeza. Cien preguntas salieron disparadas en su cabeza al mismo tiempo. Ella empezó con:
—¿Necesitamos una historia?


La cara de Pedro era la imagen de la inocencia. La primera pista de que algo no andaba bien. Hasta este momento, él no había sido otra cosa que un pervertido. Y ella había amado cada segundo de eso. La inocencia se veía mal en
él.


—Mi abuela es de otra generación y creo que sería más fácil para ella aceptar nuestra relación si piensa que es más que una boda rápida de Las Vegas.


Las palabras boda rápida de Las Vegas rallaron en su interior, la hicieron sentir improvisamente como una zorra barata.


—¿Me estás diciendo que quieres que le mienta a tu abuela?


Un musculo saltó en la mandíbula de Pedro y sus manos se apretaron sobre el volante


—Mira, Paula, ella está muy enferma. Tiene un melanoma en etapa cuatro.


—Oh, Pedro.


Incluso si lo que él le estaba diciendo no la hacía sentir bien, ella tenía que poner su mano sobre la de él, tenía que tratar de confortarlo.


—Ella me crió. Cuidó de mí cuando cualquier otra persona se hubiera puesto a sí misma primero. Todo lo que ella ha querido de mi alguna vez es que fuera feliz. Que tuviera una buena vida.


—Ella suena maravillosa.


—Lo es. Es por eso que tengo que cumplir su último deseo, Paula.


No había ninguna razón lógica para que ella se sintiera como si hielo acabara de instalarse sobre su corazón. No cuando estaba en la mitad del desierto con un hombre que le había enseñado el verdadero significado del placer. Todo lo que
quería era rebobinar una hora y volver a estar entre los brazos de Pedro bajo las mantas.


—¿Cuál es su último deseo?


Pedro se veía más tenso de lo que ella lo había visto alguna vez.


—Dios. No existe una forma bonita de decir esto. —Él hizo una mueca, dejando salir una fuerte respiración. Los músculos en su antebrazo estaban tensos—. Ella quería que me enamorara de una buena persona. Entonces le dije que ya lo había hecho y que iba a llevarte a conocerla hoy por la mañana.


Un iceberg fluyó a través de su pecho, llegando tan profundamente que por un momento ella esperó encontrar sangre sobre su camisa.


Retirando su mano de la suya, se apartó de él y enfocó su mirada en la carretera plana. Las palabras de la noche anterior volvieron a ella: Perfecta. Mi pequeña y dulce maestra.


—Oh dios mío, por eso me elegiste anoche.


—Paula, cariño, no te lo tomes así.


Se giró a enfrentarlo, con el cinturón cortando su piel.


—¿Qué no lo tome como la verdad, quieres decir? Dios, soy tan estúpida. Tan increíble e idiotamente estúpida. Por supuesto que no habrías venido a mí sin una doble intención. Podrías haber tenido a cualquiera en ese club. —Su garganta se hinchó, atrapada en sus siguientes palabras—. Pero tenías que encontrar una buena chica para tu abuela y yo era la única en la habitación que llevaba un halo.


Sin advertencia, Pedro se detuvo al lado de la autopista en la tierra, provocando una enorme tormenta de polvo por todo su auto anteriormente brillante.


—Bien, así que te elegí de entre la multitud porque te veías inocente. — Estaba claramente enojado, frustrado—. Pero eso no cambia lo que sucedió entre nosotros anoche. Eso no cambia el hecho de que no podemos dejar de tocarnos.


—Te equivocas. Lo cambia todo.


—No. No cambia esto.


Tuvo su cinturón desabrochado y su boca en la de ella tan rápido que no pudo evitar su reacción a ello, no pudo evitar que su lengua se encajara con la suya, no pudo evitar el gemido de deseo que sonó en su auto.


—Anoche dijiste que no sabías que podría ser así. No lo es, Paula. No con alguien más. Nunca ha sido tan caliente. Nunca ha sido tan bueno. Solo contigo.


Tuvo que hacer un esfuerzo por alejarse de sus seductoras palabras, del calor que se envolvía a su alrededor otra vez. 


El dolor de lo que acababa de enterarse todavía extendiéndose por su pecho ayudó. Había confiado en él.


Y él había traicionado esa confianza, incluso cuando él había prometido no hacerlo.


—Quiero el divorcio. Ahora mismo.


Un gruñido posesivo retumbó en su pecho, reverberando de las paredes del auto.


—No.


—No voy a ir contigo a conocer a tu abuela.


—Como el infierno que no irás.


Se movió para girar la llave en el contacto, pero la furia la hizo más rápida y la arrancó de debajo de sus dedos.


—Pensé que estabas casándote conmigo por mí, ¡que era especial de alguna forma!


Su mandíbula saltó.


—Jesús, Paula. Lo hice. Lo eres.


—No. No lo hiciste. Y no lo soy. Me elegiste de una multitud y me llevaste a una capilla de bodas para que pudieras darme a tu abuela como algún tipo de premio. La perfecta pequeña maestra en un pedestal. —No se molestó en
contener el sarcasmo de sus palabras, ya simplemente no le importaba.


—No te obligué a casarte conmigo, Paula. —Se sorprendió ante el repentino cambio en su voz, de cruda y frustrada a fríamente calculadora—. Acabábamos de conocernos. Apenas hicimos algo más que besarnos. Así que dime, ¿te casaste por mí? ¿Te casaste conmigo porque soy especial de alguna forma? —Hizo una pausa, dejando que sus preguntas se asentaran hasta el fondo—. ¿O te casaste
conmigo por otra razón completamente diferente? ¿Te casaste conmigo porque querías engañar a tus hermanas? ¿Porque estabas enferma y cansada de que la gente pensara que no tenías agallas? ¿Porque odiabas el hecho de que nunca hubieras hecho alguna locura?


Ella entrecerró los ojos, sabiendo exactamente lo que él estaba intentando probar. Bueno, no iba a funcionar. La había herido. Mucho. Y no iba a perdonarlo, incluso si ya sabía que nunca se desharía así en los brazos de alguien más.


—No vuelvas mis palabras contra mí. Quieres que le mienta a tu abuela. Quieres que le diga que estamos en… —No podía decir la palabra, no se atrevía a expresar tal enorme mentira.


Desafortunadamente, Pedro tenía una aterradora mente de una sola dirección.


—No querías que tus hermanas me conocieran, ¿no? Y estabas tan enojada con todos por pensar que eras inocente. Ambos sabemos por qué te casaste conmigo, ¿no Paula? Pero no estoy enojado contigo ¿verdad? Estoy feliz, contento de que ambos fuéramos capaces de conseguir lo que queríamos. Y eso es lo que es tan bueno entre nosotros, mucho mejor de lo que pensé que podría ser.


—Llévame de vuelta al hotel.


—Sé razonable, cariño.


De repente odió el sonido de la ternura que una vez había amado tanto


—No me llames así.


Como si ella no hubiera dicho nada, él dijo:
—Ambos tenemos nuestras razones para casarnos con el otro. ¿Y si nos regocijamos en nuestra increíble química en vez de hilar muy fino en los detalles?


Lo miró como si lo estuviera viendo por primera vez. Lo cual, supuso, así era.


—Hablas en serio, ¿verdad? ¿De verdad piensas que es todo lo que va a tomar para que me quede contigo?


Estrechó los ojos.


—No, supongo que debería haberlo sabido. Bien. Después de que visitemos a mi abuela, te llevaré a Tiffany y puedes elegir lo que quieras. El dinero no es problema.


Se tambaleó hacia atrás como si la hubiera abofeteado. Y la verdad era que, bien podría haberlo hecho por el dolor que su “oferta” acababa de enviar a través de ella.


—No puedo creer que dijeras eso.


—Jesús, Paula, ¿qué estoy haciendo mal ahora?


—Eres un idiota. Eso es lo que está mal. —La maldición se oyó extraña en su lengua, pero no había otra palabra para Pedro, por la manera en que se estaba comportando, por lo que estaba implicando—. ¿Pero sabes que es lo realmente sorprendente? —Prácticamente vapor salió por sus oídos—. No que me trates como una puta, sino que ni siquiera pareces darte cuenta que lo has hecho.


Un instante después, la fría calma se apoderó de ella, sellando sus células del calor de Pedro. Y del dolor. Nunca debería haber tomado un riesgo con Pedronunca debería haberlo dejado llevarla al borde, nunca debería haberse tirado del puente sosteniendo su mano.


Nunca cometería ese error nuevamente. Nunca.


Con una voz perfectamente racional, dijo:
—Entiendo si quieres ver a tu abuela esta mañana. Esperaré en el auto, y cuando hayas terminado podemos ir a conseguir el divorcio. —Puso la llave de vuelta en el contacto y esperó a que él avanzara hacia la calle.


El aire se volvió pesado y calmo mientras los segundos pasaban en silencio.


No se iba a dejar notar el brillante cielo azul, la liebre corriendo por la carretera vacía, no se dejaría sentir nada en absoluto.


—Lo siento, Paula.


Se obligó a encogerse de hombros como si no le importara de cualquier manera.


—Está bien.


No lo estaba, por supuesto. ¿Cómo podría estarlo? Pero se rehusaba absolutamente a romper a llorar en el auto de Pedro. Al menos no hasta que fuera al hospital a ver a su abuela y ella estuviera sola, con tiempo suficiente para reparar el daño antes de que él regresara.


—No, no lo está.


Sus palabras eran suaves y tan genuinas que casi escalaron las murallas en torno a su corazón antes de que pudiera detener su progreso.


—Tienes razón. Soy un idiota. El más grande del mundo. Y espero que algún día me perdones por decir lo que dije. Especialmente cuando nunca, ni por un segundo, he pensado de ti de esa manera. —Contuvo una maldición—. Sé que tu perdón probablemente tardará en llegar, pero mi abuela no puede esperar por eso.


Tuvo que cerrar los ojos y apretar los puños si iba a tener que rezar para resistir la plegaria que sabía que venía.


—Haré lo que sea, arrastrarme de la forma que quieras, si vienes conmigo a ver a mi abuela esta mañana. Por favor, Paula. No por mí. No porque lo merezco. Sino porque ella es una de las mejores personas que conozco. Y porque ella no
merece estar atrapada con un nieto como yo.


Fue su última frase la que la rompió.


—Iré —dijo—. Y luego quiero el divorcio.









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