BELLA ANDRE

lunes, 21 de noviembre de 2016

CAPITULO 13 (TERCERA HISTORIA)




Pedro había pensado que nada podría superar la noche anterior, desde luego no el sexo como primera cosa en la mañana. Pero sentir las manos de Paula en su piel, sus brazos y piernas envueltas alrededor de él, sabiendo que su deseo, mejor que su conocimiento de todas las cosas que pensaba enseñarle, estaba llevando su danza… infiernos, fue como nada que hubiera conocido.


Acunándola en sus brazos, le dio la vuelta sobre su espalda.


Mirándola, vio que sus ojos estaban cerrados y había una sonrisa en sus labios.


―Eso estuvo increíble.


Le acarició la espalda y ella se acercó, con la cabeza en el hueco de su hombro, respirando suave y uniforme. Estaba asombrado por todo lo relacionado con ella. Su dulzura, cómo se las había arreglado para mantener su inocencia,
incluso después de que la había estado follando duro y profundo, pero especialmente la forma en que le había dado su confianza. Todo lo que había estado buscando era una chica buena. De alguna manera, había conseguido mucho más.


La luz del sol entraba por las ventanas. No quería esperar mucho más tiempo antes de llevar a Paula a conocer a su abuela. Iba a amar a su nueva esposa. ¿Quién no lo haría?


El pensamiento lo detuvo en seco, con la mano a mitad de la espalda de Paula.


No podía pasar todo el día, o incluso toda la mañana, en la cama con Paula.


Necesitaba que se levantaran y salieran por la puerta lo más pronto posible. La mañana anterior, su abuela se había visto cansada y pálida ¿Qué tan rápido podría extenderse el cáncer? ¿Cuánto tiempo le quedaba?


Pedro abruptamente se quitó las mantas de encima y se levantó de la cama.


Paula lo miró fijamente, el surco entre las cejas hablaba de su confusión.


―Tenemos que irnos pronto. ―La sacó de la cama, más toscamente de lo que había pretendido―. Vamos a ducharnos.


Paula tiró su mano de entre la suyas.


―¿Por qué estás actuando así tan de repente? Sobre todo después de que acabamos de… ―Sus mejillas sonrojadas llenaron el resto de la frase.


El miedo y la preocupación por su abuela de repente tomaron prioridad por sobre todo.


―Quiero presentarte a mi abuela. Ella está mejor por la mañana.


El rostro de Paula, que era incluso más bonito a la luz del día, se suavizó de inmediato. Acercándose hacia él, puso sus manos de vuelta en las suyas.


―Me encantaría conocerla, Pedro.


Usando el momento a su favor, la atrajo por la habitación hacia el gran baño con azulejos. No podía esperar para pasar algún tiempo con Paula en el enorme jacuzzi, estaba prácticamente salivando ante la idea de dirigir los chorros hacia ella, mirándola venirse debajo de las corrientes pulsantes de agua que habría de apuntar directamente hacia su clítoris. Pero esa ridículamente potente fantasía tendría que esperar.


Abrió la ducha y cuando el agua estuvo lo suficientemente caliente, trajo a Paula bajo el chorro. Ella cogió el champú y aunque tenían que darse prisa, él lo cogió de sus dedos.


―Yo te voy a lavar ―dijo, cada palabra más brusca que la anterior


Su polla se hizo más grande con cada toque de sus dedos contra su cuero cabelludo, mientras inclinaba su cabeza hacia atrás ligeramente y observaba la corriente de agua jabonosa bajar por su espalda y por encima de su delicioso culo.


―Dios mío, eres hermosa ―dijo mientras tomaba una pastilla de jabón y la pasaba por cada centímetro de su suave piel.


Se estremeció contra él, gimiendo suavemente mientras la enjabonaba y enjuagaba sus pechos, sus brazos, su vientre, sus piernas, y luego, finalmente, su dulce coño.


Pedro apenas se aferró a su control mientras rozaba su clítoris con los dedos, luego empujó el jabón por todo el camino a lo largo de sus labios vaginales, desde su clítoris hasta su ano. Sus piernas casi se doblaron debajo de ella mientras la acariciaba para limpiarla y él tuvo que cogerla en brazos para evitar que se cayera.


―¿Cómo puedo todavía desearte? ―susurró ella contra su pecho― ¿Cómo puedo todavía necesitarte después de todo lo que acabamos de hacer?


No había esperanza. Odiándose a sí mismo por tomar más tiempo del que tenía, antes de llevarla con su abuela, Pedro simplemente no pudo resistir lo que Paula le estaba ofreciendo.


Todavía sosteniéndola en sus brazos, la movió de modo que su espalda estaba completamente contra las baldosas. Ella se quedó sin aliento al sentir su erección presionando dura y gruesa contra su vientre.


―Agárrate de mi cuello ―le indicó.


Las manos de ella temblaban mientras le obedecía, pero sabía que esta vez no eran los nervios los que la tenían temblorosa. Era lujuria pura y sin restricciones.


―¿Por qué?


―Porque voy a follarte aquí mismo, ahora mismo, contra la pared de la ducha.


Su lengua salió a lamer sus labios, sus dientes mordiendo el labio inferior con incertidumbre. En algún lugar en el fondo de su cerebro, Pedro sabía que la estaba presionando demasiado lejos, demasiado rápido, pero no podía evitarlo.


No cuando él deseaba tanto a Paula.


No cuando había estado casi incoherente con lujuria desde el momento en que había puesto los ojos en ella.


No cuando incluso las dos veces anteriores que la había tomado no habían hecho absolutamente nada para saciar ese deseo.


—Envuelve tus piernas alrededor de mí y agárrate fuerte, cariño.


Sin esperar su acuerdo, porque él no lo estaba pidiendo, él lo estaba exigiendo; en un rápido movimiento, le puso las manos en el culo, y cuando ella abrió las piernas para él, él la levantó en brazos y la deslizó hacia abajo sobre su
palpitante miembro.


Su cabeza cayó hacia atrás, un gemido de placer escapó de sus labios.


Agradeciendo a Dios que ella fuera una estudiante tan rápida, lo siguiente que supo, es que ella lo montaba como si hubiera estado manteniendo sexo de pie en una habitación toda su vida adulta, su clítoris frotándose contra su hueso pélvico, sus pechos contra el vello en su pecho.


—¡Oh Dios, sí, sí, sí!


Pedro tuvo que apretar los dientes para aguantar su orgasmo y evitar dispararse en ella mientras su coño se apretaba y tiraba de su polla.


Sus bolas se tensaron apretándose a su cuerpo, sus abdominales tensos, Pedro sabía que no podía contener su liberación ni un segundo más. Saliendo de su humedad, juntando el calor en un rugido, él se empujó a sí mismo en su vientre, corrientes de eyaculación recubriendo su piel una vez limpia.


Cuando todo había terminado, cuando se dio cuenta de que ella estaba tratando de volver a bajar al piso pero él no había aflojado su agarre, Pedro la bajó y la limpió. Ella se apoyó contra la pared, todavía jadeando mientras él le echaba
el champú y la enjabonaba rápidamente. Al cerrar el agua, él le dio una toalla.


—Gracias.


A pesar del hecho de que ella le había estado follando como una mujer salvaje en la ducha no hace ni cinco minutos, ella sonaba tan primeriza, tan inocente como la noche anterior.


Estaba a punto de decirle lo alucinante que era follarla cuando ella hizo un sonido repentino de consternación.


—Toda mi ropa limpia está en mi habitación.


—Ellos la entregaron anoche.


—¿Cuándo? No he oído a nadie llamar a la puerta. —Sus ojos se ampliaron— Oh, no. Ellos no vinieron mientras estábamos…


Pedro apenas escondió su sonrisa a tiempo ante su clara vergüenza. Aun así, no pudo evitar burlarse.


—Ahora que pienso en ello, fuimos bastante ruidosos anoche. —Bajó la voz, asegurándose de que ella le sostenía la mirada—. Especialmente cuando me rogabas que te hiciera venirte.


Su cara flameó de nuevo y tuvo que darle un beso a su dulce boca.


—Eres demasiado fácil de ruborizar, cariño.


Disparándole una mirada irritada, ella dijo:
—Voy a vestirme.


Después de que ella salió de la habitación, Pedro se dio cuenta de que era la primera vez que había estado solo desde anoche. Normalmente, cuando terminaba de follar, no podía esperar a que la mujer se fuera a casa y lo dejara
solo. Pero a pesar de que Paula estaba a solo una habitación de distancia, a pesar de que él pudiera oírla abrir la maleta y sacar la ropa, ella estaba demasiado lejos.


Él no solo la quería en la misma habitación. La quería en sus brazos.


Mientras se vestía, Pedro se obligó a enfrentarse a lo que había sucedido la noche de bodas, a pesar de lo mucho que preferiría esconder la cabeza en la arena sobre lo que Paula le estaba haciendo sentir.


Por supuesto que había querido darle placer. Y él había tomado la responsabilidad que ella le había dado para mostrarle el verdadero placer en serio. Pero al mismo tiempo, él había estado luchando contra la sensación extraña en el pecho, un calor que nunca había sentido por ninguna otra mujer, y había pensado que atarla y hacer cosas pervertidas con ella pondría algo de separación a dormir con ella.


Pero había fracasado. A lo grande.


Porque incluso cuando ella había estado rogando y suplicando por la liberación, él había sido el único muriendo. 


Solo pensar en la forma en que había estado desnuda y tendida y atada y con los ojos vendados, y tan malditamente
dulce, a pesar de todo; se ponía duro otra vez.


Porque él no sabía que podía ser así tampoco. Y no estaba hablando sobre el sexo. Pedro no sabía que podía sentirte tan cercano a alguien.


No hasta que conoció a Paula.




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