BELLA ANDRE
domingo, 20 de noviembre de 2016
CAPITULO 12 (TERCERA HISTORIA)
Paula se despertó acurrucada en los brazos fuertes de Pedro. Una de sus manos estaba en el cabello de ella, la otra en su pecho, con la mano abierta descansando directamente sobre el corazón.
No estaban durmiendo como dos personas que habían tenido un rollo de una noche. Paula no iba a intentar averiguar cómo deslizarse de debajo de Pedro sin despertarle. No se regañaba a sí misma por su estúpido comportamiento.
En lugar de eso, disfrutaba con la comodidad de ser abrazada por un hombre que le había dado no sólo placer, sino otra cosa más que ni siquiera había visto que necesitaba: una ventana a la mujer que había estado esperando en su interior todo este tiempo, una mujer que al menos era un poco valiente y aventurera.
Y, vaya, había sido recompensada por esa valentía una y otra vez con su boca y sus manos, y luego con su pene.
Pensando nuevamente en todo lo que le había hecho la noche anterior hizo que su cuerpo se calentara de nuevo, su piel pinchaba con todo ese conocimiento.
La comodidad cambió a excitación, y con ese cambio se dio cuenta de que Pedro estaba duro y empujando contra sus caderas donde estaba acurrucándola.
Incluso después de que él llegara al clímax, su pene había sido más grande que cualquiera que haya visto anteriormente. Erecto, era de infarto, tanto de longitud como de ancho. De alguna manera había podido abrirse para él.
Mientras los recuerdos de lo que habían hecho regresaban a ella la mañana después con perfecta claridad, su estómago se contrajo y la excitación recorrió su cuerpo. Listo para su toque, justo como lo había estado la noche anterior.
Sólo que esta vez, no quería que la atara. No lo necesitaba.
No cuando sabía lo que el toque de Pedro, sus besos, le habían hecho. No cuando quería tocarlo, besarlo, lamerlo, mordisquearlo, como él le había hecho todas esas cosas a ella cuando había sido su cautiva atada.
Un puro instinto femenino recorrió sus dedos por su mano hacia su pecho y meneando sus caderas contra su calor duro.
Un bajo, casi inaudible gruñido salió de detrás de ella y sonrió. Hasta esa noche no sabía que había una mujer súper sexual esperando dentro de ella. Pero ahora que sí lo sabía, descubrió que quería exponerla más en los brazos del
hombre a quien le había dado inexplicablemente su confianza.
Confiar en él no era algo que hubiera tenido sentido, pero quizás, pensó, mientras la yema de su pulgar frotaba pequeños círculos sobre su aureola, ése había sido su problema siempre. Quería que todo tuviera sentido. Había insistido en ello. Pero quizás el amor no tenía sentido.
No es que estuviera enamorada de Pedro. Le gustaba. Sentía deseo por él.
¿Pero amor? Aún no había llegado ahí. No después de tan sólo diez horas juntos.
¿Pero podría enamorarse de él algún día?
¿Si siempre la trataba de la manera que había hecho la noche anterior, como si fuera un preciado regalo que debe ser atesorado, adorado? Entonces sí, probablemente no podría evitar enamorarse de él.
Una pierna peluda y musculosa salió de entre las suyas mientras Pedro utilizaba su muslo para abrirla a él.
Paula podía sentir exactamente lo húmeda que estaba mientras su carne resbaladiza (él lo había llamado coño, y en lugar de horrorizarse, la palabra solamente la había excitado más) se frotaba contra él. Su clítoris ya estaba
hinchado y le encantó la manera en la que el pelo de su pierna raspaba la dura protuberancia donde todo su placer parecía concentrarse.
Antes de que se diera cuenta, estaba cabalgando su muslo, siendo cada vez más y más fuerte mientras la mano de él en su pecho dejó de provocar su pezón y empezó a apretujarlo seriamente.
¡Oh, Dios! No podía creerlo. Iba a correrse.
Después de la manera en la que Pedro la había llevado al clímax la noche anterior, después de experimentar esa exquisita liberación, pensó que estaría saciada durante un poco más que unas cuantas horas, desde luego. Ni en un
millón de años hubiera pensado que estaría frotándose contra su pierna nada más despertarse… o que el placer sería incluso mayor por la ligera naturaleza malvada de hacerlo.
Llegando a la cima, Paula apretó los ojos y se arqueó con la mano de él en su pecho. Su aliento se quedó atascado en su garganta mientras las primeras explosiones empezaron a sentirse. La gran presión que la polla de Pedro ejercía sobre sus labios vaginales la calmaban. Pero luego los dedos duros bajaron sobre su clítoris, llevándola a un clímax incluso mayor, justo mientras Pedro empujaba dentro de su canal.
Aún dolorida del coito de la noche anterior, su tejido interior intentó protestar con la invasión, pero su continuo deseo por el hombre llevándola tan duramente (tan maravillosamente) fue más poderoso que su protesta con la humedad que aliviaba su pasaje.
—Ábrete para mí, dulce Paula —la instó con esa voz tan caliente que hubiera convertido su interior en un charco si no fuera porque ya estaba así.
Podía sentir lo duramente que estaban sus músculos interiores apretándose a su duro falo a pesar de cuánto quería que estuviera dentro de ella. Intentó respirar hondo, pero lo único que hizo fue apretarlo más.
—Quiero hacerlo —susurró ella, y lo hizo—. Lo intento —dijo, y era así—. Ayúdame —le rogó, suplicándole placer, incluso pasadas las horas nocturnas.
Quedándose perfectamente quieto dentro de ella, sin aún enterrarse completamente pero aún tan grande que pensó que estallaría de la presión, sintió su lengua moverse sobre su hombro, un golpe húmedo, calmado y largo desde su cuello hasta su oreja. Sin ningún esfuerzo por su parte, todos sus músculos se relajaron y dejaron ir el fuerte agarre de él.
—Eso es, cariño —la felicitó mientras se deslizaba más profundamente, sus músculos y su carne separándose para él—. Tan apretada. Tan caliente. —Su lengua encontró su cuello de nuevo—. Tan suave. —Ella echó a un lado la cabeza para que su boca pudiera encontrarse con la de él y él murmuró—: Tan dulce — contra sus labios.
Su lengua encontró la de ella y luego salió para reposicionarse para que ella pudiera estar tumbada sobre su espalda, con sus piernas bien abiertas. Encontró un condón en la mesita de noche y ella observó con gran fascinación (y deseo desesperado) mientras se lo deslizaba sobre la cresta de su erección, y luego completamente sobre el grueso y largo falo, brillante por sus jugos.
—Eres hermoso, Pedro.
Se quedó completamente quieto entre sus muslos, a tan sólo un latido de adentrarse en su caliente humedad.
—¿Ya no tienes miedo?
Se sonrojó al recordar lo preocupada que había estado la noche anterior, lo asustada que había estado por su tamaño, su sensualidad. Cuando terminó de destaparle los ojos, el tamaño de su pene erecto hizo que palideciera de conmoción, sabiendo con seguridad que no habría manera de que entrara dentro sin que la partiera en dos.
No se le ocurrió nada salvo ser honesta.
—¿Cómo puedo estar asustada cuando me haces sentir tan bien?
Las pupilas de él, ya oscuras, casi se doblaron en tamaño mientras miraba hacia abajo, hacia su desnudez, la manera en la que sus muslos se abrían para él, la manera en la que sus pechos se meneaban mientras se acercaba a él.
—Tú también me haces sentir muy bien, Paula. Tan bien que me sorprende que el placer no me esté matando.
Nadie la había deseado jamás así. Nadie la había mirado jamás con un calor tan peligroso. Nadie la había atado jamás y jugado con su cuerpo hasta que rogara, suplicara, llorara por liberarse.
Nadie excepto Pedro. Su marido.
En el momento exacto en el que fue a besarle, él se empujó en su coño, duro y profundo. Ella perdió la respiración y él atrapó lo que quedaba de su respiración con un beso abrasador.
—Otra vez. Justo así —rogó ella contra su boca.
Pero en lugar de cumplir su deseo, hizo movimientos lentos, saliendo de ella, una vez tras otra.
—Aún estás demasiado dolorida, demasiado hinchada. —Sonrió mientras se adentraba—. Ni siquiera debería tomarte en este momento. Es demasiado pronto. No estás acostumbrada a mí, a mi tamaño.
Paula sabía que debería apreciar el cuidado que le estaba dando, la manera en la que la protegía del dolor, pero el placer que corría por su sistema hizo que el dolor se convirtiera en éxtasis, la necesidad convirtiéndose en desesperación.
Ayer por la noche, cuando había estado amarrada a la estructura de la cama, no había sido capaz de controlar cualquier parte de su acto de amor. Y Pedro había estado en lo correcto, era justo lo que necesitaba para obligarla a dejarse ir y abrazar el más grande placer que jamás había conocido.
Pero esta mañana, las reglas habían cambiado. Ella había cambiado.
Y tendría lo que quería incluso si Pedro pensaba que podría o no manejar la situación.
Colocando sus manos alrededor para sostenerse de los músculos de su trasero, empujó hacia arriba sus caderas con todas sus fuerzas.
―Paula ―gritó mientras ella se enterraba hasta su empuñadura, tan dentro que podía sentir sus bolas presionando fuertemente en sus nalgas. Ambos se quedaron quietos por completo, jadeando, gimiendo.
¡Oh Dios! Él estaba tan profundo, más profundo que anoche, y de repente ella se dio cuenta de lo mucho que había contenido sus propias necesidades en su noche de bodas.
―No te contengas, Pedro. ―Su voz era tan oscura y pesada como la de él.
―No quiero hacerte daño, cariño.
Le encantaba que le importara lo suficiente para querer protegerla, pero no ahora. No de esto.
―Tómame, Pedro. Hazme tuya.
Ella enfatizó sus demandas con el fuerte y apretado agarre de sus brazos y piernas envolviéndose alrededor de su cuerpo.
Él maldijo, haciendo una mueca, obviamente cansado de luchar por el control.
―Dulce Paula.
El peso duro y fuerte del cuerpo de Pedro se estrelló contra ella, empujándola tan abajo en el colchón que casi podía sentir la base de la cama debajo. Pero en lugar de tener miedo, en lugar de lamentar su impulsiva y febril solicitud, disfrutó su acto de amor, cada golpe y cada gemido, la dura bofetada de la carne húmeda, mientras se unían y se separaban en un ritmo perfecto.
Sus músculos internos estaban apretándolo más fuerte que nunca, pero en lugar de cualquier dolor había un placer casi imposible, tan profundo y puro que no pudo hacer nada más que cerrar los ojos y aferrarse mientras Pedro agarraba
sus caderas y embestía su grueso eje en ella, tirando de su pezón dentro de su boca para rastrillar con sus dientes a través del rígido pico.
Los músculos de la espalda y caderas de él se dibujaban apretados, los tendones tensos y abultados mientras que le clavaba suavemente sus uñas sobre su piel. Su vientre se apretó, sus pechos se arquearon dentro de su boca, su clítoris se hinchó.
Y entonces explotó, cada músculo de su cuerpo pareció apretarse, y luego soltarse, mientras volaba más alto y más alto hacia las cegadoras chispas que Pedro estaba disparando a su alrededor.
El poder de su orgasmo la sorprendió abriendo sus ojos y fue entonces cuando se dio cuenta de que él estaba manteniéndose con sus fuertes brazos a cada lado de su cara. La estaba mirando con tal maravilla, tal asombro, que su corazón casi dejó de latir.
―Pedro.
Susurró su nombre, levantando la mano para ahuecar su hermoso rostro en sus manos. Justo cuando sus labios se tocaron, se quedó quieto, apretado, haciéndose aún más grande dentro de sus paredes resbaladizas. Quería sentirlo
explotar, quería saber que ella lo había hecho sentir tan bien como él la había hecho sentir la noche anterior.
―Vente para mí, Pedro.
Las mismas palabras de sus labios que la habían enviado sobre el borde sólo unas horas antes. Y ahora ella era la que iba a llevarlo allí.
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Wowwwwwwwwwwwww, re intensos los 3 caps. Se van a enamorar jajaja.
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