BELLA ANDRE
domingo, 20 de noviembre de 2016
CAPITULO 11 (TERCERA HISTORIA)
Y luego, cuando pensaba que le daría lo que quería, un toque de su lengua contra ella, sobre ella, todo lo que necesitaba para llegar al pico y luego venirse, él se alejó y soltó otro aliento caliente sobre su delicada piel.
—No te burles, Pedro. Por favor, deja de burlarte.
Su lengua fue directa a su piel empapada y suspiró de alivio cuando su placer escaló e intentó subirse a la ola para dejarse llevar.
Pero luego él volvió a soplarla, el ligero soplo de aire se sintió bien, tan bien, pero aun así, no fue suficiente.
—Te gusta lo que te estoy haciendo.
No lo había preguntado. Él estaba afirmando un hecho.
—¡Dios, sí! —contestó—. Lo amo. —Y lo hacía—. Pero necesito venirme, Pedro. —Y entonces, tal vez, ella podría sobrevivir a ese placer. Tal vez podría impedir que la llevara tan lejos.
Tal vez podría volver a ser la mujer que era.
—¿Cuánto lo necesitas?
—Mucho. —Eso fue todo lo que pudo lograr decir, antes de que su lengua volviera a los pliegues, esta vez hurgando dentro. Pero aunque inclinara su pelvis en su boca, la lengua nunca llegaba lo suficientemente profundo como para
satisfacerla.
Nunca sobreviviría a aquello.
—Bien, ahora —dijo con lentitud, rozando con sus labios el monte de Venus—, no parece que lo necesites tanto.
Si hubiera sido capaz de mover sus manos o piernas, ella misma se habría lanzado hacia él, lo habría atado a la cama y hubiera montado su cara y obligado a llevarla donde necesitaba desesperadamente ir.
Sin embargo, todo lo que podía hacer era esperar a que le diese lo que quisiera, cuando quisiera. Estaba bajo su merced, sus planes. No los de ella.
Con el pensamiento llegó otro delirio inexplicable de excitación. Casi como si le gustara estar atada y expuesta a los caprichos de Pedro. Y entonces, su boca cubrió la de ella mientras introducía un dedo en su apretada vagina y un pequeño temblor la atravesó.
—Sólo un poquito más. Necesito un poquito más para llegar.
Su risa la tomó desprevenida, sus labios, lengua y dientes chocando contra ella, sus dedos tocando sus delicadas paredes internas. Otro mini temblor la sacudió.
—Si esperabas poco, dulce Paula, entonces estarás extremadamente disconforme.
En vez de tener miedo de lo que le iría a hacer, la visión de su erección estirándola mientras la obligaba a tomarlo completo, produjo otro gran y más fuerte temblor.
Su lengua se movió lenta y suave contra ella, desde el perineo al clítoris. Se pudo escuchar a sí misma suspirando por la mezcla de excitación y frustración. Por la anticipación.
Y desesperación.
—No puedo soportar más de esto. —Ya no tenía la voluntad de evitar que su voz temblara.
Su risa volvió a emerger, cálida y casi amorosa, incluso aunque tuviera el mismo deseo profundo que ella desde la primera vez que la besó.
—No solamente lo soportarás —prometió—, sino que te preguntarás cómo has hecho para vivir todo este tiempo sin esto.
Sus palabras, la leve presión de su boca en sus pliegues sensibles mientras hablaba, junto con la contracción de sus muslos internos, fueron casi suficientes.
Conteniendo la respiración, se concentró en su voluntad para venirse, para escapar de la provocación de Pedro.
—Pobre dulzura —dijo, inclinándose hacia ella mientras Paula caía en el colchón, tan frustrada y excitada como no sabía que fuera capaz—. Realmente necesitas venirte, ¿no es así?
Pero ya había pasado el punto de rogar a esta altura, sus células estaban demasiado cargadas de necesidad como para intentar formar una oración coherente. Ella le había confiado su cuerpo para que le diera placer y hasta ahora
todo lo que había conseguido era frustración y…
Su lengua empujó dentro suyo, una vez, dos, tres veces.
¡Oh, Dios! Sí, esto era lo que ella estaba esperando, un buen sexo oral. Ella montaba su lengua como un eje duro mientras los dedos de él acariciaban su clítoris y giraban con una peligrosa precisión.
Aun montando su lengua, rodó contra sus manos, luchando con sus ataduras para poder acercarse, pero él seguía dos pasos delante de ella, incrementando la presión con delicioso intento. Y luego Pedro acercó su mano libre para acariciar su pezón duro y excitado, y todo su cuerpo estalló sobre sí mismo, su clítoris y senos epicentros dobles del enorme terremoto atravesándola. Nunca se había venido
así de fuerte, sintiendo a la cama dividirse debajo de ella, y las paredes estremecerse alrededor.
El orgasmo siguió y siguió mientras la lengua de Pedro exploraba nuevos y sensibles puntos a lo largo de sus paredes internas, sus manos haciendo su magia en su clítoris y senos.
Finalmente, cuando estuvo totalmente agotada (más que aquella vez que había corrido 10 kilómetros el año pasado), Pedro cambió de posición en la cama.
—Mi esposa tiene un coñito muy dulce —dijo antes de darle un beso en los labios.
Escalofríos la atormentaron cuando su barba raspó a través de la carne demasiado sensible.
—Que tetas tan hermosas.
Incluso sabiendo que el beso tenía que venir, no se pudo preparar para el dulce calor de su boca primero sobre un pezón, y luego el otro. Se le escapó un gemido mientras él enrollaba su lengua alrededor de ella, y luego raspó la punta
con el borde de sus dientes.
—Y una boca tan linda y follable.
La boca de Paula se hizo agua pese a sí misma, a pesar de la conmoción atravesándola con el conocimiento de lo que venía, que iba a regresar el favor tomando el pene de Pedro en su boca.
La cama se movió de nuevo debajo de su peso y ella sintió su corazón latir a toda marcha.
—Si te lastimo, o algo no se siente bien, quiero que me pellizques.
Deslizó sus manos en las suyas y enlazó sus dedos. ¡Oh Dios!, había pensado que amaba tomarse de las manos antes. Pero ahora, sintiendo el apretón de sus anchas y callosas manos contra las de ella, una nueva calidez floreció en su pecho.
Y entonces, antes de que ella pudiera encontrar las palabras para responder a sus instrucciones, la cresta acampanada y caliente de su pene rozó suavemente contra sus labios.
Paula había hecho mamadas antes, pero no muy a menudo. Realmente nunca había visto el atractivo de los genitales masculinos, pero la forma en que Pedro estaba provocándola con su erección, su piel suave contra su boca, tenía a sus glándulas salivales golpeando a toda marcha. Su excitación era una esencia limpia y masculina que la hizo respirar más profundamente mientras pintaba lentamente sus labios, de esquina a esquina, con la punta de su pene.
Era puro instinto probarlo con su lengua.
Pedro se quedó inmóvil cuando hizo contacto con ella, un profundo gemido de placer pareció venir desde su pecho. Alentada tanto por su reacción a su toque y el sorprendente placer que estaba encontrando al estar con Pedro de esta forma, deslizó su lengua todo el camino, desde su ancha cabeza, lamiendo ávidamente el chorro de excitación que resultó.
—Jesús, Paula, nada nunca se ha sentido tan bien.
A pesar de que sus palabras resonaron, quería hacerlo sentir mucho mejor.
Al final, Paula no estaba segura de quién se movió primero, si ella ya estaba abriendo los labios para tenerlo adentro o si había sido él el que la empujó hasta abrirla. Todo lo que sabía era que estaba contenta, tan increíblemente contenta,
de ser capaz de probarlo así, de abrir mucho su boca y extender sus labios alrededor de su duro y grueso miembro.
Ella no tenía miedo de estar apresada por él, ella sabía que él nunca jamás la lastimaría.
Usando su lengua para explorarlo, ella lamió cada parte de su miembro a la que fue capaz de llegar, usando la succión de sus labios para jalarlo más profundamente.
Con las manos de él cerradas sobre las de ella, otro estruendo de placer empezó a llenar la habitación, y luego él estaba meciéndose dentro de ella, tan profundamente que su reflejo de vómito se disparó.
Jalándose todo el camino hacia afuera dijo:
—Tu boca es tan sexy, bebé. No puedo controlarme.
Dándose cuenta de que sus manos se estaban deslizando de las de ella, y que se estaba moviendo de su boca, ella apretó sus dedos sobre los de él tan fuerte como pudo.
—Quiero probarte de nuevo, Pedro. —Se forzó a sí misma a superar su timidez y lo dijo—: Amé lamerte. Chupártela.
—No quiero lastimarte.
—No lo harás —insistió ella—. Voy a pellizcarte si necesito un respirador.
—¿Sabes qué es lo que estás pidiendo, dulce Paula?
Su pregunta fue baja, llena de deseo apenas controlado.
—No. Pero lo quiero de todas formas.
Eso fue todo lo que hizo falta para que Pedro perdiera el control y le diera todo lo que ella estaba pidiendo. La presión de su miembro contra sus labios abrió su boca y ella chupó agradecidamente su piel caliente y dura. Él se sumergió en ella varios centímetros a la vez, adentro y luego afuera en un ritmo que la tenía calentándose de nuevo entre los muslos, su estómago apretándose con renovada necesidad mientras ella probaba la excitación en su lengua, en el fondo de su
garganta.
Pero entonces sus reflejos de vómito despertaron de nuevo, y él llegó hasta el fondo antes de que ella estuviera cerca de la base de su pene. Ella trató de relajar su garganta, pero él era una presencia tan grande y poco familiar que no pudo.
Lágrimas picaron en sus ojos vendados, pero no eran lágrimas de dolor. Eran lágrimas de frustración. Porque en algún nivel elemental ella sabía que tenía más que darle.
Ella simplemente no podía descubrir cómo hacerlo.
Una de las manos de él se soltó de las de ella luego, entonces él pasó la punta de sus dedos gentilmente por su garganta sobreexpuesta.
—Inclínate hacia arriba y hacia atrás, corazón.
Él le deslizó la mano por la parte de atrás de su garganta para ayudarla, y entonces él se estaba deslizando dentro, pasando el punto en el que había quedado antes. Ella pudo sentir los músculos de su garganta abriéndose para tenerlo más profundamente, podía sentir su calor almizclado en su boca. Una y otra vez él se movió más adentro, y luego fuera de su boca, e incluso aunque él no estuviera tocando sus pechos o su vagina, darle placer a Pedro la tenía justo en
el borde de la liberación de nuevo.
Incapaz de contener su propio gemido de placer, ella sintió el pene de Pedro contraerse contra su lengua, un chorro de líquido pre seminal recubrió su lengua y garganta, mientras él salía del todo de ella en una maldición.
Una milésima de segundo después las ataduras en sus muñecas y tobillos se habían ido y ella tuvo que alcanzar a Pedro para estabilizarse a sí misma. Sus hombros eran anchos y fuertes, su piel resbalosa por el sudor, y ella estaba
saboreando la emoción inesperada de ser capaz de tocarlo cuando él le quitó la venda de los ojos.
Ella jadeó por la pasión, el deseo y la necesidad que se veían en sus ojos oscuros. Abrió la boca tratando de darle una voz a las emociones dispersas en su interior.
—No sabía que podía ser así— susurró ella.
Él metió la cabeza de su pene envuelto con condón en sus pliegues. Con un empuje lo tuvo adentro y Paula perdió su aliento ante el increíble placer.
—Apretado —gruñó, sudor bajando de su pecho hacia el de ella mientras se acomodaba a si mismo encima—. Tan malditamente apretado.
Él tenía razón. Ella era pequeña, y él era enorme. Pero amaba la forma en la que él la estiraba para abrirla, amaba saber que él la estaba llevando a donde ella no había estado nunca antes.
—Tómame, Pedro.
Los ojos de él brillaron con algo nuevo, una emoción incluso más fuerte y rica que su deseo, pero antes de que ella pudiera descubrir qué es lo que él estaba sintiendo, se sumergió todo el camino dentro de ella, llegando tan profundo en su interior que juró que él estaba empujando hasta la base de su vientre. Y luego su boca estaba sobre la de ella, y la estaba besando y ella le estaba devolviendo
el beso y envolviendo sus brazos y piernas a su alrededor para tenerlo más cerca, para tomarlo más profundamente.
—Mi dulce Paula. Eres toda mía —dijo él con tono áspero en contra de los labios de ella.
—Y tú eres mío.
Hasta ese momento, ella podía haber jurado que él todavía estaba conteniéndose en algún nivel, que él todavía estaba preocupado de poder herirla.
Pero después de su declaración posesiva, algo en el hombre que la sostenía cambió.
Un momento después, las manos de ella estaban de vuelta en las de él, levantadas sobre su cabeza, y él se alzaba sobre ella, sumergiéndose en ella con tal fuerza y poder que no sólo perdió su aliento con cada embestida, sino que
mientras el placer se amontonaba en su estómago, en las puntas de sus pechos, en la abertura entre sus muslos, ella suplicaba para que él la tomara más fuerte, más rápido, más profundo.
Y él lo hizo, cada embestida llevándola más alto, más cerca del borde.
Ella pensó que era grande cuando lo había tenido por primera vez en su boca, cuando él había empujado entre los bordes de su vagina. Pero ahora, cuando estaba en el vértice de su liberación, él era una masa palpitante de venas,
calor y excitación masculina. Paula podía jurar que podía sentir a su cuerpo reaccionando a su inminente clímax, tanto relajando como apretando sus músculos internos. Relajándose para dejarlo entrar incluso más profundamente,
después apretándose para mantenerlo adentro, para mantener las increíbles sensaciones que rugían en su interior.
—Paula.
El áspero y quebrado sonido de su voz mientras se corría la mandó volando sobre el borde con él.
Y luego su boca estaba en la de ella otra vez, y ella fue
lanzada a otro clímax, saliendo en espiral y apenas manteniéndose sobre el borde de la razón.
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