BELLA ANDRE

miércoles, 2 de noviembre de 2016

CAPITULO 33 (PRIMERA HISTORIA)





Una hora después Pedro asentía distraídamente a las admiradoras que hablaban a su alrededor. Estaba mirando a Paula de pie con quien supuso eran amigas de la familia. Muy delgadas y frágiles, se podía oler su infelicidad a un kilómetro de distancia, aunque estuviesen vestidas con ropa de diseño.


Paula no parecía tan pálida como antes de su encuentro, pero su boca estaba todavía apretada y los tendones de su cuello y brazos se mostraban rígidos.


Estaba preocupado por ella esperaba como el infierno que su pequeño jugueteo de arriba la hubiera ayudado. Tenía la absoluta certeza de que ella habría hecho lo mismo por él, si tuviese a su padre borracho a su alrededor.


La mayoría de las mujeres que se le acercaban no solo buscaban un buen rato en la cama sino también a un caballero blanco, que las salvara de sus monótonas vidas. 


Siempre se había asegurado de no cometer el error de dejar a ninguna embarazada, o de meterse en algo de lo que no pudiera salir fácilmente. Aprendió muy temprano a cuidar de sí mismo, sus compañeros de juego venían después. No había sitio para nadie más.


Hasta ahora.


Era curioso lo jodido que parecía todo cuando estaba en secundaria. Paula había sido todo lo que él quería y sabía que no podía tenerla simplemente porque eran muy diferentes.


Pero resultaba que finalmente no lo eran tanto. Porque si se quitaba el viejo dinero, las nuevas mansiones, las caravanas, los anillos de la Super Bowl, todo lo que quedaba eran dos niños con padres que nunca habían demostrado valer para ese cargo.


Paula era la primera mujer con la que había estado que no esperaba que la salvara. Y, francamente, no estaba seguro de que ella aceptara su ayuda si se la ofreciera.


Lo más loco era que Pedro quería cuidar de ella. Quería que supiese que podía contar con él para apoyarla, aunque solo fuera ante dos personas de la alta sociedad que parecían querer sujetarla contra la pared no dejándola marchar. No había nada que deseara más que dejarlo todo y rescatarla, no quería estar en otro lugar.


El hombre de mediana edad frente a él finalmente finalizó su historia sobre un juego que Pedro había ganado hacía seis años. Estrechó la mano del hombre.


—Ha sido muy agradable hablar con usted, pero si me disculpa…


Mantuvo los ojos fijos en ella mientras caminaba por el salón, dejando claro que estaba fuera de servicio ante los invitados que esperaban para conocerlo.


Ella lo miro por un momento antes de llegar a su lado dándole una sonrisa como diciendo “Gracias a Dios que estás aquí”


En ese momento deseó hacer algo más que rescatarla, quería reclamarla. Públicamente. Quería que todo el mundo supiese lo mucho que significaba para él, especialmente sus padres, y sus arrogantes y molestos amigos.


—Hola chicas —dijo suavemente cuando se acercó a Paula acercándola suavemente contra él.


Ella se puso rígida en sus brazos lanzándole una mirada feroz, que ignoró. Ambas mujeres abrieron los ojos con súbita comprensión, Pedro sintió el gusto amargo de la culpa.


—Estábamos contando a nuestra pequeña Paula lo celosas que estamos por que trabaje con deportistas profesionales. Si hubiera sabido las ventajas que tiene hubiera entrado de cabeza en el negocio. 


Las mujeres se rieron como adolescentes.


Pedro rozó su dedo pulgar sobre la sensible piel de su codo. 


Paula estaba enfadada con él, podía sentirlo por la forma en que se movía.


Sin embargo la nota positiva era que apostaba a que Paula no estaba pensando en sus padres.


Poniendo su voz más inocente dijo:
—Los deportistas no son fáciles de aguantar. Es un infierno para un asesor de imagen hacer que parezcamos buenos, porque principalmente pensamos en nuestros músculos y en el juego.


—Y en grandes pechos —murmuró Paula.


Una de las mujeres hizo una mueca.


—Perdona querida, ¿Qué es lo que has dicho?


Pedro se giró rápidamente y retiró una mota de polvo invisible de la frente de Paula, lo que la sorprendió lo suficiente para mantener la boca cerrada durante un segundo.


—Dice que también sudamos mucho.


Los azules ojos de Paula echaban chispas y se dio cuenta que era el momento de tomar medidas drásticas. La orquesta comenzó a tocar una canción lenta de Sinatra, la pista de baile se estaba llenando.


—Disculpen, le prometí a Paula el primer baile de esta noche —dijo alejándola antes de que pudiera protestar.


La llevó al centro de la pista de baile, a pesar que ella había dejado bien claro desde el principio que no iba a bailar con él en las fiestas para que alguien no interpretase mal la relación entre ellos.


— ¿Qué diablos estás haciendo? —le susurró al oído.


—Bailando —respondió él, aunque sabía que hacerse el listillo la enfadaría más.


Una maldición ahogada resonó contra su pecho.


—La gente nos está mirando. Sacarán conclusiones.


La atrajo más hacia él e inhaló el olor a sexo que la impregnaba, su polla se irguió en sus pantalones.


—Lo sé, déjalos que miren.


Paula lo miró y donde esperaba encontrar furia, encontró confusión.


Quería decir algo que la hiciera entender a donde quería llegar, pero su problema era que no encontraba como formar una frase coherente. No cuando sus curvas estaban apretadas contra él, y estaba a punto de cumplir el punto más alto de su fantasía: Noche de Secundaria. Segunda parte.


Pedro—dijo ella suavemente — Todo el mundo pensará que estamos juntos. Actúas como si fuera tu novia, no tu asesora.


Pedro no podía jugar más a ese juego. Él la quería. Ella lo quería a él. Ya era hora de que estuvieran juntos. De verdad.


—Entonces piensan lo correcto.


Ella respiró profundamente, dos manchas rojas cubrieron sus mejillas.


—Hicimos un trato y se supone que esto debería ser un secreto. Sin compromisos ¿verdad?


Entonces se apartó de sus brazos abriéndose camino entre los invitados, él la siguió de cerca, en dirección a las puertas francesas, descendió las escaleras pasando un estanque hacia un camino que conducía a un espeso seto.


Cuando estuvieron suficientemente lejos, él se inclinó y la giró hacia sí. Ella respiraba con dificultad y su ira estaba viva entre ellos.


— ¿Cómo te atreves? —Escupió— tú de entre toda esa gente deberías saber lo difícil que es para mí tener que estar aquí, en casa de mis padres, con todo el mundo observándome. Después de lo que acabas de hacer, todo el mundo comentará sobre lo triste que es que me haya enamorado de ti, la gran superestrella del fútbol. Que me vas a dejar abandonada a la primera señal de un nuevo par de pechos siliconados.


Ella apartó las manos de su cintura.


—Desde que empecé a trabajar contigo, apenas he logrado mantener mi reputación profesional. ¿Quieres que tenga que volver a empezar otra vez? ¿Es de eso de lo que se trata?


El corazón de Pedro saltó en su pecho. Estaba equivocada sobre él y sus motivos.


—Te amo.


Los ojos de Paula se agrandaron y supo que ella necesitaba oírlo nuevamente. Él necesitaba decírselo de nuevo, dejar que la verdad penetrara en sus huesos.


—Te amo, Paula.


Tambaleándose dio un paso atrás, sentándose rígida en un banco de piedra, Pedro se arrodilló a sus pies. No lo miró, él le cogió las manos frías entre las suyas.


—Sé que hicimos un trato —admitió— Pero las cosas han cambiando.


Ella levantó la barbilla parpadeando.


— ¿Cómo? ¿Cómo que han cambiado? Tú eres tú, y yo sigo siendo yo.


Se movió para sentarse a su lado en el banco.


—Al principio jugábamos al gato y al ratón, porque queríamos ver quien ganaría. Pero ahora hay mucho más.


—Solo porque te gusta el sexo conmigo no significa que me ames.


—Me ha gustado tener sexo con muchas personas.


Los ojos de ella brillaron de nuevo.


—Gracias por recordármelo.


—Pero no he amado a ninguna de ellas. —Paseó el pulgar por el labio inferior de ella— Solo a ti.


Paula se apoyó en la mano levemente, la opresión en el corazón de Pedro se aflojó.


—Me has tomado por sorpresa —susurró— no sé qué pensar.


La atrajo hacia su regazo y la besó suavemente en los labios.


—Confía en mí —dijo en voz baja contra su boca— Vamos a estar muy bien juntos.


A Paula la cabeza le daba vueltas, fue exactamente en como jugaba con la palabra amor. Hacía un minuto estaba ayudándola a olvidar todos sus viejos miedos y al siguiente, nuevas dudas se amontonaban unas encima de otras.


¿Y qué decir de lo profundamente que la había lastimado antes?


¿Y sobre la multitud de mujeres hermosas que le esperaban después de cada partido a la salida del vestuario, en la sala de descanso, o alrededor de la piscina?


Durante mucho tiempo, se había negado el placer porque tenía mucho miedo a ser herida otra vez. ¿Y si esta fuera realmente su única oportunidad de ser feliz?


Tal vez ya era hora de darse la oportunidad —De entregarse al hombre que decía amarla, y luego si las cosas seguían yendo bien— Si él no la abandonaba, o ella perdía su negocio porque todos pensaran que era una tonta por enamorarse de un quarterback, playboy y rico, tal vez hasta pudiese decirle lo mucho que siempre lo había amado.


Pero, por ahora, solo caería en la red que le estaba ofreciendo. Lo único que sabía con seguridad era que le encantaba la sensación de sus brazos fuertes alrededor de ella, los musculosos muslos bajo los suyos. Solo sentarse en su regazo hacia que se sintiera mojada y hambrienta por él.


Luego dijo:
—Hazme el amor Pedro.


Solo había pasado un suspiro cuando él la tuvo con el vestido levantado hasta las caderas y las piernas alrededor de su cintura.


Sus dedos se movieron entre ellos y le encantó la forma en que sus nudillos le acariciaron el clítoris mientras se abría la cremallera y dejaba libre su pene. Una onda fría de excitación la inundó cuando él deslizó un preservativo en su gruesa erección a apenas unos centímetros de los labios de la vagina.


Entonces se deslizó dentro de ella, enorme, grueso y caliente. Tenía las manos en sus nalgas, empujándolas hacia él, levantándola sobre su polla y luego hacia abajo, más y más rápido. Ella aprovechó la ola larga del orgasmo que se acercaba, en todo lo que quería creer era en que él la amaba.


Que siempre la amaría.


Cuando el pulgar de él encontró su clítoris, la empujó hacia arriba, llevándola a la cumbre susurrando:
—Te amo.


Las palabras todavía flotaban en su mente, mucho después de que el orgasmo desapareciera.




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