BELLA ANDRE
sábado, 12 de noviembre de 2016
CAPITULO 27 (SEGUNDA HISTORIA)
¿Qué mierda estoy haciendo? Se preguntó Pedro treinta minutos más tarde, cuando él y Paula volvieron mezclándose en lados opuestos de la sala. Las cosas se estaban descontrolando.
Podría decirse que era sexo accidental, considerando especialmente cuanto llevaba deseándola, pero en vez de apartarla de su cabeza, cada vez que tenían sexo, quería más. Los habría podido ver cualquiera que hubiera entrado en la zona en construcción. Habían tenido suerte. Y no podía confiar que la tuvieran siempre.
De hecho, una parte de él quería proclamar que ella era su mujer. Suya.
Mierda. Ahora no era el momento de pensar en eso. No cuando lo único en que podía pensar era en llevársela a casa y hacerle el amor durante toda la noche.
De reojo la observó marcharse. Si tuviera algo de auto-control la dejaría irse a su apartamento, para dormir un poco.
Obligándose a cumplir con su deber con como un Outlaw, socializó un rato más y enseguida abandonó la fiesta. Su pene estaba duro como una piedra, incumplió una docena de leyes de tráfico al salir de Golden Gate Park. Pasó por el aparcamiento donde ella lo había montado al estilo perrito, una gota pre seminal surgió de la cabeza de su miembro.
A ese ritmo, ni siquiera iba a llegar a su apartamento. Subió corriendo las escaleras y llamó al timbre, sintiéndose como un niño en Halloween, con Paula como un caramelo.
La puerta del edificio zumbó abriéndose, cuando llegó ante su apartamento apenas se abrió la puerta cuando su boca estuvo sobre ella, besándola como si no la hubiese visto en semanas.
Cuando por fin recuperó el aliento Paula dijo:
—Estaba preparando algo para comer. Pensé que tendrías hambre.
Él asintió con la cabeza, siguiéndola a la cocina con una mano sobre ella. Su estómago gruñó, pero tendría que esperar.
Ella lo miró.
—Lo de esta noche ha sido bastante salvaje, ¿verdad?
Él asintió, forzándose a responder, intentando no parecer un ogro pervertido.
—Salvaje.
—No puedo creer que hiciéramos eso —dijo ella, notando que parecía nerviosa.
La atrajo hacia él.
—Fue increíble. Eres increíble.
Ella le dio un beso en los labios susurrando:
—¿Recuerdas lo que me dijiste esta mañana?
Él miró los ojos color ámbar.
—¿Sobre lo de follarte sobre la mesa de la cocina?
Ella asintió.
—¿A qué estás esperando?
Un momento después, estaba boca abajo sobre ella, con la falda en las caderas, su dulce y redondo trasero meneándose ante él. No podría bajarse los pantalones lo suficientemente rápido y menos conseguir ponerse el preservativo.
Se introdujo en ella con una disculpa en los labios. Nunca se había corrido tan rápido, no sabía que estaba mal en él. Pero Paula estaba retorciéndose y gritando, cuando apartó la parte superior de su vestido para acariciar y pellizcar sus pechos, notó que ella también se estaba corriendo.
Paula era el sueño húmedo de cualquier hombre.
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