BELLA ANDRE

sábado, 5 de noviembre de 2016

CAPITULO 6 (SEGUNDA HISTORIA)




Pedro había sido su héroe hundiéndose en la oscuridad para llevarla sobre su hombro lejos de aquellos atletas grandes y malos. Además, estar cautiva en su coche y en su casa había sido la cosa más excitante que le había pasado. Él la cogió como si no pesase nada y ella se sintió pequeña y perfecta.


Además, pensó con una pequeña sonrisa, estaba casi segura de que había sentido su furiosa erección en el ascensor. Lo que significaba que la deseaba.


El gin-tonic estaba empezando a disiparse y ella estaba saliendo de aquel limbo confuso y caliente que la había ayudado a flirtear tan fácilmente en el bar. Dejó la taza de café y se levantó, estirándose lentamente, asegurándose de que él pudiese ver cada curva.


—No estoy lista para el café —dijo mientras iba hacia la cocina. Buscó vino en un estante y cogió una botella de Merlot levantándola— ¿Te importaría servirme una copa?


—No —él se puso en pie— creo que no deberías beber más.


—Umm —ella se encogió de hombros. Abrió y cerró los armarios hasta encontrar las copas de vino tinto. Echó una cantidad generosa y levantó la copa hacia su nariz inhalando—. Umm tiene un olor muy agradable.


Miró de soslayo para ver cómo estaba reaccionando él y se desconcertó al ver que se sentaba en un banco en el lado opuesto de la sala. Bien, no sería lo mismo.


Él se inclinó hacia delante, poniendo los codos en las rodillas.


—Cuéntame lo que ha pasado hoy.


—Nada fuera de lo común —Paula llevó la copa al sofá más próximo a él. Era verdad. Ahora se daba cuenta de que su padre nunca la había respetado y que las cosas que le había dicho hoy no eran, por lo tanto, una sorpresa.


—Una chica como tú no se emborracha en un bar sin motivo —la mirada fija de él no vaciló.


—¿Entonces por qué no me lo dices tú? —preguntó ella con voz ronca— ¿Por qué una chica como yo se emborracha en un bar?


Pedro se puso rígido y ella escondió una sonrisa. Esperaba que estuviese rígido en todas partes.


En vez de responder a su provocativa pregunta, se levantó y, recuperando la taza de café la puso en la mesa auxiliar próxima a ella. Entonces cogió su copa de vino.


—Yo tomaré esto.


Pedro era increíblemente sexy cuando actuaba como un hombre de las cavernas con ella, pero no tenía ninguna intención de darle su copa. Era mayorcita y sabía cuando algo era suficiente y, definitivamente, no había tenido suficiente esta noche, especialmente porque ellos dos estaban aún completamente vestidos.


Sedúcelo.


Cerró los ojos. La idea parecía buena. Muy buena. Lo que daría por una noche con él, por la posibilidad de vivir todas sus fantasías.


Sedúcelo.


¿Cómo podría resistirse? Pedro era todo lo que siempre había querido y no tenía forma de negar su atracción por ella, no cuando su erección estaba muy claramente delineada por los vaqueros. Su piel parecía sensible cuando ella se levantó y se movió directamente frente a él. Él no podía volverse sin aceptar la derrota y a Paula le gustó estar tan cerca del calor de su cuerpo y de todos aquellos músculos deliciosos. Olas de calor pulsaron entre sus piernas y escalofríos deliciosos recorrieron su columna vertebral.


—Ven a cogerla —ella apretó la copa entre sus pechos.


Un nítido dolor atravesó el cuerpo de Pedro. Si fuese cualquier otra persona, habría jurado que intentaba seducirlo. ¿Pero Paula? De ninguna manera.


Sus palabras tenían que ser inocentes, pero su mente continuaba girando en torno a ellos hasta que no pudo mantener las cosas de manera correcta. Señor, si por lo menos supiese que él quería venir y quedarse.


Los pechos de ella subían y bajaban rápidamente y el vino tinto casi se esparcía sobre la copa y la suave piel. Solo de pensarlo, se sentía explotar, allí mismo, en sus pantalones. 


Diablos, podía cogerla y sacarle el vestido en segundos. Y entonces estaría desnuda y sería suya para poseerla.


Estaba perdiendo la batalla entre lo que estaba bien y lo que estaba mal. Aquellos sentimientos estaban confusos y juntos, tentándolo a descubrir si sus muslos eran tan suaves como parecían. Estaba cerca de empujarla contra él y colocar sus manos en ella. En todas partes.


Apretó su mandíbula y extendió la mano hacia la copa. Pero ella estaba tan cerca que su muñeca le rozó los pechos y los pezones se pusieron rígidos contra él. Sus dedos la alcanzaron cuando los envolvió en el pie de la copa, pero estaba tan duro que no podía controlarse más. El vino se salió de la copa derramándose en su escote. Dios, como quería lamerlo en su piel con largos movimientos.


—Este es mi vestido favorito —susurró— necesito sacar esta mancha antes de que se fije.


Entonces, se sacó el vestido y se quedó de pie en su sala luciendo la lencería roja y negra más sexy que había visto.


No podía quitar los ojos de ella. Nunca había estado tan atraído por una mujer y nunca había visto nada tan bonito. 


Los dedos le picaban por acariciarle la piel, deshacer el cierre en su espalda, deslizar las bragas por sus muslos y observarla caer en la alfombra.



—Lo siento mucho —dijo él intentando hablar sin que se le notase la ronquera en la garganta— debería parar de mirarte.


Ella lo miró con los ojos llenos de deseo


—¡Por favor! —dijo ella, y la emoción lo golpeó como un mazazo—. No pares.


—Tú no quieres esto —toda la sangre se le fue al pene.


—Lo quiero —se aproximó— quiero que me toques. Que me beses —bajó la voz hasta un susurro— quiero que hagas el amor conmigo Pedro.


En segundos sus manos estaban en el cabello y la boca de Paula. Sabía que el beso era rudo, que debía parar de mover las palmas de las manos hacia abajo por sus hombros, sobre sus pechos, que no debía de estar empujando su muslo duro cubierto por los vaqueros entre sus piernas desnudas. Pero no podía parar. Nada se interponía entre él y su dulce vagina.


Sintió su sorpresa cuando se lanzó sobre ella, pero ya habían ido mucho más allá del momento en que Paula se podía haber echado atrás. Le había dicho que quería que la follase e iba a conseguir su deseo.


Iba a follarla largo y duro, y no iba a dejarla ir hasta que finalmente consiguiera echarla de sus pensamientos.


Ella jadeó cuando la levantó por las caderas. Su lesión en el hombro palpitó, pero ignoró el dolor.


Amasando la suave carne con las manos y provocando con sus labios la boca de ella, la apoyó contra la ventana presionándola. Recorrió desde su mentón hasta el valle de su cuello y ella se arqueó para darle un mejor acceso. Sus pechos habían subido y los labios de él estaban ávidos y desesperados por probar sus pezones por lo que chupó la punta dura y rosada haciéndola gemir de placer.


Queriendo las manos libres, la apoyó contra la pared de cristal con el peso de su cuerpo.


—Agárrate dulzura.


Ella envolvió los brazos en su cuello y le pasó las rodillas por detrás de la cintura. Estaba tan caliente que calentaba también su pene incluso a través de la gruesa tela de los vaqueros.


Le cubrió los pechos con las manos, apretándolos juntos y lamiendo sus pezones. Podría pasar toda la noche amándolos, mordisqueando la suave carne y escuchando sus gemidos. La próxima ver daría a sus pechos la atención que merecían, porque ahora mismo no podía hacerlo porque deslizó los dedos hacia abajo entre sus labios vaginales.


Encontró la carne lisa y escurridiza mientras oía un jadeo.


—¡Pedro! —dijo mientras él empujaba más sus dedos.


Le cubrió la boca y encontró su lengua en el momento exacto en que introdujo un dedo en su vagina mojada y apretada. Se retorció contra él mientras deslizaba sus otros dedos encima de sus labios.


—Oh Señor, estás mojada —murmuró mientras jugaba con el brote apretado de su clítoris, perdiéndose allí por un largo momento.


Moviendo las caderas contra su mano imploró:
—Por favor, Pedro, ¡Por favor!


Sabía lo que le estaba pidiendo. Ella quería gozar con sus dedos y él la dejaría esa primera vez. La próxima vez sería su boca y después su pene bien enterrado en ella.


Aumentando la presión en su clítoris, movió los dedos en círculos apretados y duros que hicieron que su respiración fuese jadeante y rápida, entonces dejó su culo y deslizó la otra mano hacia abajo, también en dirección a su vagina. 


Quería sentirla cabalgar sus dedos y sentir su clímax pulsando contra los nudillos de sus dedos.


Necesitando verle el rostro y los ojos, se apartó de su boca, dejando ligeramente su clítoris, deslizó otro dedo en su vagina.


Los ojos de ella se abrieron de repente, sus iris dilatados de pasión. Oh Señor, ella estaba apretada.


—Goza para mí, dulzura.


Ella agarró la parte de atrás de su cuello con ambas manos y Pedro empujó su boca sobre la suya mientras sus músculos se contraían en sus dedos. Su lengua le invadió la boca cuando ella bombeaba hacia arriba y hacia abajo en su mano. Él nunca había querido a una mujer de esa manera, nunca había estado tan desesperado por abrir los labios de su vagina y follarla.


Las caderas de ella disminuyeron la velocidad cuando el clímax se calmó y él, aunque estaba más duro que antes, suavizó su beso.


Retiró sus dedos y movió su cuerpo lejos, sabiendo que las piernas de ella debían de estar cansadas de tanto apretarse firmemente en su cintura. Ahora quería llevarla a su cama y explorar cada centímetro de aquella piel perfecta con su boca y sus manos.




1 comentario: