BELLA ANDRE
sábado, 5 de noviembre de 2016
CAPITULO 5 (SEGUNDA HISTORIA)
Agitando los dedos a Elio, Paula levantó su vaso vacio, y con la otra mano, golpeó levemente el taburete de cuero a su lado.
—Siéntate Pedro, hazme compañía.
Sus largas pestañas ocultaron los ojos ingenuos cuando miró fijamente su entrepierna. Mierda, ¿En realidad ella no estaba mirándole el paquete, o sí? El pene le creció otro doloroso centímetro bajo sus vaqueros. Si sus fans pudiesen ver lo mucho que el “maestro del control”, estaba perdiéndolo ahora, le abuchearían hasta echarlo del campo.
—Podemos hacer esto de manera fácil —dijo él en voz baja—. O podemos hacerlo duro.
Ella se giró un poco para mirarlo, con su carnosa boca curvada ligeramente hacia arriba. Una boca como esa debía ser ilegal. Tenía un recuerdo claramente incómodo, de su regreso a casa de la facultad cinco años atrás, transformada en una diosa con los labios pecaminosamente llenos y rojos, y con curvas que podían volver loco a un hombre.
Las curvas que lo volvieron loco.
Levantando la mirada de su virilidad, ella murmuró.
—Cuéntame más acerca de hacer esto de un modo más duro.
Concentrado en cuánto quería probar aquellos labios, le llevó varios segundos darse cuenta que ella le dio a la palabra duro una connotación sexual. Rápidamente recordó que era porque estaba ebria.
Paula siempre mantenía una impresionante profesionalidad ante los muchachos, la forma en que estaba actuando no tenía nada que ver con él. Después de, Dios sabe cuántas copas, seguramente ella se habría acercado a cualquier sujeto en cualquier bar. Lo cual era una razón más para que la sacara de allí.
En un instante la cogió y se la puso al hombro, con el dulce trasero en sus manos y los pechos presionando contra sus omoplatos. Esperó que gritase, que insistiese en que la dejara en el suelo, pero por el contrario, movió las caderas con más firmeza en la curva de sus manos.
—Mmmm, eres fuerte —murmuró ella mientras él atravesada apresuradamente el suelo de cemento.
Varios chicos silbaron y algunos se atrevieron a aplaudir.
—¡Eso es, Pepe! —exclamó uno de ellos, y él les hizo una mueca feroz, haciendo nota mental de patear cada uno de aquellos sucios traseros por los pensamientos sucios sobre Paula.
Wilson le sonrió.
—Gracias por llevártela de aquí. Vigilar ese trasero era demasiada responsabilidad para mí.
En menos de un minuto, estaban fuera del bar y la había colocado en el asiento del pasajero. Intentó tener el mínimo contacto cuando se inclinó sobre ella para ponerle el cinturón de seguridad, pero no pudo evitar presionar el tríceps en sus pechos. Cuando se puso al volante, se advirtió por enésima vez que se calmara, ella estaba encogida en el asiento de cuero, parecía una gata acurrucada en una manta confortable. Sus ojos eran como miel caliente derritiéndose sobre él. Nunca la había visto así, con la guardia tan baja.
Era toda una mujer… a la caza de un hombre.
Decidiendo que lo más sensato era representar el papel de amigo preocupado, dijo:
—Voy a llevarte a mi casa para que tomes un café. Cuando estés sobria me vas a decir cómo demonios acabaste en Barnum’s.
Algo debía de haber pasado entre la sesión de fotos y Barnum’s —seguramente algo sobre el trabajo. Tan pronto como le pusiera al corriente, arreglaría el problema.
Sin embargo no era tonto. Los hombres sabían que las mujeres odiaban que ellos intentasen resolver sus problemas, por lo que no dejaría que ella se enterara.
Con una voz cálida Paula dijo:
—Siempre he querido ver tu casa.
Ella se abrazó las rodillas, había olvidado coger sus zapatos cuando salieron y su erección creció todavía más a la vista de las uñas rojas que asomaban bajo esas sexys medias de red.
Se aclaró la garganta, tratando de eliminar todas las señales de lujuria en su tono de voz.
—Te voy a llevar ahora.
Ella ronroneó.
—Genial, llevo mucho tiempo esperando a que me lleves.
Oh Dios, si por lo menos Paula supiese todas las maneras en que él quería llevarla, lo echaría de su coche. Era inocente y pura, no tenía ni idea del lado oscuro de la vida —o de los hombres.
Unos minutos más tarde entró en el garaje del edificio. Paula estaba en silencio; tal vez se había quedado dormida, pensó.
Era un bastardo enfermo, no le importaría tener una excusa para cogerla y llevársela escaleras arriba. Podría tenerla en su cama, imágenes potentes inundaron su cerebro: ella desnuda entre las sábanas, de pie bajo el agua de la ducha, secándose entre las piernas con una toalla.
Luchando por apartar las imágenes clasificadas X, se sorprendió al ver que Paula lo estaba mirando maliciosamente, con sus ojos de color ambarino llenos de deseo.
Era bastante obvio que había estado enamorada de él en su adolescencia, pero nunca le había mirado así antes —como si quisiese abrir sus pantalones y devorar su polla allí mismo.
¡Joder!
—¡Quédate aquí! —Le advirtió cuando fue hacia su lado. Lo último que necesitaba era que se cayera del coche y se golpeara la cabeza contra el suelo de cemento, entonces abrió la puerta del copiloto y extendió las manos. Una vez que estuvieran arriba haría una taza de café y se sentaría en el lado contrario de la sala de estar mientras se la bebía.
Ella se tambaleó un poco e instintivamente la sujetó contra su pecho para estabilizarla.
Sus pechos y la manera en que se apoyó contra él eran criminales.
—¿Sabes una cosa? —ella susurró cuando pasó un brazo a su alrededor, deslizando las puntas de los dedos por sus tríceps y dorsales—. Creo que me gusta hacer las cosas de forma más dura.
Bajó el rostro contra su hombro y su cabello le hizo cosquillas en la barbilla. Tener que mantener las manos alejadas de ella lo estaba matando.
Ignorando a propósito el intento de seducción de sus palabras, dijo:
—Te sentirás mucho mejor cuando hayas tomado un poco de café
Su sonrisa era perezosa cuando la llevó al ascensor. Se relajó contra su cuerpo, y él se sorprendió, a su pesar, por la forma en que encajaban, el suave calor de Paula era el complemento perfecto para su sólida masa.
—Ya me siento mejor —dijo ella con una sonrisa dulce.
Si no estuviera tan en sintonía con cada latido de su corazón, con la forma en que sus pezones se habían endurecido bajo el vestido oscuro, podría no haber escuchado lo que dijo en un susurro
— Ahora que estás aquí.
Su pene creció otro centímetro bajo la cremallera de los pantalones. Ella no estaba poniéndoselo fácil. Abrió la puerta, fue al vestíbulo y dejó caer las llaves en el aparador, dirigiéndose a la cocina. Tanto la cocina como el salón, eran de cristal del suelo al techo, las luces de los coches, barcos y casas de toda la bahía brillaban sobre el granito y la madera de cerezo que cubría la sala. Fiel a sus raíces italianas, se enorgullecía de ser un buen cocinero. No es que Paula fuera a averiguarlo, porque si apenas podía controlarse tomando un café, estaba seguro como el infierno que no podría mantener su polla en los pantalones con una comida completa.
Paula se separó y se acercó a las ventanas. Le hizo un café bien fuerte, pero cuando se volvió hacia ella, casi soltó una carcajada. Estaba pegada a la ventana, con las manos contra el cristal. La risa murió en su garganta cuando se imaginó surgiendo tras ella, arrancándole el vestido, deslizando las medias hacia abajo e introduciéndose en su húmedo calor. Con los pesados senos entre sus manos y los pezones rígidos entre sus dedos.
Sus famosas manos firmes, estaban temblando mientras llevaba la taza de café. Al notar que se acercaba, ella se giró y dijo:
—Que bellas vistas.
Paula era mucho más bonita que cualquier vista y no podía apartar sus ojos de ella —no podía apartar las imágenes altamente eróticas que corrían por su cabeza: de los dos desnudos y sudorosos.
—Sí —respondió finalmente— es bonito —la tomó de la mano y la guió hasta el lujoso sofá—. Bébetelo.
Dios, había sonado como un hombre de las cavernas. Nunca había estado tan nervioso ante las cámaras o jugando en un estadio ante cien mil aficionados gritando. ¿Entonces cómo podía una única y curvilínea mujer hacerle tan difícil articular dos palabras seguidas?
Ella se sentó sobre sus piernas y cogió la taza. Llevándosela a los labios, tomó un sorbo de café, mirándole descaradamente por encima de la taza.
—Realmente me gusta tu casa —dijo—. Pero le falta una cosa.
Faltas tú.
Las palabras asaltaron sin censura su cerebro. Porque incluso con las vistas, el bonito mobiliario y la cocina de gourmet, ella tenía razón. Su casa nunca había sido un hogar. Hasta ahora, con ella acurrucada en el sofá, comiéndoselo con los ojos.
Traerla aquí había sido una mala idea. Una muy mala idea.
Pero él no tenía que salvarla de los otros jugadores del Barnum’s. Tenía que salvarla de él mismo.
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