BELLA ANDRE
domingo, 6 de noviembre de 2016
CAPITULO 8 (SEGUNDA HISTORIA)
Un sonido desconocido zumbó despertando a Paula.
Profundamente enterrada en la colcha y las sábanas pecaminosamente suaves, abrió los ojos. De repente lo recordó todo. Pedro la había traído del bar a su casa, lo había seducido y él se había lanzado sobre ella y había hecho que su fantasía ganase vida.
El olor del café recién hecho fluctuaba hacia la habitación mientras sentía el dolor de los músculos a medida que los estiraba. Si por ella fuese, se quedaría desnuda en su cama para siempre.
Él podría tenerla siempre que quisiese.
Las emocionantes palabras de Pedro saltaron en su cabeza: has sido hecha para mí. Era algo que ella siempre había sabido, pero nunca había esperado que Pedro lo sintiese de la misma manera. La felicidad la inundó cuando levantó las sábanas.
Abrió la puerta del armario y respiró profundamente el perfume que era su marca registrada —pinos en el sol del verano. Cogiendo una camisa blanca con botones de clip, se la puso y sonrió. No podía esperar para convencerlo de que dejase enfriar el café mientras volvían a la cama y se exploraban el uno al otro todo el día.
Sin embargo, pensó con una sonrisa, debido al modo en que la hizo suya nuevamente durante la noche, no iba a necesitar mucha persuasión.
Se lavó los dientes con un poco de pasta en un dedo y se peinó también con los dedos. El maquillaje había desaparecido durante la noche, pero cada vez que pensaba en su intensa actividad amorosa, se ruborizaba y sus ojos se volvían brillantes, entonces se dio cuenta que estaba bien sin maquillar.
Desnuda, a excepción de su camisa que le llegaba hasta las rodillas, caminó por el pasillo hasta la cocina.
Pedro estaba de espaldas cuando se paró en la entrada admirando su bonito físico. El pantalón ceñido le moldeaba el culo prieto y la camisa apretada hacía que sus hombros pareciesen imposiblemente anchos. Algo sobre aquella ropa le pareció extraño. ¿Tendría un compromiso aquella mañana? Esperaba que se apresurase con su reunión y en el entrenamiento diario para poder volver pronto a las cosas buenas.
—Buenos días —dijo ella con la voz un poco más melosa de lo que había planeado. ¿Por qué estaba aun nerviosa después de todo lo que habían compartido?
Él se giró lentamente para mirarla y en su estómago se formó un nudo por la seria expresión.
—Paula —dijo su nombre en tono duro y bajo como si pronunciase una sentencia de muerte.
—El café huele bien —dijo ella intentando actuar como si nada estuviese mal, como si no existiese un enorme elefante blanco en la habitación junto a ellos— ¿Dónde guardas las tazas de café?
Él apuntó hacia un armario encima del lavavajillas y ella abrió la puerta de cerezo poniéndose de puntillas para alcanzar una taza en el estante de arriba. La camisa subió hasta sus muslos, mostrándole las curvas de su culo y ella, desesperadamente, esperó que la estuviese observando.
Que recordase lo que le había hecho solo algunas horas atrás, que recordase lo que había dicho de estar hechos el uno para el otro.
Cerrando la puerta del armario, se giró y extendió la taza.
Las manos de él estaban firmes mientras derramaba el líquido, en cambio Paula intentaba controlar los nervios soplando sobre el borde de la taza.
—Lo siento mucho —dijo Pedro rompiendo el aterrador silencio, y aquellas simples palabras le rompieron el corazón.
Obviamente lamentaba las horas apasionadas que habían compartido y ahora tenía el valor de hacer lo correcto, disculparse por hacer el amor con ella.
Quería llorar y gritar que no era justo. Pensó que finalmente iba a ver como sus sueños se hacían realidad, pero, en vez de eso, solo había sido un error.
Un enorme error a juzgar por su expresión sombría. Pero lo peor de todo sería que viese cuanto la hería su rechazo, por lo que se forzó a mirar fijamente sus ojos oscuros.
—No hay nada por lo que disculparse —dijo ella con voz sorprendentemente firme.
Él la miró con evidente alivio y Paula contuvo las lágrimas.
No había llorado delante de su padre y no iba a llorar ahora.
—No eras tú —dijo él como si esto lo explicara todo— todavía no lo eres.
Diez minutos antes había asumido locamente que ellos empezarían a salir, que sería su novia, solo porque la había hecho gozar tres veces seguidas. Pero ella sabía desde el principio que solo sería una noche en el paraíso, ¿no es cierto? No podía mostrar rabia y pena cuando él no le había prometido nada.
—Ayer por la noche fue maravilloso —dijo ella honestamente—. Eres un amante maravilloso, Pedro.
Él se inclinó sobre la encimera de granito negro sin mover ni un solo músculo y desconcertado.
—Nunca debí…
—Estoy feliz por lo que hiciste —no quería ningún arrepentimiento que estropease la noche mágica que habían compartido—. Estoy feliz con lo que hicimos, —dejó la taza de café— voy atrasada. Tengo que ir a la oficina.
Se fue a la sala con el fin de buscar su ropa. Necesitaba irse de allí antes de que pudiese salir más herida.
Pero él no se lo estaba poniendo fácil. La siguió como una gran presencia oscura en el marco de la puerta mientras ella se vestía.
—Voy a hacer que esto sea bueno para ti, Paula. Solamente dime como.
—Para, por favor —dijo ella— los dos somos adultos que querían tener sexo. Déjalo todo como está.
Pero el peso del remordimiento pesaba fuertemente en la habitación.
—Quieres ser una agente. Seré tu primer cliente.
Aquellas palabras destruyeron la armadura que había levantado alrededor de su corazón. Pensaba que le estaba ofreciendo lo que quería —ser su primer cliente superestrella. Sin embargo a ella no le importaría nada si eso significaba ser amada por Pedro cada día y cada noche.
La rabia finalmente explotó hacia la superficie.
—No necesito que nadie me haga favores. Me va muy bien sola —mintió.
—Tu padre no va a promoverte, ¿no es cierto?
La pregunta la cegó y sus dedos se quedaron inmóviles sobre la cremallera.
—Fue por eso que fuiste ayer al Barnum´s —continuó— fue por ello que te emborrachaste y viniste a casa conmigo —un leve disgusto cruzó su rostro—. Sé cómo piensa tu padre y como administra sus negocios. Es honesto, es un gran negociador, pero nunca contratará a una agente femenina —hizo una pausa— ni siquiera a su propia hija.
Paula tragó en seco. Odiaba que lo hubiese descubierto todo. No quería que viese lo injusto que era poner la zanahoria delante de su cabeza, lo que un cliente con el nivel de Pedro podía hacer para atraer a otros grandes clientes y demostrarle a su padre que estaba completamente equivocado pensando que ella era una persona débil.
Paula movió la cabeza deseando que el tren de alta velocidad en su cerebro pudiese parar antes de colisionar con una pared de ladrillos. No podía aceptar aquella oferta, no podía servir su orgullo en una bandeja de plata de aquella manera.
—No me debes nada —dijo nuevamente— hemos tenido una noche de diversión. ¿Qué importa? Solo ha sido una noche —mintió.
—Tú no lo hiciste.
—Lo hice —ella mantuvo su posición.
—Voy a matarlo.
Casi sonrió ante su reacción sorprendentemente celosa, pero no tendría una sonrisa suya. Aún no.
—Tú y yo hemos disfrutado de una gran noche juntos. Sin lazos, sin promesas. Deja de preocuparte —dijo ella poniendo una mano en su brazo para calmarlo. Pero tocarlo fue un gran error y se frotó la mano en la cadera para que el hormigueo parase—. Estoy bien —o lo estaría. Algún día.
—Mi abogado va a redactar un contrato, lo tendrás después del mediodía para revisarlo.
Lo miró fijamente, incrédula, incapaz de continuar con la discusión por más tiempo. Estaba actuando como un dictador, pero ella aún se sentía excitada por su culpa. Cada vez que movía los brazos y sus bíceps se flexionaban, cada vez que observaba como sus manos se movían y pensaba en lo que le había hecho con aquellos dedos largos, empezaba a perder la débil posición que tenía sobre su dignidad.
Con la cabeza levantada, recuperó su bolso y salió hacia la puerta descalza hasta el ascensor. Sentía los ojos de Pedro sobre ella mientras apretaba el botón rojo y esperaba el ascensor.
La campana sonó y, cuando las puertas de acero inoxidable se abrieron, entró. Tenía que ser fuerte, podría dejar que viese lo profundamente que la había herido; cuando las puertas se deslizaron para cerrarse endureció su expresión.
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