BELLA ANDRE

lunes, 24 de octubre de 2016

CAPITULO 4 (PRIMERA HISTORIA)




Pedro siguió a Agustin por la puerta rojo brillante de la oficina de Paula y ni siquiera vio el lindo trasero de la atrayente recepcionista. No hoy. Hoy todo se reducía a Paula.


Miró a través de los cristales que rodeaban la oficina, sin sorprenderse al ver que Paula se había defendido bien. Ella siempre había sido equilibrada para tener éxito y conseguir lo que quería.


Entonces la vio cuando abría la puerta y caminaba directamente en dirección a ellos. Una ola de emociones pasó por él; deseo, esperanza, dolor, lujuria y supo que el único modo en que podía negociar era cerrarse a ellas.


La ola de calor fue directamente a su ingle. Incluso con su suéter abrochado hasta el cuello y la falda cubriéndole la rodilla, Paula avergonzaba a cualquier otra mujer con la que hubiese estado. Ella era aún la vara con la que medía al sexo femenino, todas las demás eran pequeñas, muy pequeñas.


Sus piernas eran largas, parecían llegar a su cuello, y no eran finas como lápices, ni demasiado musculosas. Tenía unas pantorrillas redondeadas a las que le gustaría clavar los dientes, sus rodillas eran las más sensuales que hubiese visto y los muslos tentarían a un monje. Además de esto, aquel culo glorioso creaba una relación perfecta entre cintura y cadera. Era perfecto para agarrarlo cuando la estuviese montando arriba, o debajo de ella, en la cama.


La mirada de Pedro se movió de la cintura hasta su pecho. 


Maldición, un sujeto podía escribir poesía sobre unos pechos como aquellos y Marilyn Monroe habría tenido una dura competencia, si Paula hubiera vivido en los cincuenta.


Finalmente, levantando su mirada al rostro de ella, vio los ojos fríos como el hielo que lo estudiaban como si fuese un insecto bajo el microscopio.


Uno que ella quería tener bajo sus muy sensuales tacones de aguja.


Cierto, aún estaba cabreada con él. No era una gran sorpresa. Cierto sentimiento de culpa latió fuertemente en su pecho. No podía creer que aún se sintiera mal con lo acontecido después de todos estos años.


La fiesta de la noche de la graduación había sido igual a las demás, una mezcla de bebidas, baile y sexo. La única cosa asombrosa fue que el sexo había sido con una virgen.


Con la pequeña Miss Perfecta.


Una chica a la que siempre había querido pero que sabía que nunca podría tener.


Nunca sería lo suficientemente bueno para ella y una mirada, en su expresión, le dijo que todo el dinero y fama que tenía ahora, no cambiaban nada.


Paula hirvió cuando Pedro extendió la mano para coger la suya. ¿Cómo osaba entrar en su oficina como si nunca le hubiera arrancado el corazón del pecho y lanzado al mar? Sus palabras finales para él en la mañana después de la noche de la graduación hicieron eco repetidamente en su cabeza.


¡Te odio! siempre te odiaré y nunca jamás quiero verte nuevamente.


Después de diez largos años, ella no podía pensar en haber dicho algo más sofisticado y gracioso. No cuando su corazón había sido roto en un millón, en un billón de trozos. No cuando le robó su virginidad y la dejó de la forma más humillante posible menos de veinticuatro horas después. ¡El bastardo!


En lo más profundo de su cabeza una voz de susurró, ¿tienes la seguridad de que realmente te la robó? Tú prácticamente te le echaste encima, como la virgen desesperada que eras.


La voz que le hablaba y Pedro podían irse al infierno.


Forzándose en apretar la mano de él de una forma tan imparcial como era humanamente posible, Paula reconoció otra gran razón para su rabia: incluso después de toda una vida de difícil convivencia y aunque fuese clasificado como el peor hombre de la humanidad; Pedro Alfonso aun era increíblemente, el hombre más magnífico en el que ella había puesto los ojos.


Había sido un guapo y sexy adolescente y ahora, diez años después, tenía la constitución física de un guerrero. Bajo la camisa y los vaqueros carísimos, sus músculos bien entrenados se percibían duros y firmes. Su mentón era solo lo suficientemente rudo, para darle un toque áspero a su belleza masculina y la barba sombreada que lo cubría llamaba la atención hacia sus labios, que traían la promesa de una sensualidad increíble.


—Un placer en conocerlo — mintió odiando su sonrisa, odiando el hecho de que su cuerpo traidor aun respondía a su toque. ¡Diablos!


Paula apartó su mano recordándose que tenía el completo control de la situación.


—Vamos Paula — balbuceó él — no puedo creer que no te acuerdes de mí.


Ella se moría de ganas de darle un bofetón al rostro perfecto de sonrisa perezosa, incluso cuando buscó en sus ojos alguna señal de arrepentimiento. ¡Nada! Justo lo que pensaba.


Si una vez eras un cretino, siempre lo serás.


Levantando una ceja complaciente, ella inclinó el mentón lo más levemente posible, como si estuviese intentando colocarlo en una lista enorme de hechos sin importancia.


—Oh sí, ahora me acuerdo de ti — contenta de parecer controlada —¿No estabas en mi instituto?


—Claro que sí — respondió él y ella pudo sentirlo riéndose con sus ojos y prácticamente oír sus pensamientos sobre lo patética que era aun ahora, después de tantos años, intentando fingir que no lo conocía. El probablemente había pensado que había ido a su casa y se había vestido bien para él usando zapatos de tacón y medias de rejilla para intentar seducirlo.


Agustin los estudió a los dos estrechando los ojos.


—¿Ustedes dos se conocen?


—Sí. — dijo Pedro.


—Un poco — murmuró ella.


—Nosotros seguimos caminos diferentes — aclaró Pedro — ella era la mejor de la clase y se fue a Stanford. Era una de las inteligentes, de las buenas chicas.


—Y él era un deportista — escupió Paula.


Agustin se rió.


—Gracias a Dios por eso. Los deportistas pagan mi sueldo ¿sabe? Pero el hecho es que la necesitamos para volverlo bueno para nosotros, nuevamente un buen chico. Con los medios y los fans y especialmente, con el nuevo dueño del equipo que es un jodido conservador del sur.


Paula llevó a los dos hombres a su despacho espacioso y colorido sabiendo que Pedro estaba absorbiendo todo aquello a través de sus ojos.


Apuesto a que ninguno de tus juguetitos sabe cómo dirigir su propio negocio ¿no es cierto?


Agustin no desperdició un segundo y continuó hablando.


—Es bastante obvio que no tiene una opinión muy alta de los deportistas. O de Pedro.


Paula casi se rió. ¡Discutir sobre quién era el mejor! Una táctica impresionante y desconcertante. Movió la cabeza.


—Está en lo cierto.


Una expresión de extrañeza pasó por el rostro de Pedro y, rápidamente fue sustituida por una máscara de “no me importa el mundo ni si he nacido con buen físico’’.


—Perfecto — respondió Agustin — usted es exactamente la persona perfecta para el trabajo.


Las cabezas de Pedro y Paula se dirigieron a Agustin con sorpresa.


—Tal como veo esto — explicó Agustin — ya que no le gusta el fútbol ni nuestro jugador estrella, usted sabe exactamente con qué aspectos de su vida es que surgen los problemas. Conoce el asunto, lo que necesitamos ahora es que lo cambie, que le dé un vuelco radical.


—El da demasiadas fiestas y se acuesta con demasiadas mujeres — dijo Paula sin rodeos — vestirlo bien y tenerlo diciendo algunas cosas buenas a la prensa no va a hacer ninguna diferencia. Ni para el público ni para el jefe conservador.


—¿Me estás juzgando Paula? — preguntó Pedro petulante.


—Lo que dice es verdad — dijo Agustin ignorándolo — él da un poco de trabajo. Pero también es el mejor jugador que ha visto el futbol en la última década y no queremos perderlo. Yo no quiero perderlo. No solo es el mejor quarterback de los alrededores, además es mi amigo. Voy a volvérselo a preguntar nuevamente: por favor, ¿podría tenerlo como cliente?


Pedro miró a Paula como diciendo, ves, aún soy el mejor y el más sexy de la ciudad, querida, y ella aguantó el deseo de lanzarle un vaso de agua a la cara, al sensual y egoísta hijo de puta.


—Le estoy pidiendo que me diga su precio por trabajar dos semanas con Pedro — continuó Agustin — nosotros podemos darle beneficios o un coche, cualquier cosa que quiera, además de una ganancia extra, superior. No podemos cambiar su imagen y hacer al gran jefe feliz sin usted.


Ella habló calmadamente.


—Ya le he dicho que mi empresa no puede aceptarlos en este momento y que será un placer telefonear a otros consultores de imagen.


—Me tienes miedo.


Las palabras de Pedro eran por un lado un insulto y por el otro un desafío sensual. Paula sintió que sus labios se curvaban en una línea apretada, forzó los músculos de su rostro a relajarse. Al infierno si caía en aquel truco nuevamente.


—No eres lo suficientemente importante para que yo tenga una opinión sobre ti de una u otra manera — dijo ella fríamente.


Oyendo salir las palabras de su boca, tan fuertes y confiadas, incluso ella se las creyó.


Lo que significaba… que podría aceptar el trabajo. Ella sabía exactamente lo que era él ahora y no había modo de que pudiese volverla boba nuevamente.


Entonces, a cambio de un salario mayor al que nunca pensó que llegara a ver, pasaría dos semanas con un hombre para el que solo fue una muesca en un cinturón muy largo y, esta vez, saldría riendo.








No hay comentarios:

Publicar un comentario