BELLA ANDRE

jueves, 10 de noviembre de 2016

CAPITULO 21 (SEGUNDA HISTORIA)






A Pedro normalmente le gustaba encontrarse con los fans, salir con los otros jugadores y trabajar con los niños. Pero esta vez no podía esperar a marcharse y tener a Paula desnuda en su cama.


Pensando en sus exuberantes curvas, una nueva erección presionó contra la cremallera. Menos mal que se había puesto la chaqueta.


—Gracias por la gran noche —dijo a los organizadores. Era todo lo que podía hacer para mantener una sonrisa amable en su cara mientras la imaginaba en su bañera, con el agua corriendo sobre sus increíbles senos, con la cabeza echada hacia atrás en éxtasis mientras lamía su clítoris con la lengua.


Finalmente escaparon al coche, pero él sabía que no podría esperar a llegar a casa. Tardarían quince minutos, o catorce y medio, demasiado tiempo. Arrancó saliendo del aparcamiento, conduciendo con un único propósito en mente.


La suave y ronca voz de Paula se envolvió alrededor de su pulsante polla.


—Por si quieres saberlo, tu casa está en la dirección opuesta.


Él le dirigió una rápida mirada llena de promesas.


—No puedo esperar tanto.


Cuando ella se removió en el asiento, recordó lo mojado que estaba su coño, lo preparado que estaba para que se sumergiera en su interior.


Entró en una parte desierta del Golde Gate Park y apagó las luces. El Viper negro no era muy amplio pero estaba bien. 


Era como la vagina de Paula, cuanto más estrecha mejor.


Empujó la palanca al lado de su asiento y se deslizó hacia atrás unos centímetros.


Paula lo observaba con una sonrisa ladeada en su rostro.


—¿Perdido? —preguntó, sabiendo muy bien lo que pretendía, pero con ganas de burlarse de él antes de subirse en su regazo para otra cabalgada.


—Date la vuelta —dijo él.


Parpadeó sorprendida pero hizo lo que le pidió. Le bajó la cremallera de la falda dejándola caer en el suelo del pasajero. Sus bragas estaban en el bolsillo de la chaqueta y su dulce coño estaba desnudo y todavía resbaladizo. Era suya para poseerla pero primero la quería desnuda. El jersey fue lo siguiente, dejándola solo con el sujetador, en la oscuridad buscó el broche en la espalda.


—Está delante —susurró ella temblando ligeramente.


Él sonrió contra su cuello, seguidamente besó la piel caliente. Ella inclinó la cabeza hacia un lado para darle mejor acceso. Sus dedos se morían por tocar los pezones y lentamente recorrió las manos por sus costillas, las suaves ondas de carne, para finalmente cubrir sus senos.


Mientras con una mano desabrochaba el sujetador, con la otra se abría camino hacia su húmedo vello púbico, localizando rápidamente el duro botón de su clítoris.


Él no era el único que se moría por follar otra vez.


—¡Pedro! —susurró Paula mientras abría las piernas de forma que él pudiera pasar la mano por los labios hinchados y excitados de su sexo.


Sin previo aviso la levantó sobre su pene empujándola contra su regazo. La espalda presionada contra su pecho, los suculentos senos llenándole las manos.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó con un susurro excitado.


—Confía en mí —le respondió totalmente loco por el cuerpo de aquella mujer como nunca lo estuvo en sus treinta y seis años de carga sexual.


Metió el pene entre sus nalgas, y cogió los pezones entre los dedos pulgar e índice, haciendo que las crestas crecieran hasta que la humedad se filtró en la tela de sus pantalones. 


Con una mano jugando con sus pechos, deslizó la otra contra sus labios vaginales, encontrando el clítoris y el pasaje apretado y caliente.


Ella gimió balanceando rítmicamente las caderas contra su mano, inflamándolo con cada empuje.


Se obligó a retirar la mano de su coño, la sujetó por las caderas levantándola lo suficiente para abrirse la cremallera. 


Abrió el envoltorio del preservativo con los dientes y lo puso sobre su pene pulsante, con un movimiento que hablaba de años de experiencia en posiciones tan poco habituales. Pero toda mujer que hubo antes que Paula había sido olvidada.


No tardó ni un segundo en introducir la cabeza de su miembro entre aquellos labios, ella gimió de satisfacción.


—¡Pepe! —imploró, usando su apodo por primera vez al tiempo que su pene surgía entre sus escurridizos pliegues.


Casi se zambulló por completo en la gruta, alto y profundo, pero quería provocarla, llevarla al límite antes de darle finalmente el placer supremo.


—Todavía no mi amor—dijo al sustituir su polla por dos dedos.


Se aseguraría de que nunca olvidara esa noche. Y quedaba mucho tiempo hasta mañana.







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