BELLA ANDRE

viernes, 4 de noviembre de 2016

CAPITULO 3 (SEGUNDA HISTORIA)





Recuperándose aún de esos cinco minutos en los brazos de Pedro, Paula se encerró en el lavabo de señoras hasta que consiguió eliminar de su rostro y ojos todo rastro de excitación y emoción. Después abrió la puerta y se dirigió a la mesa de Angie. Conocía casi de toda la vida a la asistente ejecutiva de su padre, una mujer seria y algo intimidante. 


Aunque ya no era una niña, la mujer todavía le daba un poco de miedo.


—Justo a tiempo. Tomas quiere hablar contigo.


Respirando hondo, Paula giró el pomo dorado y entró donde su padre la esperaba.


Éste miró hacia arriba cuando cerró la puerta.


—Acabo de hablar con Pedro.


Su corazón dio un salto mientras esperaba que le dijera lo que había hablado de ella.


—Comentó que había sido un placer trabajar contigo hoy. Dijo que le salvaste el día.


Ocultando su deleite por el elogio, dijo:
—Ha estado muy bien en la sesión de fotos, como siempre. Es una gran inversión para la empresa.


Su padre se encogió de hombros.


—Lo era, pero se está haciendo viejo.


Ella soltó la bolsa en el suelo y avanzó en dirección a su padre.


—¿Estás bromeando? Es uno de los rostros más admirados del fútbol. Ninguna multa por exceso de velocidad, ni peleas de bar, ningún bebé escondido. Es un as, una máquina de hacer dinero. Las empresas llaman a nuestra puerta para conseguir que él anuncie sus productos.


Su padre miraba el correo electrónico escuchándola a medias.


—Los tiempos han cambiado. La gente quiere que sus estrellas favoritas lo estropeen todo y luego se arrepientan. A nadie le interesan los ángeles.


La boca de Paula se abrió y cerró. ¿Cómo podía hablar su padre de esa manera sobre él? ¿Qué había pasado con la lealtad? Además su padre estaba equivocado con el comportamiento de Pedro.


—Mira a Lisandro Calhoum. —Apuntó su padre— Sus fans están mucho más locos por él después de tener relaciones sexuales con su asesora de imagen, para seguidamente ver la luz y casarse con ella. No hay nada mejor que un chico rebelde volviendo al buen camino.


Paula había visto a Lisandro algunas veces, y le pareció un mujeriego encantador, pero no era su tipo. Ella prefería a alguien que no tuviera nada que demostrar, que no usaba su sexualidad para conquistar el mundo, que simplemente la poseyera como una parte integral de lo que era.


Pero no era el momento de enfadarse con su padre y se sentó en la silla frente a él.


—¿Para qué otra cosa querías verme?


—Ha llamado tu madre. No te olvides de llevar ensalada de batata a la barbacoa del domingo o la tomará conmigo por no habértelo dicho.


Su corazón se hundió. Estaba tan segura de que iba a mencionar su ascenso. Bien, ya que ahora tenía toda su atención, abordaría directamente el asunto y le diría exactamente lo que quería —y estaba segura de que lo conseguiría.


—En verdad papá, me alegra que me llamaras. Me gustaría conseguir tu agenda.


Él rápidamente levantó los ojos del ordenador mirándola.


—¿Hay algún problema?


—No. Me va muy bien en mi trabajo, estoy bastante satisfecha por el contrato de patrocinio que negocié para Wilson el viernes pasado. Si alguna vez tuvo oportunidad de promocionarse a sí mismo es ahora.


—Te envié algunos correos con notas sobre la negociación de Martin. Puedes hacerte cargo de eso, también.


Ella sonrió.


—Fantástico.


Más trabajo y responsabilidad sin el “Agente” en su tarjeta de visita. Ella estaba marcando la diferencia en la vida de los jugadores y le pagaban muy bien como socia, pero quería ser reconocida por sus logros en lugar de por ser la hija de Tomas Chaves.


Él la miró con impaciencia en su rostro profundamente arrugado.


—¿Necesitas alguna cosa más?


Ella se enderezó.


—Sí.


Finalmente retiró las manos del ordenador y se recostó en la silla, entrelazando los dedos sobre su estómago.


—Hace cinco años que trabajo aquí —comenzó ella—. Durante ese tiempo he tenido cada vez más responsabilidad, me gané mi MBA y negocié varios contratos importantes para los clientes clave.


Su padre asintió con la cabeza y la esperanza renació en su pecho.


—Merezco ser promovida a agente. —Dijo poniendo las palmas de su manos húmedas en su regazo, esperando a que su padre hablara, como el silencio se prolongó empezó a formársele un nudo en el estómago.


Su padre echó la cabeza hacia atrás y se rió.


—Cariño, pensé que ya lo sabías, nadie en este negocio tomará en serio a una agente femenina del fútbol. Especialmente a una tan frágil como tú.


Paula se puso en pie mientras él volvía al ordenador.


—¿Qué pasa con todos los contratos en los que trabajé? —Preguntó—. He hecho grandes cosas para nuestros clientes. Hice que ellos —y tú— ganarais mucho dinero.


Él hizo un gesto con la mano, rechazando sus pretensiones completamente reales.


—Te tomaban en serio porque trabajabas para mí. En fin, todos saben que soy yo quien está tras los negocios, además, no eres lo suficientemente fuerte para este tipo de negocio. Los agentes no pueden llorar cuando no consiguen las cosas a su manera.


Su padre no estaba bromeando. En absoluto. Y Paula finalmente se dio cuenta de la verdad:
Su padre nunca, nunca, ni por un segundo, planeó convertirla en agente. Su intención era, que ella trabajara como asociada hasta el día que se jubilara.


Pareciendo notar su consternación dijo:
—No me entiendas mal cariño, has hecho un magnífico trabajo, y eres una socia excelente. Todos lo creen.


Le estaba hablando como si fuera una niña, que ahora entendía, era exactamente como la veía. Todos la veían así: sus jugadores, los otros agentes, su secretaria.


—Gracias por tu tiempo —le dijo con frialdad, y luego cruzó la habitación cerrando la puerta suavemente. Mantuvo la cabeza erguida mientras pasaba ante la mesa de Angie.


Mientras caminaba apresuradamente por el pasillo, su cerebro daba vueltas a sus planes. No desperdiciaría ni un minuto sentada en su minúsculo cubículo sintiendo pena de sí misma. Ella quería ser agente y si no podía serlo en Chaves, lo sería en otro lugar, y sabía exactamente dónde empezar.


Barnum’s. El bar secreto de los deportistas profesionales del Área de la Bahía de San Francisco. Era el único lugar donde los hombres más ricos y deseados podían jugar al billar sin tener a las groupies colgando encima de ellos. Corría el rumor que ninguna había cruzado el umbral en treinta años.


Pero ella no tenía duda de que conseguiría entrar. Había logrado para muchos de aquellos sujetos grandes sumas de dinero y ellos se lo debían.


Ignorando los cuarenta correos electrónicos nuevos en su bandeja de entrada, cogió el bolso y se dirigió al ascensor. 


En la calle, llamó a un taxi y le dio al conductor la dirección donde pensaba estaba Barnum’s. Era un secreto muy bien guardado, pero ella sabía por las conversaciones de borrachos, lo suficiente para tener un par de pistas de su ubicación.


En la esquina de una calle a una manzana del agua, en una parte bastante cutre de la ciudad, Paula pagó al conductor y salió a la débil luz solar. Se estaba empezando a preguntar si había sido una buena idea, cuando el sonido de unas risas llamó su atención hacia una puerta entreabierta en medio de un callejón oscuro. Un jugador novato salió a la luz del día.


¡Bingo! Ahora todo lo que tenía que hacer era descubrir la manera de entrar.


Caminó deprisa hacia la puerta que golpeó con los puños. 


Era bastante patético golpear la mierda de puerta de metal, cuando sus manos estaban empezando a palpitar.


Un hombre abrió la puerta solo lo suficiente para que ella viese su diente de oro.


—Solo miembros.


Le cerró la puerta en las narices, pero la rabia le dio fuerzas y ella la empujó, abriéndola un centímetro.


—Esos chicos me conocen. Déjame entrar.


Esta vez él abrió la puerta un poco más y la examinó de la cabeza a los pies, sonriendo lascivamente.


—Estoy seguro de que te conocen, nena. Vete a casa. Encuentra un buen chico, cásate y ten hijos.


Ella miró por encima de su hombro la oscura sala. Jonas Wilson estaba inclinado sobre la mesa de billar. Le había conseguido dinero a cubos, más del doble de la oferta original para una campaña de zapatillas deportivas. Estaba en deuda con ella.


—¡Jonas! —gritó sobre la palpitante música de rap.


El portero retrocedió tapándose los oídos, dándole la oportunidad de empujar la puerta y pasar. Estaba a medio camino cuando la sujetó.


—¡No tan rápido! —gruñó, por lo que tuvo la impresión de que estaba a medio minuto de que fuera literalmente expulsada con una patada en el culo.


Justo en ese momento, Wilson dejó el taco de billar.


—¿Paula Chaves? ¿Qué estás haciendo aquí, muchacha?


El portero dijo:
—Lo siento amigo. Ya le dije “nada de fans”. Voy a echarla de aquí.


—Ella no es ninguna fan, amigo. Es la hija de mi agente. Déjala.


—¿Qué pasa? —preguntó Wilson cuando el portero regresó a la barra.—¿Algún problema con el nuevo contrato?


Ella negó con la cabeza.


—No, todo está bien en tu contrato. Déjame que pida algo para beber, y me presentas a tus amigos.


Él frunció el ceño.


—¿En serio? ¿Te vas a quedar?


—Por supuesto.


Él parecía en estado de shock, por lo que decidió darle unos minutos para que se acostumbrara a la idea de que estaba en el refugio altamente secreto de los jugadores.


—Sigue jugando. Te haré saber cuándo necesite tu ayuda.


Él miró por encima del hombro al resto de los jugadores en el club, luego movió la cabeza.


—No creo que sea una buena idea que estés aquí.


Encogiéndose de hombros ella miró alrededor.


—No está muy animado. Pero creo que me puede gustar.


Señalando la mesa de billar para que volviese a ella, se dirigió a la barra vacía. Por lo menos una docena de pares de ojos estaban mirándola. Jugadores de fútbol, hockey y beisbol estaban relajados con sus cervezas, video juegos y billar. Incluso había algunos profesionales del golf en la mezcla. Sabía sus nombres y equipos, pero excepto a Wilson, no conocía personalmente a ninguno. Todavía.


No había otro bar en la ciudad donde ella se hubiera sentido como en casa. Había crecido alrededor de deportistas profesionales, viajando con ellos, asistiendo a sus partidos, estando con sus familias. El fútbol era como su familia.


—Ginebra con tónica, por favor —dijo al corpulento barman—. Que sea doble.


Aunque no pareció muy feliz al tener que atenderla, se lo sirvió en un vaso alto.


Le dio un sorbo, que inmediatamente se transformó en un trago.


—Dios, está bueno —murmuró.


Mucho mejor que la bebida, fue el zumbido instantáneo que la recorrió desde la cabeza a los pies. No había comido desde las seis de la mañana, por lo que la bebida no tardaría mucho en surtir efecto.


—Honestamente —le dijo al gran barman— entiendo porque no me dejaba entrar.


—¿Lo entiendes?


Ella asintió.


—Estos tipos necesitan un lugar donde desconectar de todo. La prensa, los fans, la gran presión del dinero. Es genial que convirtieras esto en algo como su refugio —dijo cruzando los dedos sobre el corazón— nunca diré nada. Lo juro, que muera si lo hago.


Habían tenido un comienzo difícil, pero otra copa más tarde demostró que el barman —su nombre era Elio— era un hombre muy agradable. Se alegró al escuchar sus planes de convertirse en la próxima gran agente del fútbol. Lo siguiente que supo fue que su segunda copa estaba vacía y él se alejaba de la barra.


Cuando Elio conectó el canal ESPN, estaban haciendo un perfil de los mayores receptores de todos los tiempos. 


Pedro era su primera elección, algo cálido y embriagador surgió en el pecho de Paula. Hablaría con los otros jugadores más tarde, porque en la siguiente hora, se ocuparía de su bebida junto con su amor platónico por el hombre más guapo del mundo.








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