BELLA ANDRE
viernes, 4 de noviembre de 2016
CAPITULO 2 (SEGUNDA HISTORIA)
Paula salió de su ensoñación para encontrar a todo el mundo mirándola y sintió que se ruborizaba. Rápidamente se sacudió la sensación de que aún tenía diecisiete años y era dolorosamente insegura. Habían pasado diez años desde entonces, lo suficientemente largos para que ella se transformara de una tímida adolescente con sobrepeso, en una mujer curvilínea y segura de sí misma. Era soltera por elección, no porque no pudiera conseguir un novio. Ya no tenía veintipocos años y no quería desperdiciar el tiempo enamorándose de tipos que no podían ser “él”. Esperaba a alguien especial… alguien como Pedro.
Él salió de debajo de las luces y fue hacia ella; en ese momento su corazón latió fuerte y rápido.
—No te preocupes, seré suave. Lo prometo —dijo con una voz tan baja que solo ella podía oír.
No tenía la más mínima idea de qué le estaba hablando, pero su cuerpo reaccionó a aquella voz profunda, sensual y sus pezones presionaron contra el sujetador de seda.
—Creo que me he perdido algo —susurró ella— ¿Por qué todos me miran?
Él sonrió, con una sonrisa lenta y llena de calor. Paula se sintió débil. ¿Sería capaz de imaginar el impacto que causaba en ella? Cualquier mujer aceptaría su esclavitud sexual con apenas percibir el brillo de su blanca sonrisa.
—Benjamin preguntó si te importaría sustituir a la modelo por unos minutos para poder testear la luz y probar algunas poses.
—Ella estaba aquí hace un minuto —Paula examinó la habitación— ¿Qué le ha pasado?
Pedro se inclinó y respiró al lado de su oído, enviándole escalofríos a sus brazos.
—Su novio acaba de telefonear y terminar su relación. Va a llevar un tiempo reparar su maquillaje —se apartó y la miró a los ojos—, entiendo que no quieras hacer esto. Otra persona puede ocupar su lugar.
La maquilladora estaba prácticamente haciendo gestos con la mano en el aire con la idea de frotarse como una gata en celo contra él bajo las luces. Paula no podía dejar que eso pasara y, además, sería una loca para no saltar por cinco minutos de feliz proximidad.
—Sin problema —sonrió largamente— tendré mucho gusto en ayudar.
La tomó de la mano y se la apretó mientras la llevaba hasta las luces. Nunca pensó que llegaría el día en que Pedro Alfonso la cogería la mano. Sus palmas eran callosas por los años de fútbol y no podía evitar pensar en aquellas manos recorriendo su cuerpo desnudo… sobre sus pechos. Su respiración se detuvo por la potente imagen y después por la increíble y real sensación de él envolviendo posesivamente un brazo alrededor de su cintura.
—¿Cómo quieres que nos pongamos Benjamin? —preguntó Pedro que había realizado centenares de sesiones fotográficas.
Agradeció silenciosamente que nadie esperara que dijera media palabra. Estaba muy excitada y asombrada por lo que había pasado. Él no parecía perturbado por haberla abrazado e intentó no dejar que su obvio desinterés la molestara. ¿Por qué habría de tratarla de manera diferente que a cualquier otro con el que se fotografiase?
—Quiero algo más íntimo y personal —dijo Benjamin a través del visor.
Pedro la acercó y ella sintió sus duros cuádriceps presionando su espalda. Nunca había estado tan cerca de un hombre con un cuerpo tan espectacular y eso la dejaba un poco débil. Y ridículamente excitada.
El fotógrafo gruñó, obviamente descontento con algo.
—Paula, ¿te importaría sacarte el jersey? No puedo conseguir nada con todas esas ropas en medio.
Ella parpadeó. Una cosa era ser abrazada con una barrera de ropa entre ellos y otra completamente diferente era sacarse la ropa hasta quedarse con una blusa de seda.
Especialmente cuando sus pezones estaban tan duros.
—Me parece que necesita luz reflejándose en tu piel —susurró él sintiendo su confusión.
Asintió y se sacó el jersey por la cabeza. El asistente del fotógrafo lo tomó con manos temblorosas.
—Bien, mejor —gruñó el fotógrafo nuevamente— ahora necesitamos encontrar la manera de hacer que los dos parezcan uno solo.
La sangre corrió hacia los oídos de Paula y, por un momento, todo lo que oyó fue el latido de su corazón.
¿Cómo iba a resistir los próximos minutos de una pieza?
Siguiendo las indicaciones del fotógrafo, Pedro la acercó firmemente, con sus pechos apretándose contra la pared dura de su pecho, la ingle en su bajo vientre. Las mariposas volaron locamente en su estómago. Sus fantasías de estar en sus brazos no habían sido así, tan cercanas a la realidad, a su calor, a su fuerza e incluso a su gentileza innata.
—Mucho mejor —dijo el fotógrafo— ahora inclina la cabeza hacia atrás.
Paula levantó el mentón algunos centímetros y Benjamin hizo una señal de disgusto.
—Más.
Sintió el golpeteo regular del corazón de Pedro contra su pecho.
—No seas tímida —dijo suavemente— solo soy yo. Arquea la espalda y descansa el peso en mi brazo. Te agarraré firmemente.
Forzándose a concentrarse en las palabras recordó que él hacía ese tipo de cosas todo el tiempo. Solo estaban ensayando un anuncio. Envolviendo los brazos en su cuello, se permitió relajarse contra él, apreciando su papel como mujer que él deseaba sobre todas las otras.
—Eso mismo —dijo el fotógrafo mientras disparaba fotos en su cámara digital.— Presiona los labios contra la vena de su muñeca, Pedro.
Paula casi murió cuando los labios de él hicieron contacto con su piel; por una fracción de segundo estuvo en el cielo.
Entonces la verdadera modelo regresó y lo próximo que supo era que Pedro la estaba soltando y volviendo su atención a la delgada modelo, cogiéndola de la misma manera, tan cerca, colocando los labios en su piel mientras Paula observaba en un banco al otro lado de la sala.
Había estado en el cielo… y ahora estaba en el infierno.
Apartando los ojos de él y de la magnífica chica que estaba en sus brazos, se enterró en su BlackBerry, necesitando leer todos los e-mails varias veces antes de que las palabras tuviesen algún sentido. Su cerebro —pero principalmente su cuerpo— volvían al recuerdo del duro calor contra su cuerpo, de sus labios marcando a fuego su piel. Cuando finalmente se permitió mirar hacia arriba Pedro se había vestido con su propia ropa y estaba sensual como el pecado con una camiseta de los Outlaws y vaqueros azules. Solo pensar en la manera en que la había cogido, en lo que fue sentir sus labios en el cuello y aquellas grandes manos rodeando sus caderas, un rubor empezó a expandirse por su pecho hasta su cuello. Para disfrazar su excitación inmediata concentró su atención en deslizar la BlackBerry en su estuche de cuero rosa… y se equivocó por una gran distancia. Se escurrió sobre el suelo de cemento y se fue deslizando en una hilera de sillas.
Pedro se inclinó para recuperarla cogió el estuche rosa de sus dedos y deslizó en él su teléfono.
Los periodistas deportivos llamaban a sus grandes y bronceadas manos “mágicas”, recordó Paula. El Señor sabía que ella había soñado con aquellas manos acariciando su piel una y mil veces.
—Has sido buena allí arriba, Paula, natural.
—Estaba muy nerviosa —no pudo evitar sonreír ante el elogio.
Los ojos castaño oscuros de Pedro capturaron los de ella con una intensidad que la sorprendió:
—No me he dado cuenta, estuviste perfecta.
—Gracias —ella tragó en seco.
La BlackBerry sonó en su mano y él se la entregó. Era un mensaje de texto de Angie, asistente ejecutiva de su padre. Quería que fuese a verlo en el momento en que pudiera. La excitación vibró en su pecho.
—Tiene que ser un novio estupendo para que te pongas así —dijo Pedro.
—No tengo novio —Paula casi soltó nuevamente el teléfono. Se apresuró a disculpar su humillación—. Creo que mi padre puede ascenderme hoy —no planeaba confiar en él, pero no pudo contener su entusiasmo.
—Eso es fantástico —dijo cogiendo su bolsa de Louis Vuitton. La cara bolsa de cuero parecía increíblemente pequeña en aquellas grandes manos— ¿Qué tal si hago que llegues más rápido llevándote en una pequeña carrera hasta la oficina?
Le abrió la pesada puerta del almacén y ella se concentró en bajar las escaleras que daban al garaje con escalones imposiblemente altos. Saber que iba a acercarse a Pedro hubiera significado una hora extra en su armario por la mañana, cuando salió su habitación estaba igual que si un huracán hubiese pasado por ella. Después de probarse una docena de vaqueros, vestidos y zapatos, finalmente se puso un sencillo traje negro con falda tubo, medias y zapatos peep-toe de tacón y un jersey de cachemir. Lo negro combinaría con el paño del fondo de la foto y un poco de sensualidad nunca estaría demás. Después de ser invitada a posar con Pedro en una sala llena de extraños, estaba contenta del esfuerzo extra.
Sintió el calor de su cuerpo detrás de ella mientras caminaban hacia el garaje subterráneo. Le abrió la puerta del pasajero del coche y, en seguida, se situó tras el volante, entonces fue consciente de la cantidad de espacio que ocupaba… y la pura felicidad de compartir un lugar tan íntimo con la estrella de sus fantasías nocturnas. Con cerca de un metro noventa y ciento cuatro kilos, no era el más alto ni el más fuerte de los Outlaws, pero como estrella receptora era el más rápido y el más ágil. Además, era el hombre más guapo que había estado cerca de ella y el más increíble que había tenido a su lado.
—Felicidades por tu MBA —dijo él inesperadamente cuando se metió en el tráfico— No me sorprende que tu padre te promueva como la próxima agente.
—Gracias —dijo ella con orgullo en la voz. Las noches de estudio seguidas por diez horas trabajando para su padre habían sido agotadoras. No tenía ni idea de que él supiese algo de su formación y este hecho era increíblemente lisonjero.
Cuando él se paró frente a la Agencia Chaves, su vigorosa boca se curvó en una sonrisa y ella perdió la respiración.
Aturullándose con su cinturón de seguridad, cogió su bolso y salió del coche.
—¿Paula?
Su corazón se disparó y se inclinó hacia la ventanilla abierta.
—Buena suerte —dijo— vas a ser una agente maravillosa.
Pedro se quedó sentado en su coche varios minutos mientas zumbaba el tráfico. ¿Por qué diablos había flirteado con Paula? Ella estaba completamente fuera de sus límites. No solo por ser hija de su agente, sino que merecía mucho más de lo que él pudiera darle. Merecía a un tipo normal y con una vida normal, no una figura pública que cargaba con un secreto que podía hacer volar por los aires todo por lo que había trabajado. Esto no impidió que la observase durante toda la tarde en el estudio del fotógrafo. Observarla y desearla.
Durante el transcurso del día había querido tocarla. Para pasar su lengua en la hendidura de aquellos senos exuberantes, para sentir los pequeños pezones duros como el acero contra las palmas de sus manos y frotar su rostro contra la suave piel cremosa. Para acostarla en el suelo, deslizar sus manos por su trasero, mirar aquel bonito cuerpo desnudo, lamer dentro de ella y, en seguida, pasar la lengua sobre su clítoris. Para moverse sobre su cuerpo desnudo, deslizar su pene en su calor y poseerla centímetro a centímetro. Para mirar su rostro cuando ella gozase, observar cómo sus ojos se abrían con sorpresa cuando su clímax la atravesara.
Hacía años que lo perseguía su perfume, el modo en que lamía sus labios cuando estaba concentrada, la piel suave de su garganta cuando tomaba un trago de café; sabía que sería la cosa más dulce que hubiese tenido en su lengua.
Y entonces Benjamin lo llamó y todo lo que pudo hacer fue esconder su erección frente a la cámara. Había fantaseado con tocarla durante tanto tiempo que su cerebro no pensaba con claridad ante la realidad de las suaves caderas en sus manos. Una vez más pensó en el momento en que ella se sacó el suéter, o en cómo sus pezones estaban duros y apretados, en las curvas llenas y redondeadas de sus pechos. El éxtasis y la tortura estaban lidiando cuando la agarró fuerte contra él, más fuerte de lo que debía y más cerca de lo que ella necesitaba estar. Había sido una suerte el poder tocarla y abrazarla y había tomado todo lo que había podido conseguir. Pero un beso de mentira en su cuello apenas empezó a saciar su sed.
Ahora que la había probado, quería más de lo que había tenido.
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