BELLA ANDRE
viernes, 4 de noviembre de 2016
CAPITULO 1 (SEGUNDA HISTORIA)
—Pedro Alfonso es realmente sexy —dijo la maquilladora abanicándose.
Paula Chaves mantuvo los ojos fijos en su BlackBerry, aunque se estuviese muriendo por darle otra mirada al pecho duro, bronceado y en consecuencia se le hiciera agua la boca. Como representante de la Agencia Deportiva Chaves, de la que su padre era propietario, no estaba allí para desear a uno de los clientes. Ayudar a los jugadores de fútbol profesional durante las sesiones de fotografía y eventos benéficos era su trabajo y solo porque Pedro la hiciese babear, no significaba que podía perder la cabeza por él en público.
Solo cuando estaba sola.
La mujer de mediana edad levantó la voz.
—Estás loca por escribir e-mails cuando ese hombre se saca la camisa. ¿Cuándo vas a tener nuevamente la oportunidad de estar cerca de un torso tan hermoso?
Paula paró de teclear y miró hacia arriba con una sonrisa educada.
—Todo el mundo en la agencia Alfonso está muy orgulloso de lo que ha conseguido Pedro.
Se había pasado una década escondiendo su deseo.
Aquella mañana se había despertado de un hermoso sueño en el que él le había hecho cosas maravillosas con su boca, sus manos increíblemente fuertes y la gruesa protuberancia entre sus piernas, que intentaba no mirar obsesivamente los domingos cuando se vestía para jugar. Tenía la absoluta certeza de que había fallado algunas veces.
—No podría importarme menos el fútbol, —dijo la maquilladora con voz demasiado alta para que Paula estuviese tranquila— pero el hombre tiene unos abdominales increíbles y apuesto a que puedes rodar una moneda por ese trasero.
El fotógrafo pidió algunos retoques rápidos en su cabello y la maquilladora charlatana corrió para tirar algunos polvos en su torso. Paula y cualquier otra mujer en la sala, sabían que él no necesitaba polvos para el brillo de su perfecta piel.
Era simplemente una disculpa de la mujer para tocarlo.
La foto de Pedro vistiendo solamente unos vaqueros viejos y una sonrisa era suficiente para derretir al más frío corazón de mujer… y vaciar su cartera. Como una de las estrellas ofensivas del San Francisco Outlaws, Pedro era el favorito los domingos cuando los americanos se quedaban pegados a sus televisores de pantalla plana. Su poderoso sex- appeal había sido la razón por la que Paula fue capaz de negociar un contrato de dos millones de dólares con Levis-Strauss.
Creció en el mundo de fútbol había visto muchos físicos impresionantes. Bellos abdómenes, culos apretados y hombros anchos. Pero en Pedro el patrón había sido aumentado a once. Sus abdominales parecían pintados por un artista; cada vez que se movía, depresiones profundas surcaban su duro vientre. Sus hombros anchos, su espalda musculosa eran una obra de arte y la forma en que los nervios y tendones de sus tríceps y bíceps saltaban cuando se movía, conseguían que su respiración fuese algo más rápida.
Observándolo a través de la sala, el tiempo retrocedió a sus diecisiete años.
Cada navidad el padre de Paula invitaba a sus clientes más importantes con sus novias y esposas a su casa.
Paula normalmente se escondía en su habitación y leía hasta que todo el mundo su hubiese ido, pero ese año Pedro Alfonso era un nuevo cliente de la Agencia Chaves, y ella no pudo resistirse a espiarlo en la sala a través del balcón de la cocina.
Sentía un enamoramiento arrasador desde que había tenido la suerte de ir con su padre a un juego en la Universidad de Miami, donde había sido el mejor receptor de distancia.
Escalofríos recorrían de arriba abajo su columna, mientras él corría por el campo, aunque el día fuera caluroso y soleado.
Las animadoras saltaban lo más alto que podían y las chicas de la facultad disfrutaban de un modo salvaje con sus minúsculos tops, desesperadas por captar su atención. Él le había dado a la multitud una sonrisa devastadora e inmediatamente se concentró completamente en el juego.
Paula cayó perdidamente enamorada.
Sus hormonas adolescentes se rebelaron desesperadas por liberarse. Nunca había reaccionado así por nadie, ni siquiera por el chico más guapo de la escuela, ni por la más reciente estrella pop. Nunca experimentó tal admiración por la manera en que un jugador de fútbol manejaba la pelota con confianza, pero sin pavonearse. Nunca sintió un hormigueo solamente porque el cabello negro de un tipo se le enrollara en la base de su cuello.
El día en que Pedro firmó con la agencia de su padre fue el mejor y el peor, en un solo día. Encontrarlo de manera regular en los eventos de la agencia la ayudó a recolectar diversos datos para sus fantasías eróticas, siempre crecientes. ¡Si por lo menos no se hiciese la loca a su alrededor! Su cerebro estallaba impotente, su boca decía cosas estúpidas; caminaba por las mesas y tiraba las bebidas.
Aquella Navidad, Pedro Alfonso estaba riendo con su padre frente a la chimenea con una rubia de grandes pechos colgada de su brazo. La chica era guapa, alta, delgada y estaba perfectamente vestida, todo lo que Paula esperaba que debía ser su novia.
Se encogió cuando vio fugazmente su reflejo en una bandeja en la encimera de la cocina. Tenía un cajón lleno de maquillaje caro que nunca tuvo el coraje de usar… hasta hoy. En vez de poner sus mechones incontrolables en una cola de caballo, lo peinó hasta que se formó un halo en torno a su cabeza, como la melena de un león. No tenía la seguridad de que su nuevo peinado fuese mejor que la cola de caballo, pero por lo menos era más adulto. En cuanto a la ropa, desde que empezó a frecuentar una escuela privada que exigía uniforme, no había tenido mucho que escoger, por lo que finalmente decidió usar un pantalón negro apretado que su madre le había comprado el año anterior, y un jersey rojo también ajustado que cogió prestado de su mejor amiga, Alicia, que era mucho más delgada.
Observando a los hombres y mujeres hablando, sus manos se humedecieron y el estómago le empezó a doler. No había manera de que pudiera salir ahí afuera; nunca podría competir con las supermodelos que se divertían con la hospitalidad de su familia.
Giró para irse cuando su padre la vio.
—Paula, ven y dile hola a todo el mundo.
Lamiéndose los labios, que de repente se quedaron secos y rezando para no parecer una boba frente a Pedro lentamente empujó la puerta de la cocina y entró en la sala.
—¿Qué es lo que tienes en la cara? —exclamó su padre alzando la voz ligeramente bebida— ¿Y qué diablos llevas puesto?
Veinte pares de ojos se volvieron hacia ella, el CD de Navidad que sonaba al fondo empezó a saltar y todas las conversaciones se pararon.
Muriéndose de vergüenza, Paula casi no notó que su madre se movía a su lado dándole apoyo. Las observaciones rudas de su padre la herían frecuentemente, pero nunca tanto como hoy. Quería correr fuera de la sala, pero sus pies eran tan pesados como sacos de cemento.
Desesperadamente, esperando que nadie más hubiese oído los comentarios de su padre, forzó una sonrisa.
—Hola a todos —dijo con un pequeño gesto de la mano, evitando mirar a Pedro—. Feliz Navidad.
Dos docenas de magníficos y talentosos hombres y mujeres hermosas sonrieron hacia ella con diversos grados de piedad en sus ojos. Fue el momento más terrible y embarazoso de su vida.
Su padre se dio la vuelta para abrir una botella de Cristal y ella estaba a punto de correr a su habitación cuando la examinó nuevamente.
—¿Y qué le has hecho a tu pelo? Parece que tienes una pelota de baloncesto en la cabeza.
Las lágrimas inundaron sus ojos mientras Pedro hablaba con su padre.
—Para de avergonzar a la chica —se volvió para mirarla—. Estás muy guapa —mintió y, en seguida, gesticuló a la mesa de aperitivos— ¿Tienes hambre?
Su novia tosió en su mano, pero Paula sabía que estaba disfrazando una sonrisa. Sintiéndose como un monstruo movió la cabeza.
—Ahora tengo que volver a mi tarea.
En cuanto se giró, las lágrimas comenzaron a caer. Pedro Alfonso nunca la miraría de otra manera que como a una estúpida chica. Nunca.
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