BELLA ANDRE

domingo, 30 de octubre de 2016

CAPITULO 25 (PRIMERA HISTORIA)





Las puntas de los dedos de Pedro rozaron su espalda a medida que le bajaba la cremallera. Era un maestro del contacto, hasta el más leve roce de sus dedos la hacía humedecerse y estar preparada para él.


Su vestido llevaba incorporado el sujetador, así que cuando deslizó el algodón rosa bajo sus caderas, todo lo que le quedaba eran unas braguitas empapadas, una sensación a la que se estaba acostumbrando después de una semana de constante excitación.


—Fuera todo —gruñó Pedro.


Los músculos de sus hombros y bíceps estaban tensos, la polla erecta presionando contra el bóxer.


—Por supuesto —dijo— De lo contrario ¿Cómo podría introducir los dedos en mi coño?


Ella no había dicho antes la palabra con C, le gustó, la hacía sentirse traviesa. Los ojos de Pedro se volvieron oscuros, profundamente castaños, su polla se estremeció cuando apareció una mancha de humedad en su bóxer.


Con los pulgares tomó la cinta estrecha de seda de sus braguitas, lentamente la deslizó sobre las caderas hasta su montículo y la bajó por los muslos.


—Me siento tan perversa aquí desnuda sobre la arena —murmuró suavemente, disfrutando con el gemido de Pedro como respuesta cuando se recostó sobre el vestido.


Luego arqueó ligeramente la espalda, cerró los ojos y movió las manos por la parte superior de sus pechos, justo por debajo de la barbilla. Sentía sus ojos en sus senos, los pezones le dolían por el placer de los pocos momentos que se los había lamido. ¡Dios! Amaba la boca de Pedro sobre ella.


Bajó las manos a los lados por las costillas, seguidamente cubrió los pechos en forma de concha. Fingiendo que sus dedos eran los labios de él, tomó los pezones tirando de ellos, apenas oyendo lo que Pedro decía.


— ¡Joder, eres tan sexy! —mientras se concentraba en las sensaciones que le producía la forma en que recorría el camino desde los pechos hasta su vientre.


Dejando una mano en el pecho, con la otra recorrió su estómago plano, abriendo las piernas se dejó caer de lado, queriendo exponerse tanto a las manos como a los ojos hambrientos de Pedro.


Luego con el dedo medio, tocó el botón duro de su clítoris, casi le daba miedo tocarlo, sabiendo lo cerca que estaba de correrse otra vez. Ella no quería ir demasiado rápido, porque no quería que ninguno de los dos se perdiera el espectáculo completo.


Sin embargo, aunque no podía resistirse a provocarlo, no pudo evitar deslizar el dedo sobre su clítoris presionándolo. 


Paula jadeó arqueándose.


—Eso es —la animó Pedro— agradable y lento.


Su voz cálida la recorrió alcanzándola principalmente en los pezones la vagina. Quería deslizar sus propios dedos dentro, imaginar que la estaba tocando, sabiendo que él estaría haciendo eso mismo muy pronto, en cualquier lugar y de cualquier manera que desease.


Levantó ligeramente las caderas, apretó los músculos de su estómago y deslizó la mano de nuevo por su montículo.


— ¿Lo estoy haciendo bien? —Susurró sin esperar su respuesta porque ¡se sentía tan bien!


—Oh, Señor, sí —gimió Pedro y ella sonrió ante su excitación.


Entonces, abrió aun más las piernas y deslizó el dedo medio, primero solo la punta y luego hasta la segunda falange. 


Sabiendo que él estaba conteniendo la respiración, empujó el dedo hasta el fondo moviendo las caderas al ritmo de su mano, se echó hacia atrás y hacia adelante, empujando por completo dentro y fuera. Estaba muy cerca de correrse, solo un segundo más presionando su clítoris y explotaría.
Incapaz de resistir otro segundo, retiró el dedo y finalmente se tocó el clítoris. Una vez rota la barrera, no podía dejar de mover y hacer círculos sobre la carne tensa. Había perdido el control de sus caderas y manos, ellos tenían el mando. La otra mano frotaba y tiraba de sus pezones cuando el orgasmo la arrastró bajo un pino en una playa privada del Lago Tahoe.


Las piernas le temblaban incontrolablemente cuando abrió los ojos. La mano de Pedro estaba en su polla y ella casi se corrió de nuevo ante el modo frenético en que la estaba trabajando.


—No te atrevas a desperdiciar eso —jadeó ella.


Un segundo después se había puesto un preservativo y estaba empujando dentro de ella, con el dedo pulgar acariciándola el clítoris, llevándola directamente a otro orgasmo sorprendente, con la otra mano en sus pechos, y la boca sobre la suya.



****


Paula estaba sentada en el enorme balcón con vistas al lago, bebiendo una botella de agua mineral. Después de hacer el amor de forma increíble, Pedro había entrado en la casa para limpiarse y vestirse. Tenían que marcharse en media hora para ir al compromiso de esa noche, y era agradable tener juntos, un poco de tranquilidad.


Pedro apareció con un plato de bruschetta, su estomago empezó a gruñir.


—Realmente tenemos que mandarle a tu amigo una nota de agradecimiento. —Se puso una en la boca y cerró los ojos extasiada— Guauuu. Esto es magnífico.


—Creo que conoces al dueño, Dominic estaba haciendo ejercicio en el gimnasio conmigo. Él habló contigo, le hiciste reír.


Ella inclinó la cabeza a un lado y pensó por un momento.


—Ummm… estoy viendo la imagen de un hombre muy guapo con el pelo oscuro y ojos verdes.


Algo que se parecía sospechosamente a los celos, cruzó la cara de Pedro.


—Es un gran tipo.


—No es mi tipo.


Pedro se relajó visiblemente, se sentó a su lado en el confortable sofá, al aire libre.


—Bien, porque tendría que destrozarlo con mis propias manos si alguna vez te tocara.


Paula no supo qué decir ante la sorprendente y conmovedora declaración. Era bueno saber que tenían un acuerdo no tácito de monogamia mientras estuvieran juntos.


 Realmente no podría soportar ver que miraba a otra mujer. 


No mientras durmieran juntos.


Aunque, si era honesta consigo misma, era igual de difícil para ella pensar en él acostándose con otra persona cuando su contrato con los Outlaws terminara.


Vagó la mirada por el agua, dejándose absorber por la belleza de las pequeñas olas que atravesaban el lago hacia la orilla. Inhaló el dulce aroma a pino y habló suavemente.


—Estoy muy a gusto a tu lado, Pedro.


No lo miró, no quería ver si sentía lo mismo o estaba intentado esconder la pena por la rapidez con la que se había enamorado. Pero al mismo tiempo, quería que supiera que se sentía feliz. Que estaba satisfecha con el esfuerzo que estaba haciendo hasta ahora para borrar sus errores.


—Me alegro —fue su respuesta.


Había tanto calor en esas dos palabras, que todos sus miedos desaparecieron. ¿Qué pensaba ella? Eran iguales, tanto en espíritu como en los logros. No había nada más que mucho sexo fantástico y risas, en su futuro próximo.



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