BELLA ANDRE

martes, 22 de noviembre de 2016

CAPITULO 17 (TERCERA HISTORIA)





—Tengo que ir a casa, Pedro.


—Pensé que teníamos un trato.


Paula dejó salir un suspiro exasperado. Mientras volvían al Wynn, habían acordado que ella permanecería como su esposa por tanto tiempo como tuviera que hacerlo. Ahora estaban de regreso en el hotel y ella estaba tomando el desafío de quién-sabe-por-cuánto-tiempo como la Señora de Pedro Alfonso.


—Tenemos un trato —dijo ella. Aunque ninguno había hablado de nuevo acerca de lo que él le había dicho en la sala de suministros. 


Estoy hablando del placer. De hacerte venir tan duro que pierdas el conocimiento. De experimentar finalmente todo por lo que has estado esperando y preguntándote.


—Pero tengo un trabajo. —Y una familia que iba a exigir una explicación.


—Dile a la escuela que estás en tu luna de miel. Pueden conseguir un sustituto.


Más tentada de lo que ella alguna vez admitiría, sobre todo a sí misma, dijo:
—Tal vez así es como funcionan las cosas en tu mundo, pero para nosotros, las personas normales, o tenemos que trabajar de lunes a viernes o ellos les dan nuestro trabajo a alguien que lo haga.


—No quiero dejar a mi abuela.


Cada vez que ella se había convencido a sí misma para ser buena e irritada con él, decía algo que le tiraba con fuerza de sus fibras sensibles.


—Lo siento, Pedro, me quedaría si pudiera. —Desgraciadamente, le estaba diciendo la verdad. Matrimonio falso o no, estaba atraída fuertemente, y estúpidamente, al hombre de pie frente a ella.


Su teléfono sonó.


—Es ella —le dijo a Paula, antes de contestar—. Sí, sé que ella es hermosa. Muy dulce, abuela. Sabía que te gustaría


Sus ojos la devoraron mientras hablaba y la única forma de esconder su rubor, y su creciente deseo, fue inclinándose sobre su bolso y fingir empacar.


Aunque había terminado más temprano esa mañana.


—El equipo sobrevivirá sin mí.


Ella levantó la cabeza ante su abrupto cambio de tono.


—Me voy a quedar aquí. —Se detuvo, escuchó, frunció el ceño—. Es mi vida, abuela, no la tuya.


Paula levantó su mano para ocultar su sonrisa. En verdad era algo ver a un hombre grande, fuerte y robusto ser tan blandengue. Todo por una mujer que amaba muchísimo.


—Bien, voy a jugar el maldito partido el domingo. Pero estoy volando enseguida.


Otra pausa, una en la que parecía como uno de sus alumnos de primer grado que sabía que había hablado cuando no le tocaba.


—Lo siento, señora —dijo, y luego—. Bueno, si quieres que me quede en San Francisco con el equipo para las prácticas, entonces quiero que te traslades a un hospital cercano. —Su rostro era como un trueno—. Vamos a hablar de esto pronto de nuevo.


Prácticamente lanzó el teléfono en el sofá.


—La abuela me está enviando de nuevo a California.


Paula sabía que no debería estar feliz de escuchar eso.


Pero lo estaba.









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