BELLA ANDRE
martes, 22 de noviembre de 2016
CAPITULO 18 (TERCERA HISTORIA)
Esto era demasiado para ella. El vuelo a casa en primera clase. El conocimiento de que pronto tendría que explicar su matrimonio impulsivo no sólo a su familia, sino también a sus amigos y colegas. Sabiendo todo el tiempo que podría estar llegando a su fin en un futuro cercano, y entonces tendría que resolver cómo explicar su divorcio.
Pero sobre todo, Paula estaba abrumada por estar tan cerca de Pedro durante tantas horas. Siempre estaba tocándola, miles de pequeñas caricias que poco a poco la hacían perder la cabeza.
Metiendo un mechón de pelo detrás de su oreja. Colocando su mano en la parte baja de su espalda para guiarla a través de una multitud de fotógrafos afuera de ambos aeropuertos.
Rozando su hombro y brazo con el suyo durante el vuelo, a pesar del hecho de que su asiento de primera clase era del tamaño de un pequeño trasatlántico.
Agradecida de que James ya los esperaba afuera de las Llegadas, a Paula le alegraba que el gran cuerpo de Pedro la protegiera de la mayoría de los flashes.
—No me di cuenta que los jugadores de fútbol eran tan bien conocidos.
—La mayoría de las mujeres estarían encantadas por mi fama. Y fortuna.
Se escabulló tan lejos de él como pudo en el asiento trasero.
—Soy una chica buena, ¿recuerdas? A nosotras no nos importan esas cosas.
A ella no le molestó sumergirse en su amargura. ¿Por qué debería? No era como si tuviera algo que perder. Excepto su corazón.
Paula empujó el botón de silencio de la estúpida vocecita en su cabeza.
Podía sentir los ojos de Pedro en ella, sólo por la forma en que su piel se calentaba.
—Sé que es extraño, pero te acostumbras a la fama después de un tiempo.
Pero Paula no estaba segura de que lo haría. Con suerte, las fotografías y la breve declaración que Pedro le había dado a los paparazzi sobre Paula haciéndole “El hombre más feliz en la tierra” serían suficientes.
—Maldita sea. Esperaba que averiguaran dónde vivías, pero no tan rápido.
Paula se dio cuenta que una multitud de periodistas estaban en la acera frente a su apartamento.
—¿Por qué les podría importar? Soy una don nadie. No soy importante.
Él estaba en frente a su cara en un instante, agarrando sus hombros con sus manos fuertes.
—Eres hermosa. Y dulce. E inteligente. Eres muy especial, Paula.
Mirándolo a los ojos ante el tono ronco de sus palabras que la golpearon, se dio cuenta de que estaba cabreado. Por lo que había dicho… sobre sí misma.
Él golpeteó la ventana sombreada que los separaba de James.
—No te detengas. Nos dirigiremos directamente a mi casa.
—Pero tengo que ir a casa. —Hincó un dedo en el pecho de Pedro—. Y no te atrevas a decir otra vez que enviarás a alguien a por mis cosas. —Sus cejas subieron ante su sensato tono de voz.
—Por favor, estaciónate afuera de mi apartamento, James.
James hizo una vuelta en U.
—Estaremos allí en un momento, Paula.
Ella enderezó sus hombros, pasó una mano sobre su pelo, después abrió la puerta y dio un paso en la acera.
—Hola. Buenas tardes. Discúlpenme.
Caminó cuidadosamente más allá de los extraños cargados con cámaras, manteniendo firmemente su sonrisa en el rostro. Podía sentir a Pedro un paso detrás de ella, supo sin mirar que él apenas estaba manteniendo el control. Ella
se negó a permitir que su mano temblara mientras ponía la llave en la puerta.
Apenas cerró la puerta principal, y la atrancó, cuando Pedro le dio la vuelta y se presionó contra ella. Él se agachó sobre ella, sus ojos ardiendo
—Maldita sea, me escucharás la próxima vez.
Podía sentir su gruesa erección presionándose contra su cuerpo a pesar de que no tenía derecho a tratarla con tal falta de respeto, su cuerpo respondió instantáneamente con un torrente de excitación, sus pechos endureciéndose debajo de su sostén y camiseta.
—No, la próxima vez me preguntarás lo que quiero hacer antes de tomar una decisión unilateral. Y prestarás atención a mi respuesta.
Sus ojos oscuros y pecaminosos se desplazaron desde sus ojos a la boca, después de nuevo hacia arriba.
—¿Estás siendo insolente conmigo, dulce Paula?
Ella no podía dejar de mirar a su boca.
—Acostúmbrate a eso. —La pulsación entre sus muslos se había convertido en un anhelo profundo.
—¿Qué le pasó a mi chica buena? —Su boca ahora estaba tan cerca de la suya que podía oler la menta de su pasta dental.
—¿No lo recuerdas? —preguntó ella en una voz que era apenas más que un susurro—. La ataste y jugaste con ella.
La boca de Pedro encontró la suya con un gemido desesperado, su lengua empujando sus labios mientras tomaba su beso.
—Te necesito. Ahora. —Sus manos ya estaban en el botón de sus pantalones, empujando sus bragas hacia abajo más allá del calor húmedo que esperaba su toque. Siempre. Pero no era el único desgarrando la ropa, porque las manos de ella estaban en sus vaqueros, empujando la cremallera hacia abajo y después la cinturilla de sus bóxer.
Ella agarró su pene, grueso y duro, emocionada ante la sensación de él en sus manos, más excitada de lo que ella podía creer simplemente por el conocimiento de que alguien la deseaba tanto.
No, no sólo alguien. Pedro. Pedro podría tener a cualquiera, la mujer más hermosa en el mundo. Pero la quería a ella.
No sabía que la poseyó para hacerlo, pero de pronto fue la cosa más natural del mundo caer de rodillas y colocar su boca sobre él.
―Paula, ¿qué demonios estás haciendo ahora?
Sus palabras eran duras, pero enredó sus dedos a través de su cabello.
¿Quién hubiera pensado que ella podía poner del revés a un hombre como Pedro?
Ciertamente ella no. Y, a juzgar por la respuesta de él al lento girar de su lengua debajo del borde de su cabeza, la manera en que gimió como un hombre que no podía creer que se encontraba rindiéndose en lugar de dirigir, definitivamente no él.
Habría sonreído alrededor de su eje si hubiera sido capaz de hacerlo, pero era más que un bocado y su mandíbula estaba abierta tan grande como podía, sus labios completamente estirados alrededor de su hermoso pene.
Lo succionó profundamente antes de dejarlo ir con un fuerte pop. Lamiendo sus labios, lo miró pícaramente.
―Justo lo que parece. Estoy chupando el pene de mi marido. Y disfrutando inmensamente.
Sus grandes manos fueron debajo de ella tan rápido que no tuvo tiempo de reaccionar.
―Dormitorio.
―A través de la cocina.
Sus cortinas estaban cerradas, pero eran muy transparentes y sabía que alguien podría ver a Pedro llevándola a través de la casa, con sus pantalones parcialmente desabrochados.
Pero mientras la sostenía contra su pecho, y ella presionaba su palma contra el latido fuerte y constante de su corazón, simplemente no importó. Lo único que le importaba era hacer el amor con su marido. El hecho de que era sólo un
matrimonio temporal lo hacía desearlo aún más, le daba ganas de exprimir cada segundo de placer de estar con él.
—No te olvides de nuestro trato.
—¿Cuál?
Presionó un beso en su manzana de Adán.
―El de hacerme venir con tanta fuerza que pierda el conocimiento.
La dejó caer sobre su cama.
―Sácate esa ropa antes de que la arranque.
Hizo su mejor esfuerzo, pero no era fácil concentrarse en sí misma cuando él revelaba su cuerpo perfecto y musculoso mientras dejaba caer al suelo una pieza de ropa tras otra.
Ella aún trataba de sacarse sus pantalones vaqueros
cuando él se acercó y se los quitó. Lo siguiente fue su camisa, el único sonido en la habitación aparte de sus pesados jadeos, fue el desgarre de la seda fina.
―Tan malditamente magnífico. ―Su boca descendió sobre su vientre, hundió su lengua contra la pequeña hendidura―. Tan malditamente suave. ―Un rápido tirón y sus bragas se habían ido―. Tan malditamente dulce.
Y luego su lengua estaba ahí, lamiendo, saboreando, burlándose, girando, y ella se arqueaba contra su boca, tan excitada que tomó nada más que la presión de sus labios alrededor de su clítoris y la succión más pequeña para enviarla volando sobre el borde.
Todavía volaba cuando él se acercó y presionó sus muslos separándolos más con sus rodillas.
Pero su orgasmo ni siquiera rozó el borde de su necesidad.
Sólo la volvió más deseosa, más desesperada por Pedro.
Sin mencionar, ligeramente decepcionada de que no le hubiera permitido terminar lo que comenzó, de rodillas, con su boca y manos sobre él.
―Pedro, quería que te corrieras en mi boca.
Usando su sorpresa a su favor, ella usó toda la fuerza que tenía para que giraran y dieran la vuelta, por lo que él se encontraba sobre su espalda mirándola.
Agarró sus caderas e intento levantarla sobre su eje. La cabeza de su pene se deslizó en el interior de su apertura resbaladiza y se sentía bien, tan increíblemente bien que ella casi cedió ante su guía.
Pero algo chasqueó dentro de Paula, en el coche camino al hospital, cuando se dio cuenta de que Pedro le había mentido.
O quizás fue antes de eso, cuando él se aprovechó de sus deseos secretos en su dormitorio.
Estaba harta y cansada de dejar que todos dirigieran su vida.
De aquí en adelante, ella iba a hacerse cargo.
―Así es como va a ser ―dijo con una voz mortalmente seria―. Vas a soltarme y voy a terminar lo que comencé en mi vestíbulo.
Sus dedos se cerraron sobre sus caderas.
―Más tarde, Paula. Necesito estar en tu interior. Ahora.
Sus palabras exigentes le provocaron una nueva oleada de excitación acumulándose entre sus piernas. No, maldita sea.
¡Iba a mantenerse firme, por una vez!
―Pedro, mueve tus manos.
Su polla se movió contra ella y casi se dejó caer sobre él por puro instinto femenino, pero entonces él dijo:
—Sí, señora.
Aún podía sentir la huella de sus manos sobre su piel, incluso después de que las quitó.
―Estíralas por encima de tu cabeza y mantenlas allí hasta que yo diga lo contrario.
Él no se movió durante un buen rato y ella sintió una sonrisa moviéndose en sus labios. Nunca actuó así en la cama con alguien, nunca había peleado con un hombre por dominar, nunca había conocido la necesidad de estar arriba. Y a cargo.
―Paula, esto no sucederá de nuevo. Así que será mejor que disfrutes la mierda de esto.
―Oh, sí, lo haré ―respondió, y luego―, y de seguro lo estoy planeando.
Muy a regañadientes se movió a sí misma de su ingle, se inclinó y presionó un beso en su hombro, moviéndose lentamente por su pecho hacia los pelos que se encontraban espolvoreando su pezón ligeramente. Nunca antes había
prestado mucha atención a los pezones de los hombres, pero los círculos oscuros en el pecho de Pedro exigieron su atención, su reconocimiento.
Lamió alrededor de la punta ya tensa y que volvió a la vida debajo de su lengua. Él la agarró por la espalda, sus pulgares trabajando en encontrar sus pezones.
Levantó su cabeza de su pecho.
―Si no tienes cuidado, muy pronto voy a buscar algo para atarte.
Su reacción fue instantánea. Y feroz.
―Como el infierno. No me vas a atar.
Ella arqueó una ceja.
―¿Quieres apostar?
Gimió y apretó sus ojos cerrándolos, sus caderas parecían moverse de la cama por su cuenta.
―Me estás matando.
―¡Qué lástima! ―Se movió hacia arriba de la cama y agarró una de sus manos. Envolvió sus dedos alrededor de una sección de la estructura de la cama de peltre―. Si necesitas aferrarte a algo, hazlo de esto.
―Cariño, estás tentando la suerte.
Se movió de nuevo sobre él, dejando que su cabello rozara su cuello, hombros y pecho, amando la forma en que sus músculos se ondularon en respuesta.
―Ooooh, estoy asustada.
Y de hecho, había un poco de miedo allí. Sólo lo suficiente para mantenerla al borde de su asiento. No tenía idea de lo lejos que él la dejaría empujarlo. Así como no tenía idea de lo lejos que podía empujar ella misma.
Pero chico, era divertido descubrir todo eso. Asombroso.
Hizo girar su lengua alrededor del pezón que, hasta ahora, había descuidado y toda la cama se movió y crujió cuando él se aferró a la estructura de la cama con ambas manos.
Usando su lengua para guiar sus exploraciones, ella vagó por su cuerpo, saboreando las hendiduras entre sus increíbles músculos abdominales.
Cada músculo, cada nervio, cada tendón se tensó.
―Parece como que estás teniendo dificultades para relajarte ―murmuró contra la oscura línea de pelo que arrastraba desde el ombligo hacia abajo, a su polla―. Estoy pensando que quizás debería vendarte los ojos.
Cuando llegó su gruñido, ella no se molestó en ocultar su sonrisa de puro placer femenino. ¿Cómo había pasado tanto tiempo sin conocer la emoción de tener a un hombre cautivo sexualmente?
Era más que increíble.
―No te gusta mucho esa idea, ¿verdad, Pedro?
―Dulce Paula, no tienes idea de lo cerca que estás del borde.
La amenaza revelada en su voz envió una oleada de intenso deseo a través de ella.
―Espero, lo suficientemente cerca como para hacerte perder el conocimiento
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Muy buenos los 3 caps, re intensos.
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