BELLA ANDRE

miércoles, 23 de noviembre de 2016

CAPITULO 19 (TERCERA HISTORIA)





Sabía que intentaría agarrarla. Pero antes de que pudiera, abrió su boca bien grande y succionó su polla. Utilizando lo que había aprendido anoche sobre cómo evitar atragantarse, inclinó ligeramente su cuello y relajó los músculos tensos,
hasta que su nariz se encontraba presionada contra su hueso pélvico.


Estaba hipnotizada por su sabor; su líquido pre-seminal era salado y dulce, todo a la vez; y su olor. Tan limpio, tan distintivo. Una y otra vez, tomó la larga y gruesa longitud de su eje en su boca y garganta, trabajando la base con su mano cada vez que empujaba hacia afuera.


Le había encantado chuparlo anoche. Le encantó aún más ahora, oyendo sus salvajes gemidos de placer, su intenso elogio sobre lo mojada, suave y firme que su boca estaba alrededor de su polla.


Un chorrito de líquido caliente brotó de la gruesa cabeza y ella con avidez lo lamió.


—Es demasiado condenadamente bueno. —Llegó una fracción de segundo antes de que él quitara su boca de su polla y levantó su coño sobre el mismo.


Ella había sabido desde el principio que no la dejaría tomarlo hasta el final dentro de su boca, no todavía, de todos modos, por lo que en lugar de luchar contra él, ella con gusto se sentó en su grueso, palpitante eje con un profundo suspiro de placer.


—Tan perfecto —dijo él, mientras sus manos se movían de sus caderas para ahuecar sus pechos—. Tan malditamente bonita.


Usando sus músculos del muslo para propulsarla hacia arriba y abajo sobre su polla, ella cabalgó a Pedro como un jinete estrella. Sudor goteaba entre sus pechos y él levantó la cabeza para lamer un arroyo en el centro de su pecho, a lo largo de su esternón.


La áspera pasada de su lengua en un lugar tan inesperadamente sensual la envió en un clímax que ni siquiera se había dado cuenta que se avecinaba. Sus
músculos internos halaron y apretaron su grueso eje, y molió su clítoris contra su hueso pélvico para prolongar las increíbles olas de placer.


En algún lugar de ahí, se dio cuenta de que él estaba poniéndose aún más duro dentro de ella, que estaba empujando con más fuerza.


En el último segundo, se salió de ella, su semen saliendo a borbotones contra su vientre mientras se molía contra ella. 


Pero Paula no había olvidado lo que había querido antes, lo que él le había quitado cuando la había montado en su lugar.


Un momento después, ella lo tenía en la boca. Y esta vez, en lugar de alejarla, la ayudó a tomar su pene duro-como-una-piedra aún más profundo en su garganta.


Era la primera vez que ella había probado la carne de un hombre. Su almizcle estaba todo mezclado con la esencia de Pedro, pero en lugar de estar disgustada por lo que estaba haciendo, estaba llena de una sorprendente satisfacción.


—Paula.


Su nombre fue una súplica en sus labios, y ella se sorprendió al darse cuenta de que su pene estaba creciendo realmente entre sus labios, contra su lengua.


Alentada por esta compresión, estaba consiguiendo llegar al final del asunto cuando sintió sus manos en sus caderas de nuevo. Luchó por resistirlo, esta vez iba a hacer lo que quería, sin importar qué, pero luego se dio cuenta que no la
estaba alejando, estaba simplemente reacomodándola para que su pene estuviera todavía en su boca.


Y su coño estaba directamente sobre su rostro.


A pesar de todo lo que había hecho con él en las últimas veinticuatro horas, oh Dios, ni siquiera había sido tanto tiempo, ¿no?, a pesar del hecho de que estaba chupando su pene como si fuera un helado en un hirviente caluroso día, estar expuesta a Pedro de esta manera empujó cada uno de sus tímidos botones de nuevo en marcha.


Deslizando rápidamente la boca de su eje, dijo:
Pedro, no tienes que hacer eso. —Al mismo tiempo que trataba de mover su muslo desde donde estaba presionado contra sus oídos.


—Oh, sí, tengo que hacerlo.


Su respuesta llegó una fracción de segundo antes de que su lengua se deslizara entre sus pliegues. Una parte de ella quiso saltar de la cama y encerrarse en el baño por la vergüenza. La otra parte quiso molerse sobre sus labios,
obligarlo a hundir la lengua más profundo.


Sus caderas se levantaron mientras ella trataba de decidir, la cabeza de su polla sondeando sus labios, y ella instintivamente la abrió para él, tomándolo en su lengua. Y entonces, como si supiera que estaba todavía a punto de correrse, tomó la decisión de alejarse de ella con una larga caída, deslizando sus dedos dentro de ella, doblándolos en un vibrante sensible parche de carne en el interior de su vagina.


Ella gimió alrededor de su pene y se arqueó en sus dedos, presionando inadvertidamente su clítoris con más fuerza contra su lengua al mismo tiempo.


Recelo rápidamente se transformó en excitación casi insoportable mientras él capturaba el brote hinchado entre sus labios y lo chupaba.


Sangre corrió entre sus piernas, haciéndola marearse y jadear sin aliento alrededor de su pene. Pero en lugar de dejarla para tomar aire, sólo empujó más profundo en su garganta. Y, sorprendentemente, la sensación fuera de control fue lo que la envió sobre el borde otra vez. Su tercer clímax fue tan poderoso que la firme presión de una gran mano en su muslo manteniéndola quieta era la única cosa que podría haberla mantenido donde la tenía, la lengua plana y dura contra su clítoris, hundiendo sus dedos profundamente en su húmedo canal.


Las contracciones continuaron rasgando a través de ella cuando llegó él primera sabor salado de Pedro, un tiro largo y profundo en su garganta. Sonidos frenéticos de lamer, chupar y gemir resonaban en su pequeña habitación, mientras trataba desesperadamente de concentrarse en complacerlo en la forma en que él le había dado placer, pero, oh Dios, era tan difícil concentrarse en otra cosa que no fuera la forma en que su lengua y dedos seguían atormentando su sensible carne.


Finalmente, levantó la boca de él y trató de moverse de nuevo en una posición normal en la cama. Pero él no había acabado con ella, manteniéndola inmóvil por un beso más pecaminoso de sus labios contra su coño.


Pedro —rogó—, por favor.


—¿Quieres otro?


Él siguió la oferta con un seductor latigazo de su lengua contra sus labios vaginales.


Pedro. —Esta vez, gimió su nombre e incluso no estuvo segura de lo que estaba pidiendo.


Su risa fue cálida y sugerente contra su increíblemente excitada, sensible carne. Y entonces, por fin, la liberó, moviéndose de entre sus piernas.


—Parece que estoy desenvolviendo a una grave golosa


Su sonrisa era lobuna, satisfecha y llena de propiedad. Su corazón se apretó, incluso aunque lo sabía mejor. 


Sí, Pedro la hacía sentir bien. Sí, le gustaba estar con él. 


Pero eso no significaba que pudiera enamorarse de él.


Tenía que recordar en todo momento que estaba usándola para hacer a su abuela feliz.


Tenía que asegurarse de que todo lo que hiciera fuera usarlo de vuelta.


Necesitaba asegurarse de que ella no se enamorara.


Saltó de la cama, agarrando una manta que se había caído de la cama en su acto de amor frenético.


—Tengo algunas cosas para preparar para la escuela el lunes.


Él levantó una ceja.


—¿Estás tratando de echarme?


Ella comenzó a negar con la cabeza, luego se dio cuenta de que después de las cosas que acababan de hacer el uno al otro, no había realmente ninguna razón para mentirle.


—Sí.


Él se movió de la cama y el rápido incremento de decepción en el estómago ante el pensamiento de él dejándola la sorprendió.


—Te ayudaré con tu maleta.


Tal vez era que todas las neuronas las había perdido cuando su cerebro explotó por tres intensos orgasmos, pero ella no lo estaba siguiendo.


—Puedo desempacar mi maleta muy bien por mi cuenta, gracias.


—Vas a herir mis sentimientos pronto, ya sabes.


—¿Qué es?


—La forma en que sigues olvidando que estamos casados, dulce Paula.


Envolvió la manta más apretada alrededor de ella y dio un paso atrás.


—No lo he olvidado.


—Entonces ¿por qué no pareces entender que vas a mudarte conmigo?


—No.


Totalmente sin su permiso, él abrió su armario, encontró una maleta grande, y la tiró sobre la cama.


—La gente espera que una nueva esposa viva con su marido. —Abrió bruscamente su tocador, cogió un puñado de su ropa interior, y la arrojó a la bolsa


—Deja de hacer eso. —Recogió su ropa interior, perdiendo accidentalmente su dominio sobre la manta—. ¿Se te ha ocurrido preguntarme primero antes de tomar una decisión sobre algo?


—Mi abuela sabría que algo estaba pasando en un instante si los periódicos informaron que me voy de aquí sin ti.


—¡Estoy harta y cansada de que utilices a tu abuela como tu excusa para cada cosa estúpida que haces!


Ella apretó la mano en su boca, la manta cayéndose todo el camino hasta el suelo. No sólo sabía que Eugenia era la razón para su relación, no sólo sabía que Pedro nunca, jamás la hubiera elegido de entre una multitud si no hubiera estado buscando una buena chica, también sabía lo mucho que le dolía la enfermedad de su abuela.


—Lo siento. —Ella deseaba tanto recuperar sus palabras descuidadas—. Sé lo mucho que la amas.


Estaba sorprendida de encontrarlo de pie frente a ella, un dedo inclinando su barbilla hacia arriba para que se encontrara con sus ojos oscuros y serios.


Estaba desnuda, ahora, pero él no apartó la mirada.


—Mi abuela no tiene nada que ver con los fuegos artificiales entre nosotros, Paula. Mientras estemos casados, vas a estar en mi cama cada noche.


Aún tratando de encontrar una escapatoria, señaló hacia la ventana, donde los últimos rayos de luz seguían asomándose a través de sus persianas.


—Todavía no es de noche.


Ella esperó su respuesta obstinada, esperó a que le dijera que era innegociable.


—Te quiero conmigo, Paula. Más de lo que he querido algo en mucho tiempo. —Se veía tan serio como nunca lo había visto, totalmente serio. Honesto en sus deseos, tanto lascivos como todo lo contrario—. Por favor, ven a casa
conmigo, cariño. Quédate conmigo. Deja que te lleve de vuelta a mi cama y darte todo el amor que te mereces.


Ay, no.


Paula sabía exactamente cómo pretendía “amarla”. Estaba hablando sobre sexo, sobre lo que habían estado haciendo en su habitación y en su apartamento en Las Vegas.


Pero su corazón; su estúpido, patético, desenfrenado corazón; estaba haciendo todo lo que podía para ignorar la verdad.


Y fue su corazón, no su cerebro, el que le hizo soltar su ropa interior de vuelta en la maleta y decir:
—También necesito los sujetadores a juego.


Su sonrisa de respuesta fue la cosa más hermosa que había visto nunca.


Ay, no.






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