BELLA ANDRE
lunes, 14 de noviembre de 2016
CAPITULO 34 (SEGUNDA HISTORIA)
El sudor le goteaba por los ojos a Pedro y lo apartó con el dorso de la mano. En las últimas cuarenta y ocho horas, a siete mil pies en el Lago Tahoe, donde el aire era seco como en el infierno al contrario que en San Francisco al nivel del mar, lo que empujaba su cuerpo al límite.
Pero JP se lo hacía aun más difícil.
JP que estaba en cuclillas sobre la hierba se arrodilló y vomitó. Al mediodía había vomitado todo lo que tenía en su organismo. Al final de la tarde estaba protestando.
Aunque para ser justos, JP todavía no se había echado a llorar. No podía, no si quería mantener su orgullo intacto.
Pedro sonrió. Entrenarlo había sido un infierno malditamente más divertido de lo que esperaba. Estaba sintiendo un gran placer al verlo sufrir.
Se puso ante él bloqueando la luz del sol.
—Vamos a la sala de musculación.
JP gimió.
—¡Déjame en paz, joder!
—No puedo, delincuente. No hasta que dejes de arrastrarte.
—¡Que te jodan!
—Si todavía puedes hablar, no debo estar trabajando lo suficientemente fuerte.
JP se incorporó con la ayuda del tronco de un árbol cercano.
—Algún día me las pagarás por esto.
—No tengo ninguna duda. Te doy ventaja hasta la sala de musculación.
JP le miró.
—No me hagas ningún favor.
Pedro se encogió de hombros, con la intención de empujar a JP hasta que mostrase tener un maldito coraje.
—Tres, dos, uno.
Salieron disparados por el camino de tierra en dirección a la casa en el Lago Tahoe, a una velocidad vertiginosa. Por primera vez, Pedro tuvo que contenerse en lugar de impulsarse para que JP no renunciara por vergüenza.
Cinco minutos después, la mano de JP contactó con la madera de la barandilla ante él. A pesar de todo, Pedro estaba impresionado.
Cuando JP quería, podía aguantar hasta la extenuación. Ser así de rápido después de dos días agotadores en los que Pedro lo mantuvo corriendo desde las cinco de la mañana hasta la media noche… era impresionante.
JP se derrumbó en el suelo jadeando.
—Gracias.
Pedro se reclinó contra la barandilla de madera roja.
—Díselo al banco de pesas —dijo, sabiendo los dos que ese era el código para “de nada”.
Pedro todavía no le había dicho a JP porque decidió trabajar con él, pero estaba seguro que el tipo sabía que lo estaba haciendo por Paula. Ella merecía grandes clientes. Y ya que pensaba que su tiempo como profesional estaba llegando a su fin, podría pasar un poco de lo que había aprendido en los últimos quince años a un joven como JP.
No importaba lo duro que tuvieran que trabajar, no iba a permitir que JP fracasara. No cuando eso significaría que también lo haría Paula.
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