BELLA ANDRE
jueves, 3 de noviembre de 2016
CAPITULO 39 (PRIMERA HISTORIA)
Pedro entró en la elegante oficina de su agente sin previo aviso. Para el momento en que la joven y bonita secretaria de Javier descubriera como usar el interfono, él ya se habría instalado en la cómoda silla de gamuza para los clientes.
Rápidamente enmascarando su sorpresa, Javier apagó las carreras de caballos que veía en la televisión de plasma Bang & Olufsen de sesenta pulgadas y se quitó los auriculares.
— ¿Has ganado? —preguntó Pedro.
Francamente no estaba tan sorprendido al descubrir que su agente estaba atrapado hasta el fondo en el mundo de los corredores de apuestas y las deudas. Ellos nunca habían sido amigos. Nadie podía discutir que Javier era un maestro en hacer negocios y el dinero siempre había sido increíble. Pero ahora que Pedro había confirmado sus sospechas sobre la predilección de Javier por las prostitutas y las drogas, se preguntaba si había sido inteligente por su parte dejar que alguien así lo representara durante tantos años.
Javier se colocó la corbata y cogió una carpeta de papeles de su escritorio.
—Me alegro de que estés aquí. Acabo de conseguir los contratos de Buzzed Cola. ¿Alguna vez has querido comprar un castillo francés?
— ¿Es mucho dinero, eh?
Javier chasqueó los labios.
—Los royalties lloverán durante años. —Él prácticamente estaba bailando ante la perspectiva de cerrar aquel negocio. Y no era para menos: el diez por ciento de diez millones era un millón. Alguien tenía que pagar las televisiones de pantalla grande, su excelente ubicación en Unión Square y las deudas de juego.
Pero él no iba a hacerlo nunca más.
Pedro ojeó el grueso contrato que Javier le dio. No había duda que las cifras parecían buenas, pero él tenía ya más dinero del que podría gastar. Un castillo francés no estaba precisamente en su lista de necesidades.
— ¿Estás realmente seguro de que esto es un buen paso? ¿Muchos niños se aficionaran a esa porquería?
Javier bufó.
— ¿Y qué? Confía en mí es un producto caliente y tú eres perfecto para esto.
—Oigo lo que dices. Pero solamente hay un problema.
El pánico iluminó los ojos de Javier.
—Nada que no pueda resolverse. Tú solo dime qué quieres que cambie y me ocuparé de ello.
Pedro se levantó y cogió el contrato para asegurarse de que sería eliminado correctamente.
—Hemos tenidos algunos años buenos Javier, pero ha llegado la hora de llevar mis negocios a otra parte.
El agente hizo una mueca.
—No habrías sido nada sin mí, solo un pequeño vagabundo de caravana.
Pedro se dirigió a la puerta sintiendo como si le hubieran quitado un peso de los hombros.
—Tal vez si, tal vez no. —El próximo agente que contrataría sería alguien que quisiera estar a su lado.
Javier claramente no podía resistirse a una despedida.
—Deberías estarme agradecido por haberte conseguido a esta puta. Apuesto a que su coño era caliente, apretado y mojado.
Pedro soltó la manilla de plata. Estaba muy cerca de saltar sobre su ex agente y macharle la cabeza con algunos golpes rápidos.
En vez de eso lo inmovilizó con la mirada.
—Di lo que quieras de mí, pero si alguien me cuenta que has dicho algo sobre Paula, será mejor que pienses en colocar un sistema de seguridad impenetrable en tu casa. Y no salgas a la calle nunca.
Dejó el edificio, una vez en la acera se puso una gorra de beisbol sobre la cabeza. Qué había querido decir Javier con ¿Deberías estarme agradecido? ¿No había sido idea de Bobby contratar un asesor de imagen? En ese momento, no había pensado mucho sobre lo rápido con que Javier había estado de acuerdo con las exigencias de Bobby. Tal vez. Tal vez debería haberlo hecho.
Algo estaba en el aire, pero antes de que comprendiera lo que era, tenía que pedir un favor.
Cogiendo su móvil, marcó el número de la sede de la NFL.
—Esteban, soy Pedro Alfonso.
Esteban Villers, el vicepresidente de relaciones con la prensa, era un buen amigo suyo desde que regresó de su año de novato en Pittsburgh. Esteban se retiró unos años después que Pedro se hiciera profesional y trabajaba para la NFL desde entonces.
—Colega, tus orejas tienen que estar ardiendo.
En cualquier otro momento, Pedro habría asumido las cosas buenas que se estarían diciendo, pero por el momento, prefería no escuchar ni una palabra de la calle.
—Esteban, necesito un favor.
—Siempre me alegra ayudar a un amigo.
—No sé si lo sabes, pero he trabajado con una asesora de imagen. Una excelente asesora de imagen. Paula Chaves.
Decir su nombre en voz alta, le hizo recordar todo nuevamente. Su olor, el sabor de sus labios. Las suaves curvas retorciéndose bajo él.
Esteban se rió.
—Confía en mí, la situación habría sido imposible de pasar por alto.
Pedro fue directamente al grano.
—Creo que sería un gran activo para la NFL.
No estaba seguro de que ella agradecería que la recomendase a la Liga, pero estaba dispuesto a intentar cualquier cosa en ese momento.
Además si ella conseguía ese trabajo, entonces por lo menos sabía que la vería de vez en cuando. Ella probablemente actuaría como si estuviera muerto, pero continuaría insistiendo hasta que se ablandara ante la presión y le diera otra oportunidad.
— ¡No me digas! —Fue la respuesta de Esteban. —Cuando vimos lo bien que lo había hecho con tu jodida imagen, nos dimos cuenta que la necesitábamos. Está considerando cuidadosamente la oferta.
¡Qué burro era! Claro que la Liga había notado el increíble trabajo que Paula había hecho con él manipulando —y limpiando— su imagen.
— ¿Qué tal si me haces un favor? —dijo Esteban y Pedro supo exactamente lo que se avecinaba.
—No te preocupes, no voy a estropearte las cosas, diciéndole a ella que creo que es una buena idea.
— ¿Estás bromeando? Ella habló muy bien de ti y yo te iba a pedir que tú le hablaras bien de nosotros a ella.
Pedro casi dejó escapar un ¿Ella habló bien de mi? Pero parecería demasiado patético, incluso dentro de su propia cabeza.
En cambio dijo:
—Claro que sí, Esteban.
Él nunca se había olvidado de aquella noche con Paula en el barco, ni en diez largos años de mujeres hermosas. Qué pena haber sido un joven de dieciocho años de edad, una cobarde comadreja asustada por la idea de que le iba a dar una patada en el culo cuando supiera que era un deportista pobre. Nunca había intentado hacerle entender la intensidad de lo que sentía por ella y pensó que era más fácil dejarla ir.
No podía estar más equivocado.
La próxima vez que viera a Paula, arriesgaría su corazón, aunque sabía que la probabilidad de que se lo pisoteara era demasiado alta.
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