BELLA ANDRE

viernes, 18 de noviembre de 2016

CAPITULO 5 (TERCERA HISTORIA)





Cuando la pequeña morena tomó la copa de su mano, la punta de su dedo apenas se rozó contra sus nudillos. Pedro fue sorprendido al sentir como inmediatamente su polla se ponía gruesa y dura.


Siempre había tenido un fuerte apetito sexual, lo suficientemente fuerte que si no conseguía vaciar sus bolas por lo menos un par de veces a la semana, tendía a golpear demasiado fuerte durante la práctica, dada su pura frustración sexual.


Había recibido la llamada de su abuela justo después del juego del domingo y se había dirigido directamente a Las Vegas. Por lo general, dentro de un par de horas después de aterrizar en su ciudad natal, Pedro tenía al menos una mujer
debajo de él. Esta vez, sin embargo, se había ido sin una. La única cosa que le importaba era cuidar de su abuela.


Y cumplir su último deseo.


—Adoro el champán. Gracias.


Pedro bajó la mirada hacia la mujer, quien sostenía la copa en un agarre de muerte. Jesús, ¿de verdad temblaba su mano? Si no era cuidadoso, la primera buena chica disponible que había visto en todo el día correría y tendría que ir a la habitación de su abuela solo en la mañana.


Está bien. Primero necesitaba dejar de respirar la dulce esencia del cabello de esta mujer, algo que jamás, jamás había notado en nadie. Segundo, necesitaba pensar más allá de los pesados latidos en su polla por tres segundos. El tiempo suficiente para averiguar lo que decir o hacer para hacerla sentir segura con él.


El problema era, que nunca había estado con chicas así. No sabía ninguna cosa acerca de hacer sentir a una linda chica a salvo y cómoda.


No cuando había pasado los últimos quince años perfeccionando lo travieso.


Finalmente, decidió continuar.


—No pude evitar notarte desde el otro lado de la habitación.


Y esa era la verdad; ella había sido la única clavija cuadrada en un cuarto lleno de agujeros redondos. Diablos, ella podría muy bien estar usando una aureola por toda la pura inocencia que emanaba. Ahora que la tenía más cerca, se dio cuenta que ella incluso olía como inocencia, como a frescas fresas en un campo soleado, o alguna mierda como esa.


Al principio, él había estado muy ocupado felicitándose a sí mismo con su psicología inversa al encontrar una dulce chica en un club para pensar en cómo esto iba realmente a resultar. Pero ahora que ella lo estaba mirando como un
venado atrapado en el medio de una concurrida autopista, y estaba tan duro como si hubiera tocado más que las puntas de sus dedos, se dio cuenta que esta iba a ser una primera vez para él: Tendría que esforzarse.


O arriesgarse a perder a la única mujer que necesitaba.


—¿Te percataste de mí? —El champán se derramó fuera de la copa y salpicó sobre su pecho mientras gesticulaba a sí misma en clara sorpresa.


Pedro bajó la vista, incluso más que para simplemente mirar sus ojos, y se dio cuenta que ella tenía un cuerpo bastante bueno. Incluso quizás genial. Era difícil decirlo con el brillante vestido rosado que estaba usando, pero desde su punto ventajoso, su escote era bastante asombroso. Lo bastante asombroso que su polla estaba rogando salir y jugar.


—Tienes hermosos ojos —comenzó él, pero entonces, dándose cuenta que ella quizás no creyera su mentira si no dirigía su mirada de vuelta a su rostro, se forzó a dejar de comer con los ojos sus tetas y de verdad mirarla a los ojos.


Pedro se quedó helado por las pestañas tan largas que cuando pestañaba, las puntas curvas rozaban la parte superior de sus pómulos. Sus ojos eran diferentes a cualquiera que hubiera visto antes, una combinación de azul y verde que lo hacía pensar en fríos lagos de montaña y perfectos días de verano.


Ella parpadeó, sonrió y la manera en que sus ojos se iluminaron le quitó el aliento por un segundo.


—No, no son hermosos —dijo, casi para sí mismo—. Impresionantes.


Sus ojos se agrandaron aún más, junto con su sonrisa… y su polla.


—¿Lo son?


Él se movió aún más cerca, esos grandes ojos actuaban como un imán en él.


Un rizo de su cabello cayó frente a uno de ellos y él lo tomó para deslizarlo a un lado, sus dedos apenas rozando su piel.


La sintió temblar bajo su toque, incluso algo se sacudió dentro de él.


¿Qué demonios pasaba aquí?


Vino a buscar una buena chica. No otra cosa de-una-noche.


Pero ya no podía pensar claramente. No cuando todo lo que quería era a esta mujer debajo de él, desnuda y jadeando, con sus ojos azules y verdes brillando con éxtasis mientras se venía en sus brazos. No cuando todo en lo que podía pensar era aliviar la pesadez en su ingle con la mujer que lo había puesto allí.


Deja de babear y cortéjala, imbécil.


—Baila conmigo.


Tenía su mano en la suya y estaban a mitad de camino hacia la pista de baile, dejando a un lado los desesperados pensamientos de presionar su gruesa erección contra su vientre montándolo con cada paso, cuando sintió un tirón en
su brazo.


Fue sorpresivamente un tirón bastante fuerte para una pequeña cosita.


—Ni siquiera sé tu nombre.


Ella aún no le había dicho nada acerca de futbol, así que ya había adivinado que era una de esas pocas personas que no eran fanáticas, gracias a Dios. Una chica buscando fama solo complicaría las cosas aún más. Aun así, no quería arriesgarse a nada al darle su nombre completo, solo en caso que lo reconociera por los periódicos y conseguir ideas.


Pedro.


Ella ladeó su cabeza, arreglándoselas para verse linda y sensual al mismo tiempo, y su erección presionó lo suficientemente fuerte contra su bragueta que no estaría sorprendido si se marcaba su piel.


—Sabes —dijo ella—. Creo que podría haber adivinado esa. Luces como un Pedro.


—Y tú luces como un ángel.


Sus labios se curvaron en otra sonrisa y le quitó el aliento. 


Otra vez. Él ya pensaba que era linda. Pero cuando sonreía, era despampanante.


—Casi. —Su sonrisa vaciló y lució tímida nuevamente—. Mi nombre es Paula.


No podía esperar otro segundo para tocarla, para saber si sus curvas se sentían tan suaves como parecían, y la tiró más cerca, poniéndola tan cerca de él como podía hacerlo en un bar público con sus ropas puestas


Señor, quería estar aún más cerca. Sin ropa entre ellos, sin otra música que el sonido de su pasión mientras la hacía venirse con sus manos. Su boca. Su polla.


Jesús, podía sentir como alcanzaba ya un pre-orgasmo. Solo por abrazarla.


—Baila conmigo, Paula.


Su nombre fue suave en su lengua, tan suave como sabía sería su piel cuando finalmente le quitara su ropa.


Ella no lo alejó, pero sí negó con la cabeza y se mordió el labio antes de decir:
—En realidad no bailo.


Tuvo que reír ante eso, apreciando el destello de irritación en sus ojos ante su respuesta.


—¿Estás diciendo que voy a ser el primero?


La pregunta colgó en el aire entre ellos, pesada y pulsando con doble sentido.


Jesús, nunca había estado con una virgen en su vida. Nunca había querido estar con una. No cuando apreciaba la experiencia de una mujer así no estaba a cargo de él hacer todo el trabajo. Pero las cosas que quería hacerle a esta mujer


—malditamente aquí, malditamente ahora—, eran alocadas.
Completamente sin sentido.


Su rubor y mirada baja, respondieron su pregunta.


—No. Por supuesto que no eres el primero.


—¿Aún estamos hablando de bailar, Paula?


Su mirada se levantó para encontrarse con la suya otra vez y abrió su boca, pero ninguna palabra salió.


Lucia tan linda, parada allí tratando de averiguar cómo responder a su pregunta fuera de lugar. Sabía que no era justo, jugar con ella así, pero era tan divertido.


Se divertía.


Pedro Alfonso no se divertía. Él era todo negocios, todo acerca de aplastar a la competencia.


Seguro, había ido de fiestas tanto como cualquier rico y soltero jugador de futbol profesional, y claro, había llevado a la cama a las más bellas mujeres en el mundo, pero no se trataba acerca de pasar un buen rato ya que estaba a punto
de tomar su merecido.


Y, sin embargo, de pie en medio de un club nocturno de Las Vegas con una mujer cuyo nombre apenas había aprendido, pero a quien él deseaba más que a cualquier otra mujer que había conocido; Pedro se sentía completamente fuera de
su juego.


La verdad era que estaba cansado. Había sido un día largo y frustrante buscando a una buena chica para llevar a su abuela.


Su abuela moribunda.


—¿Pedro? ¿Estás bien?


Él parpadeó y miró a los claramente preocupados ojos océano de Paula, sintió algo suave y cálido en el antebrazo y se dio cuenta de que había estirado la mano para tocarlo.


Las mujeres lo miraban de muchas maneras, con signos de dólar en sus ojos, con lujuria, con ansiedad cuando estaba a punto de deshacerse de ellas; pero nunca con preocupación. 


Nunca como si realmente se preocuparan por él.


—Mi abuela está enferma.


Mierda, ¿de dónde habían salido esas palabras?


Ella se acercó aún más, puso su otra mano sobre él.


—Lo siento mucho.


Trabajó para tragarse el nudo en la garganta.


—Yo también.


Juntos se quedaron así durante unos momentos, su consuelo viajando a través de sus venas, dirigiéndose directamente a su corazón.


—¿Estás seguro de que todavía te gustaría bailar? Tal vez podríamos encontrar un lugar más tranquilo y pudiéramos hablar en su lugar.


Ella tenía razón. No quería bailar. Pero no quería hablar, tampoco.


Quería besarla.


Puso sus manos en su cara, rozando su pulgar contra el labio inferior. Ella se quedó completamente inmóvil, sin parpadear, o incluso respirar mientras bajaba su cara a la de ella. No quería asustarla y trató de ir lento, a pesar de que lo único que quería era empujarla contra la pared más cercana y envolver sus piernas alrededor de su cintura mientras se hundía en su calor húmedo.


Su respiración fue una dulce de ráfaga de calor contra su boca mientras se movía para besarla, sus labios tan rojos y tentadores como bayas regordetas en verano. A Pedro le gustaba besar, siempre le había gustado, feliz de pasar un
montón de tiempo en la primera base, incluso cuando la mayoría de los chicos se iban directo al jonrón. Era una ventaja que los besos pusieran a las chicas más calientes, ardiendo.


Pero santo infierno, ningún beso había sido alguna vez así. 


Ningún beso podría haberlo preparado para Paula.


Su boca era suave y tan malditamente dulce, perdió la pista de su planes… olvidó tomar las cosas con calma y no asustarla. Tenía que saborearla, tenía que pasar su lengua a lo largo de la línea entre sus labios, desde el centro y luego
primero a una esquina y luego a la siguiente. Hambre como nunca había conocido se apoderó de él, le hizo olvidar todo, excepto la promesa de placer.


Un gemido escapó cuando ella se abrió para él, su lengua tentativamente encontrando la suya, un pequeño golpe de dulzura que lo hizo arder de la cabeza a los pies. Sus manos se deslizaron hasta su cabello, tan condenadamente suave,
que no podía creerlo; y sus dedos se cerraron sobre ella, acercándola más.


Ella gimió su placer en su boca, la suave presión de sus curvas contra sus duros músculos volviéndolo loco. Su erección palpitaba contra su vientre mientras profundizaba el beso, ya no podía ser suave, para preocuparse por los límites.


Y entonces, de repente, todo cambió y fue ella la que lo besó. Devorándolo.


Sus brazos se movieron alrededor de su torso, sus manos y dedos, arañándolo. Su lengua luchó con él, sus labios succionándolo, sus dientes mordiendo y saboreando su boca.


Su gatita se había convertido en una leona.


El club, la música, los olores insoportables de alcohol, sudor y perfume, todo se desvaneció, mientras ellos se besaban en medio de todo. Ella era calor, curvas y sexo puro en sus brazos y sabía que si hubieran estado solos estaría a un paso de hundirse en ella, de tomar todo lo que ofrecía y dar todo lo que ella exigía.


Algo brilló en el fondo de su cabeza, algo que tenía que recordar, algo que tenía que hacer, pero no pudo hacerlo, no cuando estaba totalmente, irremediablemente perdido en Paula.


Dulce Paula.


Finalmente, ella se apartó de él, jadeando, con la lengua saliendo a lamer sus labios hinchados como si todavía estuviera tratando de saborearlo.


—Nunca he hecho nada como esta locura.


Sus palabras temblaban con confusión, y tanto deseo, que su boca encontró la suya de nuevo un momento después y ella era tan dulce que sabía que lo mataría cuando finalmente tuviera que dejar de saborearla.


Instintivamente, Pedro sabía que no era el champán lo que le daba el sabor a azúcar. La dulzura era toda ella.


La abuela la amaría.


El pensamiento vino a él cegándolo. Casi había olvidado por qué estaba aquí, en primer lugar, por qué la había elegido de entre la multitud.


No sabía nada acerca de Paula que no fuera lo bien que se sentía su cuerpo contra el suyo, cuán correctos eran sus besos, cuánto le gustaba su olor, lo duro que lo hacía estar… y lo bien que ella encarnaba a la “buena chica” que estaba
seguro su abuela quería ver con él.


No había pensado más allá de encontrar a alguien para desempeñar el papel que necesitaba que ella actuara, pero ahora que lo había hecho, estuvo sorprendido de encontrar culpabilidad pisándole los talones. No conocía lo suficientemente bien a Paula como para no querer hacerle daño.


Y sin embargo… su estómago se retorció al pensar en lo que tenía que hacer.


Y necesitaba hacerlo. Porque le debía todo a su abuela.


Fue una visión; de su abuela, pálida y frágil en su cama de hospital la que lo había hecho inclinarse sobre Paula, rozando el lóbulo de su oreja con los labios.


—Vamos a hacer algo realmente loco, Paula.


Ella se estremeció cuando sus labios se pusieron en contacto con su lóbulo.


A pesar de que sabía que tenía que mantener el enfoque, que su objetivo era la cosa más importante en este caso, no lo mucho que deseaba a Paula, tuvo que tirar del lóbulo de su oreja entre los dientes y morderlo.


Tan perfecta, e increíblemente atenta a todas sus caricias, Paula se arqueó hacia él, sus pechos llenos y con las puntas duras… prácticamente lo abrasaron a través de su vestido y la camisa, otro gemido de necesidad, de deseo resonó de
sus labios.


—Tan dulce —murmuró Pedro contra su piel suave mientras pasaba su boca por su cuello, su lengua sumergiéndose en el hueco del hueso de su hombro. Sus pechos, henchidos por la excitación, presionaron arriba y hacia fuera, hacia su
boca desde el escote de su vestido rosa. Estaba a medio suspiro de desabrochar su vestido en ese mismo momento para que pudiera girar su lengua contra sus pezones, cuando al estrellarse un vaso en el bar fue devuelto al aquí y al ahora.


Sus ojos estaban nublados con deseo, solo parcialmente enfocados cuando dijo:
—¿Qué podría ser más loco que esto?


Jesús, se había olvidado completamente de su pregunta, sobre a dónde iba.


Una vez más.


¿Cómo era que una diminuta mujer, una que ni siquiera era su tipo, por el amor de Dios, volteaba su cerebro y cuerpo, completamente de adentro hacia afuera?


Necesitando espacio, necesitando aire para conseguir que su cerebro funcionara de nuevo, se movió hacia atrás a unos centímetros de sus curvas, de su calor. Pero todo lo que hizo fue hacer más fácil para él mirarla. Ella era tan bonita, y tan condenadamente pura a pesar de la forma en que lo había besado como una gata salvaje en celo… por lo que su estómago se retorció cuando dijo:
—¿Cuál es la cosa más loca que se te ocurre hacer conmigo esta noche?


El club estaba oscuro, pero no lo suficiente para que pudiera perderse el rubor en sus mejillas, o la forma en la caliente V entre sus muslos se acercaba más a su erección dura como una roca en una danza tan vieja como el tiempo.


La sonrisa curvó sus labios antes de que se diera cuenta.


—No te preocupes, cariño, definitivamente vamos a hacer eso, independientemente de tu respuesta.


Ella se lamió los labios. Sus dulces, regordetes, labios rojo-cereza.


—Yo no… —Ella sacudió la cabeza, su cabello castaño largo hasta los hombros moviéndose a través de sus hombros—. No iba a decir…


—Sí —respondió él—, y lo ibas a hacer. —Dejando caer sus labios sobre los de ella, dijo—: Pero ya que eso es un hecho, ¿qué otro tipo de locura tienes para mí?


Sus dedos se cerraron sobre sus hombros.


—Tú y yo haciéndolo... ¿es un hecho?


—Sí.


—Pero nos acabamos de conocer.


—Qué suerte la nuestra.


Estuvo contento de oír una risita sorprendida escapar de sus labios, pero luego, demasiado pronto, estaba de vuelta en sus argumentos.


—No hago este tipo de cosas.


—Sé que no lo haces.


Ella frunció el ceño y, sin pensarlo, él levantó la mano para borrar las líneas entre sus ojos. Quería ver su sonrisa, no el ceño fruncido.


—¿Cómo?


Su piel suave contra la yema de sus dedos le hizo perder el hilo de su pensamiento. Diablos, ¿cómo podría pensar si nada de sangre quedaba en su cerebro? Ni siquiera cerca de saber lo que ella estaba preguntando, todo lo que pudo hacer fue repetir:
—¿Cómo qué?


—¿Cómo sabes que yo no hago ese tipo de cosas?


—Sólo lo sé.


Sus labios llenos se apretaron. Mierda, esa no era la respuesta correcta.


—Porque me veo aburrida.


—Diablos, no. —Un poco de chispa regresó a sus ojos, lo suficiente para decirle que se estaba dirigiendo de nuevo en la dirección correcta. Gracias a Dios—. Tú serías cualquier cosa, menos aburrida.


Ella inclinó su linda cabeza a un lado, el cabello rozando sus omóplatos, haciéndole preguntarse cómo se sentiría que rozara su polla mientras se la mamaba, en la posición sesenta y nueve.


—Pero estás sorprendido por eso, ¿no es así?


Jesús, pensó mientras acorralaba a su cerebro para que regresara a la conversación. ¿Qué era esto? ¿Veinte jodidas preguntas?


Una mentira yacía en su lengua, lo que sea que ella quería escuchar, pero lo que salió en su lugar fue:
—Un poquito, sí.


—Lo sabía. —Su expresión victoriosa desapareció tan rápidamente como llegó—. Dime por qué estás tan sorprendido.


Las primeras palabras que vinieron a su cabeza fueron:
—Llevabas un halo.


Él casi gimió ante la estupidez de hablar sin pensar cuando vio su expresión indignada.


—¿Un halo? —Ella, de hecho, levantó la parte superior de su cabeza, como si necesitara asegurarse de que no tenía un halo colgando sobre sus rizos castaños claros.


—No —dijo, tratando de dar marcha atrás tan rápido como pudo—, no un halo. Tú definitivamente no llevabas uno de esos.


Tenía que cambiar de tema, regresar a… Diablos, ¿de qué habían estado hablando?


—Entonces, ¿qué?


Mierda, no estaba pensando con suficiente rapidez. Apenas pudo conseguir que su cerebro funcionara cuando todavía podía olfatear su excitación, cuando todavía estaba ridículamente duro y palpitante detrás de su cremallera.


—Es sólo que tú pareces tan inocen…


Sus ojos se estrecharon mientras ella esperaba a que terminara y él decidió que era más listo si sólo se callara. Lo que sea que dijera sobre su apariencia pura e inocente sólo iba a cabrearla. Ahora sabía eso. No sabía por qué, sólo que lo hacía.


Así como no sabía cómo demonios una pequeña mujercita estaba lanzándolo más fuera de juego que un campo lleno de tipos de ciento treinta y seis kilos, todos viniendo a él con todo lo que tenían.


Sus fosas nasales se ensancharon y no podía siquiera creer que se viera lindo en ella. Jesús, él lo tenía mal por esta. En menos de una hora ella prácticamente lo tenía declamando poesía.


Y disparando en sus pantalones por sólo verla.


—¡Estoy harta de que todos piensan que saben exactamente quién soy! ¡Estoy harta de que todos asuman que todo lo que quiero hacer es sonreír y organizar cosas mientras ellos salen y tienen sus grandes atardeceres románticos juntos! ¡Estoy harta de nunca, jamás hacer algo tan loco que lo lamentaría por la mañana mientras en secreto había amado cada segundo de ello! ¡Toda la gente sabe, que podría estar trayendo a chicos como tú a casa cada viernes por la noche
y cambiándote por un chico nuevo el sábado!


Sus manos estaban en puños en su pecho ahora y él estaba seguro de que ella no se dio cuenta, pero había estado golpeándolo para destacar cada uno de sus puntos, un puñetazo al final de cada frase como un signo de exclamación.


Aun así, la imagen de ella abandonándolo por otro tipo ni veinticuatro horas más tarde, le hizo gruñir con un chorro repentino de celos.


—¿Has hecho eso?


El ruido sordo de su pregunta pareció sacudirla de su ira pasajera.


—¿Es en serio? ¿En verdad estás preguntándome eso?


Sus manos tomaron sus hombros, los celos ardiendo más caliente de lo que alguna vez lo habían hecho. Si ella decía que sí, el habría dado caza a cada uno de esos tipos y quebrado sus cuellos con sus propias manos.


—¿Has.Hecho.Eso?


Él había visto suficientes cintas de juegos para saber que tenía una de las miradas más irascibles en el futbol, pero en lugar de sentirse acobardado por las tres palabras gruñidas, la sonrisa de respuesta de Paula fue la más brillante, tan
deslumbrante que él casi se sintió cegado por su belleza, por esa luz que la rodeaba.


—No —dijo ella, todavía sonriendo—. No lo he hecho. —Se puso de puntillas y levantó su cara para presionar un beso suave y breve en su boca—. Pero gracias por pensar que podía tenerlo si lo hubiera querido.


A punto de arrastrarla por el cabello hacia su habitación y atarla a su cama por el resto de la noche, él refunfuñó:
—Diablos, nena, podrías tener a cualquier tipo aquí en diez segundos.


Pero sólo quería que ella lo quisiera a él.


—Esa es la cosa más linda que alguien alguna vez me ha dicho.


Ni siquiera tratando de entenderla (no hay duda de ello), las mujeres eran un misterio enorme e interminable, Pedro empujó su enfoque en apretarla de nuevo.


—Si tú quieres hacer una locura por una vez, yo puedo ayudarte. ¿Qué dices, Paula? ¿Deberíamos volvernos locos juntos?


—¿Quieres decir más loco que…. —Ella de hecho miró a ambos lados y bajó su voz a un casi-susurro—... acostarnos?


Él se rio entre dientes contra su boca, arrastrando su lengua contra sus labios por otra rápida probada. Ante su respiración contenida, él dijo:
—Oh, sí. Mucho más loco que eso.


Media docena de expresiones se movieron a través de su rostro.


Placer.


Excitación.


Curiosidad.


Deseo.


Duda.


Y después, como si se tratara de una sola mano bloqueando el ataúd en sus planes: Llena de miedo.


Pero entonces, en lugar de sacar sus brazos y decir que no, ella respiró profundamente y dijo:
—No estás hablando de juegos de apuestas o de cantar en karaoke, ¿verdad?


Esta vez, cuando rio contra sus labios, estaba orgulloso de ella por no correr, ridículamente impresionado con ella por permanecer con él todo el tiempo que tenía, él se sorprendió al sentir su lengua deslizarse a lo largo de su boca.


Sabiendo lo que ella quería, porque él lo quería también, saqueó su boca con la suya. Quería trazar cada dulce comisura y grieta de modo pecaminoso, quería pasar horas besándola hasta que supiera exactamente lo que la hacía gemir de placer.


Finalmente, le permitió tomar aire y cuando ella lo miró, jadeando y excitada y tan malditamente hermosa, él apenas podía creerlo, le había pillado por sorpresa por la fuerza de lo que sentía por una mujer que acababa de conocer.


No sólo el orgullo, sino algo más. Algo incluso más grande, algo que nunca había sentido antes, algo que nunca había querido sentir.


Mierda. Esto no estaba en sus planes.


Su abuela. Tenía que recordar que sólo hacía esto por su abuela. Tenía que recordar que la única razón por la que se fijó en una chica como Paula no fue porque en realidad estaba buscando a alguien a quien amar, sino porque él sólo
necesitaba que pareciera de esa manera por un tiempo.


Su garganta se apretó de nuevo ante el pensamiento de perder a su abuela.


De lo rápido que su vida con ella podía llegar a su fin.


—Cásate conmigo, Paula.


Ella se tambaleó hacia atrás en sorpresa, mierda, él estaba allí con ella, tan impactado como lo estaba ella por las palabras que habían salido de su boca… y tuvo que moverse rápido para atraparla antes de que golpeara a la pareja
bailando delante de él.


Ella se puso rígida cuando la atrajo hacia él, ya no más la mujer suave y flexible que había sostenido hasta entonces.


Él odiaba ver ese ceño fruncido donde antes no había habido nada más que un deseo impotente.


—Oh, dios mío. —Se veía como si estuviera tratando de recuperar el aliento—. ¿Acabas de pedirme que me case contigo?


Pero aunque ella preguntó, podía verla fortaleciéndose. Más estable.


Por segunda vez desde que había visto su inocencia brillando hacia él como un faro enfrente de la habitación, Pedro fue golpeado y sorprendido por su fortaleza. Ahora no tartamudeaba, no estaba jadeando con pasión. En cambio, de repente le recordó a su profesora de cálculo de décimo grado, una mujer que no se preocupaba de que él fuera a hacer millones en los profesionales, al contrario de la mayoría de sus otros maestros. Ella se había empeñado en enseñarle matemáticas y él había tenido que sobresalir, o ya vería.


Gracias a ella, había sido fácilmente capaz de tomar sus ganancias y multiplicarlas en el mercado de valores.


Nunca se había preocupado mucho si sus mujeres eran fuertes, siempre y cuando estuvieran dispuestas cuando él estaba listo para salir, lo cual siempre estuvieron. Así que, ¿por qué encontraba ese sorprendente toque de fortaleza, de temple, tan sexy en esta?


—Te necesito, Paula.


Y la necesitaba, desesperadamente, solo que ya no era sobre su abuela. La necesitaba para sí mismo, también.


La comprensión de que su necesidad por ella había ido de alguna manera más allá de lo físico, no solo tenía su estómago retorciéndose, sino que su pecho se contraía también.


—Por favor, Paula. Toma está oportunidad para hacer una locura y cásate conmigo.


Ella parpadeó una, dos, tres veces en clara sorpresa antes su declaración, sus hermosas y largas pestañas revoloteando contra sus pómulos. Tenía que presionar un beso en cada párpado.


—Casarme contigo es más que una locura, Pedro. Es fehacientemente insano.


Dios, amaba escuchar su nombre en sus labios. Una visión repentina vino a él de ella yaciendo debajo de él en su cama, sus ojos brillando con placer mientras gritaba su nombre.


Tenía razón. Casarse era insano, por muchas razones. No le había dicho a su abuela que estaba casado, o incluso comprometido. Dijo que había encontrado el amor. Así que, ¿por qué parecía tan crucialmente importante que Paula aceptara casarse con él?


Insano ni siquiera se le acercaba.


—No lo entiendo. ¿Por qué querrías casarte conmigo? —Levantó la vista hacia él, con clara falta de comprensión en sus hermosos ojos.


¿Alguna vez sus ojos no le quitarían el aliento?


Pero en lugar de elaborar una respuesta que la convenciera de casarse con él, algo más que el inexplicable Porque creo que podría enamorarme de ti que no paraba de sonar en su mente, se encontró diciéndole la única otra cosa en su
cabeza.


—Tus ojos son como el océano, Paula. Tan hermosos que podría mirarlos por siempre.


Ella se veía aturdida y complacida en igual medida, pero luego, de pronto, estaba apartando la mirada de él diciendo:
—Oh, no.


Siguiendo su mirada, todo lo que vio fue personas bailando y bebiendo, lo mismo que ellos tuvieron toda la noche.


—¿Qué sucede?


—Mis hermanas. Se ven preocupadas.


¿Tenía hermanas? Y estaban aquí, en este bar, ¿en este momento?


Un momento después estaba acunada nuevamente en sus brazos y no estaba seguro si él la había acercado más, reclamándola instintivamente, o si se estaba escondiendo contra su pecho.


—Maldición. Vienen hacia aquí.


Sintió su corazón alborotarse, sabía que estaba a punto de perderla, que estaba a punto de desaparecer de su vida tan rápido como había entrado, pero entonces sus manos se trasladaron a las suyas, sus delgados dedos fuertes y seguros, sus ojos verdeazulados claros y hermosos cuando inclinó su rostro hacia él.


—Sí, Pedro, me casaré contigo.


Esta vez era él el sin palabras.


—¿Tú… lo harás?


—Sí. Lo haré. —Ella lanzó otra mirada rápida hacia las tres mujeres avanzando hacia ellos—. Pero necesitamos irnos ahora mismo o no va a suceder.


Y lo próximo que supo, fue que su inocente ángel lo llevaba por la pista de baile, a través de la multitud de gente, y hacia afuera a través del casino tan rápido que ni siquiera los paparazis tuvieron tiempo para captar una toma de ellos… de camino a su boda.




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