BELLA ANDRE
sábado, 19 de noviembre de 2016
CAPITULO 8 (TERCERA HISTORIA)
—Quiero tener sexo con mi esposa.
Esposa. Ella era una esposa. La esposa de Pedro.
Como deseaba que las palabras, Oh no, ¿qué he hecho? salieran de la boca de Carrie Underwood en este momento a través de los altavoces, en vez de entre los oídos de Paula.
Al menos, pensó con histeria apenas reprimida, a diferencia del personaje en la canción country, Paula sabía el apellido de Pedro.
A pesar de que no sabía mucho más. Las piernas de Paula se debilitaron.
Necesitaba sentarse, preferiblemente con la cabeza entre las piernas y una bolsa de papel café sobre su boca y nariz.
Pero a aunque sus piernas habían decidido no molestarse en sostenerla más, no estaba en peligro de caer. No con las manos de Pedro agarrándola firmemente en torno a su cintura, sosteniéndola tan cerca que era casi como si no quisiera darle ningún espacio para pensar o para respirar. O cambiar de opinión… y comenzar a correr.
El deseo era oscuro y posesivo en su rostro cuando dijo:
—¿Tienes idea de lo que me haces, Paula?
Para el final de la oración, él había bajado la cabeza de manera que las palabras finales fueron poco más que un respiro caliente contra su boca. Pero en lugar de otro de esos embriagadores besos que la dejaban sin aliento y que la alzaban hacia él, su boca fue suave contra la suya.
Paula tembló ante las sensaciones causadas por ese roce de labios sensitivos.
Y lo que había dicho.
Ella no era el tipo de mujer que pasaba horas mirándose al espejo, en busca de defectos o belleza. Se veía como era.
Un montón de personas la habían llamado linda, por lo que finalmente, eso había decidido que debía ser verdad.
Pero linda no podría inspirar una reacción como la de Pedro, ¿verdad?
Igualmente confundida mientras era consumida por un deseo desconocido, Paula se encontró a si misma susurrando:
—Te deseo también. —Contra su boca.
Por el momento, el deseo era de lo único que estaba segura.
En lo único que podía confiar.
—Maldición, no voy a tomarte en el elevador —dijo Pedro mientras se apartaba de ella. Una fracción de segundo después se estaba flexionando y deslizando un brazo bajo sus rodillas.
Ella era baja, pero no exactamente flaca como un palillo.
Nadie había intentado levantarla antes.
Un escalofrío la recorrió ante lo fácil que fue para Pedro, ante lo protegida y femenina, que la hacía sentir.
Sin embargo, no estaba acostumbrada a ser levantada por un hombre que fácilmente pesaba el doble que ella. Así que a pesar de que estaba emocionada, y excitada, por sus acciones, también estaba un poco asustada. Porque la verdad era que, él podría hacerle lo que sea que quisiera, y ella no tendría oportunidad si intentaba defenderse.
La humedad no debería estar formando un charco entre sus piernas ante la chocante idea.
Más que un poco asustada por la manera en que su cuerpo parecía estar completamente desconectado de su cerebro, tan poco irracional como estaba en este momento, dijo:
—Pedro, ¿qué estás haciendo?
Dios, sonaba como una estrella de los años cincuenta en una película en blanco y negro, pero no pudo evitarlo. Nada había ido como pensó que lo haría esta noche. Debería estar sola en la cama ahora mismo usando su pijama de franela, viendo una película vieja sobre una pareja casándose rápidamente en las Vegas.
En su lugar, aquí estaba ella, viviendo el drama a todo color.
La respuesta de Pedro llegó con una sonrisa que le quitó el aliento.
—Disfrutando malditamente de llevar a mi novia sobre el umbral.
No pudo evitar devolver la sonrisa. Pedro era uno de los hombres más guapos que había visto, de cerca o en imágenes. Magnifico e imponente. Oscuro y corpulento.
Pero cuando sonreía… su sonrisa hacía que sus entrañas se iluminaran con una fogata en la playa.
—Sígueme mirando así y no vamos a lograr pasar la puerta principal.
Ya no estaba sonriendo. En cambio, parecía peligroso. Sexy. Tan sexy que no estaba segura de querer hacerlo pasar más allá de la puerta principal.
—Nunca he tenido sexo contra una puerta.
El sonido que salió de su garganta fue mitad gruñido, mitad gemido.
—No te burles de mí en este momento, Paula. —Abrió la puerta de una patada.
—No estoy bromeando.
Y no lo estaba. Estaba desesperada. Desesperada por algo que ella no entendía. Desesperada por algo que ella nunca había sentido antes.
Un latido más tarde, Pedro tenía su espalda apoyada en la puerta ahora cerrada, su vestido subido hasta la cintura y sus piernas envueltas alrededor de él.
No sabía cómo lo había hecho, pero no le importaba, no cuando la única cosa que importaba era conseguir el alivio del intenso calor, el latido entre sus piernas.
Se sentía hinchada y sensible contra él, donde su ropa interior se frotaba contra la cremallera de sus pantalones.
Sus manos fueron envueltas alrededor de sus nalgas y cuando bajó su boca a la de ella y la besó con tanta fuerza que casi dolía, no pudo evitar empujarse contra el grueso bulto. Poco después, su boca se movía sobre su rostro, hasta su cuello y se fue desnudando a él, sometiéndose a su dominio en la más elemental de las formas.
—Pedro —gimió, pidiendo más, por algo de alivio de la presión exquisita, las intensas sensaciones construyéndose más y más alto.
Y entonces lo sintió, el roce de su mano contra el interior de sus muslos, y ella gimió de placer, mordiéndose el labio mientras temblores de anticipación la recorrieron.
Sus dedos encontraron sus pliegues húmedos en el mismo momento que su boca bajó sobre un pecho satinado y cubierto de seda. Paula nunca había hecho sonidos como estos antes, una mezcla entre un grito y un gemido, estaba bien y verdaderamente sorprendida de sí misma.
Conmovida lo suficiente que se encontró empujando el pecho de Pedro con sus palmas abiertas y jadeando.
—No puedo. Todavía no. Por favor.
A pesar de su propia excitación, la respuesta de Pedro a su abrupto cambio fue instantánea.
Levantando la cabeza de su pecho, una gran mancha de humedad manchaba el centro, la miró con sincera preocupación. Y ninguna medida pequeña de remordimiento.
—Estaba lastimándote.
Su auto reproche completamente injustificado desgarró sus fibras sensibles.
—No, no lo estabas —dijo ella, apresurándose para tranquilizarle.
Sí, había estado matándola, pero no con dolor. Con placer.
No sabiendo cómo explicar lo que había sucedido, finalmente dijo:
—Todo está moviéndose tan rápido.
Y había estado a punto de rogarle para que la follara. Ella. Paula Chaves. Oh, Dios. No Chaves. Paula Alfonso.
Pedro la puso de pie, ayudándola a alisar su vestido de regreso sobre sus caderas. Mirando hacia abajo, no podía apartar sus ojos de su erección. Incluso atado por su ropa, era como un ser vivo, respirando entre ellos.
Un segundo después, se dio cuenta de la mancha oscura en la parte delantera de la cremallera y se congeló. ¿El parche de tela que ella había presionado estaba realmente húmedo? ¿Pedro realmente la hizo mojar tanto, lo suficiente para que ella empapara su ropa interior, hasta su ropa, con nada más que un beso?
Y sus dedos deslizándose entre sus piernas. Su pánico saltó a un nivel completamente nuevo.
Como si sintiera su miedo repentino, Pedro dio otro paso atrás. Pero incluso mientras le daba un poco de espacio para respirar, enroscó sus dedos con los de ella.
—Vamos. Te mostraré todo.
Por primera vez desde que habían llegado al interior, se dio cuenta que estaban en una sala sorprendentemente lujosa, con ventanas de piso a techo que daban hacia el hotel Strip de Las Vegas.
—¿Ésta es tu habitación de hotel?
—¿Te gusta?
—¿Estás bromeando? Es increíble. ¿Has estado aquí antes?
—Desde que abrieron en 2006.
Cada pregunta que hizo y cada respuesta que le dio, sólo destacaron lo poco que realmente sabía sobre el hombre con quien acababa de casarse.
Casada.
El anillo de diamantes en su dedo se sentía pesado y extraño. Su garganta se apretó alrededor de las palabras mientras su cuerpo y mente cerraban una pieza a la vez, preguntó:
—¿Siempre te quedas aquí cuando estás en el hotel?
—Usualmente. Mis cosas están aquí —contestó con un hilo de diversión en su voz, en contradicción a la preocupación aún escrita en su cara cuando la miró— Voy a conseguirnos un par de bebidas. —La dejó sola para dejarse salir por una
puerta corrediza de vidrio a una terraza.
Apenas podía creer lo que veía. Había una gran piscina rodeada de un jardín en la azotea. La piscina era solo casi más grande que todo su apartamento. El alquiler sería algo increíble, pero, ¿ser dueño de esta suite de penthouse?
De ninguna manera. Estaba demasiado ocupada boquiabierta y preguntándose cómo Pedro tenía suficiente dinero para un lugar como este para notarle volviendo de la cocina.
Apretó un frío vaso en sus manos.
—Bebe esto.
El líquido era dulce y azucarado, justo lo que necesitaba después de un día de mucho champán y muy poca comida.
Bebió hasta que estaba vacío.
—Gracias.
—Te ves pálida.
¿Lo estaba? ¿Era por eso que él estaba frunciendo el ceño? ¿Por qué estaba preocupado por ella, en lugar de enojado porque ella había puesto un alto a tener sexo contra la puerta?
—Juego fútbol. Pagan bien.
Aquí estaba ella pensando que se hacía la indiferente, pero obviamente él había leído la pregunta en sus ojos. Porque tenía el opuesto exacto a una cara de póker.
—No sé mucho de fútbol —admitió ella.
—Lo supuse —dijo él con otra de esas sonrisas que hacían palpitar el corazón.
—Aunque aprendo rápido.
El calor se reflejó de vuelta a ella en sus ojos oscuros.
—Me alegra escuchar eso. Mucho.
Un par de oraciones no deberían ser capaces de derretir su interior, ¿o sí?
Claro, cuando la estaba tocando por supuesto que se derretía. Pero solo palabras, y ese tono de voz, hacía tan buen trabajo en excitarla como lo hacían sus besos y
caricias.
Su voz fue ronca cuando preguntó:
—¿Qué hay de ti?
—Enseño primer grado.
—Eso es perfecto.
¿Lo era?
—Mi pequeña y dulce maestra.
Su respuesta le pareció extraña, pero no pudo descifrar exactamente por qué. Especialmente cuando todavía estaba mirándola como si quisiera lamerla por todas partes, de la cabeza a los dedos del pie.
Su cuerpo estaba respondiendo a esa mirada con intensa excitación. Pero al mismo tiempo, mientras más físicamente se excitaba, más parecía que su cerebro y su corazón, peleaban con ese deseo. Cuando estaban en el club, incluso antes de que él se hubiera propuesto, Pedro había dejado perfectamente claro que iban a pasar la noche juntos.
Obviamente, ahora que eran marido y mujer, era algo
seguro.
Aun así, parecía que había una diferencia entre saber que algo iba a suceder y en realidad estar allí cuando sucediera.
Y definitivamente había una diferencia entre decidir que iba a ser valiente y en realidad serlo.
Sus ojos, aún oscuros con deseo, estaban fijos en ella y sintió como si hubiera visto hasta su alma. Era demasiado, muy pronto. Trató de caminar hacia adentro, pero él la agarró antes de que pudiera dar más de un paso, y la atrajo
contra él.
—No necesitas huir de mí, Paula.
Su aliento estaba subiendo y bajando muy rápido.
—No quiero huir, pero no sé cómo hacer alguna otra cosa.
Su boca encontró la suya y trató de perderse en su beso como lo había hecho en todos los demás, pero el pánico la estaba montando demasiado fuerte ahora como para dejarla ir. Sus manos se movieron por su espalda, frotando, masajeando, desde el hombro a las caderas, pero en lugar de relajarse, solo se tensaba más.
Él levantó la cabeza y ella de inmediato dijo:
—Lo siento. No sé qué está mal conmigo.
—No te disculpes.
Agradecida de que él no la presionara, aunque ahora era su legítima esposa, dijo:
—Quiero…
Oh Dios, era tan novata en esto que ni siquiera sabía pronunciar las palabras.
—Quieres dormir conmigo.
Agradecida de que él no tuviera el mismo problema, asintió.
—¿Pero algo te está deteniendo?
De nuevo, asintió.
—¿Cuántos amantes has tenido, Paula?
Se ruborizó con su pregunta.
—Dos —dijo ella con una voz que fue apenas más que un susurro—. Pero estar con ellos no era como estar contigo.
Las palabras salieron antes de que se diera cuenta que iban a salir y su rubor ardió aún más brillante.
—Tú también eres especial para mí —dijo él suavemente contra sus labios y esta vez cuando la besó, fue capaz de hundirse en él un poco más—. Quiero darte placer, Paula, más placer del que alguna vez hayas conocido. ¿Me dejarías hacer eso por ti?
Sus calientes palabras se dispararon a través de sus venas como una droga.
—Sí quiero, Pedro. —Y lo hacía. Dios, como lo quería—. Pero, ¿y si enloquezco de nuevo?
—¿Confiarás en mí para asegurarme que no suceda?
No tenía ninguna razón para confiar en él, ahora que no sabía nada más que su nombre y profesión. Y aun así, había algo en sus ojos, en la forma en la que la había tocado hasta ahora esta noche, en la forma en la que la había besado, que la hacía sentir querida.
Adorada.
Nunca nadie la había hecho sentir así. No solo la parte sexual, la cual estaba muy lejos de cualquier gráfica que hubiera tenido, sino la parte de la seguridad.
Pedro la hacía sentir protegida.
—Lo que hemos tenido hasta ahora es solo el principio. Hay mucho más, dulce Paula. Déjame mostrarte que tan bien puedo hacerte sentir.
No pudo contener un estremecimiento por sus palabras. Sus brazos estaban todavía a su alrededor, dejándole claro que podía irse en cualquier momento, pero ella no quería irse. Su erección palpitaba dura y gruesa contra su vientre, incluso a través de sus pantalones, y ella quería lo que él le prometió.
Mucho.
Pero ahora sabía sin lugar a dudas que no podría hacerlo por su cuenta. No sin él ayudándola. Guiándola.
Conduciéndola. No sin confiar en él.
Pensó que una boda rapidita sería la cosa más loca que alguna vez había hecho, pero ahora sabía que estaba equivocada.
Dormir con Pedro, confiar en él lo suficiente para darle su cuerpo, dejarle aprender lo que le daba placer, aprender por sí misma, era lo más loco.
—Confiaré en ti, Pedro.
El alivio que brilló por sus rasgos fue rápidamente reemplazado con un deseo más oscuro y profundo del que había visto.
Él estaba a medio camino de besarla cuando ella se encontró diciendo:
—Pero, por favor, no traiciones mi confianza. Por favor, no me lastimes.
Él se quedó inmóvil a un aliento de su boca.
—No quiero lastimarte, Paula.
Su cerebro trató de decirle que esa no era la promesa que estaba buscando, pero antes de que pudiera retener por completo la advertencia, él la estaba recogiendo de nuevo y besándola mientras la llevaba al interior.
A su habitación.
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