BELLA ANDRE
lunes, 31 de octubre de 2016
CAPITULO 29 (PRIMERA HISTORIA)
Paula no podía creer el excepcional momento que estaba viviendo. Había dado por hecho que los amigos de Pedro serían unos estúpidos vanidosos. Después de todo, eran todos deportistas o ex deportistas, por el contrario se encontró con algunos de los hombres más agradables que había conocido; cálidos, tranquilos y sencillos.
Pero definitivamente nada arrogantes, eso saltaba a la vista, aunque fuesen muy buenos en lo que hacían, y ganaran mucho dinero.
Conversó con las esposas de los atletas, mientras ellos limpiaban todo ruidosamente y, de repente, se le ocurrió que la mayor parte de los hombres de los que se había enamorado en los últimos diez años, hombres trajeados, empresarios, vicepresidentes eran mucho más arrogantes que cualquiera de estos hombres que se ganaban la vida con sus cuerpos.
Después de tanta conversación sobre fútbol, más de lo que pensó escuchar en su vida, estaba empezando a entender lo mucho que ese juego tenía de estrategia e inteligencia.
Sus padres nunca la animaron a practicar deportes, aunque en verdad había entrenado en el gimnasio con la bicicleta elíptica, pensando que era una forma de mantener su cuerpo en forma.
Pedro trabajaba su cuerpo con intensa concentración y esfuerzo. Ya fuera levantando pesas, pedaleando o haciendo largos en la piscina, no desperdiciaba un segundo en quejarse o tomárselo con más calma. Estar en la mejor condición física era su trabajo, y se tomaba en serio sus responsabilidades.
Afortunadamente para ella.
La esposa de Tony fue a buscar otra cerveza sin alcohol, Paula se quedó mirando fijamente el fuego, sorprendida por cómo su vida había dado un giro tan completo. Estaba sentada fuera, cerca del fuego, vestía una sudadera de algodón enorme de los Outlaws para protegerse del leve frio, estaba excitada, sentía un hormigueo por el cuerpo al pensar en los grandes músculos de la estrella del fútbol.
— Déjame adivinar en lo que estás pensando —susurró Pedro en su oído y sus pezones inmediatamente se endurecieron.
— Te gustan los niños ¿verdad?
Se sentó cerca de ella y dio un trago a su Coca-Cola.
— No es exactamente lo que esperaba que dijeras.
Ella sonrió y bajó la voz
— Las mujeres encuentran más sexys a los hombres que son buenos con los niños.
Él le devolvió la sonrisa
— Era más o menos eso.
Los nietos de Tony se perseguían el uno al otro por el césped con las pistolas de agua gritando y riendo.
— Pedro sálvame —gritó la niña pequeña y dejando el refresco él corrió hacia ella.
Incluso las criaturas de cinco años adoraban a Pedro era absolutamente irresistible para todos los miembros del sexo femenino y, mientras estuviera con ella, aprovecharía cada momento de placer que le ofreciera.
— ¿Quieres ver una de las cosas más bellas del mundo? —Preguntó al salir al porche delantero de Tony.
— Me encantaría —dijo ella.
Pedro cogió su mano y la condujo hacia abajo a lo largo de la fila de secuoyas hacia la entrada, en el camino a la barbacoa, se dio cuenta que Tony había construido su casa en el terreno colindante al campo.
— Bastardo con suerte, vivir en el camino de un campo de fútbol.
Paula presionó sus labios.
No iba a dar una opinión no solicitada. Todo iba tan bien entre ellos, y no era su cometido decirle como tenía que vivir su vida. Tenía una mansión fantástica en uno de los barrios más exclusivos de San Francisco. Y era feliz.
Sin ella.
Pedro giró la cabeza y la miró, con su rostro iluminado por la luz de la luna.
— Si quieres decir algo, deberías hacerlo.
— Tu casa es hermosa.
Ella comenzó y él levantó la mano.
— Alto ahí, no necesitas inflar mi ego. Infiernos, eres una de las pocas personas que en años no me ha dicho exactamente lo que yo quería escuchar. Si tienes una opinión, me gustaría oírla.
Paula se humedeció los labios, agarrando su mano más fuerte. Respiró profundamente. Nunca había hablado sin tomarse su tiempo, nunca había dicho nada que el cliente no quisiera escuchar, no a menos que encontrara una forma totalmente aceptable de decirlo.
— ¿Jamás has pensado en mudarte?, quiero decir, ¿No has encontrado un lugar que te guste más que éste?
Él guardó silencio durante un largo momento, su corazón latía a más velocidad. Hacía menos de una semana que se había cruzado en su camino para insultarlo públicamente y ahora no quería herir sus sentimientos.
— Cuando era niño solía soñar con la casa que poseería, paseaba con mi asquerosa bicicleta por el puente Golden Gate, alrededor de Seacliff inspeccionando las casas para ver cuál de ellas me compraría.
Ella sonrió.
— Estoy verdaderamente impresionada, conseguiste lo que querías.
— El primer año que viví allí fue una gran fiesta. Es una casa grande.
— Impresionante —repitió ella.
— Pero estoy pensando que es el momento de hacer algunos cambios.
Ella giró para mirarlo sorprendida porque estuviera de acuerdo con ella.
¿Qué quería decir él con cambios en plural? ¿Era ella uno de esos cambios?
Estaban al borde del campo de fútbol, que ella todavía no había visto con las luces del estadio y las gradas. Pedro se acercó a una caja de metal y activó unos interruptores, la hierba se tornó verde brillante bajo las poderosas luces.
Paula pensó que se encontraba en su paraíso particular.
— ¿Ves lo que quiero decir? —dijo Pedro, ella le lanzó una mirada.
Él estaba frente a un campo vacio y su mirada lo decía todo.
Por lo general mantenía sus verdaderas emociones bien escondidas tras las burlas y las bromas, solo en los momentos en que hicieron el amor, ella vislumbró al otro Pedro. Él siempre sabía controlarse, pero ahora más allá de su habitual postura relajada vio también alegría.
— Nunca pensé que diría esto sobre un campo de fútbol —dijo ella— Pero es increíble.
— Ven aquí —dijo llevándola a la parte delantera.
— Solo he visto un partido de fútbol en mi vida —admitió ella— En enero, cuando ganaste la Super Bowl.
La sorpresa invadió su cara junto con una dosis de alegría y ella se sintió satisfecha por haberlo hecho feliz contándole que había visto sus sorprendentes movimientos.
— ¿En serio? ¿La única vez?
Ella se rió ante su expresión incrédula.
— Aunque no lo creas, algunas personas no van al fútbol.
Él levantó una ceja.
— ¿Nunca has ido a los partidos de la universidad con los amigos?
Ella siempre había buscado una excusa para no ir, no quería nada que le recordara a Pedro.
— Ni siquiera entre bastidores.
Él negó con la cabeza.
— Incluso me sorprende que sepas las palabras que se utilizan antes del partido en el aparcamiento durante los calentamientos.
La frustración se apoderó de ella. ¿Por qué había sacado a colación ese tema? ¿No sabía lo difícil que era para ella pensar en lo que pasaría después de que su trabajo terminara?
— Lo que estoy intentando decirte es que me gustaría ver un partido —bufó ella — En un estadio. Me gustaría ver tu talento en acción.
— Es lo que hago —dijo restando importancia nuevamente a su habilidad natural. Tenía numerosas oportunidades para alardear de su talento ante los fans, sin embargo seguía siendo increíblemente modesto.
Se acercaron a las tribunas, se subieron hasta la mitad antes de sentarse. La falda de ella se arremolinó alrededor de sus rodillas con la suave brisa nocturna.
— ¿Alguna vez has dudado de ti mismo? —Preguntó ella, pensando que ambos sabían que estaban hablando de los últimos segundos de la Super Bowl.
Las oscuras y largas pestañas de Pedro se levantaron y ella contuvo la respiración examinando sus hermosos ojos.
— Si quieres lo suficientemente algo, creo que debes ir a por ello.
Cuando lo dijo así parecía tan sencillo, no había dudas, ni miedos, solo indicaba exactamente lo que quería e iba tras ello, sabiendo que lo conseguiría.
Durante todo el día el deseo se había ido construyendo dentro de ella junto con el anhelo de pasar el tiempo que le quedaba con Pedro, hacer que todas sus fantasías se hicieran realidad antes de despedirse.
CAPITULO 28 (PRIMERA HISTORIA)
Había sido un gran día. Pedro tenía claro lo que quería hacer cuando se retirara. Quería correr en un lugar como éste, enseñar a los niños a jugar y disfrutar del juego, como si todo lo que necesitaran saber sobre la vida estuviera allí, en el campo. El trabajo en equipo, respeto, cómo ganar y cómo perder.
El fútbol era muy duro para el cuerpo. Y podría estar obligado a jubilarse anticipadamente por una lesión o dejarlo voluntariamente, mientras todo le funcionaba. Pedro tenía esperanzas que fuera por lo segundo.
Mientras ayudaba a los chicos a limpiar los balones y las redes en el campo, miró a Paula. Tenía la cabeza inclinada sobre la BlackBerry, qué buena era en su trabajo. Le golpeó el recuerdo de tenerla desnuda en el balcón de Napa y tuvo que apartar la mirada, tratando de alejar la mente de sus curvas, de la forma en que la vena del cuello latía cuando echaba la cabeza hacia atrás con el orgasmo. Estaba a punto de dar la vuelta y volver al club, cuando escuchó la voz ronca del hombre retumbando por el campo.
—Josecito, muchacho, espero que hayas pateado algunos traseros hoy.
La cara de Jose enrojeció, bajó la cabeza buscando a propósito un balón para correr tras él. Desde lejos Pedro asumió que el hombre era el padre.
El hombre con la cara congestionada tropezó contra Pedro y le dio una palmada en la espalda, el aliento rancio a whisky salía de su boca mientras hablaba.
—Realmente tengo a una gran estrella aquí, ¿no es así, As?
Pedro trató de reprimir su repugnancia.
No era culpa de Jose que su padre fuera un despreciable borracho.
—Claro que lo es, es un gran chico.
El hombre frunció el ceño.
—Lo único que importa es que es bueno en el fútbol. No hemos venido aquí esta semana para que haga amigos. Ganar a toda costa —eso es lo que le he enseñado— y no me importa a quien tenga que aplastar por el camino.
—No has sido un bebé llorón hoy, ¿verdad?
Pedro había sido un estúpido algunas veces con sus amigos cuando era niño en Marine, y estaba tentado de dar un puñetazo a ese tipo y hacerle caer patas arriba.
Pero no estaba allí para decirle a sujetos como ése dónde podían irse. Todo lo que podía hacer era ayudar a sus hijos en el campo, enseñarles la manera de actuar y esperar que ellos se acordasen de ello cuando las cosas estuvieran complicadas.
Pedro dijo:
—Lo está haciendo muy bien —atravesó el campo en dirección a Jose. Se agachó tapándole con su espalda, asegurándose de que su padre no pudiera ver sus caras.
—Puedo entrevistarme con tu padre.
Los ojos del niño se cerraron de una manera tan diferente a la abierta y receptiva que había tenido todo el día.
—No es gran cosa, puedo manejarlo.
Pedro asintió.
—Claro que puedes —hizo una pausa— me recuerda mucho a mi padre. Dice el mismo tipo de cosas.
Jose lo miró sorprendido.
—Estás bromeando ¿verdad?
—Mi padre también ejerció mucha presión sobre mí ganar era lo único que le importaba.
Jose hizo un gesto.
— ¿Pero ganar no es lo más importante?
Pedro se llevó la mano al bolsillo, sacando un papel y un lapicero escribiendo el número de su teléfono móvil.
—A veces, otras, lo es salir a jugar y hacerlo lo mejor que puedas.— Le entregó el trozo de papel a Jose— Si necesitas cualquier cosa, llámame.
Jose miró el número con la boca abierta.
—Guauuu.
—Incluso si solo quieres hablar, llámame. Si no puedo responder inmediatamente, te prometo que te llamaré.
Escucharon al padre de Jose acercarse y el niño guardó el papel antes de que pudiera verlo. Pedro sabía muy bien cómo habría reaccionado su propio padre al ver el teléfono de un jugador profesional. Se habría ido directamente al bar y habría invitado a todo el mundo a una ronda para celebrarlo. Antes de que la noche se hubiera acabado, ese número habría ido pasando de mano en mano por todos los extraños.
Pedro observó a Jose y su padre cuando se iban,
preguntándose si había cometido un error, cuando Paula se acercó.
—Pareces serio —dijo ella siguiendo su mirada al estacionamiento.
Se sacudió su estado de humor sombrío. Una cosa que no tenía intención de hacer era discutir con ella sobre su padre.
Ella sabía que era un borracho de mierda, todos en el pueblo lo sabían y cuando se hizo profesional la prensa lo difundió.
Pero incluso así no era algo de lo que quisiera hablar.
Con los años, ganando más y más partidos, la gente olvidó su pasado y eso era exactamente lo que le gustaba.
—Estás viendo a una futura superestrella —dijo cambiando de tema.
—Yo no sé casi nada de fútbol, pero puedo ver que Jose tiene talento —Paula frunció el ceño— Pero su padre parece un poco exaltado ¿no?
Más como un borracho fuera de sí —pensó
Paula respiró hondo, parecía que tenía algo que decirle. Pedro estaba aprendiendo los gestos de su cuerpo y ella le estaba escondiendo algo.
—Escúpelo.
Ella rió.
—No sabía que fuera tan transparente.
—Solo para mí —dijo él, sus ojos se encontraron durante un rato— ¿Estás segura que no puedo besarte ahora mismo?
Su boca se abrió ligeramente y casi lo hizo de todos modos.
Por último negó con la cabeza.
—No puedes.
Frunció el ceño.
— ¿Quieres explicarme de nuevo por qué estás tan empeñada en mantener nuestra relación en secreto?
—En verdad no creo que necesites que te explique los límites de una relación con un cliente ¿no?
— ¿Siempre tratas a tus clientes tan bien?
Se puso las manos en la cintura y bajó la voz.
— ¿Por qué actúas así?
Se estaba comportando como un idiota porque — ¡Dios, le parecía estúpido incluso pensar las palabras!— había herido sus sentimientos. Ella no quería que nadie se enterase de que se estaba acostando con un tonto deportista. ¿Y qué?
Ella tampoco era nada buena para su imagen. De
acuerdo, era guapa, pero la gente esperaba que se enamorase de chicas divertidas, no de mujeres que tenían su propio negocio y sabían que tenedor usar.
—He tenido un día muy largo con los chicos —mintió él— ¿Me perdonas?
Ella lo miró y esperó con impaciencia que cambiara de idea.
Se volvería loco si ella decidía dejarlo.
Finalmente Paula asintió.
—Estás perdonado —dijo— Pero debo admitir que tengo segundas intenciones.
Él arqueó las cejas, inmediatamente imaginando que las intenciones de ella involucraban estar desnudo y sudoroso.
— ¿Cuáles son?
—Me llamaron mis padres. Van a dar una gran cena mañana por la noche —Paula hizo una pausa mirándolo con culpabilidad— Eres el invitado de honor.
—Parece más una orden que una invitación.
Ella se mordió el labio.
—Lo siento mucho. Mi madre dejó perfectamente claro que no me perdonará nunca si tú no apareces y les dejo en ridículo. Me siento muy mal por esto, Pedro.
Sus grandes ojos azules lo miraron.
—No tienes que ir. No es tu trabajo hacer felices a mis padres, encontraré la manera de ocuparme de ellos.
Pedro le acarició suavemente la mejilla con la palma de la mano. Sabía mejor que nadie lo difícil que era tratar con los padres y sus expectativas. Lo menos que podía hacer era ponérselo fácil a ella. Había sido una extraordinaria semana y era hora de jugar para el equipo.
—Me gustaría ir, Paula.
Ella movió el rostro en sus manos.
—Gracias.
Sus labios le rozaron la mano y la sangre se le subió a la cabeza.
—Vosotros dos.
Tony grito desde la terraza del club.
—Barbacoa en mi casa.
Pedro de mala gana dejó caer la mano. Había más o menos cien cosas que él preferiría hacer ahora, que comer perritos calientes en casa de su amigo. Siempre le gustaría salir con los amigos, pero en lo concerniente a Paula, el tiempo se le estaba agotando.
CAPITULO 27 (PRIMERA HISTORIA)
Si alguien le hubiera dicho a Paula que iba a sentir respeto por Pedro Alfonso, le habría dicho que estaba loco. Pero en algún lugar a lo largo del camino, había desarrollado un nuevo aprecio por el encanto y el carácter de Pedro, no solo por el puñado de actos benéficos a los que habían asistido a lo largo del norte de California, sino también por verlo interactuar con los niños.
Había llamado a un fotógrafo y varios periodistas deportivos para que observaran a Pedro trabajar con los chicos. En el momento en que su trabajo terminara, la gente lo recordaría por las grandes cosas que hizo, no por retozar con strippers.
Sentada a la sombra de un roble, envió el último correo y dejó caer la BlackBerry de nuevo en la bolsa.
Pedro estaba enseñando a los niños como coger y lanzar la pelota, ellos observaban ávidamente cada palabra y cada movimiento. Por grupos, levantaron el balón e intentaron imitar la manera en que él giró y levantó el brazo, la perfecta espiral que la pelota tomó en el aire. La mayor parte fue un desastre jugándola, Paula se rió secretamente. El niño sobre el que habían hablado, Jose era el único del grupo que lo hizo parecer fácil.
En muchos sentidos, era una versión pequeña de Pedro.
Pelo oscuro, piel bronceada, gracia y fluidez en el campo. Si ella y Pedro tuvieran un hijo, ¿se parecería a Jose? ¿O sería una niña de pelo rubio y ojos azules?
Se llevó la mano a la boca mientras jadeaba. Realmente no se había imaginado tener un hijo con Pedro ¿verdad?
Se estaba metiendo en cosas demasiado profundas. Respiró a fondo, esforzándose mucho para reconstruir el muro alrededor de su corazón. ¿Cómo podía haber olvidado, por un momento, lo que él le hizo diez años atrás?
La mirada de Paula se volvió borrosa mientras observaba a Pedro correr por la hierba para recoger un balón. De repente se encontraba de nuevo en el mismo barco con el muchacho de dieciocho años al que acababa de entregar su alma.
****
La noche de la Graduación en el yate prestado de Pedro fue un sueño de infinito placer. Hora tras hora, él estuvo besándola, lamiéndola, acariciándola, y ella le devolvió el favor en todas las formas que pudo. Quería memorizar cada músculo, cada nervio, la forma en que su abdomen se contraía cuando ella pasaba la lengua por sus tetillas y luego las mordía suavemente.
Satisfecha y abrumada por todos sus orgasmos, apenas podía creer la intimidad que había tenido con un chico con el que nunca había hablado antes de esa noche. Paula estaba medio dormida dentro del camarote hasta que la luz de la luna que pasaba por la pequeña ventana, cambio de oscura a dorada.
—Ya es de día —susurró ella, Pedro respondió acercándola con los ojos todavía cerrados. Cuando finalmente se durmió, soñó que estaba navegando por la Bahía. El viento movía su pelo, era un día perfecto, soleado. Entonces vio a Pedro pilotando un barco que se acercaba y estaba a punto de estrellarse contra ella. Gritó para hacerle cambiar el rumbo, pero todo lo que hizo fue reírse de ella. Sus amigos estaban a bordo y también se reían, como si supieran su pequeño y sucio secreto.
Se despertó justo cuando los barcos iban a colisionar, miró desorientada por la falta de sueño, pero estaba segura que había escuchado pasos en la cubierta encima de ellos. ¿Los propietarios habían vuelto para reclamar el barco?
Se sentó cubriéndose con una sábana, pero aunque estaba petrificada por ser descubierta teniendo relaciones sexuales en un yate extraño, no podía dejar de admirar el increíble físico de Pedro, bronceado y tonificado desde los tobillos.
Pedro abrió los ojos y sus labios se curvaron en una sonrisa sensual.
—Venga vuelve a acostarte —dijo con voz arrastrada, pero no podía ignorar los pasos que se escuchaban más cerca a cada segundo.
—Parece que hay alguien a bordo —susurró ella.
Él miró al techo.
—Claro que no.
Sabía que sus ojos estaban aturdidos, su vestido y maquillaje estaban arruinados.
— ¿No deberíamos vestirnos y salir de aquí?
Pedro se sentó completamente indiferente ante su desnudez.
Paula creía que nunca aprendería a estar tan cómoda con su cuerpo ni aunque tuviera cien años para practicar.
—No estoy muy preocupado por eso —dijo— pero si quieres puedo ir a echar un vistazo.
Paula asintió.
—Sería genial.
En su ausencia, se puso el vestido y utilizó el diminuto cuarto de baño para evaluar los daños. Después de todo, iba a tener que entrar a escondidas en casa de sus padres.
Aunque estaban muy ocupados y dudaba que se hubieran dado cuenta de que había pasado la noche afuera sin avisar.
Pedro se abrochó los pantalones de vestir negros, cogió las bragas desechadas y se las metió en el bolsillo.
—Solo para asegurarme de que no intentarás marcharte antes de que vuelva.
Casi en la puerta, se volvió hacia ella y la besó apasionadamente.
—Gracias por una gran noche —dijo sonriendo mientras abría la puerta y se iba.
Paula miraba fijamente la puerta tras él. ¿Qué había querido decir con eso? ¿Estaba dando las gracias a su amante por una gran noche de sexo? ¿O intentaba decirle que estaban juntos?
Respiró profundamente, cuando volviese, hablaría con él para saber si oficialmente estaban saliendo. Pedro se marcharía a la USC con una beca de estudios, pero la universidad estaba solo a ocho horas de Stanford, por lo que podrían verse varias veces al mes fácilmente si realmente querían.
Estaba ocupada con la cremallera de su vestido arrugado, cuando escuchó risas, su columna vertebral hormigueo con alarma. ¿Quién se reía con Pedro? ¿Y de quién se reían?
¿No se estarían riendo de ella, verdad? No después de lo que habían compartido. Le había dado su virginidad, él tenía que saber cuan especial era para ella —que no era como las chicas con las que normalmente se acostaba.
Se peinó con los dedos rápidamente y se miró en el espejo encima del minúsculo lavabo para asegurarse que no tenía rímel en la cara. Se dijo a si misma que confiaba en él para que le dijera la verdad cuando volviera. A pesar de eso, se quitó los zapatos y fue de puntillas por las escaleras, justo hasta donde pudo ver algunos rostros y escuchar lo que estaban diciendo.
Uno de los compañeros de equipo de Pedro vertió un líquido dorado en una copa y se la entregó.
—Tío, tienes que decirnos quien está contigo. Todo el mundo se lo está preguntando.
Pedro inclinó la cabeza al beber, seguidamente tendió la copa para que se la llenaran de nuevo.
—Confía en mí, ella es caliente.
A Paula le ardía la cara, casi soltó los zapatos. ¿Cómo podía hablar de ella como si fuera una chica cualquiera que había encontrado en la fiesta? Incluso cuando, una voz interior le decía que eso era exactamente lo que era.
— ¿Samantha? ¿Ellen? ¿Melissa?
Pedro se rió y disparó.
—Tíos, os veré más tarde. Tengo que regresar con la nena caliente que me aguarda.
Paula odio que la llamara “caliente” aunque muchas chicas que conocía se sentirían halagadas.
— ¿Qué tienes en el bolsillo? —Uno de sus amigos habló, cogiendo su ropa intima— ¡Diablos, sí, ya tienes otras bragas para tu colección!
Todos sus amigos se arrodillaron ante él.
—Nos inclinamos ante el maestro.
Pedro no hizo el más mínimo movimiento para recuperar sus bragas. En vez de eso, inclinó la cabeza ante sus amigos como si fuera el rey, y ellos sus súbditos.
¡Había cogido sus bragas para enseñárselas a sus amigos como un trofeo!
La ira y una rabia amarga la inundaron.
Bajó las escaleras y entró en el camarote. Miró la cama deshecha con disgusto, se sentó en una silla tapizada en un rincón junto al armario.
Minutos después Pedro regresó con los ojos vidriosos, lo que la hizo preguntarse cuántos tragos más se habría tomado.
— ¿Me has echado de menos? —Preguntó, pero su expresión dejó bien claro que ella tenía que saber la suerte que había tenido por haber sido la elegida en su noche de graduación.
—Si te digo la verdad, no —se esforzó en decir con voz firme— Me gustaría que me devolvieras mis bragas ahora.
Pedro movió la cabeza y se aproximó a ella.
—No tan rápido. Tenemos horas antes de que el propietario regrese. ¿No quieres sacar el máximo provecho de ellas?
El enfado contra sí misma la atravesó. ¿Realmente le había dejado tocarla por todas partes? ¿Que la poseyera? Solo era un engreído idiota tratando de marcar un gol.
—No quiero separarte de tus amigos. Apuesto a que te echaron en falta anoche.
Él se encogió de hombros.
—A decir verdad no.
—Es curioso, eso no es lo que parecía desde aquí.
Pedro se arrodilló ante ella en la cara alfombra, por lo menos fingía que le importaba. Considerando lo mucho que seguramente había bebido, se movió rápido. Había escuchado que su padre también era un borracho, de tal padre, tal hijo.
—Olvida lo que has oído —dijo— son solo cosas de hombres estúpidos.
—Vete a la mierda.
La cogió de la mano.
Durante toda la noche su contacto la había inflamado, volviéndola loca de deseo, ahora sus dedos estaban fríos como el hielo.
—Solo eran tíos hablando. No saben quién eres.
No se preocupó por la disculpa, que no creyó.
Liberó su mano del agarre, se colocó los zapatos como si no le importara un comino que él estuviera arrodillado mirándola fijamente.
Entonces Pedro se levantó también y ella odió lo pequeña que se sentía por su altura y sus anchos hombros, como si quisiera parecer más grande que ella a propósito.
— ¿Te he dicho que lo siento, pero no vas a escuchar lo que tengo que decirte, no es así?
Ella le miró fijamente.
—Te odio. Siempre te odiaré y nunca, jamás quiero volver a verte de nuevo.
Pedro se inclinó para recoger la camisa y los zapatos.
—Por mí está bien. Que tengas una buena vida.
La dejó de pie en medio del barco. Sin embargo ella no había sido capaz de marcharse primero. Fue el golpe final.
****
¿Cómo podía volver a construir el muro cuando el actuaba de esa manera?
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