BELLA ANDRE

lunes, 31 de octubre de 2016

CAPITULO 27 (PRIMERA HISTORIA)





Si alguien le hubiera dicho a Paula que iba a sentir respeto por Pedro Alfonso, le habría dicho que estaba loco. Pero en algún lugar a lo largo del camino, había desarrollado un nuevo aprecio por el encanto y el carácter de Pedro, no solo por el puñado de actos benéficos a los que habían asistido a lo largo del norte de California, sino también por verlo interactuar con los niños.


Había llamado a un fotógrafo y varios periodistas deportivos para que observaran a Pedro trabajar con los chicos. En el momento en que su trabajo terminara, la gente lo recordaría por las grandes cosas que hizo, no por retozar con strippers.


Sentada a la sombra de un roble, envió el último correo y dejó caer la BlackBerry de nuevo en la bolsa.


Pedro estaba enseñando a los niños como coger y lanzar la pelota, ellos observaban ávidamente cada palabra y cada movimiento. Por grupos, levantaron el balón e intentaron imitar la manera en que él giró y levantó el brazo, la perfecta espiral que la pelota tomó en el aire. La mayor parte fue un desastre jugándola, Paula se rió secretamente. El niño sobre el que habían hablado, Jose era el único del grupo que lo hizo parecer fácil.


En muchos sentidos, era una versión pequeña de Pedro.


Pelo oscuro, piel bronceada, gracia y fluidez en el campo. Si ella y Pedro tuvieran un hijo, ¿se parecería a Jose? ¿O sería una niña de pelo rubio y ojos azules?


Se llevó la mano a la boca mientras jadeaba. Realmente no se había imaginado tener un hijo con Pedro ¿verdad?


Se estaba metiendo en cosas demasiado profundas. Respiró a fondo, esforzándose mucho para reconstruir el muro alrededor de su corazón. ¿Cómo podía haber olvidado, por un momento, lo que él le hizo diez años atrás?


La mirada de Paula se volvió borrosa mientras observaba a Pedro correr por la hierba para recoger un balón. De repente se encontraba de nuevo en el mismo barco con el muchacho de dieciocho años al que acababa de entregar su alma.



****


La noche de la Graduación en el yate prestado de Pedro fue un sueño de infinito placer. Hora tras hora, él estuvo besándola, lamiéndola, acariciándola, y ella le devolvió el favor en todas las formas que pudo. Quería memorizar cada músculo, cada nervio, la forma en que su abdomen se contraía cuando ella pasaba la lengua por sus tetillas y luego las mordía suavemente.


Satisfecha y abrumada por todos sus orgasmos, apenas podía creer la intimidad que había tenido con un chico con el que nunca había hablado antes de esa noche. Paula estaba medio dormida dentro del camarote hasta que la luz de la luna que pasaba por la pequeña ventana, cambio de oscura a dorada.


—Ya es de día —susurró ella, Pedro respondió acercándola con los ojos todavía cerrados. Cuando finalmente se durmió, soñó que estaba navegando por la Bahía. El viento movía su pelo, era un día perfecto, soleado. Entonces vio a Pedro pilotando un barco que se acercaba y estaba a punto de estrellarse contra ella. Gritó para hacerle cambiar el rumbo, pero todo lo que hizo fue reírse de ella. Sus amigos estaban a bordo y también se reían, como si supieran su pequeño y sucio secreto.


Se despertó justo cuando los barcos iban a colisionar, miró desorientada por la falta de sueño, pero estaba segura que había escuchado pasos en la cubierta encima de ellos. ¿Los propietarios habían vuelto para reclamar el barco?


Se sentó cubriéndose con una sábana, pero aunque estaba petrificada por ser descubierta teniendo relaciones sexuales en un yate extraño, no podía dejar de admirar el increíble físico de Pedro, bronceado y tonificado desde los tobillos.


Pedro abrió los ojos y sus labios se curvaron en una sonrisa sensual.


—Venga vuelve a acostarte —dijo con voz arrastrada, pero no podía ignorar los pasos que se escuchaban más cerca a cada segundo.


—Parece que hay alguien a bordo —susurró ella.


Él miró al techo.


—Claro que no.


Sabía que sus ojos estaban aturdidos, su vestido y maquillaje estaban arruinados.


— ¿No deberíamos vestirnos y salir de aquí?


Pedro se sentó completamente indiferente ante su desnudez.


Paula creía que nunca aprendería a estar tan cómoda con su cuerpo ni aunque tuviera cien años para practicar.


—No estoy muy preocupado por eso —dijo— pero si quieres puedo ir a echar un vistazo.


Paula asintió.


—Sería genial.


En su ausencia, se puso el vestido y utilizó el diminuto cuarto de baño para evaluar los daños. Después de todo, iba a tener que entrar a escondidas en casa de sus padres. 


Aunque estaban muy ocupados y dudaba que se hubieran dado cuenta de que había pasado la noche afuera sin avisar.


Pedro se abrochó los pantalones de vestir negros, cogió las bragas desechadas y se las metió en el bolsillo.


—Solo para asegurarme de que no intentarás marcharte antes de que vuelva.


Casi en la puerta, se volvió hacia ella y la besó apasionadamente.


—Gracias por una gran noche —dijo sonriendo mientras abría la puerta y se iba.


Paula miraba fijamente la puerta tras él. ¿Qué había querido decir con eso? ¿Estaba dando las gracias a su amante por una gran noche de sexo? ¿O intentaba decirle que estaban juntos?


Respiró profundamente, cuando volviese, hablaría con él para saber si oficialmente estaban saliendo. Pedro se marcharía a la USC con una beca de estudios, pero la universidad estaba solo a ocho horas de Stanford, por lo que podrían verse varias veces al mes fácilmente si realmente querían.


Estaba ocupada con la cremallera de su vestido arrugado, cuando escuchó risas, su columna vertebral hormigueo con alarma. ¿Quién se reía con Pedro? ¿Y de quién se reían?


¿No se estarían riendo de ella, verdad? No después de lo que habían compartido. Le había dado su virginidad, él tenía que saber cuan especial era para ella —que no era como las chicas con las que normalmente se acostaba.


Se peinó con los dedos rápidamente y se miró en el espejo encima del minúsculo lavabo para asegurarse que no tenía rímel en la cara. Se dijo a si misma que confiaba en él para que le dijera la verdad cuando volviera. A pesar de eso, se quitó los zapatos y fue de puntillas por las escaleras, justo hasta donde pudo ver algunos rostros y escuchar lo que estaban diciendo.


Uno de los compañeros de equipo de Pedro vertió un líquido dorado en una copa y se la entregó.


—Tío, tienes que decirnos quien está contigo. Todo el mundo se lo está preguntando.


Pedro inclinó la cabeza al beber, seguidamente tendió la copa para que se la llenaran de nuevo.


—Confía en mí, ella es caliente.


A Paula le ardía la cara, casi soltó los zapatos. ¿Cómo podía hablar de ella como si fuera una chica cualquiera que había encontrado en la fiesta? Incluso cuando, una voz interior le decía que eso era exactamente lo que era.


— ¿Samantha? ¿Ellen? ¿Melissa?


Pedro se rió y disparó.


—Tíos, os veré más tarde. Tengo que regresar con la nena caliente que me aguarda.


Paula odio que la llamara “caliente” aunque muchas chicas que conocía se sentirían halagadas.


— ¿Qué tienes en el bolsillo? —Uno de sus amigos habló, cogiendo su ropa intima— ¡Diablos, sí, ya tienes otras bragas para tu colección!


Todos sus amigos se arrodillaron ante él.


—Nos inclinamos ante el maestro.


Pedro no hizo el más mínimo movimiento para recuperar sus bragas. En vez de eso, inclinó la cabeza ante sus amigos como si fuera el rey, y ellos sus súbditos.


¡Había cogido sus bragas para enseñárselas a sus amigos como un trofeo!


La ira y una rabia amarga la inundaron.


Bajó las escaleras y entró en el camarote. Miró la cama deshecha con disgusto, se sentó en una silla tapizada en un rincón junto al armario.


Minutos después Pedro regresó con los ojos vidriosos, lo que la hizo preguntarse cuántos tragos más se habría tomado.


— ¿Me has echado de menos? —Preguntó, pero su expresión dejó bien claro que ella tenía que saber la suerte que había tenido por haber sido la elegida en su noche de graduación.


—Si te digo la verdad, no —se esforzó en decir con voz firme— Me gustaría que me devolvieras mis bragas ahora.


Pedro movió la cabeza y se aproximó a ella.


—No tan rápido. Tenemos horas antes de que el propietario regrese. ¿No quieres sacar el máximo provecho de ellas?


El enfado contra sí misma la atravesó. ¿Realmente le había dejado tocarla por todas partes? ¿Que la poseyera? Solo era un engreído idiota tratando de marcar un gol.


—No quiero separarte de tus amigos. Apuesto a que te echaron en falta anoche.


Él se encogió de hombros.


—A decir verdad no.


—Es curioso, eso no es lo que parecía desde aquí.


Pedro se arrodilló ante ella en la cara alfombra, por lo menos fingía que le importaba. Considerando lo mucho que seguramente había bebido, se movió rápido. Había escuchado que su padre también era un borracho, de tal padre, tal hijo.


—Olvida lo que has oído —dijo— son solo cosas de hombres estúpidos.


—Vete a la mierda.


La cogió de la mano.


Durante toda la noche su contacto la había inflamado, volviéndola loca de deseo, ahora sus dedos estaban fríos como el hielo.


—Solo eran tíos hablando. No saben quién eres.


No se preocupó por la disculpa, que no creyó.


Liberó su mano del agarre, se colocó los zapatos como si no le importara un comino que él estuviera arrodillado mirándola fijamente.


Entonces Pedro se levantó también y ella odió lo pequeña que se sentía por su altura y sus anchos hombros, como si quisiera parecer más grande que ella a propósito.


— ¿Te he dicho que lo siento, pero no vas a escuchar lo que tengo que decirte, no es así?


Ella le miró fijamente.


—Te odio. Siempre te odiaré y nunca, jamás quiero volver a verte de nuevo.


Pedro se inclinó para recoger la camisa y los zapatos.


—Por mí está bien. Que tengas una buena vida.


La dejó de pie en medio del barco. Sin embargo ella no había sido capaz de marcharse primero. Fue el golpe final.



****


La mirada de Paula se concentró en el campo de fútbol cuando Pedro rió levantando a uno de los niños más pequeños. Dio vueltas con el niño para celebrar lo que pensó era una trayectoria perfecta.


¿Cómo podía volver a construir el muro cuando el actuaba de esa manera?




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