BELLA ANDRE

lunes, 31 de octubre de 2016

CAPITULO 28 (PRIMERA HISTORIA)





Había sido un gran día. Pedro tenía claro lo que quería hacer cuando se retirara. Quería correr en un lugar como éste, enseñar a los niños a jugar y disfrutar del juego, como si todo lo que necesitaran saber sobre la vida estuviera allí, en el campo. El trabajo en equipo, respeto, cómo ganar y cómo perder.


El fútbol era muy duro para el cuerpo. Y podría estar obligado a jubilarse anticipadamente por una lesión o dejarlo voluntariamente, mientras todo le funcionaba. Pedro tenía esperanzas que fuera por lo segundo.


Mientras ayudaba a los chicos a limpiar los balones y las redes en el campo, miró a Paula. Tenía la cabeza inclinada sobre la BlackBerry, qué buena era en su trabajo. Le golpeó el recuerdo de tenerla desnuda en el balcón de Napa y tuvo que apartar la mirada, tratando de alejar la mente de sus curvas, de la forma en que la vena del cuello latía cuando echaba la cabeza hacia atrás con el orgasmo. Estaba a punto de dar la vuelta y volver al club, cuando escuchó la voz ronca del hombre retumbando por el campo.


—Josecito, muchacho, espero que hayas pateado algunos traseros hoy.


La cara de Jose enrojeció, bajó la cabeza buscando a propósito un balón para correr tras él. Desde lejos Pedro asumió que el hombre era el padre.


El hombre con la cara congestionada tropezó contra Pedro y le dio una palmada en la espalda, el aliento rancio a whisky salía de su boca mientras hablaba.


—Realmente tengo a una gran estrella aquí, ¿no es así, As?


Pedro trató de reprimir su repugnancia.


No era culpa de Jose que su padre fuera un despreciable borracho.


—Claro que lo es, es un gran chico.


El hombre frunció el ceño.


—Lo único que importa es que es bueno en el fútbol. No hemos venido aquí esta semana para que haga amigos. Ganar a toda costa —eso es lo que le he enseñado— y no me importa a quien tenga que aplastar por el camino.


—No has sido un bebé llorón hoy, ¿verdad?


Pedro había sido un estúpido algunas veces con sus amigos cuando era niño en Marine, y estaba tentado de dar un puñetazo a ese tipo y hacerle caer patas arriba.


Pero no estaba allí para decirle a sujetos como ése dónde podían irse. Todo lo que podía hacer era ayudar a sus hijos en el campo, enseñarles la manera de actuar y esperar que ellos se acordasen de ello cuando las cosas estuvieran complicadas.


Pedro dijo:
—Lo está haciendo muy bien —atravesó el campo en dirección a Jose. Se agachó tapándole con su espalda, asegurándose de que su padre no pudiera ver sus caras.


—Puedo entrevistarme con tu padre.


Los ojos del niño se cerraron de una manera tan diferente a la abierta y receptiva que había tenido todo el día.


—No es gran cosa, puedo manejarlo.


Pedro asintió.


—Claro que puedes —hizo una pausa— me recuerda mucho a mi padre. Dice el mismo tipo de cosas.


Jose lo miró sorprendido.


—Estás bromeando ¿verdad?


—Mi padre también ejerció mucha presión sobre mí ganar era lo único que le importaba.


Jose hizo un gesto.


— ¿Pero ganar no es lo más importante?


Pedro se llevó la mano al bolsillo, sacando un papel y un lapicero escribiendo el número de su teléfono móvil.


—A veces, otras, lo es salir a jugar y hacerlo lo mejor que puedas.— Le entregó el trozo de papel a Jose— Si necesitas cualquier cosa, llámame.


Jose miró el número con la boca abierta.


—Guauuu.


—Incluso si solo quieres hablar, llámame. Si no puedo responder inmediatamente, te prometo que te llamaré.


Escucharon al padre de Jose acercarse y el niño guardó el papel antes de que pudiera verlo. Pedro sabía muy bien cómo habría reaccionado su propio padre al ver el teléfono de un jugador profesional. Se habría ido directamente al bar y habría invitado a todo el mundo a una ronda para celebrarlo. Antes de que la noche se hubiera acabado, ese número habría ido pasando de mano en mano por todos los extraños.


Pedro observó a Jose y su padre cuando se iban, 
preguntándose si había cometido un error, cuando Paula se acercó.


—Pareces serio —dijo ella siguiendo su mirada al estacionamiento.


Se sacudió su estado de humor sombrío. Una cosa que no tenía intención de hacer era discutir con ella sobre su padre. 


Ella sabía que era un borracho de mierda, todos en el pueblo lo sabían y cuando se hizo profesional la prensa lo difundió. 


Pero incluso así no era algo de lo que quisiera hablar.


Con los años, ganando más y más partidos, la gente olvidó su pasado y eso era exactamente lo que le gustaba.


—Estás viendo a una futura superestrella —dijo cambiando de tema.


—Yo no sé casi nada de fútbol, pero puedo ver que Jose tiene talento —Paula frunció el ceño— Pero su padre parece un poco exaltado ¿no?


Más como un borracho fuera de sí —pensó
Paula respiró hondo, parecía que tenía algo que decirle. Pedro estaba aprendiendo los gestos de su cuerpo y ella le estaba escondiendo algo.


—Escúpelo.


Ella rió.


—No sabía que fuera tan transparente.


—Solo para mí —dijo él, sus ojos se encontraron durante un rato— ¿Estás segura que no puedo besarte ahora mismo?


Su boca se abrió ligeramente y casi lo hizo de todos modos. 


Por último negó con la cabeza.


—No puedes.


Frunció el ceño.


— ¿Quieres explicarme de nuevo por qué estás tan empeñada en mantener nuestra relación en secreto?


—En verdad no creo que necesites que te explique los límites de una relación con un cliente ¿no?


— ¿Siempre tratas a tus clientes tan bien?


Se puso las manos en la cintura y bajó la voz.


— ¿Por qué actúas así?


Se estaba comportando como un idiota porque — ¡Dios, le parecía estúpido incluso pensar las palabras!— había herido sus sentimientos. Ella no quería que nadie se enterase de que se estaba acostando con un tonto deportista. ¿Y qué? 


Ella tampoco era nada buena para su imagen. De
acuerdo, era guapa, pero la gente esperaba que se enamorase de chicas divertidas, no de mujeres que tenían su propio negocio y sabían que tenedor usar.


—He tenido un día muy largo con los chicos —mintió él— ¿Me perdonas?


Ella lo miró y esperó con impaciencia que cambiara de idea. 


Se volvería loco si ella decidía dejarlo.


Finalmente Paula asintió.


—Estás perdonado —dijo— Pero debo admitir que tengo segundas intenciones.


Él arqueó las cejas, inmediatamente imaginando que las intenciones de ella involucraban estar desnudo y sudoroso.


— ¿Cuáles son?


—Me llamaron mis padres. Van a dar una gran cena mañana por la noche —Paula hizo una pausa mirándolo con culpabilidad— Eres el invitado de honor.


—Parece más una orden que una invitación.


Ella se mordió el labio.


—Lo siento mucho. Mi madre dejó perfectamente claro que no me perdonará nunca si tú no apareces y les dejo en ridículo. Me siento muy mal por esto, Pedro.


Sus grandes ojos azules lo miraron.


—No tienes que ir. No es tu trabajo hacer felices a mis padres, encontraré la manera de ocuparme de ellos.


Pedro le acarició suavemente la mejilla con la palma de la mano. Sabía mejor que nadie lo difícil que era tratar con los padres y sus expectativas. Lo menos que podía hacer era ponérselo fácil a ella. Había sido una extraordinaria semana y era hora de jugar para el equipo.


—Me gustaría ir, Paula.


Ella movió el rostro en sus manos.


—Gracias.


Sus labios le rozaron la mano y la sangre se le subió a la cabeza.


—Vosotros dos.


Tony grito desde la terraza del club.


—Barbacoa en mi casa.


Pedro de mala gana dejó caer la mano. Había más o menos cien cosas que él preferiría hacer ahora, que comer perritos calientes en casa de su amigo. Siempre le gustaría salir con los amigos, pero en lo concerniente a Paula, el tiempo se le estaba agotando.





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